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Este blog tiene como propósito compartir con mis alumnos y amigos ideas y artículos relacionadas con el mundo de la Religión, la Filosofía y la Educación.
viernes, 12 de mayo de 2017
domingo, 26 de marzo de 2017
La familia y el culto familiar
La familia y el culto familiar
(o cómo mantener encendido el altar familiar).
Prof. Víctor A. Jofré Araya –
Mg. Educación Religiosa – Calama, marzo de 2017
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“Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se
multiplicará la paz de tus hijos” (Isaías 54: 13).
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“Y
estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a
tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y
al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y
estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu
casa, y en tus puertas” (Deuteronomio 6: 6-9).
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“Doy
gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que
sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al
acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe
no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu
madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Timoteo 1: 3-5).
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“Pero
persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has
aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales
te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2
Timoteo 3: 14, 15).
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“Y
serán todos enseñados por Dios. Así que, todo
aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Juan 6: 45).
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“La Biblia debería ser el primer libro de texto del
niño. De este Libro, los padres han de dar sabias instrucciones. La Palabra de
Dios ha de constituir la regla de la vida. De ella los niños han de aprender
que Dios es su Padre; y de las hermosas lecciones de su Palabra han de adquirir
un conocimiento de su carácter” (Elena
G. de White, Conducción del niño, p. 39).
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“Las
lecciones de la Biblia tienen influencia moral y religiosa en el carácter,
cuando se las pone por obra en la vida práctica” (Elena G. de White, Conducción
del niño, p. 39).
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“Padres, si queréis educar a vuestros hijos para
que sirvan a Dios y hagan bien en el mundo, haced de la Biblia vuestro libro de
texto” (Elena G. de White, Conducción
del niño, p. 482).
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“Cada familia debiera erigir su altar de oración,
comprendiendo que el temor de Jehová es el principio de la sabiduría” (Elena G. de White, Conducción
del niño, p. 489).
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“Por
la noche y por la mañana, únanse con sus hijos en el culto a Dios, leyendo su
Palabra y cantando sus alabanzas. Enséñenles a repetir la Ley de Dios” (Elena
G. de White, El Evangelismo, p. 364).
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“¿No conviene a los padres reunir en derredor suyo
a sus hijos antes del desayuno para agradecer al Padre celestial por su
protección durante la noche, y para pedirle su ayuda y cuidado durante el día?
¿No es propio también, cuando llega el anochecer, que los padres y los hijos se
reúnan una vez más delante de Dios para agradecerle las bendiciones recibidas
durante el día que termina?” (Elena
G. de White, Conducción del niño, p. 492).
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“Muchos parecen pensar que la decadencia de la
iglesia, el creciente amor por los placeres, se deben a la falta de la obra
pastoral… Pero aunque los ministros hagan su obra fielmente y bien,
representará muy poco si los padres descuidan su obra. La falta de
poder en la iglesia se debe a la falta de cristianismo en el hogar” (Elena G. de White, Conducción
del niño, p. 521).
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“Aquellos
hijos que han crecido con cultos diarios con sus padres están interesados en
seguir los valores religiosos de sus padres y muestran mayor resistencia a
tentaciones tales como las drogas y el abuso del alcohol” (Kay Kuzma, Lo que deberías saber acerca de los primeros 7 años,
p. 540).
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“Dios es excelso en su poder; ¿Qué maestro es semejante a él?” (Job 36: 22)
Algunos consejos útiles
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Debe tener un horario fijo, en la mañana y en la
tarde.
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El lugar debe ser acogedor.
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Debe ser breve; no se debe cansar a los hijos e
hijas.
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Debe
realizarse reverente, sincera y sencillamente.
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Debe
adaptarse a las necesidades de los miembros de la familia.
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Siempre
debe iniciarse y terminarse con una oración.
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Siempre
debe usarse la Biblia. Cada miembro de la familia debe tener su propia Biblia.
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Debe ser dirigido por el padre. En ausencia del
padre, la madre debe tomar la iniciativa.
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Debe participar toda la familia y cada miembro debe
tener una participación.
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Debe usarse la Biblia de una forma atractiva.
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Debe utilizarse música vocal y/o instrumental.
Algunas ideas interesantes
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Tener una lectura regular de la Biblia. Por
ejemplo, el Año Bíblico o seguir el Plan “Reavivados por su Palabra”.
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Memorizar uno o más textos de la Biblia.
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Tener momentos de “juegos bíblicos”.
·
Tener momentos de oración significativos, orando
los unos por los otros. Pueden registrarse por escrito los motivos de oración y
gratitud en hojas o un cuaderno.
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Establecer un calendario de oración familiar.
·
Alternar entre los miembros de la familia la
dirección de los cantos.
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Alternar entre los miembros de la familia la
lectura de la Devoción Matutina por edades y por turnos.
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Alternar entre los miembros de la familia el
estudio de las lecciones de la Escuela Sabática, según la edad de cada uno, por
turnos.
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Estudiar, por turnos, capítulos preferidos de las
Escrituras.
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Estudiar temas relevantes de las Escrituras. Por
ejemplo: las parábolas, los milagros de Jesús, las profecías, biografías de
personajes, etc.
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Dramatizar diferentes historias de la Biblia. Cada
miembro de la familia puede representar un personaje.
·
Realizar dibujos o manualidades basados en los
relatos e historias bíblicas compartidas.
·
Compartir lecturas de libros del espíritu de
profecía.
·
Estudiar en conjunto la historia de la iglesia
adventista y de sus pioneros.
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Estudiar en conjunto las creencias fundamentales de
la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
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Realizar como familia un estudio bíblico, por
ejemplo, “La fe de Jesús”.
