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jueves, 5 de diciembre de 2013

¿Hay un lugar para los adventistas en política?



¿Hay un lugar para los adventistas en política?
Jane Sabes (Ph.D., Auburn University) es profesora de ciencias políticas en Andrews University. Anteriormente trabajó como secretaria del departamento de Salud y servicio social en el estado de Wyoming. Email: sabesja@andrews.edu.

Abraham, José, Ester, Daniel, Moisés. Nombres bien conocidos para casi todos. Consideremos por un momento cómo fueron catapultados al centro del escenario todos estos personajes bíblicos. También tengamos en cuenta las significativas bendiciones que se obtuvieron como resultado de que ellos se ocuparon de asuntos políticos.
José ejerció el don que Dios le dio de interpretar sueños, cuando predijo siete años de prosperidad para Egipto, a ser seguidos por igual número de años de hambruna devastadora. Diseñó entonces un plan para salvaguardar la nación y sus habitantes durante esos tiempos peligrosos. Como recompensa por su buen consejo fue designado jefe de estado, segundo después del rey. “Por qué dispuso el Señor exaltar a José a tan grande altura entre los egipcios? Podía lograr sus propósitos […] de cualquier otra manera […] pero quiso hacer de José una luz, y lo puso en el palacio del rey para que la luz celestial alumbrara cerca y lejos […]. También mediante Moisés, Dios colocó una luz junto al trono del mayor reino de la tierra, para que todos los que quisieran, pudieran conocer al Dios verdadero y viviente”.1
La experiencia de Daniel, Ananías, Misael y Azarías fue similar a la de José. Al ver en esos jóvenes promesa de notable capacidad, Nabucodonosor decidió prepararlos para ocupar posiciones importantes en su reino. “He ahí al cautivo judío [Daniel], sereno y dueño de sí mismo en presencia del monarca del más poderoso imperio del mundo […]. El Rey de reyes estaba por comunicar una gran verdad al monarca babilónico.”2 Recompensado por su distinguido servicio, “el rey puso a Daniel en un puesto prominente y lo colmó de regalos, lo nombró gobernador de toda la provincia de Babilonia y jefe de todos sus sabios. Además, a solicitud de Daniel, el rey nombró a Sadrac, Mesac y Abednego administradores de la provincia de Babilonia. Daniel, por su parte, permaneció en la corte real. (Daniel 2:48,49).*
El desfile de piadosos individuos en servicio público continúa en el Antiguo Testamento, con Esdras. Su vida “entre los judíos que permanecieron en Babilonia era tan singular que atrajo la atención favorable del rey Artajerjes, con quien habló libremente acerca del poder del Dios del cielo […]. Era tan grande la confianza que tenía el rey en la integridad de Esdras, que le manifestó un favor señalado […] hizo de él un representante especial del reino medo-persa y le confirió extensos poderes”.3 Del mismo modo Nehemías, jefe de seguridad (“copero”) del rey Artajerjes “tenía libre acceso a la presencia real. En virtud de su puesto y gracias a su capacidad y fidelidad, había llegado a ser amigo y consejero del rey”.4
Abdías, otro devoto creyente, fue designado mayordomo del palacio del rey Acab (1 Reyes 18). Permaneció fiel a Dios independientemente de su cargo junto al rey más malvado de Israel. Además, por su elevada posición, Abdías pudo albergar y alimentar a cien profetas de Dios durante el hambre de tres años y medio.
