Un amigo en medio de la noche.
Dios “sí” responde las
oraciones.
Víctor A. Jofré Araya, Magíster © en
Educación Religiosa.
Colegio Adventista de Arica, Chile (2013).
Se le puede escribir a victorja@gmail.com
“¡Haz honor a tu nombre y actúa en nuestro favor!” (Jeremías 14: 21, RVC).
“¡Haz honor a tu nombre y no tardes más!” (Daniel 9: 19, NVI).
Una joven me dijo una vez: “Dejé de interesarme en
Dios cuando descubrí que él no se interesa en mí”. Una de las interrogantes más
comunes en la experiencia cristiana se relaciona con el interés que la
Divinidad manifiesta hacia sus criaturas y, sin duda alguna, ese interés de
demuestra más vívidamente cuando oramos al Señor y deseamos experimentar la
certeza de la respuesta divina a nuestras oraciones o a las que son elevadas
por sus hijos. Si bien las Escrituras dan por sentado esta seguridad (cf. Marcos 11: 24; Juan 16: 23, 24; 1
Juan 5: 14-15; entre otros), en la experiencia cotidiana pareciera
que esa respuesta tarda o, a veces, no llega y nuestra confianza se ve remecida
y, naturalmente, dejamos de confiar.
En este respecto, fue el mismo Jesús quien nos
expresó la seguridad de su respuesta con las siguientes palabras: “Pedid y se
os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide
recibe, el que busca halla y al que llama se le abrirá” (Mateo 7: 7, 8; Lucas
11: 9, 10, RVR60). “Todo cuanto pidiereis en oración –afirmó el Salvador-,
creed que lo recibiréis ya; y lo tendréis” (Marcos 11: 24, RVR60). Entre los
apóstoles, Pablo nos asegura que Aquel “que no escatimó ni a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas?” (Romanos 8: 32, RVR60). Y en el Antiguo Testamento tenemos el
testimonio de Jabes, quien oró al Señor y “Dios le concedió lo que pidió” (1
Crónicas 4: 9, RVR60). Tanto Mateo como Lucas comparan al Padre celestial como
un padre amoroso quien, cuando su hijo le pide un pan, un pescado o un huevo,
no duda en darle lo que éste le pide y no le da algo que sabe que le hará daño (Mateo
7: 9, 10; Lucas 11: 11, 12).
En el Evangelio de Lucas, la mencionada sentencia de
seguridad dada por Jesús (Lucas 11: 9, 10) se pronuncia posterior a una
pregunta que el Gran Maestro plantea a su auditorio (quienes minutos antes le
habían solicitado que les enseñara a orar, v. 1). La pregunta del Salvador dice
así:
“¿Quién de vosotros que tiene un amigo que va a vosotros de noche y
le dice: Amigo, préstame tres panes, pues un amigo mío ha llegado de camino y
no tengo qué poner delante de él, le responde diciendo: No me molestes, pues ya
está la puerta cerrada y mis niños están conmigo en la cama y no puedo
levantarme y darte nada?” (vv. 5-7; traducción personal. Énfasis añadido).
La pregunta de Cristo pareciera decirnos: “¿Quién
de vosotros reaccionaría así? ¿Creen ustedes que ésta es la manera en que el
amigo que está dentro de su casa actuaría?” La respuesta del mismo Jesús nos
sorprende aún más. Ésta pareciera ser: “¡Nadie actuaría así! ¡No!,
definitivamente no, nadie”. El Gran Maestro continúa la historia y da las
razones para dicha respuesta:
“Os digo que se levantará,
no sólo por ser su amigo, sino para no
ser deshonrado, y le dará todo lo que necesite” (v. 8; traducción personal.
Énfasis añadido).