Algunos recursos de interés
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101
ideas para el culto familiar.
Disponible en http://www.adventistasbc.com/01recursos/2017/VIDAFAMILIAR/101Ideas_para%20el_culto_familiar.pdf
·
Consejos
para un culto familiar exitoso.
Disponible en http://adventistasumn.org/consejos-para-un-culto-familiar-exitoso/
·
Departamento de los Ministerios de Iglesia de la
Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Cuidemos a las
familias de hoy. Manual para el Ministerio de Vida Familiar.
·
Elena
G. de White, Conducción del niño. Capítulo 77: “La Biblia en el
hogar”; capítulo 78: “El poder de la oración”; capítulo 79: “El sábado, el día
de delicia”.
·
Elena
G. de White, Consejos para los maestros, padres y alumnos. Capítulo
13: “La primera escuela del niño”; capítulo 14: “La salvaguardia de los jóvenes”;
capítulo 15: “¿Qué deben leer nuestros hijos?”
·
Elena
G. de White, El hogar cristiano. Capítulo 54: “La religión en la
familia”.
·
Elena
G. de White, Eventos de los últimos días. Capítulo 6: “Estilo de
vida y actividades del remanente. El culto familiar”.
·
Elena
G. de White, Fundamentos del hogar cristiano. Capítulo 23: “La
religión en la familia”.
·
Elena
G. de White, Mente, carácter y personalidad, t. 1. Capítulo 20:
"La atmósfera del hogar".
·
Elena
G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 6. Sección Dos: “La
enseñanza de la religión en el hogar”; Sección Seis: “Precauciones y consejos.
La observancia del sábado”.
·
John y Millie Youngberg, Corazones en
sintonía con Dios. Guía para mejorar el culto familiar.
·
Karen
Holford. 100 maneras creativas de aprender versículos de memoria.
·
María Alejandra Plescia Jauregui y Nelcy Sharp de
Gutleber. Háblales de mí. Ideas para el culto familiar.
El presente documento fue preparado para el Retiro
Espiritual "Restaurando Altares" de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de la ciudad de Calama, realizado en el Camping
Extracción de Calama,
Chile, el día sábado 25 de marzo de 2017.
viernes, 17 de marzo de 2017
Propósitos y beneficios del estudio personal de la Biblia
Propósitos y beneficios del
estudio personal de la Biblia
“Los
que instruyen a las multitudes en el camino de la justicia brillarán como las estrellas
por toda la eternidad”
(Daniel
12: 3, NVI)
A
|
ntes de
continuar con lo medular de esta obra, quisiera referirme brevemente a los
propósitos y beneficios que encierra el estudio serio de las Sagradas
Escrituras.
Entre todos los beneficios que
podríamos obtener del estudio personal de la Biblia destaco los siguientes:
1. El estudio personal de la Biblia nos
ayuda a comprender mejor las Escrituras
En el
Antiguo Testamento, los levitas tenían la misión de enseñar al pueblo la ley de
Dios y ayudarles a comprenderla. En los días de Nehemías, “ellos
leían con claridad el libro de la ley de Dios y lo interpretaban de modo que se
comprendiera su lectura” (Nehemías
8:8, NVI). En el Nuevo Testamento, esa misión la cumplió Jesús y sus discípulos.
Después
del encuentro de Jesús con los caminantes a Emaús y una vez que ya estaban en
casa, el Gran Maestro les dijo:
“Recuerden lo
que les dije cuando estaba con ustedes: “Tenía que cumplirse todo lo que dice
la Biblia acerca de mí.” Entonces les explicó la Biblia con palabras fáciles,
para que pudieran entenderla” (Lucas
24: 44, 45, TLA).
Actualmente,
es el Espíritu de Dios el que nos lleva a toda verdad y nos enseña los secretos
del Altísimo escondidos en su Palabra.
El amado médico Lucas dejó en claro a su amigo
Teófilo que el propósito de su trabajo de investigación era poner en orden lo
acontecido con Jesús para que, en definitiva, pudiese conocer bien la verdad de aquello en lo cual había él sido enseñado (Lucas 1: 4). Y el anciano Pablo hablaba a los romanos acerca de
aquellos que “creen
saber lo que Dios quiere y, cuando estudian
la Biblia, aprenden a conocer qué es lo mejor” (Romanos 2: 18, TLA).
Conocer la verdad mantiene al creyente en alerta
frente al engaño y las falsificaciones. No podemos confrontar el error sin
primero conocer cabalmente lo que es la verdad, lo correcto y lo verdadero. El
estudio concienzudo de las Escrituras permite tener un acercamiento diario a la
fuente de toda verdad: Jesús. Estudiar la Biblia personalmente, en forma diaria
y con oración, reforzará nuestras convicciones y nuestro conocimiento de las
Sagradas Escrituras.
A un joven huérfano, Elena G. de White escribió:
“Estudia con diligencia la Palabra de Dios para que
no estés en la ignorancia respecto a las artimañas de Satanás y para que
aprendas en forma más perfecta el camino de la salvación”.[1]
De igual forma, en sus consejos a la iglesia
remanente, el espíritu de profecía amonesta:
“Nuestras convicciones necesitan ser reafirmadas
diariamente mediante la oración humilde, sincera, y la lectura de la Palabra.
Aun cuando cada uno de nosotros tenemos una individualidad, aun cuando cada uno
debemos sostener nuestras convicciones firmemente, éstas deben ser sostenidas
de acuerdo a la verdad de Dios y con la fortaleza que él nos imparte”.[2]
En resumen,
todo estudio bíblico serio y acucioso procurará, de una u otra manera,
ayudarnos a entender con mayor claridad y detalles las simples, pero poderosas
enseñanzas de las Escrituras. Con ayuda del Espíritu de Dios es posible esto y
mucho más.