También tenemos a Ester, que por providencia de Dios fue elegida reina del Imperio Medo-Persa. Desde esa posición pudo frustrar los planes de Amán para exterminar al pueblo de Dios y su tío Mardoqueo, por informar de un atentado contra la vida del rey Asuero, recibió el cargo anteriormente ocupado por Amán, “ascendiéndolo a un puesto más alto que el de todos los demás funcionarios que estaban con él” (Ester 3:1).5
En contraste con el Antiguo Testamento, los escritores del Nuevo exploran más el reino de la justicia. Sin embargo continúan dando el perfil de personas involucradas en los asuntos públicos. Recordemos a Zaqueo. En Lucas 19 se relata el notable cambio que se operó en la vida de este hombre debido a su encuentro con Cristo. Como resultado del mismo, este personaje anteriormente de mala fama, ejerció luego sus deberes con limpia conciencia, sin que haya indicios para sugerir que Cristo le hubiera pedido que abandone su cargo de recolector principal de los impuestos en Jericó.
En épocas más modernas tenemos a Juan Wiclef, un cristiano ejerciendo diversos cargos gubernamentales. Elena White comenta: “Mientras desempeñaba el cargo de capellán del rey, se opuso osadamente al pago de los tributos que el papa exigía al monarca inglés […]. Las exigencias del papa habían provocado profunda indignación y las enseñanzas de Wiclef ejercieron influencia sobre las inteligencias más eminentes de la nación […]. Wiclef fue nuevamente llamado a defender los derechos de la corona de Inglaterra contra las ususrpaciones de Roma, y habiendo sido nombrado embajador del rey, pasó dos años en los Países Bajos […]. Poco después de su regreso a Inglaterra, Wiclef recibió del rey el nombramiento de rector de Lutterworth. Esto le convenció de que el monarca, cuando menos, no estaba descontento con la franqueza con que había hablado. Su influencia se dejó sentir en las resoluciones de la corte tanto como en las opiniones religiosas de la nación”.6
A través de los siglos, los seguidores de Cristo han influido sobre las autoridades. Lo que todas estas personas tuvieron en común fue un carácter irreprochable, respeto por las autoridades terrenas y sensibilidad a la voz de Dios. Sus vidas ejemplares subrayan el valor de que los cristianos accedan a cargos públicos.
Aparte de estos ejemplos bíblicos, hay gran divergencia de opinión sobre el grado de participación cristiana en asuntos de política. El pensamiento de los creyentes en relación al estado parece oscilar entre dos extremos. En un lado están aquellos que, como los testigos de Jehová, se alejan de todo lo que sea político, esquivando toda forma de participación política, incluyendo el voto, el servicio militar o el acceder a cargos públicos, en base a su convicción de que “todos los gobiernos están bajo el control de Satanás”.7 Esto contrasta agudamente con la iglesia católica, que regularmente formula posiciones sobre justicia social y políticas de estado, y que mantiene un ente que representa la posición de la iglesia ante el congreso de los Estados Unidos,8 y un sitio en la red informática para dar a conocer a los laicos sus posiciones sobre diferentes asuntos políticos.9 Entonces están también los que se sitúan a la extrema derecha del espectro político, trabajando para establecer el reino de Dios como un dominio terrenal; una teocracia en nuestros días.