Dos opiniones encontradas
Para muchos, incluido el testimonio del espíritu de
profecía, esta parábola enunciada por Jesús nos enseña acerca de la necesidad
de persistencia y perseverancia en la oración. Al respecto Elena G. de White
declara:
“La ilustración de Cristo
presenta un principio que todos necesitamos comprender. Demuestra lo que es el
verdadero espíritu de oración, enseña la necesidad de la perseverancia al
presentar a Dios nuestras peticiones, y nos asegura que él está dispuesto a
escucharnos y a contestar la oración”.[1]
Sin embargo, un gran número de eruditos plantean
que en realidad la intención original del Señor en esta parábola es la seguridad de la respuesta a las
oraciones, más que la perseverancia e
insistencia en la oración. Josef
Schmid, por ejemplo, afirma:
“… en contra de la interpretación
corriente, no es su fin [de esta parábola] ilustrar la necesidad de la oración
constante, porfiada, sino sólo la seguridad de que Dios presta oídos a nuestras
súplicas […] Entonces no es tampoco el pensamiento central de la parábola el de
que se debe orar con obstinación y constancia para ser atendido por Dios, sino
el encarecimiento de la oración confiada”.[2]
Por su parte, William Barclay asegura:
“La lección de esta
parábola no es que debemos persistir en la oración, que tenemos que aporrear la
puerta de Dios hasta que no tenga más remedio que darnos lo que le pedimos,
como si Dios no estuviera dispuesto a molestarse […] no quiere decir que le
tenemos que sacar las cosas a la fuerza a un Dios despreocupado, sino que
acudimos a un Dios que conoce nuestras debilidades aún mejor que nosotros”.[3]
La resolución final a esta aparente contradicción
se encontraría en cómo se traduzca o interprete un diminuto término que se
encuentra en las palabras de Jesús. Éste término es anaideia,[4]
un concepto que la mayoría de las versiones bíblicas vierten como “impertinencia”,
“imprudencia”, “importunidad”, “persistencia” o “desvergüenza”.[5]
De acuerdo W. E. Vine, anaideia denota
desvergüenza e importunidad y se usa en esta parábola con respecto a la
necesidad de intensidad y perseverancia en la oración. De acuerdo a este autor,
“si la desvergonzada persistencia puede conseguir un favor de un vecino, con
toda certeza la oración ferviente recibirá respuesta de nuestro Padre”.[6]
Siguiendo esta misma línea de pensamiento, Gerhard Kittel comenta que anaides, muy común en la Septuaginta (o
Versión de los LXX), es sinónimo de insolente.[7]
De manera semejante, en obras de Arquíloco, Platón, Sófocles, Heródoto, Píndaro
y Epicteto, anaides se utiliza con el
significado de descaro.[8]
En este respecto, el Comentario Bíblico Adventista declara “el dueño de casa rechazó vez tras vez los urgentes pedidos de
su visitante de medianoche… pero éste no aceptó su negativa”.[9] Y el espíritu de profecía
agrega y afirma: “En la fe genuina hay un bienestar, una firmeza de principios
y una invariabilidad de propósito que ni el tiempo ni las pruebas pueden
debilitar”.[10]
Sin embargo, según Bailey:
“Es importante
entender que el concepto de “importunidad” no existía en aquella cultura [la
del antiguo cercano oriente], y que es un elemento que se ha “colado” en la
parábola debido a que aparece en los versículos que la siguen”.[11]
Bailey agrega que, traducir anaideia por persistencia, “produce serias dificultades teológicas”.[12] Surge entonces la
pregunta, ¿qué quiso enseñar Jesús con estos dichos acerca de la oración? El
tema de este pasaje, ¿es la necesidad de la perseverancia
e insistencia en la oración o la seguridad de respuesta a la misma?
Un
vistazo a la cultura bíblica
Intentaremos aclarar el sentido del texto en cuanto
a la persistencia en la oración o a la certeza de respuesta descubriendo su
significado en el contexto de la cultura del cercano oriente, más precisamente,
como se ha sugerido, en la vida de las clases humildes de Palestina, pues es precisamente
con este trasfondo que la parábola fue enunciada.