2. El estudio personal de la Biblia fortalece la vida
espiritual
Otro de los beneficios derivados del estudio
personal y acucioso de las Escrituras es que nuestra vida espiritual se verá
cada vez más fortalecida. Recordemos que la vida espiritual debe alimentarse de
alimento espiritual. “La Palabra de Dios es el verdadero maná”.[3] Jesús
enseñó a sus seguidores:
“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la
comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará”.
El pueblo respondió entonces: “Nuestros padres
comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a
comer”.
Y Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo: No
os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo.
Porque el pan del Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo… Yo
soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí
cree, no tendrá sed jamás… Yo soy el pan que descendió del cielo… Yo soy el pan
vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para
siempre… El que come de este pan, vivirá eternamente”.
Luego de este discurso, muchos murmuraban, se
cuestionaban e incluso dejaron al Señor. “Muchos de sus discípulos volvieron
atrás y ya no andaban con él”. Pero Pedro, inspirado por el Espíritu Santo,
declaró:
“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna” (Juan 6: 27-68, RVR60).
Más adelante el mismo apóstol Pedro escribiría a la
iglesia:
“Más bien, busquen todo lo que sea
bueno y que ayude a su espíritu, así como los niños recién nacidos buscan
ansiosos la leche de su madre. Si lo hacen así, serán mejores cristianos y Dios
los salvará” (1 Pedro 2: 2, TLA).
Y Pablo exhortaba a Timoteo, su amado y fiel hijo
espiritual:
“Si enseñas la verdad a los miembros de la iglesia,
serás un buen servidor de Jesucristo. Estudiar
y obedecer las enseñanzas cristianas, como tú lo haces, es lo mismo que
alimentarse bien” (1 Timoteo 4: 6).
Las palabras del Señor son verdadero alimento.
Nuestra alma se tonifica, nuestro espíritu recobra nuevo aliento y nuestras
fuerzas espirituales parecen renacer. Cada vez que tenemos un encuentro con la
Palabra de Dios, la vida del hombre interior se ve fortalecida y nuestros
ánimos mejoran. Nuestro corazón salta de alegría y parecen arder nuestros
huesos. En este respecto, el testimonio de los discípulos camino a Emaús es en
sobremanera elocuente:
“¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con
nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24: 32, NVI).
Y el profeta Jeremías confesó:
“Hay días en que quisiera no acordarme más de ti ni anunciar
más tus mensajes; pero tus palabras arden dentro de mí; ¡son un fuego que me
quema hasta los huesos! He tratado de no hablar, ¡pero no me puedo quedar
callado!” (Jeremías 20: 9, TLA).
También el salmista da fe del poder renovador de la
Palabra de Dios:
“La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo
aliento” (Salmos 19: 7, NVI).
Hay días en nuestra experiencia espiritual que
nuestras fuerzas decaen y tratamos de alimentarla con el maná del cielo, la
Palabra de Dios. Pero aún así, parece que nada funciona. Nuestra fe vacila y
nuestra creencia en un Dios poderoso preocupado de nosotros parece desaparecer.
Pero el estudio ferviente de la Biblia tiene el efecto contrario. El estudio
personal de las Sagradas Escrituras fortalece la fe y nuestra creencia en Dios,
trae consuelo en los días de ansiedad y ayuda a mirar el futuro con esperanza,
la esperanza que Cristo nos da.
Jesús declaró a sus discípulos:
“Si le creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque
de mí escribió él. Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer mis
palabras?” (Juan 5: 46, 47, NVI).
Y Pablo exhortó a los hermanos de la naciente
iglesia en Roma:
“Todo lo que está escrito en la
Biblia es para enseñarnos. Lo que ella nos dice nos ayuda a tener ánimo y
paciencia, y nos da seguridad en lo que hemos creído” (Romanos 15: 4, TLA).
La fortaleza de las Palabras de Vida es comparada
con una espada de dos filos, “la espada del Espíritu”, poderosa para que “cuando
hable –dijo Pablo-, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el
misterio del evangelio” (Efesios 6: 17, 19, NVI).
El mismo apóstol declaró:
“Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa,
y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo
del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los
pensamientos y las intensiones del corazón” (Hebreos 4: 12, NVI).
La imagen de la espada aguda de dos filos se repite
en el libro de las Revelaciones de Juan. En este libro profético, Jesús aparece
en toda su gloria como sumo sacerdote del santuario celestial, caminando en
medio de su pueblo en forma continua y, según el testimonio del vidente, “de su
boca salía una aguda espada de dos filos” (Apocalipsis 1: 16; 2: 12, NVI). Esa
espada es su Palabra con la cual habla, anima, exhorta, fortalece y reprende a
su amada iglesia. Con esa misma espada, es decir, con el poder de su Palabra,
fueron creados los cielos y la tierra, y somos recreados continuamente cada vez
que nos alimentamos de ella. Interesantemente, ese mismo poder Jesús utilizará
para destruir a sus enemigos:
“Por lo tanto, ¡arrepiéntete! De otra manera, iré
pronto a ti para pelear contra ellos con la espada que sale de mi boca”
(Apocalipsis 2: 16, NVI).
“De su boca sale una espada afilada con la cual
herirá a las naciones” (Apocalipsis 19: 15, NVI; cf. 19: 21).
