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viernes, 8 de noviembre de 2013

Natanael bar Tolomeo, un verdadero israelita.



Natanael bar Tolomeo,
un verdadero israelita

Víctor A. Jofré Araya, Magíster © en Educación Religiosa.
Colegio Adventista de Arica, Chile (2013).
Se le puede escribir a victorja@gmail.com



Introducción

Fue en sus largas jornadas, mientras leía los atesorados rollos de los escritos sagrados que su familia guardaba con sumo cuidado, que eran reveladas ante él las grandes verdades acerca del Mesías prometido. Fue en su casa en Caná de Galilea, a la sombra de una añosa higuera, que cada año crecían un poco más sus ansias de alguna vez encontrarse con el añorado Ungido de Jehová. Fue junto a Felipe, su amigo entrañable, que el joven hijo de Tolomeo se permeaba de cada promesa enunciada por Moisés y los profetas. Era un deleite para Natanael bar Tolomeo, especialmente a la hora de la oración sacerdotal, recorrer con sus ojos juveniles, ávidos de saber, la amada ley de Moisés y los entrañables presagios de los antiguos profetas, a la vez que memorizaba cada promesa y cada oráculo concerniente al prometido Ungido del Señor. Debió haber sido realmente emocionante para él, tan hambriento y sediento de la Palabra de Dios, descubrir que en esos valiosos libros al menos diez de sus ancestros tenían su mismo nombre.

Fue en una de esas jornadas de estudio diligente de las Escrituras cuando su buen amigo Felipe entendió que el “Cordero de Dios”, el anhelado Mesías del cual Juan el Bautista les predicaba cada día en Betábara, a orillas del Jordán (Juan 1:28, 29) y del cual habían oído y leído innumerables veces en la sinagoga del pueblo y a la sombra de la higuera en el hogar de Caná, era Jesús bar José, el carpintero de Nazaret. Felipe no pensó en otra cosa que buscar a Natanael (conocido también como Bartolomé)[1] y le invitó a conocerlo.

Un encuentro diferente

Sin embargo, ese primer encuentro estuvo marcado por el prejuicio y la incredulidad. Así como Felipe lo había hecho, Natanael fue a la ribera para conocer a Jesús. Le chasqueó la apariencia de aquel humilde obrero que ostentaba las señales del trabajo y la pobreza y que, aún así, afirmaba ser el Redentor del mundo. “¿Podría ser este hombre el Mesías prometido?” “¿Será que el Mesías vendría bajo la apariencia del hijo de un carpintero?” Se cuestionaba a sí mismo y regresó a su hogar. Debajo de su higuera volvió a leer los ajados rollos y se arrodilló a orar para inquirir de Dios si realmente aquel carpintero de Nazaret era el Ungido de Jehová.

Cuando Felipe fue a buscarlo y le llamó hablándole acerca de Jesús de Nazaret, Bartolomé se encontraba aún orando bajo la higuera.[2] Felipe sabía en su fuero interno que su amigo estaría muy interesado en saber que por fin estaba frente al tan largamente esperado Mesías. Natanael no había tenido aún la oportunidad de escuchar las palabras de Jesús, pero había sido atraído a él en su espíritu.  Anhelaba recibir su luz y estaba en ese momento orando sinceramente por ella. Y cuando Felipe le aseguró: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José de Nazaret” (Juan 1:45), resonaron en sus pensamientos los antiguos textos proféticos:

Saldrá Estrella de Jacob, y se levantará el cetro de Israel” (Números 24:17).

Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel” (Miqueas 5:2).

Regocíjate sobremanera, hija de Sion. Da voces de júbilo, hija de Jerusalén.
He aquí, tu rey viene a ti, justo y dotado de salvación” (Zacarías 9:9).

Rápidamente emergió de los labios de Natanael la pregunta: “¿Podrá salir algo bueno de Nazaret?” (Juan 1:46a). Moisés y los profetas no decían nada concerniente a Nazaret. Le pareció dudoso que el poderoso y justo Mesías pudiera provenir de un pueblo de tan baja reputación. Aunque Caná, su pueblo natal (cf. Juan 21: 2) era aún una villa mucho más pequeña, el prejuicio y la incredulidad emergieron de su corazón. Pero Felipe no trató de combatirlo. Simplemente le dijo: “Ven y ve” (Juan 1:46b).