Extranjeros y advenedizos
Como iglesia, los adventistas del séptimo día manifiestan ambivalencia hacia la participación en la política, con la sola excepción de defender la libertad religiosa. Lo más problemático parece ser la interpretación y aplicación de cinco pasajes de la Biblia. El primero se refiere a los cristianos como “extranjeros y advenedizos” en el planeta (Hebreos 11:13-16; Filipenses 3:20,21). Asimismo, los himnos de la iglesia se refieren al pueblo de Dios como “peregrinos”. Pero, ¿debieran estas alusiones de “otro mundo” llevarnos a concluir que los creyentes no tienen responsabilidad moral para con el mundo terrenal?
Cristo fue confrontado precisamente en este asunto de dónde debiera depositarse la lealtad del cristiano. La pregunta fue, ¿a quién debieran pagarse los impuestos, a Dios o al César? En esa ocasión el Maestro introdujo el concepto de doble ciudadanía afirmando claramente que tanto la esfera celestial como la terrenal merecen nuestra lealtad (Mateo 22:15-22; Romanos 13). Los cristianos deben obedecer las leyes nacionales y apoyar las iniciativas del país, cuando no violan su conciencia, a la par de tener en mente una comisión celestial más elevada (2 Corintios 5:20).

El papel divino en las potestades terrenas
Un segundo concepto bíblico con el que los cristianos se debaten, es el de distinguir el papel divino y el nuestro, en relación a los gobiernos terrenales. Dado que la tarea de Dios es la de poner y quitar reyes (Daniel 2), ¿no es entonces la participación de los cristianos en el proceso político algo innecesario o aún entrometido?
De hecho, es verdad que quienes gobiernan —presidentes, primeros ministros y reyes— lo hacen sólo bajo permiso divino. Consideremos, por ejemplo, el control que Dios ejerció sobre el orgulloso rey babilonio Nabucodonosor. Mientras andaba un día por la terraza de su palacio musitó: “‘¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!' Todavía estaban estas palabras en los labios del rey cuando vino una voz del cielo: “‘Éste es el decreto en cuanto a ti, rey Nabucodonosor. Tu autoridad real se te ha quitado. Serás apartado de la gente y vivirás entre los animales salvajes; comerás pasto como el ganado, y siete años transcurrirán hasta que reconozcas que el Altísimo es el soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere'” (Daniel 4:29-32).
Pero el profeta Miqueas (6:8) llama nuestra atención a las importantes responsabilidades que nos caben como creyentes; practicar la justicia y otorgar misericordia, ejercida con la mayor humildad. Del mismo modo Amós (5:24) exhortó a que la justicia fluyera como un río, y la rectitud como corrientes perennes. ¿Sería entonces suficientemente concienzudo de parte de los buenos samaritanos el encontrar repetidamente víctimas a la vera del camino sin preguntarse sobre cómo reducir la tasa de delincuencia? ¿Sería responsable de parte de los cristianos repartir diariamente pan a los hambrientos sin considerar la política económica de la nación y los métodos por los cuales se la podría mejorar? Ayudar a formular políticas públicas es un camino por el cual los cristianos pueden mostrar su fe a través de sus obras, ocupándose de los demás.

La unión en yugo con los incrédulos
Una tercera advertencia emitida por los que quieren disuadir a los cristianos que desean ocupar cargos públicos es la de que no debemos unirnos en yugo desigual con los incrédulos (2 Corintios 6:14-17). La preocupación es que la afiliación al mundo nos contaminará espiritualmente o comprometerá los principios.
Un teólogo que ponderó la aplicación de este principio bíblico es Ronald Thiemann, decano de la facultad de teología de Harvard University. Escribe que “precisamente porque una sociedad pluralista requiere diálogo e intercambio de ideas con aquellos que son ‘diferentes' es que el espacio público proporciona un contexto dentro del cual la fe busca el entendimiento en conversación con personas que tienen diferentes compromisos”.10 La plaza pública brinda un foro exigente pero recompensador para seguir la admonición de Cristo de ser sabios como serpientes aunque inofensivos como palomas (Mateo 10:16).