3. El estudio personal de la Biblia produce gozo
Como fruto del Espíritu Santo, el gozo cristiano es
parte del estilo de vida de un hijo de Dios. Inunda el corazón y trasciende
hacia los que nos rodean. Bueno, el contacto personal y diario con las
Escrituras produce un gozo inefable que ninguna otra disciplina cristiana puede
igualar.
Ya había comentado la experiencia deleitosa que
resultaba ser el encuentro con la Palabra de Dios de los profetas y de los
salmistas. En definitiva, aquella experiencia debería ser la nuestra también.
Resumo, en palabras de sus protagonistas, esta gozosa vivencia:
“Todopoderoso Dios de Israel, cuando tú me hablaste, tomé en
serio tu mensaje. Mi corazón se llenó de alegría al escuchar tus palabras,
porque yo soy tuyo” (Jeremías 15: 16, TLA).
“Así que todos se fueron y
organizaron una gran fiesta para celebrar que habían entendido la lectura del
libro de la Ley. Todos fueron invitados a la fiesta, y comieron y bebieron con
alegría” (Nehemías 8: 12, TLA).
“Dios bendice a
quienes aman su palabra y alegres la estudian día y noche” (Salmos 1: 2, TLA).
“Los preceptos
del Señor son justos, porque
traen alegría al corazón” (Salmos 19: 8, DHH).
“Quiera el
Señor agradarse de mis pensamientos, pues sólo en él encuentro mi
alegría” (Salmos 104: 34,
DHH).
4. El estudio personal de la Biblia da inteligencia y
sabiduría
El testimonio continuo de las Escrituras es que su
lectura y profundo estudio agudiza las facultades de la mente. En su lenguaje
poético los salmistas afirman:
“El mandato del Señor es fiel, porque hace sabio al hombre
sencillo” (Salmos 19: 7, DHH).
“Sus mandamientos son puros y nos dan sabiduría” (Salmos 19: 8, TLA).
“Me has hecho más sabio que a mis perseguidores, porque tus
enseñanzas están siempre conmigo.
“Entiendo más que mis maestros, porque tus testimonios son mi
meditación.
“Comprendo mejor que los ancianos, porque obedezco tus
mandamientos…
“Tus mandamientos me han dado inteligencia; por eso odio toda
senda de mentira…
“La enseñanza de tus palabras ilumina; y hasta la gente sencilla las
entienden” (Salmos 119:
98-100, 104, 130, RVC).
Por su parte, el apóstol Pablo en su segunda carta a
su fiel hijo espiritual, les escribe recordándole:
“Recuerda que desde niño has leído
la Biblia, y que sus enseñanzas pueden hacerte sabio, para que aprendas a
confiar más en Jesucristo y así seas salvo” (2
Timoteo 3: 15, TLA).
Elena G. de White afirmó en varias oportunidades el
poder de las Escrituras para agudizar y expandir la mente. Al respecto ella
escribió:
“Dios ha provisto en su Palabra los medios
necesarios para el desarrollo mental y espiritual”.[4]
“Como medio de educación intelectual, la Biblia es
más eficaz que cualquier otro libro o que todos los demás libros juntos […] El
estudio de la Biblia fortalecerá y elevará el intelecto como ningún otro
estudio puede hacerlo”. [5]
“Nada concede más vigor a los poderes mentales que
el contacto con la Palabra de Dios”. [6]
“El esfuerzo hecho para comprender las grandes
verdades de la revelación imparte lozanía y vigor a todas las facultades.
Expande la mente, aguza las percepciones y madura el juicio. El estudio de la
Biblia ennoblecerá, como ningún otro estudio, el pensamiento, los sentimientos
y las aspiraciones. Da constancia en los propósitos, paciencia, valor y
perseverancia; refina el carácter y santifica el alma. Un estudio serio y
reverente de las Escrituras, al poner la mente de quienes se dedicaran a él en
contacto directo con la mente del Todopoderoso, daría al mundo hombres de
intelecto más robusto y más activo, como también de principios más nobles, que
los que pueden resultar de la más hábil enseñanza de la filosofía humana”.[7]
Como ya fue antes dicho, el estudio personal de las
Escrituras por parte de Jesús fue lo que lo mantuvo incólume frente a las
amenazas. Pero no sólo eso. El profundo conocimiento de los Sagrados Escritos
hizo que se despertaran en él desde muy joven sus facultades mentales. A los
doce años podía dialogar de tú a tú con los grandes intelectos de su tiempo,
sin temor ni vacilación y sin sentirse menoscabado. Mientras discutía con ellos
en el Templo de Jerusalén, haciendo y respondiendo preguntas, les demostraba
que su comprensión de la Ley era tan abarcante y aguda, a tal punto que todos
ellos “se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas” (Lucas 2: 47, DHH).
5. El estudio personal de la Biblia promueve la
obediencia a la voluntad de Dios
El salmista elogia a quienes han hecho de la Ley de
Jehová su delicia y su continua meditación y entiende que su pasión por la
Palabra de Dios le mantiene alejado de los malvados pecadores y blasfemos, de
tal manera que es feliz. “Ese hombre -concluye
el poeta- es como un árbol plantado a la orilla de un río, que da su fruto a su
tiempo y jamás se marchitan sus hojas. ¡Todo lo que
hace, le sale bien!” (Salmos 1: 3, DHH).
Jesús también elogió a aquellos que están dispuestos
a escuchar y hacer la voluntad de Dios. El dijo: “El que escucha lo que yo enseño y hace lo que yo digo, es
como una persona precavida que construyó su casa sobre piedra firme. Vino la lluvia, y el agua de los ríos subió mucho, y el viento sopló con
fuerza contra la casa. Pero la casa no se cayó, porque estaba construida sobre
piedra firme” (Mateo 7: 24, 25, TLA). Ambas personas, el hombre
bienaventurado y el hombre prudente, tienen algo en común: se gozan en cumplir
con la voluntad del Señor manifestada en su Palabra escrita y permanecen firmes
en el día de la adversidad.