En primer lugar, los habitantes de Palestina y de
los países árabes creen que una persona que viene a su casa es enviada por
Dios. Vista así, la hospitalidad se transforma en una obligación sagrada (cf. Génesis 18: 2-7; 19: 1-3; Hebreos 13: 2). Un
amigo siempre es bien recibido y goza de muchos favores en estas tierras.
Incluso se recibe a un enemigo como huésped y es tratado como un amigo. De
igual manera, en los días de Cristo y de los apóstoles se daba mucha
importancia a la obligación de hospedar a los creyentes que llegaban al pueblo.
La hospitalidad entre los primeros cristianos promovió la camaradería y
fortaleció el crecimiento de la iglesia (cf.
Hechos 8: 4; 18: 1-3; 1 Timoteo 3: 2; 5: 10; Romanos 12: 13; 1 Pedro 4: 9; 3
Juan 8). En cuanto al trato con los huéspedes, lo primero que se le ofrece al
recién llegado es un vaso de agua (cf.
Génesis 24: 17, 18; Marcos 9: 41) y, a su vez, es considerado un acto muy
especial de hospitalidad el compartir el pan, pues es la manera de hacer un
pacto de paz y fidelidad (cf. Génesis
26: 30).[13]
De igual manera, en Jerusalén nadie consideraba su
casa como propia. Los rabinos enseñaban: “Que tu casa esté bien abierta y que
los pobres sean hijos de tu casa”.[14]
Algunos sugerían que la vivienda debería tener cuatro puertas para dar la
bienvenida a los viajeros que vinieran de cualquier dirección. También declaraban
que la hospitalidad era una acción tan meritoria como haber ofrecido los
sacrificios diarios.
Un visitante en medio de la noche sería un hecho
más bien inusual en las colinas de Palestina, pero considerando cuán relevante
es ofrecer hospitalidad, no haber sido hospitalario pronto sería sabido y, al
día siguiente, todo el pueblo podría verse envuelto en una situación engorrosa,
pues el invitado no lo es sólo del que lo acoge, sino también es huésped de
toda la comunidad. Toda la aldea es responsable de atender y cuidar al
visitante.[15]
Bailey, parafraseando el texto en cuestión,
pregunta:
“¿Puedes imaginarte que
tienes un invitado, que vas a casa del vecino para que te preste un poco de pan
y tu vecino te da unas excusas ridículas diciéndote que la puerta ya está
cerrada y que los niños ya están durmiendo?”[16]
Descubriendo el sentido
original de anaideia
Una de las soluciones dadas para la traducción de anaideia es considerar al amigo que está
en casa y no al amigo que procura ayuda como el sujeto que posee esta cualidad.
En este sentido, deberíamos pensar que aquel que duerme está preocupado en
responder a la petición de su inesperado amigo pues piensa en su propio descaro, es decir, “el descaro del que
se le tachará si se niega a ayudar al que le pide ayuda. Por eso le ayuda, no
por la amistad que les une, sino para que luego nadie diga que él es un aner anaides”.[17]
Aner anaides (hombre descarado) sería
una cualidad poco deseable y para nada respetable en una sociedad que tiene en
alta estima a quien está dispuesto a hospedar a quien quiera que fuese y, dado
que nadie en la aldea quiere ser etiquetado como descarado o desvergonzado,
el amigo en casa actúa para evitar a toda costa que esto ocurra. Así, una
traducción bastante aceptable de anaideia
en Lucas 11: 8 sería: “Por su sentido de
honor, se levantará y le dará lo que necesite”.