Reino y mundo
El cuarto argumento usado para confrontar a los cristianos que entran en política consiste en las palabras de Cristo mismo, “mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Se hace referencia también al comentario de Elena White, de que “el gobierno bajo el cual Jesús vivía era corrompido y opresivo; por todos lados había abusos clamorosos: extorsión, intolerancia y crueldad insultante. Sin embargo, el Salvador no intentó hacer reformas civiles, no atacó los abusos nacionales ni condenó a los enemigos nacionales. No intervino en la autoridad ni en la administración de los que estaban en el poder. El que era nuestro ejemplo se mantuvo alejado de los gobiernos terrenales. No porque fuese indiferente a los males de los hombres, sino porque el remedio no consistía en medidas simplemente humanas y externas. Para ser eficiente, la cura debía alcanzar a los hombres individualmente, y debía regenerar el corazón”.11
Ningún cristiano discutiría el hecho de que la humanidad no puede ser “mejorada” por medios legislativos o edictos gubernamentales. En cambio, es el corazón transformado que cambia el carácter, la conducta, las situaciones, y por lo tanto la sociedad. Pero esta declaración de Elena White no tenía el propósito de limitar los escenarios en los cuales los cristianos pueden trabajar y testificar.
Es un hecho que Elena White habló y usó extensamente la página impresa en favor de la aplicación estricta de los edictos municipales que ordenaban el cierre de bares,12 contra la promulgación de leyes dominicales,13 y también en contra del “pecado de la esclavitud”.14 Asimismo habló en defensa de los adventistas del séptimo día amenazados por el servicio militar obligatorio durante la guerra civil.15
Ella también proporcionó aliento a los jóvenes que consideraran la política como vocación cristiana de esta manera: “Queridos jóvenes: ¿cuál es el blanco y propósito de vuestras vidas? ¿Ambicionáis una educación para tener un nombre y posición en el mundo? ¿Tenéis pensamientos que no os atrevéis a expresar, de un día estar en la cima de la grandeza intelectual, de sentaros en los concilios deliberativos y legislativos, y ayudar a promulgar las leyes de la nación? No hay nada malo en estas aspiraciones. Cada uno de vosotros puede alcanzar su blanco. No debierais contentaros con logros mediocres. Apuntad alto, y no ahorréis sufrimientos para alcanzar la norma.”16 La vida de ella demostró que hay una vocación de participación en la política que nace, no del espíritu partidista, sino de un análisis bien considerado de los asuntos en juego y de la acción responsable.
Por cierto, hay prohibiciones específicas dirigidas a los adventistas con respecto a la participación eclesiástica en la política: (1) los que “enseñan la Biblia” en las congregaciones y escuelas no deben expresarse con parcialidad en favor o en contra de ciertos políticos o cuestiones políticas porque esto podría agitar la mente de otros, llevando a divisiones en la iglesia; (2) no se aconseja a los miembros de iglesia votar sistemáticamente ciertos partidos, porque “no sabemos por quién estamos votando”; (3) se aconseja a los miembros no “tomar parte en ningún plan político” o asociaciones políticas. En su lugar, Elena White nos recuerda que los adventistas han de guiarse por principios santos y elevados: (4) los miembros no han de alinearse con políticos que no apoyen la libertad religiosa; (5) los cristianos no deben usar “divisas políticas” que lleven de algún modo a la división en la iglesia: (6) no se debe usar el diezmo para pagar a alguien para “discursear sobre asuntos políticos”; y (7) las publicaciones de la iglesia no debieran exaltar a los individuos influyentes porque son meros mortales, ni alabar su trabajo, porque es pasajero.17 Viviendo vidas ejemplares, los cristianos sirven de “epístolas conocidas y leídas por todos” (2 Corintios 3:2) con el expreso propósito de reclutar ciudadanos para el reino eterno de Cristo.

Separación de iglesia y estado
La separación de iglesia y estado es el quinto y más fuerte argumento dirigido a los cristianos que buscan cargos políticos. Pero lo que puede sorprendernos es saber que la mayor parte de los gobiernos comparten las preocupaciones de la comunidad religiosa en cuanto a mezclar lo sagrado con lo secular. La exsecretaria de estado Madeleine Albright escribió: “La mayoría de nosotros no queremos que nuestros dirigentes confundan su propia voluntad con la voluntad de Dios, pero tampoco queremos que pasen por alto los principios religiosos y morales.”18
Una apreciación sincera de la relación entre iglesia y estado muestra abundantes beneficios que los grupos religiosos obtienen de legítimas estructuras políticas; por ejemplo, la exención de impuestos sobre propiedades de la iglesia. Pensemos cuánto más difícil sería la obra de la iglesia sin las garantías gubernamentales de libertades civiles y del imperio de la ley.
Consideremos cómo estarían los pobres, sin la presencia de un pueblo que teme a Dios. Al mantener altas normas morales, actuar en favor del prójimo, realizar obras de beneficencia y asistencia en caso de desastres, los cristianos ejercen una influencia positiva sobre el orden social. “Si los que sirven a Dios fuesen quitados de la tierra, y su Espíritu se retirase de entre los hombres, este mundo quedaría en desolación y destrucción, como fruto del dominio de Satanás. Aunque los impíos no lo saben deben aún las bendiciones de esta vida a la presencia, en el mundo, del pueblo de Dios al cual desprecian y oprimen”.19