La inspiración nos aconseja: “Debería enseñarse al
estudiante de la Biblia a acercarse a ella con el espíritu del que aprende.
Debemos escudriñar sus páginas, no en busca de pruebas que apoyen nuestras
opiniones, sino para saber lo que Dios dice”.[8]
En este respecto y siguiendo la misma línea de
ideas, el documento Métodos de estudio de
la Biblia establece:
“La investigación de la Escritura debe estar
caracterizada por un deseo sincero de descubrir y obedecer la voluntad de Dios
más bien que buscar a apoyo o evidencia para ideas preconcebidas”.[9]
Por sobre nuestras propias opiniones acerca de la
vida o de nuestras ideas acerca del mundo y de lo que le rodea, por sobre
nuestros conceptos y preconceptos, innatos o adquiridos, debe imperar un
enfático “Así dice el Señor”.
Conocer la voluntad de Dios nos mantiene alejados
del pecado y con una disposición del corazón hacia lo bueno. Satanás sabe
aquello y hará siempre un esfuerzo desmedido para hacernos perder el hábito
espiritual de estudiar las Escrituras de manera personal y con oración. En este respecto, el espíritu de profecía nos advierte:
“Bien sabe Satanás que todos aquellos a quienes pueda inducir
a descuidar la oración y el estudio de las Escrituras serán vencidos por sus
ataques”.[10]
“Muchas veces las tentaciones parecen irresistibles, y es
porque se ha descuidado la oración y el estudio de la Biblia, y por ende no se
pueden recordar luego las promesas de Dios de oponerse a Satanás con las armas
de las Santas Escrituras. Pero los ángeles rodean a los que tienen deseos de aprender
cosas divinas, y en situaciones graves traerán a su memoria las verdades que
necesitan”.[11]
En cambio, y ante la
pregunta “¿Cómo puede el joven
limpiar su camino?”, el salmista respondía
con total seguridad:
“¡Obedeciendo tu palabra! […] En mi corazón he atesorado tus palabras, para no pecar contra
ti” (Salmos 119: 9, 11, RVC).
El apóstol Juan elogia la sana disposición juvenil
de obedecer las Escrituras y les escribe a los jóvenes de la iglesia en Éfeso diciendo:
“Les he escrito también a ustedes,
jóvenes, porque son fuertes y han aceptado la palabra de Dios en su corazón, y
porque han vencido al maligno […] El mundo se va acabando, con todos sus malos
deseos; en cambio, el que hace la voluntad de Dios vive para siempre” (1 Juan
2: 14, 17, DHH).
6. El estudio personal de la Biblia prepara al
creyente para defender y compartir la verdad
El apóstol Pedro nos recuerda en su Primera Carta
escrita a la iglesia cristiana que debemos estar siempre preparados para
presentar defensa y razón de nuestra preciada fe, de las verdades que
ostentamos y de la esperanza que abrigamos en el corazón. Él nos dice:
“Manténganse siempre listos para
defenderse, con mansedumbre y respeto, ante aquellos que les pidan explicarles
la esperanza que hay en ustedes” (1 Pedro 3:15, RVC).
La forma más práctica de hacer esto posible es
conociendo, comprendiendo y memorizando las verdades que vamos a defender y
compartir. Jesús prometió que el Espíritu Santo nos guiaría a toda verdad (cf. Juan 16:13) y nos recordaría, por
tanto, esas verdades en las distintas circunstancias en que fuera necesario.
Jesús afirmó:
“Pero el Espíritu Santo, a quien
el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y
les recordará todo lo que yo les he dicho” (Juan 14:26).
Memorizar las preciosas Palabras de Dios nos
mantendrá en alerta para defender y compartir la verdad. Como ya fue comentado,
el maestro Pablo compara a la Palabra de Dios con la espada del Espíritu
(Efesios 6:17) y afirma que “la palabra de Dios es más
cortante que una espada de dos filos” (Hebreos 4:12, TLA). Juan, el revelador, por
su parte, tuvo una visión de Cristo como Aquel que tiene una espada aguda y de
doble filo saliendo de su boca (Apocalipsis 1:16; 2:12; 19:15). A través de
estas figuras se representa el poderoso “Escrito está”
con el cual Cristo y su iglesia podrán hacer frente al adversario y a todo
aquel que se oponga a la verdad. Asimismo, Elena G. de White comenta:
“El que estudia la Biblia se arma también de
argumentos bíblicos para hacer frente a las dudas de los incrédulos y
eliminarlas por la clara luz de la verdad […] Los que han escudriñado las
Escrituras pueden estar siempre fortalecidos contra las tentaciones de Satanás,
cabalmente equipados para toda buena obra y preparados para dar una razón de la
esperanza que hay en ellos a todo aquel que así lo demande”.[12]
Y, en la perspectiva del tiempo del fin, se nos
advierte:
“Sólo los que hayan fortalecido su mente con las
verdades de la Biblia podrán resistir en el último gran conflicto… La hora crítica
se acerca. ¿Hemos asentado los pies en la roca de la inmutable Palabra de Dios?