Teniendo este panorama en mente, Schmid argumenta:
“Una recusa del de dentro de la casa constituiría una violación inaudita de la
hospitalidad y el espíritu de servicio orientales, y por lo mismo no sería un
rasgo auténtico y realista de la parábola”.[18]
Así, por ejemplo, traducciones como la que vierte la Nueva Biblia
Latinoamericana (NBL) no le hacen mucho favor a la cultura oriental cuando expresa:
“Si el de afuera sigue golpeando, por fin se levantará a dárselos. Si no lo
hace por ser amigo suyo, lo hará para que no lo siga molestando” (v. 8). En
primer lugar, ningún amigo golpea o toca la puerta, sino más bien llama a viva voz para
que su amigo desde adentro le reconozca, sobre todo si va de noche y su
presencia no debería representar ninguna duda o peligro para aquel que le
escucha desde adentro. Al menos así podemos entender las palabras de Jesús
cuando nos dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz
y abre la puerta, entraré a él” (Apocalipsis 3: 20, RVR60; énfasis añadido). Y
en otro lugar dice: “Las ovejas oyen su
voz [del pastor]; y a sus ovejas llama
por nombre, y las saca… va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque
conocen su voz. Más al extraño no
seguirán, sino huirán de él, porque no
conocen la voz de los extraños” (Juan 10: 3-5, RVR60; énfasis añadido). Y
por otro lado, las minuciosas normas sociales en cuanto a la hospitalidad en
las lejanas tierras del cercano y medio oriente darían por inaceptable una
negativa de parte del que atiende desde su cuarto al pedido de su angustiado
amigo que también lucha por no quedar mal delante de su visitante.
Traducciones más modernas de las Escrituras hacen
mayor justicia en este texto. Por ejemplo, la Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
de las Sociedades Bíblicas Unidas, vierte el v. 8 de la siguiente manera: “Si
el otro sigue insistiendo, de seguro el vecino le dará lo que necesite, no
tanto porque aquel sea su amigo, sino para
no ser avergonzado ante el pueblo” (énfasis añadido). Por su parte, Today´s
New International Version (TNIV) de la International Bible Society, en una nota
de pie de página, vierte así el final del v. 8: “Yet to preserve his good name”
(“para preservar su buen nombre”;
traducción personal). Y New Living Translation lo traduce: “So his reputation
won’t be damaged” (“así su reputación no
será dañada”, traducción personal) o “in order to avoid shame” (“para evitar la vergüenza”, en un pie de
página; traducción personal). En la versión en español, la Nueva Traducción
Viviente (NTV), en un pie de página la vierten como “para evitar la vergüenza” o “para
que su reputación no se vea dañada”. Y Bailey lo traduce: “por evitar la
vergüenza”.[19]
Un Dios que no deshonra su nombre
Las Escrituras del Antiguo Testamento,
principalmente, dejan en claro que cuando un alma afligida busca auxilio,
socorro, perdón u oportunidades al Padre celestial lo hace por el honor del
nombre de Dios (cf. Salmos 25: 11, RVC:
“haz honor a tu nombre”). Expresiones tales como “por tu nombre”, “por amor a
tu nombre”, “por causa de tu nombre” y “por la gloria de tu nombre”, son comunes
a lo largo del Antiguo Testamento y todas ellas tienen relación con una súplica
por ayuda o perdón por parte del suplicante o penitente que desea ser
contestada y ante la cual se tiene la certeza de respuesta, pues se espera que
Dios responda “haciendo honor a su nombre” (Salmos 106: 8, NVI, DHH; cf. Salmos 31: 3, RVC, NVI: “por causa
de tu nombre”; Salmos 106: 8; 109: 21, RVR60: “por amor a su nombre”). Desde
esta perspectiva, el salmista exclama: “Por la gloria de tu nombre, ¡ayúdanos,
Dios de nuestra salvación!” (Salmos 79: 9, RVR60) y “pide a Dios que socorra a
Israel, no por amor a éste -pues nada merece-, sino por la gloria divina”.[20]
De igual manera, los profetas, así como el
salmista, ruegan a Dios, en espera de respuesta, exclamando: “¡Haz honor a tu
nombre!”. Por ejemplo, Jeremías exclama en 14: 21, RVR60: “Por amor de tu
nombre no nos deseches, ni deshonres tu glorioso trono” (cf. RVC: “¡Pero no nos deseches! ¡No deshonres tu trono glorioso!