Conclusión
Los adventistas tienen un papel vital para desempeñar en el proceso gubernamental de una nación. Cuando los cristianos se ausentan de la política, lo que David Easton llama “la distribución de valores con autoridad”20 la vida pública queda en manos de los incrédulos: se diseñan los currículos educativos, se fija la política de estado, y se hacen decisiones globales sin que se ofrezcan perspectivas cristianas o adventistas. ¿No será que los que gobiernan pueden interpretar nuestro silencio respecto de los asuntos en discusión como si no tenemos nada que contribuir al debate?
Por cierto, la vida de fe debe recibir prioridad sobre los asuntos políticos. Como cristianos somos embajadores, no de un partido político, sino del reino de Cristo. La política es volátil y si no somos cuidadosos, un asunto ganado en una discusión política puede significar perder una oportunidad de alcanzar los corazones de la gente de opinión contraria. Los cristianos deben siempre tener presente cuál es su primera vocación.
Las Escrituras contienen numerosos ejemplos de mensajeros de Dios que pusieron en riesgo la comisión que se les había dado. El rey Saúl se absorbió tanto en la eliminación de su presunto enemigo que no pudo conducir a la nación al ideal divino. Otro ejemplo es el de David, a quien Dios había pedido no censar los varones de edad militar por temor a que la nación basara su seguridad en el tamaño de su ejército antes que en la confianza en el poder divino. A pesar de ello David ordenó realizarla, con resultados devastadores. El más sabio de los hombres, Salomón, permitió que su nación degenerase como consecuencia de su obsesión por las mujeres. Entonces tenemos también al rey Ezequías quien, al invitar a los representantes de Babilonia, ensalzó la vitalidad económica de la nación en lugar de conducirlos a Dios, la fuente de tales bendiciones.
“Intensas eran las tentaciones que los rodeaban [a Daniel y sus tres amigos] en aquella corte corrompida y lujuriosa”.21 Pero “no fue el orgullo o ambición lo que los había llevado a la corte del rey, junto a los que no conocían ni temían a Dios”.22 “Conscientes de que Dios los había puesto donde estaban, y de que estaban haciendo su obra y cumpliendo las exigencias de su deber”.23 Hoy, docenas de adventistas sirven a sus países fielmente como jueces, embajadores, intendentes, ministros de gobierno y otras tareas prominentes. Ya sea que sirvan como designados políticos, personal de gobierno, o ciudadanos privados dotados de voz y voto así como de oración (Jeremías 29:7), que la gloria de Dios irradie a través de nosotros, promoviendo la justicia y el bienestar, y atrayendo hombres y mujeres al reino eterno de Cristo.