¿Estamos preparados para defender firmemente los mandamientos de Dios y la fe
de Jesús?”[13]
Consideremos con más detenimiento la afirmación
anterior. En el libro de Apocalipsis, el Señor nos invita a leer, escuchar y
guardar las palabras en él escritas porque “el tiempo de su cumplimiento está
cerca” (Apocalipsis 1:3, NVI). Es decir, el estudio de la Palabra de Dios debe
hacerse a la expectativa del cumplimiento de las señales relacionadas con el tiempo
del fin. El pueblo de Dios debe estar apercibido frente a los engaños y
amenazas presentes en nuestra época y debe hacerlo con un concienzudo
escudriñamiento de la Palabra de Dios. Las Sagradas Escrituras serán la
salvaguarda para aquellos que, como recios árboles, se mantengan firmes, en
pie, en el tiempo del fin.
Tal como el salmista David y el profeta Ezequiel afirmaban
en sus escritos, y tal como Jesús enseñaba en sus parábolas, los que se
deleiten en hacer la voluntad de Dios manifestada en su Palabra, los que sean
hacedores y no simples oidores de las enseñanzas del Maestro, se mantendrán
firmes como árboles (Salmos 1:3; Ezequiel 17:8) y no serán arrasados cuando las
aguas de las humanas filosofías arrastren todo a su paso, pues su fe está
cimentada en la sólida roca de la Palabra de Dios (Mateo 7:24).
7. El estudio personal de la Biblia cambia la vida
Sin lugar a dudas, el mayor beneficio que obtenemos
del estudio personal de las Sagradas Escrituras es la renovación del hombre
interior y la trasformación del carácter a la imagen del Salvador. Si hay un
argumento a favor del poder de las Escrituras en la vida del ser humano es
precisamente este punto: la trasformación de la vida. Para quienes hemos sido
cristianos desde niños, quizás no nos sea una tarea fácil reconocer el momento
exacto de nuestra conversión, sin embargo cuando somos testigos de cómo cientos
de personas que en algún momento de sus vidas se han puesto en contacto con la
poderosa Palabra del Señor son regenerados en su vida, obras y carácter a
semejanza de Jesús, entonces entendemos el valor y el impacto que las
Escrituras tienen en la vida de un hombre o de una mujer. Esta trasformación es
un verdadero milagro, difícil de comprender, pero no imposible de alcanzar o
experimentar.
De acuerdo a la comprensión que Pablo ostentaba de
las Escrituras, éstas tenían como propósito último, más allá del mero
conocimiento intelectual o doctrinal, la transformación interna del ser humano.
El apóstol afirmó que las Escrituras son útiles y necesarias para instruir,
corregir y reprender. Así, en definitiva, “los servidores de
Dios estarán completamente entrenados y preparados para hacer el bien” (2 Timoteo 3: 17, TLA).
El autor Richard J. Foster comenta, y con mucho
sentido, que, “cuando acudimos a La Escritura no acudimos a acumular
información, sino a ser cambiados”.[14]
Así lo entendía, de igual manera, Elena G. de White.
Sobre el poder transformador de las Sagradas Escrituras, ella declara:
“La Palabra de Dios dará la norma correcta de lo que
es bueno y lo que es malo, y de los principios morales”.[15]
“Por el estudio de las Escrituras obtenemos un
conocimiento correcto de cómo vivir a fin de disfrutar de la mayor felicidad
sin sombra”.[16]
“La Palabra de Dios es para nosotros una
reproducción de la mente de Dios y de Cristo”.[17]
“En la palabra de Dios está la energía creadora que
llamó a los mundos a la existencia. Esta palabra imparte poder, engendra vida.
Cada orden es una promesa; aceptada por la voluntad, recibida en el alma, trae
consigo la vida del Ser infinito. Transforma la naturaleza y vuelve a crear el
alma a la imagen de Dios”.[18]
Ejemplos en la Escrituras de estudiosos de las
Escrituras
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento es testigo
de hombres y mujeres fieles que hicieron de la Palabra de Dios su compañera de
toda la vida. De igual manera, fieles cristianos de todas las épocas han
abrigado en sus manos las sagradas páginas del Libro de los libros.
Esdras
Del sacerdote y gobernador Esdras se dice que era
“un escriba con amplios conocimientos de la ley que el Señor y Dios de Israel
había dado a Moisés”. Era un “profundo conocedor de los mandamientos y
estatutos que el Señor había dado a Israel” y un “escriba erudito en la ley del
Dios del cielo”. “Esdras se había entregado de corazón al estudio de la ley del
Señor, y a cumplirla y enseñarla a los israelitas, con todas sus normas y
ordenanzas” (Esdras 7: 6, 10-12, RVC). Tanto fue así, que el propio rey
Artajerjes le comisionó personalmente para instruir en la ley de Dios a todo
aquel, anciano, adulto, joven o niño, que no la conociese en Israel (cf. Esdras 6: 18; 7: 14, 21, 25).
En relación a los esfuerzos e influencia de Esdras,
Elena G. de White escribió:
“Los esfuerzos de Esdras para hacer revivir el
interés en el estudio de las Escrituras adquirieron carácter permanente por la
obra esmerada a la cual dedicó su vida para preservar y multiplicar los
Escritos Sagrados. Recogió todas las copias de la ley que pudo encontrar, y las
hizo transcribir y distribuir. La Palabra pura así multiplicada y puesta en las
manos de mucha gente, le comunicó un conocimiento de valor inestimable […]
“Dondequiera que actuase Esdras, revivía el estudio
de las Santas Escrituras. Se designaban maestros para que instruyesen al
pueblo; se exaltaba y se honraba la ley del Señor. Se escudriñaban los libros
de los profetas, y los pasajes que predecían la llegada del Mesías infundían
esperanza y consuelo a muchos corazones tristes y agobiados”.[19]
Daniel
El joven Daniel había sido instruido por sus padres en Judea en las
profundas verdades contenidas en los rollos de los profetas. Una vez que estuvo
en Babilonia, nada de lo que aprendió allí le pudo hacer olvidar la Sagrada
Palabra de Dios aprendida desde niño. Debió haber sido angustiante para Daniel
no tener a la mano una copia de las escrituras sagradas, pero haberlas conocido
desde muy pequeño y estudiadas con fervor, las mantenía vivas en su memoria.