¡Haz honor a tu nombre y actúa en nuestro favor”; NVI: “Actúa en razón de tu
nombre”; DHH: “Actúa por el honor de tu nombre”). Por su parte, Daniel ruega en
9: 19, RVR60: “No tardes, por amor de ti mismo” (cf. NVI: “¡Haz honor a tu nombre y no tardes más!”).
De acuerdo al Comentario Bíblico Adventista, la
expresión “por causa de tu nombre”, denota por la reputación o por causa del carácter
del Señor. Esta frase, según el mencionado Comentario, encierra un profundo
significado, pues indica que “el suplicante se somete a la voluntad divina” y
que “comprende que el honor de Dios está en juego en todo lo que atañe al
gobierno divino, y cree que el Altísimo sería deshonrado si le negara el pedido
que ahora le presenta”. Por su parte, “Dios se compromete a contestar una
oración tal, pero sólo de una manera que esté en armonía con su voluntad,
siendo que todo lo que Dios hace es una revelación de su carácter inmutable”.
Una respuesta desfavorable “deshonraría el nombre de Dios y negaría su palabra”.[21]
En este mismo contexto, el Señor afirma en Isaías
48: 9, RVC: “Por causa de mi nombre y porque está en juego mi alabanza,
refrenaré mi enojo” (cf. DHH: “Tuve
paciencia por respeto a mí mismo, por mi honor me contuve”). En Ezequiel 20:
44, NVI, el Señor asegura que él actuará “en favor de ustedes, en honor a mi
nombre y no según su mala conducta” (cf.
vv. 9, 14, 22). Es decir, no hay nada en el penitente que tenga mérito para la
respuesta divina favorable, sino que el Omnipotente responde para no ser
deshonrado delante de las naciones paganas y no haya duda de que el Dios de
Israel es el verdadero Dios. Así lo entiende el salmista cuando exclama: “Por
causa de tu nombre, ¡líbranos…! Que no digan los paganos: ¿Dónde está tu Dios?”
(Salmos 79: 9, 10, RVC, NVI; cf. Salmos 42: 3, 9, 10; 115: 1, 2; Miqueas 7: 10; Joel 2: 17). Y esta es la misma razón por la que
Salomón oraba:
“Asimismo
el extranjero, que no es de tu pueblo Israel, que viniere de lejanas tierras a
causa de tu nombre (pues oirán de tu gran nombre, de tu mano fuerte y de tu
brazo extendido), y viniere a orar a esta casa, tú oirás en los cielos, en el
lugar de tu morada, y harás conforme a todo aquello por lo cual el extranjero
hubiere clamado a ti, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu
nombre y te teman, como tu pueblo Israel, y entiendan que tu nombre es invocado
sobre esta casa que yo edifiqué” (1 Reyes 8: 41-43, RVR60).
En este sentido y contexto general, se
entiende cuando Bailey afirma:
“El clímax de
la parábola gira en torno a la cuestión del “sentido de honor” o “actitud
intachable” del hombre que está durmiendo, que le lleva a responder, aún en
medio de la noche, a la petición de su amigo”.[22]
¿Qué aprendemos de
todo esto?
En primer lugar, una idea que debe quedar clara es
que el personaje central de la parábola en cuestión es la figura del amigo de la
casa cerrada.[23]
Jesús mismo compara a este amigo con Dios: “Pues si vosotros, siendo malos,
sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial…?”
(Lucas 11: 13, RVR60; cf. Mateo 7: 11).