Natanael, abrigando aún en su corazón un cierto dejo de duda, fue donde estaba Jesús. Al verle venir a sí, Jesús dijo a Felipe y a los demás discípulos: “He aquí un verdadero israelita, en el cual no hay engaño” (Juan 1:47). Aquellas palabras evocaron en Natanael el Salmo 24: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño” (vv. 3, 4). O quizás el Salmo 32: “Dichoso aquel… en el que no hay engaño” (v. 2). Tantas veces había leído y memorizado esos escritos que ahora fluían con ligereza en su mente. Con sorpresa, Natanael preguntó a Jesús: “¿De dónde me conoces?” (v. 48a). Viendo al interior de su corazón y conociendo las intenciones de Bartolomé (cf. Juan 2:24, 25), Jesús le respondió con seguridad: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (v. 48b). Cristo sabía muy bien que ése era el lugar favorito de encuentro de Bartolomé con Dios por medio de la oración y el estudio de su Palabra.

Finalmente, Natanael creyó en el Señor, no sólo por el testimonio de Felipe, sino porque él mismo lo había descubierto de manera personal y palpable, y entonces surgió de lo más profundo de su ser la más grande profesión de fe y exclamó: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el [tan anhelado] Rey de Israel” (v. 49).[3] Aquí, otra vez, Natanael daba muestras de cuánto conocía las Escrituras. Con toda firmeza parafraseó el Salmo 2: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú” (vv. 6, 7). “La primera expresión de la fe de Natanael, tan completa, ferviente y sincera, fue como música en los oídos de Jesús”.[4] Su encuentro con el Maestro rápidamente dispersó sus dudas y se transformó en su discípulo.

Al parecer, fue fácil convencer a Natanael. Jesús contempló con placer su fe sincera y libre de engaño y le preguntó: “¿Porque te dije, te vi debajo de la higuera, crees?” (v. 50a). Entonces le prometió: “Cosas mayores que éstas verás… De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre” (vv. 50b, 51). Nuevamente los pensamientos de Bartolomé se dirigieron a lo escrito en la Ley y los Profetas y recordó la escalera de Jacob (Génesis 28:10-17). Otra vez, vio en Jesús el completo y seguro cumplimiento de las promesas hechas a Israel. El carpintero de Nazaret ahora era el Rabí que le aseguró que él era su fiel representante (v. 47).

Lecciones que debemos aprender

Debemos llevar a otros a los pies de Jesús

La mayoría de los comentadores están de acuerdo en que Natanael y Felipe eran buenos y cercanos amigos.[5] Desde que Jesús ascendió al cielo, sus discípulos se han transformado en los poderosos representantes de su carácter manso y humilde delante de los hombres y el caso de Felipe y Natanael nos enseña la importancia del esfuerzo misionero personal al dirigir llamados privados y directos a nuestros cercanos, parientes, amigos y vecinos. Estos esfuerzos son un medio eficaz para comunicar nuestra luz y sembrar la preciosa semilla de la verdad. Así como Andrés estuvo interesado en que su hermano Pedro conociera al Salvador (Juan 1:40-42), Felipe estaba convencido de que Jesús era el Mesías y deseaba compartir esa verdad con su mejor amigo y que conociera también las buenas nuevas. “Muchos han descendido a la ruina cuando podrían haber sido salvados, si sus vecinos, hombres y mujeres comunes, hubiesen hecho algún esfuerzo personal en su favor. Muchos están aguardando a que se les hable personalmente”.[6]

Debemos dejar de lado los prejuicios

A pesar de que continuamente estuvo en contacto con los rabinos y que de ellos había recibido sus primeras instrucciones acerca de la Ley y los Profetas, Natanael no había depositado su confianza en ellos sino en un firme “Así dice Jehová”. Había aprendido la amonestación de Isaías: “A la ley y al testimonio, si no os dijeren conforme a esto es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20). Si hubiese confiado en los rabinos, nunca habría hallado a Jesús. Vio y juzgó por sí mismo y llegó a ser un discípulo. Actualmente existen muchos que se encuentran tal como Natanael. Sus prejuicios y falta de confianza no le permiten entrar en contacto con las verdades de las Escrituras, especialmente las relacionadas con estos últimos días o con el pueblo remanente que las posee. Sin embargo, no importa si tenemos que enfrentar la férrea oposición o fieros esfuerzos para alejar las almas de la verdad celestial, nuestra fe no puede ni debe ser ocultada y las almas sinceras deben ver, oír y convencerse por sí mismas.