REFERENCIAS
* Todas las citas bíblicas corresponden a la Nueva Versión Internacional.
1. Elena White, Patriarcas y profetas, (Mountain View, California: Pacific Press Publ. Assn., 1975), p. 385.
2. _____, Profetas y reyes, (Mountain View, California: Pacific Press Publ. Assn., 1979) pp. 363,364.
3. Ibid., pp. 448.
4. Ibid., p. 464
5. Ibid., pp. 442,443.
6. _____, El conflicto de los siglos (Mountain View, California: Pacific Press Publ. Assn., 1977), pp. 88-91.
7. http://en.wikipedia.org/wiki/Jehovah's_Witnesses#endnote_w96_0601_1.
8. http://www.usccb.org/index.shtml.
9. http://thecatholicvote.org/.
10. Ronald F. Thiemann, Religion in Public Life: A Dilemma for Democracy (Washington, D.C.: Georgetown University Press, 1996), 169.
11. Elena White, El deseado de todas las gentes (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Assn., 1977), p. 470.
12. _____, Signs of the Times, (December 04, 1907).
13. _____, Review and Herald, (March 30, 1911).
14. _____, Review and Herald (August 27, 1861); Testimonies for the Church (Mountain View, California: Pacific Press Publ. Assn, 1948), vol. 1, pp. 264, 534.
15. Arthur White, Ellen G. White: The Progressive Years 1863-1876 (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publ. Assn., 1986), p. 40, cf pp. 34-44 and 99-109.
16. Elena White, Fundamentals of Christian Education (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publ. Assn., 1923), p. 82.
17. _____, “Special Testimony Relating to Politics,” Fundamentals of Christian Education (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publ. Assn., 1923), pp. 475-484.
18. Madeleine Albright, The Mighty & the Almighty (New York: HarperCollins Publishers, 2006), p.104.
19. Elena White, El deseado de todas las gentes, p. 272.
20. David Easton, A Framework for Political Analysis (Chicago: University of Chicago Press, 1979).
21. Elena White, Profetas y reyes (Mountain View, California: Pacific Press Publ. Assn. 1979), p. 353.
22. Ibid., p. 355.
23. Ibid., p. 363.

El cristiano y la política




El cristiano y la política

Bert B. Beach (Ph.D., Universidad de París, Sorbonne) es el director de relaciones entre iglesias de la Asociación General. Su dirección es: 12501 Old Columbia Pike, Silver Spring, MD 20904, EE. UU. de N.A.

¿Debe desempeñar el cristiano algún papel en la política? ¿Pueden un miembro o la iglesia misma estar involucrados en la política? ¿Cómo deben relacionarse ellos con el estado y con las autoridades políticas del momento? Estas y otras preguntas han surgido desde el mismo nacimiento de la iglesia cristiana.
Algunos adventistas creen que la iglesia no tiene ningún papel político que desempeñar, y que el papel del cristiano, como individuo, es insignificante. Esta idea está fundada en el concepto de que el reino de Cristo no es de este mundo. Otros adventistas insisten que tanto los individuos como la iglesia tienen responsabilidades sociopolíticas indiscutibles para mejorar las condiciones de vida. Algunos cristianos van varios pasos más allá alegando que la tarea más grande del cristianismo es trabajar para lograr un orden político cristiano que conduzca al establecimiento del reino de Dios en la tierra. Entre estas dos tendencias extremas existe una gran gama de variaciones.

El ejemplo de Cristo
Solamente en muy raras ocasiones Jesús hizo referencia al tipo de sociedad política a la cual debían aspirar él y sus discípulos. El no asumió la posición de ser un reformador o defensor sociopolítico. Tampoco enunció ninguna plataforma política. Las tentaciones en el desierto tenían una clara dimensión política y él las resistió. A pesar de que tuvo más de una oportunidad para asumir el mando del pueblo aprovechando situaciones en que se podría dar un golpe de estado (por ejemplo, la alimentación de la multitud y la entrada triunfal a Jerusalén), no escogió esa opción.
Al mismo tiempo, las enseñanzas de Jesús pueden conducir a un significativo acontecimiento sociopolítico cuando son vividas por la comunidad cristiana. El les ofreció buenas nuevas a los pobres, libertad a los oprimidos y “vida en abundancia” (Juan 10:10). Por lo tanto, los adventistas contemporáneos, al seguir el ejemplo de los cristianos a través de los siglos, deben reconocer que pesa sobre sus hombros cierta responsabilidad social. Los pioneros predicaban no solamente el evangelio de la salvación personal, sino que también estaban interesados en los alcohólicos, los esclavos, las mujeres oprimidas y en las necesidades educacionales de los niños y los jóvenes.