Un segundo punto importante es que la parábola nos
habla de la seguridad de la respuesta divina, más que de la necesidad de
persistencia en la oración. En este sentido, no es paralela a la parábola de la
viuda y el juez de Lucas 18: 1-7 como algunos lo han sugerido. Barclay asegura
que “al orar no nos estamos dirigiendo a alguien que no está dispuesto a
ayudarnos, sino a un Padre que se complace en suplir las necesidades de sus
hijos”.[24]
Por su parte, Elena G. de White afirma: “La seguridad que les dio [Jesús] de
que sus oraciones serían oídas, nos es dada también a nosotros […] Los que
tienen hambre y sed de justicia, los que suspiran por Dios, pueden estar
seguros de que serán saciados”.[25]
Además, “cuando no recibimos al instante las mismas cosas que hemos pedido,
debemos creer aun que el Señor oye y que contestará nuestras oraciones”.[26]
De igual forma, no debemos olvidar que ambos amigos
de la parábola se vieron enfrentados al mismo problema: debían cumplir con las
leyes de la hospitalidad propias de las comunidades campesinas de los tiempos
de Jesús. De no ser así, toda la aldea se enteraría al día siguiente de su
falta de interés en su prójimo y sus nombres y el de sus familias serían
deshonrados. Recordemos que es la reputación de toda una comunidad la que está
en juego, pues ser hospitalarios es deber de la aldea en general. Ahora bien,
aunque ambos amigos, el que pide y el que da, están en el mismo lío social y
comunitario, la “vergüenza” o la “deshonra” aduce al amigo que fue “molestado”
o “importunado” (el que está en casa) y no al que está “molestando” o
“importunando” (el que solicita ayuda). Por lo mismo, el que pide, porque
también fue importunado y al siguiente día debería dar razones delante de la
comunidad de su falta de hospitalidad, va donde su amigo, aún en medio de la
noche, porque está profundamente convencido de que le va a conceder su
solicitud.
Así mismo, Jesús nos asegura a través de esta
parábola que aún en medio de la noche más oscura, no importa en qué
circunstancias o cuán profunda sean nuestras necesidades o cuán inoportuno pareciera
ser nuestro pedido, el Padre, ese amigo que no duerme (Salmos 121: 3, 4), está
dispuesto a responder “por amor de su nombre” (cf. Salmos 23: 3). Bailey, al respecto, afirma: “La parábola enseña
que Dios es un Dios de honor y que el hombre puede estar completamente seguro
de que sus oraciones van a ser escuchadas”.[27]
El vecino de la parábola…
“[…] es un
hombre íntegro y no va a violar esa virtud. El Dios al que oras también es
integro, y no puede ir en contra de su integridad […] Si puedes estar seguro de
que, cuando vas a un vecino como ese en mitad de la noche, te va a dar lo que
necesitas, ¡cuánto más cuando llevas tus peticiones a tu Padre que te ama!”.[28]
Todo el universo es testigo de un Dios que no
desampara a sus hijos ni tampoco se hace esperar y que, por su propio honor que
es puesto en juego, provee de todo lo necesario para quienes confían en él. Elena
G. de White nos exhorta diciendo: “Presenta a Dios tus necesidades, gozos,
tristezas, cuidados y temores. No puedes agobiarlo, no puedes cansarlo. El que
tiene contados los cabellos de tu cabeza, no es indiferente a las necesidades
de sus hijos”.[29]
Podemos, por tanto, experimentar y debería ser nuestra tarea diaria desarrollar
una confianza tal, incondicional y absoluta, en la bondadosa y paternal respuesta
de nuestro Padre celestial.
[1] Elena G. de White, Palabras de Vida del Gran Maestro (Asociación Casa Editora
Sudamericana, Buenos Aires, 1995), p. 109.
[2] Josef Schmid, El Evangelio según San Lucas (Herder, Barcelona, 1968), p. 285, 286.
Énfasis en el original.
[3] William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento (Editorial Clie, Terrasa, Barcelona,
1994), volumen 4, p. 181.