Cuando fue llamado por Felipe y antes de conocer en persona a Jesús, Natanael estaba orando para saber si éste era en verdad el Cristo del cual Moisés y los profetas habían escrito. Ya notamos cuán rápidamente se levantó el prejuicio en Bartolomé. No podía entender cómo Jesús, que ahora reclamaba sobre sí el título de Ungido de Jehová, durante casi treinta años había vivido y trabajado entre los perversos habitantes de Nazaret quienes eran reconocidos por su maldad.[7] En el mismo Sanedrín judío se elevaban voces en contra de los galileos. Ellos argumentaban: “Nunca se ha levantado un profeta de Galilea” (Juan 7: 52). Felipe sabía del fuerte prejuicio que existía en la mente de muchas personas, incluido Natanael, en contra de la aldea de Nazaret, por lo mismo no trató de argumentar contra él, pues podía suscitar un espíritu combativo, que en nada haría bien a su propósito evangélico. En lugar de eso, sencillamente le dijo: “Ven y ve”. A propósito Elena G. de White nos recuerda:

“He aquí una lección para todos nuestros ministros, colportores y obreros misioneros. Cuando, os encontráis con personas que, como Natanael, tienen prejuicios contra la verdad, no presentéis con insistencia y con mucha fuerza vuestros puntos de vista peculiares. Hablad con ellos al principio de temas acerca de los cuales tenéis unanimidad. Arrodillaos con ellos en oración, y con fe humilde presentad vuestras peticiones al trono de la gracia. Tanto vosotros como ellos alcanzaréis una relación aún más estrecha con el cielo, el prejuicio se debilitará y será más fácil alcanzar el corazón”.[8]

Afortunadamente, la incredulidad de Bartolomé desapareció y una fe firme y estable se posesionó de su corazón y sus más caros intereses fueron tornados hacia Cristo. Jesús alabó esta integridad de fe y le prometió que vería cosas aún mayores. De hecho, de la provincia de Galilea, en donde se encontraban las ciudades de Nazaret y Caná, junto a Nain, Betsaida, Magdala, Tiberias, Tariquea, Capernaum y Corazim, provenían los primeros discípulos y se convirtieron con el tiempo en la cuna del cristianismo.[9]

Debemos tener un corazón humilde y sincero

De acuerdo a Elena G. de White, Natanael era semejante a un niño en sinceridad y confianza. Ella afirma: “En feliz contraste con la incredulidad de Felipe, se notaba la confianza infantil de Natanael. Era hombre de naturaleza intensamente fervorosa, cuya fe se apoderaba de las realidades invisibles”.[10] Nada es más poderoso que la oración sincera de un corazón que se acerca a Dios con sencillez y humildad de corazón. El apóstol Santiago nos amonesta: “Humillaos bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pedro 5:6). Sin duda, la oración de Natanael debajo de su higuera fue oída y contestada por el Maestro pues provenía de un corazón sincero. Debemos, por tanto, mantener el mismo espíritu si deseamos, por un lado, encontrar la verdad y, por otro lado, ser escuchados por Jesús.

Debemos buscar la verdad con oración y estudiar la Biblia de manera personal

No hay mayor riqueza y beneficio espiritual que estudiar la Palabra de Dios con diligencia, en forma personal y con un ferviente espíritu de oración. Al reflexionar sobre el tema, Elena G. de White nos amonesta: “¿No sería bueno que nosotros fuéramos debajo de la higuera para suplicarle a Dios en cuanto a lo que es la verdad? ¿No estaría sobre nosotros el ojo de Dios como estuvo sobre Natanael?”[11] Como Natanael, todo creyente necesita estudiar la Palabra de Dios por sí mismo y pedir en oración la iluminación del Espíritu Santo. Nunca debiéramos abrir y estudiar las Sagradas Escrituras sin oración. Cuando Natanael vino a Jesús, el Salvador sabía dónde había estado. Del mismo modo, cuando acudimos a él en busca de iluminación para saber qué es verdad, tenemos la certeza de que Aquel que vio a Natanael debajo de la higuera nos verá también a nosotros en el lugar secreto de oración. Al respecto, Elena G. de White asegura:

“Al escudriñar las Escrituras, no debéis procurar interpretar sus declaraciones de tal manera que concuerden con vuestras ideas preconcebidas; antes bien, cual aprendices, allegaos para entender los principios fundamentales de la fe de Cristo. Con ávido interés y ferviente oración acudid a la Palabra de Dios para saber qué es verdad, manifestando el mismo espíritu que reveló Natanael cuando rogó fervientemente al Señor que le diera a conocer la verdad. Todo aquel que busque fervientemente la verdad, será iluminado como Natanael. Jesús lo vio cuando se postró en oración debajo de la higuera, y mientras aún pedía comprensión, vino el mensajero a llamarlo y a conducirlo al manantial de toda luz”.[12]

Fue un mártir

Se piensa que Natanael Bartolomé predicó en Arabia y hasta quizás en las proximidades de la actual Etiopía. Otros escritos de la iglesia primitiva sugieren que ministró en Persia. Según una tradición recogida por Eusebio de Cesarea, Bartolomé marchó a predicar el evangelio a la India, donde dejó una copia del Evangelio de Mateo en arameo.[13] La tradición armenia le atribuye también la predicación del cristianismo en ese país del Cáucaso, junto a Judas Tadeo. Ambos son considerados santos patronos de la Iglesia Apostólica Armenia, puesto que fueron los primeros en fundar el cristianismo en ese lugar.

No hay registros fidedignos de cómo murió. Una tradición dice que fue metido dentro de una bolsa, atado y echado al mar. Otros afirman que fue crucificado cabeza abajo en una de las provincias de Armenia. La tradición más aceptada indica que murió desollado. Su martirio y muerte se atribuyen a Astiages, rey de Armenia y hermano del rey Polimio que Bartolomé había convertido al cristianismo. Como los sacerdotes de los templos paganos se estaban quedando sin seguidores, protestaran ante Astiages por la labor evangélica de Bartolomé. El rey le ordenó que adorara a sus ídolos, tal como lo había hecho con su hermano. Ante la negativa de Bartolomé, ordenó que fuera despellejado vivo en su presencia hasta que renunciase a su Dios o muriese. En el arte cristiano se suele representar a Bartolomé con un gran cuchillo en su mano, aludiendo a su supuesto martirio (desollado o despellejado vivo) y mostrando su piel cogida en el brazo. Por esta razón, en la tradición católica es patrono de los curtidores.[14]

Fuere como fuere, la tradición cristiana nos habla de un joven que se entregó por completo a la predicación de las buenas nuevas de Jesús Salvador y Redentor del mundo aún a expensas de su vida. Tal convicción es ejemplo para las juventudes cristianas modernas.

Conclusiones

Natanael bar Tolomeo es un fiel representante de los hijos de Dios de nuestro tiempo y un vivo ejemplo a seguir. Fue un buscador ávido de la verdad, que debió derribar sus propios prejuicios antes de tener un encuentro personal con Jesús. Un verdadero miembro de la familia de Dios, fiel y sin engaño, que en sus momentos de intimidad con Dios a través de la oración sincera y del profundo estudio de las Escrituras fue alcanzado por la gracia divina al punto de no sólo reconocer en Jesús, su Mesías y Rey, sino también su Salvador en la vida y en la muerte. Su martirio nos recuerda que no es fácil el pasar de los verdaderos israelitas y también que hay esperanza para todos aquellos que reposan en sus promesas.