La Biblia y la responsabilidad sociopolítica
La responsabilidad sociopolítica del cristiano está basada en dos fundamentos bíblicos. Primero, la doctrina de la creación. Dios creó ex nihilo un universo y nos estableció como mayordomos gobernantes de este mundo. La mayordomía incluye responsabilidad y obligación de responder por medio del dominio sobre la jurisdicción que le ha sido asignada.
Segundo, la doctrina de la humanidad. Los seres humanos han sido creados a la imagen de Dios. Los parámetros de la responsabilidad humana con respecto al servicio descansan dentro de este concepto bíblico de la naturaleza humana. El punto de vista cristiano es que los hombres y mujeres no son una resaca que flota en el mar de la vida, sino personas con un papel responsable que desempeñar y con un futuro brillante. Este potencial humano ofrece propósito, dirección y optimismo a los cristianos que sirven a otros en el ambiente comunal.
Por lo tanto, el cristianismo no es una religión de un individualismo insular o de una introversión aislante, sino que es una religión de comunidad. Los dones y las virtudes cristianas conllevan implicaciones sociales. La dedicación a Jesucristo significa dedicación a todos los hijos de Dios, lo cual engendra la responsabilidad por el bienestar de otros.


El dilema de la doble ciudadanía
Los cristianos sinceros afrontan el dilema de la doble ciudadanía. Por un lado, pertenecen al reino de Dios y por otro, a su país de ciudadanía. Son parte de la “nueva humanidad” y viven en medio de la “vieja humanidad”. ¿Existe aquí un conflicto inherente? ¿Debe la juventud adventista escoger una ciudadanía y renunciar a la otra? No cabe duda de que en algunas ocasiones puede haber un conflicto cuando las demandas o deberes de una ciudadanía chocan con los de la otra. En tales casos la Escritura es clara: “Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Sin embargo, el reino de Dios no está aislado del mundo presente; “entre vosotros está” (Lucas 17:21). En otras palabras, el reino de Dios es una esfera, una dedicación, una actitud y una manera de vida y pensamiento que se infiltra en la totalidad de nuestra existencia y da especial significado a nuestra ciudadanía nacional. Es la soberanía de Dios que invade la vida humana.

El “no hacer nada” es una acción política
El orden político de la sociedad es la provisión providencial de Dios para la humanidad caída. Dios no le pide a la “gente buena” de la sociedad que se mantenga fuera del proceso gubernamental y se aleje del control socio-político y económico, dejándolo en manos de los “malhechores”. Los cristianos deben ser la sal y la luz de un mundo social y por lo tanto no pueden optar sencillamente por salirse del proceso político. En realidad, una abdicación tal sería en sí una acción política que abre el camino para el control político por aquellos que apoyan algo menos que los valores cristianos. El “no hacer nada” es una receta segura para que el pecado llegue a ser el amo. Los adventistas tienen tanto el derecho como el deber de usar su ciudadanía terrenal con el fin de mantener a la iglesia libre para poder cumplir con su mandato y ayudar como individuos a satisfacer las urgentes necesidades sociales.