Cuando, en el primer año del reinado de Darío, hijo de Asuero, rey de los
medos, percibió que las profecías de Jeremías estaban por cumplirse, él nos
informa:
“Yo, Daniel, logré entender ese pasaje de las Escrituras donde
el Señor le comunicó al profeta
Jeremías que la desolación de Jerusalén duraría setenta años” (Daniel 9: 2, NVI).
Claramente, “ese pasaje” al cual Daniel hace referencia era Jeremías 25:
11 y 12, en donde el profeta anuncia:
“Todo este país quedará reducido a
horror y desolación, y estas naciones servirán al rey de Babilonia durante
setenta años. Pero cuando se hayan cumplido los setenta años, yo castigaré por
su iniquidad al rey de Babilonia” (NVI).
Daniel, el
profeta de Dios, aunque recibió del Señor visiones, sueños y revelaciones, no
por ello dejó de lado o desestimó las Escrituras de su tiempo, sino, como ya lo
hemos leído, acudía a ella en busca de orientación y fortaleza, mientras estaba
a la espera del cumplimiento de sus oráculos.
Fue en sus largas jornadas, mientras leía los
atesorados rollos de los escritos sagrados, que eran reveladas ante Natanael
las grandes verdades acerca del Mesías prometido. Fue en su casa en Caná de
Galilea, a la sombra de una añosa higuera, que cada año crecían un poco más sus
ansias de alguna vez encontrarse con el añorado Ungido de Jehová. Fue junto a
Felipe, su amigo entrañable, que el joven hijo de Tolomeo se permeaba de cada
promesa enunciada por Moisés y los profetas. Era un deleite para Natanael bar
Tolomeo, especialmente a la hora de la oración sacerdotal, recorrer con sus
ojos juveniles, ávidos de saber, la amada ley de Moisés y los entrañables
presagios de los antiguos profetas, a la vez que memorizaba cada promesa y cada
oráculo concerniente al prometido Ungido del Señor.
Fue en una de esas jornadas de estudio diligente de
las Escrituras cuando Felipe entendió que el “Cordero de Dios”, el anhelado
Mesías del cual Juan el Bautista les predicaba cada día en Betábara, a orillas
del Jordán (Juan 1:28, 29) y del cual habían oído y leído innumerables veces en
la sinagoga del pueblo y a la sombra de la higuera en el hogar de Caná, era
Jesús, el carpintero de Nazaret. Felipe no pensó en otra cosa que buscar a
Natanael (conocido también como Bartolomé) y le invitó a conocerlo.
Cuando Felipe fue a buscar a Bartolomé, Felipe
sabía en su fuero interno que su amigo estaría muy interesado en saber que por
fin estaba frente al tan largamente esperado Mesías. Natanael no había tenido
aún la oportunidad de escuchar las palabras de Jesús, pero había sido atraído a
él en su espíritu. Anhelaba recibir su
luz y estaba en ese momento orando sinceramente por ella. Y cuando Felipe le
aseguró: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como
los profetas: a Jesús, el hijo de José de Nazaret” (Juan 1:45), resonaron en
sus pensamientos los antiguos textos proféticos:
“Saldrá
Estrella de Jacob, y se levantará el cetro de Israel” (Números 24:17).
“Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre
las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel”
(Miqueas 5:2).
“Regocíjate sobremanera, hija de Sion. Da voces de
júbilo, hija de Jerusalén. He aquí, tu rey viene a ti, justo y dotado de
salvación” (Zacarías 9:9).
Al comentar sobre estos amigos, el espíritu de
profecía nos amonesta:
“Al escudriñar las Escrituras, no debéis procurar
interpretar sus declaraciones de tal manera que concuerden con vuestras ideas
preconcebidas; antes bien, cual aprendices, allegaos para entender los
principios fundamentales de la fe de Cristo. Con ávido interés y ferviente
oración acudid a la Palabra de Dios para saber qué es verdad, manifestando el
mismo espíritu que reveló Natanael cuando rogó fervientemente al Señor que le
diera a conocer la verdad. Todo aquel que busque fervientemente la verdad, será
iluminado como Natanael. Jesús lo vio cuando se postró en oración debajo de la
higuera, y mientras aún pedía comprensión, vino el mensajero a llamarlo y a
conducirlo al manantial de toda luz”.[21]
Jesús
Es loable el uso que Jesús hizo de las Sagradas
Escrituras durante su ministerio terrenal. Sus discursos ante el pueblo, su
férrea defensa frente a Satanás y a sus oponentes, sus suaves palabras de apoyo
a quienes la necesitaban, dan testimonio de una vida consagrada al estudio de
la Palabra de Dios. Sin duda, en la tarea de poner en su mente las sagradas
enseñanzas de los Rollos Sagrados, José y María tuvieron un rol preponderante.
Y dado que Cristo no recibió la instrucción proveniente de los rabinos de su
tiempo, los resultados de esa tarea tienen mayores méritos aún.