[4] Al respecto Kenneth E. Bailey en su libro Las parábolas de Lucas (Editorial Vida,
Miami, Florida, 2009), p. 261, afirma: “Entenderemos correctamente los
elementos culturales de la parábola una vez que entendamos de forma adecuada la
palabra clave: anaideia” (cf. p. 269).
[5] Entre otras, las Versiones Reina-Valera
1909 (VRV09), Reina-Valera 1960 (VRV60), Reina-Valera 1995 (VRV95), Nueva
Reina-Valera 2000 (NRV2000), Biblia de las Américas (BLA), Nueva Biblia
Latinoamericana de Hoy (NBLH), Biblia de Jerusalén (BJ) y Biblia del Peregrino
(BP) lo traducen como importunidad;
la Nueva Versión Internacional (NVI), la Versión Dios Habla Hoy (DHH) y The New
Living Bible Spanish (NBD) lo vierten como impertinencia;
la Biblia al Día (BD), la Versión Reina-Valera Contemporánea (RVC), la Palabra
de Dios para Todos (PDT) y William Barclay, op.
cit., volumen 4, p. 181, lo traducen como insistencia. La Versión Recobro (VR) la vierte descarada insistencia; la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas
Escrituras (TNMSE) la traduce como persistencia
atrevida. La Biblia Hispanoamericana Traducción Interdenominacional (BHTI)
la parafrasea como evitar que lo siga
molestando. En la versión portuguesa de Joao Ferreira de Almeida se traduce
como importunacao. Por su
parte King James Version (KJV), lo traduce importunity;
New International Version (NIV) dice boldness
or persistence; Today’s New International
Version (TNIV) la vierte como shameless
audacity; The Authentic New Testament
de Hugh J. Schonfield (The New American Library of World Literature, Inc.,
Nueva York, 1958, p. 165) lo vierte como very
effrontery; Today’s English Version (TEV) y Contemporary English Version
(CEV) la parafrasean como you are not
ashamed to keep on asking;
[6] W. E. Vine, Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (Editorial
Clie, Barcelona, 1984), tomo 2, p. 231.
[7] Gerhard
Kittel (ed.), Theoligical Dictionary of
the New Testament (W. M. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids,
Michigan, 1976), volumen 1, p. 171.
[8] Bailey, op.
cit., p. 269.
[9] Francis D. Nichol (ed.), Comentario Bíblico Adventista
(Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1995), tomo 5, p. xxx.
[10] Elena G. de White, Palabras de Vida del Gran Maestro (Asociación Casa Editora
Sudamericana, Buenos Aires, 1995), p. 113.
[11] Bailey, op. cit., p. 261.
[12] Bailey, op. cit., p. 273.
[13] Fred H. Wight, Usos y costumbres de las tierras bíblicas (Editorial Portavoz,
Grand Rapids, Michigan, 1981), pp. 71-78, 127, 128.
[15] Bailey, op. cit., pp. 265, 266.
[16] Bailey, op. cit., p. 261.
[17] Bailey, op. cit., pp. 275, 276.
[18] Schmid, op. cit., p. 286.
[19] Bailey, op. cit., p. 262.
[20] Nichol, op.
cit., t. 3, p. 830; cf. p. 701,
el comentario de Salmos 25: 11.
[21] Nichol, op. cit., t. 3, p. 713.
[22] Bailey, op. cit., p. 261.
[23] cf. Schmid, op. cit., p.
286.
[24] Barclay,
op. cit., volumen 4, p. 180.
[25] Elena G. de White, El Camino a Cristo (Asociación Casa
Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2007), p. 49, 50.
[26] Elena G. de White, El Camino a Cristo (Asociación Casa
Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2007), p. 50.
[27] Bailey, op. cit., p. 261.
[28] Bailey, op. cit., p. 280.
[29] Elena G. de White, El Camino a Cristo (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos
Aires, 2007), p. 52.
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