Deberes de la ciudadanía política
Los adventistas afrontamos por lo menos cuatro deberes de ciudadanía política.
Primero, el deber de la oración a favor de los que ocupan cargos gubernamentales. Necesitamos orar pidiendo ayuda divina en la solución de algunos de los problemas socio-políticos que afectan la vida humana negativamente y también por la proclamación del evangelio. Las oraciones y las súplicas de los fieles se elevan mucho más allá que las declaraciones y acuerdos que llenan montañas de papel reciclable.
Segundo, el deber de votar y presentar peticiones ante las autoridades gubernamentales. Los adventistas debiéramos votar, aun cuando a veces tengamos que hacerlo escogiendo entre el menor de dos o más males. En relación con esto, registrarse para votar es el primer paso que debe darse.
Tercero, el deber de educarnos y estar bien informados. Los adventistas, no menos que otros ciudadanos, necesitamos estar involucrados en una educación continua con respecto a los problemas que afectan la vida presente como la futura. La ignorancia política no aumenta la dicha espiritual.
Cuarto, el deber de lanzarnos y mantener una posición pública. Los adventistas tenemos este derecho constitucional. Además, algunos nombramientos a puestos gubernamentales no requieren lanzarse a una campaña. Ellen White declara que no hay nada malo en aspirar a sentarnos “en asambleas legislativas y deliberantes, y dictar leyes para la nación”.1 Sin embargo, aconseja que los pastores y los maestros empleados por la denominación se abstengan de actividades políticas partidarias.2 La razón que da es clara: La política partidaria corre el riesgo de crear disensiones. Un pastor podría fácilmente dividir su congregación debido a diferentes partidos y debilitar en gran manera su habilidad de servir como pastor de todo el redil.



Peligro de politización
Habiendo subrayado las responsabilidades y privilegios del ciudadano, se hace necesario dar una advertencia contra el peligro de la politización tanto de los individuos como de la iglesia. Los adventistas, al igual que otros cristianos, corren el peligro de ser engañados por César. El éxito en la política involucra transigencias, la exaltación personal, el ocultar debilidades y el juego de papeles partidarios. A veces, se vuelve necesario aceptar un curso de acción que no se corresponde con las mejores convicciones morales del individuo. La política es un jefe exigente y puede convertirse en algo totalmente absorbente. Los políticos cristianos caminan sobre una cuerda floja. Deben evitar contaminarse por la característica irónica y totalmente absorbente del activismo político que puede degradar sus esfuerzos a tal punto que podría parecer que no hay un Dios involucrado en los asuntos del hombre.
Hay un creciente aumento del peligro de politización dentro de las iglesias. Esto no solamente ha conducido a la participación de la iglesia en actividades políticas, sino también a la interpretación de la fe cristiana y del evangelio en términos de valores políticos. En muchas iglesias el interés parece haberse desviado de la moralidad individual a la moralidad social. El resultado ha sido que en ciertos segmentos de la iglesia se ha permitido que las ideas seculares sirvan para modelar los valores cristianos de manera que hay muy poca diferencia entre lo secular y lo sagrado. Es triste ver que por lo general, a menudo las actitudes cristianas son las mismas que las de la sociedad en general.

Participación discreta de parte de la iglesia
Lo que acabamos de decir nos indica la necesidad de una participación política juiciosa. Una iglesia mundial con miles de instituciones, con 10 millones de miembros adultos y muchos más seguidores, no puede evitar de tener contacto con el Estado y de participar en la política, que es el arte de gobernar. No solamente los individuos, sino también las organizaciones de la iglesia, tienen derechos y responsabilidades. La iglesia tiene el derecho de intervenir en lo que respecta a la legislación o acciones reglamentarias que afectan la misión de la iglesia, ya sea de manera positiva o negativa.
La iglesia nunca (¡y nunca es una palabra fuerte!) debe identificarse con un partido político o sistema político en particular. Una identificación tal podría resultar en un alfa rápido de privilegios temporales, pero que inevitablemente arrastrará a la iglesia por el resbaloso declive político hacia el omega de la parálisis evangelística y profética.
En resumen, “la iglesia deber ser la iglesia” y no una agencia sociológica más. Su enfoque más promisorio para lograr un cambio en la sociedad es transformar individuos, gente. Al hacer esto, los adventistas cumpliremos de una manera doble la misión de Dios en el mundo: Evangelismo y servicio.

Notas y referencias
1.   Elena White, Mensajes para los jóvenes (Publicaciones Interamericanas) p. 33.
2.   White, Obreros evangélicos (Casa Editora Sudamericana) pp. 406-410.