“En su niñez, juventud y virilidad, Jesús estudió
las Escrituras. En su infancia, su madre le enseñó diariamente conocimientos
obtenidos de los pergaminos de los profetas, en su juventud, a la hora de la
aurora y del crepúsculo, a menudo estuvo solo en la montaña o entre los árboles
del bosque, para dedicar unos momentos a la oración y al estudio de la Palabra
de Dios. Durante su ministerio, su íntimo conocimiento de las Escrituras dio
testimonio de la diligencia con que las había estudiado”.[22]
El apóstol Pablo hace alusiones en sus cartas a gran
parte del Antiguo Testamento, tanto en su versión hebrea (la Tanak) como en su
versión griega (la Septuaginta). Los libros de Moisés y de los profetas eran
sus predilectos. También los salmos se encuentran entre sus favoritos. En sus
últimos días de vida, en la fría, oscura y húmeda mazmorra Mamertina en Roma,
el anciano apóstol rogó a su joven discípulo Timoteo:
“Haz todo lo posible por venir a
verme pronto […] Cuando vengas, tráeme… los libros, especialmente los
pergaminos” (2 Timoteo 4: 9, 13, TLA).
Pablo deseaba tener una Biblia en la cárcel.
Anhelaba tener sus rollos personales de las Escrituras, copias del Antiguo Testamento
y manuscritos y relatos tempranos de la vida de Cristo que ya circulaban en su
tiempo. Aún anciano y a las puertas de la muerte, el apóstol deseaba continuar
nutriéndose de la Palabra de Dios.
En Listra no había sinagoga ni tampoco una escuela judía. El peso de la
educación de Timoteo recayó en manos de su madre Eunice y de su abuela Loida. A
pesar de tener un padre griego y vivir en una ciudad gentil, desde su más
tierna infancia, cada sábado y, según la costumbre, dos veces a la semana,
Timoteo oía la lectura de la Ley de Moisés o Torah, de los Salmos y de los
Profetas, no de parte de los rabinos, sino de parte de su abuela y de su madre
(cf. Hechos 16: 1–3; 2 Timoteo 1: 5; 3: 14, 15)
Su propio nombre, “Temeroso de
Dios”, le había dado un rumbo distinto a su crianza y educación. Sin ninguna
duda, su madre se había empeñado en que ese “dios” a quien Timoteo debía temer
no fueran los dioses griegos que adoraba su padre, sino el Dios verdadero, el
Dios de Israel.
Sin duda en su hogar se
atesoraban porciones del mayor tesoro de su pueblo, la Palabra de Dios. Timoteo
recordaba los pequeños rollos destinados para los niños. De la lectura de ellos
aprendió la “Shemá”, el “Hallel”, las historias desde la Creación al Diluvio y
las leyes ceremoniales (que corresponden a
Deuteronomio 4: 6–9, Salmos 113–118, Génesis 1–10 y Levítico 1–8,
respectivamente). Estos eran los medios de
instrucción que estaban a su disposición. A partir de los tres años, en que
comenzaba la educación hogareña de los niños judíos, o por lo menos desde los
cinco, en que comenzaba la educación de la Torah, su madre y su abuela le
habían instruido en las verdades eternas de las Sagradas
Escrituras.
Acerca de la experiencia de
Timoteo en su encuentro diario con las Sagradas Escrituras, la pluma inspirada
afirma:
“Las
lecciones de la Biblia, al entretejerse en la vida diaria, tienen una profunda
y perdurable influencia en el carácter. Estas lecciones las aprendía y
practicaba Timoteo”.[25]
[1] Testimonios,
tomo 2, pp. 280, 281.
[2] Testimonios, tomo 6, p. 401.
[3] Testimonios,
tomo 7, p. 186.
[4] La Educación, pp. 123, 124.
[5] Testimonios,
tomo 5, p. 658.
[6] Testimonios,
tomo 7, p. 217.
[7] El Conflicto, pp. 61, 62.
[8] La Educación, p. 189.
[9] Declaraciones, p. 230.
[10] El Conflicto, p. 333.
[11] El Conflicto, p. 658.
[12] Testimonios,
tomo 3, p. 413.
[13] El Conflicto, p. 379.
[14] Richard J.
Foster, Celebración de la Disciplina
(Peniel, Buenos Aires, 2009), p. 83.
[15] Testimonios,
tomo 3, p. 217.
[16] Testimonios,
tomo 3, p. 413.
[17] Testimonios,
tomo 3, p. 590.
[18] El Camino a Cristo, p. 126.
[19] Elena G. de
White, Profetas y Reyes (Asociación
Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1987), pp. 448, 459.
[20] La siguiente
sección dedicada a Natanael (Bartolomé) y Felipe es un resumen del artículo
titulado Natanael bar Tolomeo, un
verdadero israelita, disponible en http://religion-filosofia.blogspot.com/2013/11/natanael-bar-tolomeo-un-verdadero.html
[21] Elena G. de
White, Consejos sobre la obra de la
Escuela Sabática (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires,
1995), pp. 28, 29. En otra obra declara: “Los ángeles del mundo de luz están
cerca de aquellos que con humildad solicitan la dirección divina” (El Deseado, p. 115).
[22] La Educación, p. 185.
[23] La siguiente
sección dedicada al apóstol Pablo es un resumen del artículo titulado Lecciones de un pergamino, disponible en
http://religion-filosofia.blogspot.com/2012/02/leccionesde-un-pergamino-1-las.html
[24] La siguiente
sección dedicada a Timoteo es un resumen del artículo titulado El valor de la Palabra en la educación,
disponible en http://religion-filosofia.blogspot.com/2012/04/timoteo-y-las-sagradas-escrituras.html
[25] Elena G. de
White, Hechos de los Apóstoles (Asociación Casa
Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1995), p. 167.
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