[1] Natanael (Nethanzêl), es un nombre hebreo que significa “Dios da”, “Dios ha dado” o “dádiva (don) de Dios”. En hebreo connado es Natan-el y en griego Nathanael, una transliteración de la palabra hebrea anterior. Por su parte, Bartolomé (en griego Bartholomáios) es una transliteración del nombre arameo Bar Talmay, es decir, “hijo de Talmai (Tolmai)”. A su vez Talmai es tal vez un arcaico nombre horeo que significa “grande”. En la época grecorromana Talmai pasó a ser Tolomeo. Desde el siglo IX en adelante y por su asociación con el discípulo Felipe, se relaciona a Bartolomé que aparece en todas las listas de los doce discípulos (Mateo 10:3; Marcos 3:18; Lucas 6:14; Hechos 1:13) con Natanael de Caná, mencionado en Juan 1:45-51 y 21:2. Los otros Natanael de la Biblia son: (1) Príncipe de la tribu de Isacar que durante la 1ra. parte de la peregrinación de Israel por el desierto estuvo a cargo de dirigir al pueblo en su peregrinaje, portar el pabellón y llevar las ofrendas para los sacrificios (Números 1:8; 2:5; 7:18, 23; 10:15); (2) Cuarto hijo de Isaí y hermano de David, de la tribu de Judá (1 Crónicas 2:14); (3) Sacerdote de la tribu de Leví que tocaba la trompeta en la orquesta cuando se llevó el arca a Jerusalén (1 Crónicas 15:24); (4) Levita, padre del escriba Semaías (1 Crónicas 24:6); (5) Hijo del portero Obed-edom en tiempos de David (1 Crónicas 26:4); (6) Príncipe de Judá enviado por el rey Josafat a enseñar la ley de Jehová por las ciudades de Judá (2 Crónicas 17:7); (7) Jefe de los levitas en el reinado de Josías  (2 Crónicas 35:9); (8) Miembro de la familia de Pasur que se había casado con una mujer extranjera en tiempos de Esdras y prometió despedirla y presentó como ofrenda de reparación un carnero (Esdras 10:19-22; cf. Levítico 5: 17-19); (9) Sacerdote post-exílico de la tribu de Leví en tiempos del sumo sacerdote Joiacim (Nehemías 12:21); (10) Hijo de un sacerdote de la tribu de Leví que tocó la trompeta en la dedicación del muro y del Templo de Jerusalén (Nehemías 12:36) (Sigfried H. Horn, Diccionario Bíblico Adventista, pp. 144, 827, 828; J. D. Douglas, Nuevo Diccionario Bíblico, p. 165).
[2] Sentarse debajo de su propia higuera era un símbolo de seguridad, paz y prosperidad sobre la tierra (1 Reyes 4: 25; Miqueas 4:4; cf. 2 Reyes 18:31; Proverbios 27:18; Isaías 36:16; Zacarías 3:10). cf. Fred H. Wight, Usos y costumbres de las tierras bíblicas (Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz, 1981), p. 219.
[3] cf. con la profesión de fe de Pedro (Mateo 18:16) y de Tomás (Juan 20: 28).
[4] Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, 117.
[5] cf. John MacArthur, Doce hombres comunes y corrientes (Nashville, Tennessee: Editorial Caribe, 2004), pp. 147, 148; Mario Veloso, Juan. Contando la historia de Jesús Dios (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2011), p. 36; Mario Veloso, Comentario al Evangelio de Juan (Miami, Florida: Pacific Press Publishing Association, 1997), p. 82.
[6] Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, p. 113-115.
[7] Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, p. 52. Elena G. de White agrega que “el pueblo de Nazaret no creía en él [Jesús]” (p. 167; cf. pp. 204, 205).
[8] Elena G. de White, Historical Sketches, p. 149. Año 1886.
[9] cf. Alfred Edersheim, Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo (Terrassa, Barcelona: Editorial Clie, 1990), pp. 58-60.
[10] Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, p. 260; cf. La Educación, p. 81.
[11] Elena G. de White, Mensajes Selectos, t. 1, pp. 484, 485.
[12] Elena G. de White, Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, pp. 28, 29. Y además agrega: “Los ángeles del mundo de luz están cerca de aquellos que con humildad solicitan la dirección divina” (El Deseado de Todas las Gentes, p. 113-115; cf. Atlantic Union Gleaner, 9 de junio de 1909).
[13] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesíastica, Libro V, 10, 3.
[14] Ver Francis D. Nichol, Comentario Bíblico Adventista, t. 6, p. 39; Sigfried H. Horn, Diccionario Bíblico Adventista, p. 144; Bartolomé el apóstol. Disponible en http://es.wikipedia.org/wiki/Bartolom%C3%A9_el_Ap%C3%B3stol

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