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Este blog tiene como propósito compartir con mis alumnos y amigos ideas y artículos relacionadas con el mundo de la Religión, la Psicología, la Filosofía y la Educación.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Ejemplo de un método de estudio de la Biblia

Curso de Homilética y Oratoria para Jóvenes Predicadores

Iglesia Adventista Juvenil “Maranatha” – Arica

Métodos de Estudio de la Biblia

Método escogido: Método de estudio y análisis de un libro.[1]

Libros escogidos: 1ra. y 2da. Epístolas de Pablo a Timoteo.

Tema: Deberes y cuidados de los predicadores y maestros.[2]

De acuerdo a los consejos que Pablo le da a su discípulo e hijo amado Timoteo en su 1ra. y 2da. carta, podemos resumir los deberes y cuidados que los predicadores y maestros deben tener en nuestras congregaciones de la siguiente manera:

1.     Deben enseñar la Palabra de Dios

Los predicadores y maestros deben dedicarse a proclamar, predicar y enseñar la sana y buena doctrina (1 Tim. 1: 3, 4, 10; 4: 6, 16; 2 Tim. 1: 13; 3: 10; 4: 3), la cual constituye en definitiva la Palabra de Dios (2 Tim. 2: 9; 4: 1). Esta Palabra se encuentra en las Sagradas Escrituras que han sido inspiradas por Dios (2 Tim. 3: 15, 16), las cuales han sido transmitidas y conservadas en libros y pergaminos (2 Tim. 4: 13). En los días del anciano apóstol, las Escrituras a las cuales se refiere en sus cartas eran lo que nosotros conocemos como el Antiguo Testamento. Dichas Escrituras estaban divididas en la Ley (los libros de Moisés), los Profetas (mayores y menores) y los Salmos (que incluían tanto los libros poéticos como los históricos). El contenido de dicha enseñanza y predicación incluyen la ley en general (1 Tim. 1: 7-10) y los mandamientos en particular (1 Tim. 1: 5, 18; 1 Tim. 6: 14).

2.     Deben enseñar las palabras de Jesús y de los apóstoles

También la Palabra de Dios está conformada por las sanas palabras y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo (1 Tim. 1: 13; 6: 3) y también por las palabras y enseñanzas de los apóstoles que son eco de las del Señor (2 Tim. 4: 15). Estas palabras son aprendidas por los predicadores y maestros porque se transmiten de unos a otros, de los más ancianos y experimentados a los más jóvenes e inexpertos, pero que en su experiencia cristiana han demostrado los deseos y la capacidad de aprender y enseñar (2 Tim. 1: 13, 14; 2: 2; 3: 14). “Estas cosas”, como las llama Pablo (1 Tim. 4: 11), constituyen el misterio de la fe y las grandes verdades que deben ser anunciadas (1 Tim. 3: 9). Son el glorioso evangelio del Dios bendito (1 Tim. 1: 11), el cual debe ser predicado a pesar de las circunstancias (2 Tim. 1: 8-10; 2: 8). Esta doctrina debe ser enseñada conforme a la piedad, una doctrina que se ciñe a la verdadera religión (1 Tim. 6: 3). Estas son palabras de fe y de verdad (1 Tim. 2: 7; 4: 6; 2 Tim. 2: 15; 4: 4), de fe verdadera, no fingida y sincera (2 Tim. 1: 5), de palabras fieles y mensajes digno de crédito (1 Tim. 4: 9; 2 Tim. 2: 11). La colección escrita de las palabras de Jesús y de las enseñanzas de los apóstoles conformaron finalmente lo que conocemos como el Nuevo Testamento.

Si los predicadores y maestros leen, escuchan, enseñan y predican la Palabra de verdad, que en su conjunto son el Antiguo y Nuevo Testamento de nuestras Biblias, no deberían poner oídos a las fábulas profanas, las leyendas, los mitos y las novelerías (1 Tim. 3, 4; 4: 7; 2 Tim. 4: 3, 4). Con menor razón lo harán si estas enseñanzas constituyen una doctrina diferente, las cuales pueden incluso ser consideradas como falsas doctrinas o doctrinas de demonios (1 Tim. 1: 3, 4; 4: 1; 6: 3). También, en este respecto, los predicadores y maestros evitarán las vanas palabrerías (1 Tim. 1: 6, 7; 2 Tim. 2: 16) y también las profanas pláticas y discusiones sobre cosas vanas e inútiles, es decir, las cuestiones necias e insensatas. Incluso, deben evitarse los argumentos de lo que falsamente podría ser considerado como ciencia (1 Tim. 6: 20; 2 Tim. 2: 14, 23).

3.     Deben conocer la verdad

Los predicadores y maestros de la iglesia deben ser hombres nutridos con las palabras y las verdades de la fe (1 Tim. 4: 6). Aún desde su más tierna infancia, quienes deseen dedicarse al ministerio de la predicación y de la enseñanza deben conocer las Sagradas Escrituras para obtener sabiduría (2 Tim. 3: 15). Tienen el deber de conocer la verdad a cabalidad (1 Tim. 4: 3) y tener entendimiento en todo (2 Tim. 2: 7). Deben llegar a ser doctores de la ley (1 Tim. 1: 7) y ejemplos a los creyentes en palabra y fe (1 Tim. 4: 12) en sus respectivas congregaciones. Por lo tanto, no debería escogerse a predicadores o maestros neófitos o recién convertidos (1 Tim. 3: 6). “Reflexiona en lo que te digo –dice Pablo-, y el Señor te dará una mayor comprensión de todo esto. No dejes de recordar a Jesucristo… Este es mi evangelio” (2 Tim. 2: 7, 8, NVI). La verdad será progresiva para los predicadores y maestros que busquen mayor luz en las páginas sagradas de la Palabra de Dios y las enseñanzas de Jesús y los apóstoles.

4.     Deben enseñar, predicar y cuidar la verdad

No sólo es necesario que el predicador y el maestro conozcan la verdad profundamente, sino también es imperioso que sean aptos para enseñar esa verdad a otros (1 Tim. 3: 1, 2; 2 Tim. 2: 2, 24; cf. 3: 16). De igual forma, deben ser capaces de dar testimonio público del Señor (2 Tim. 1: 8) y ocuparse de la enseñanza de la verdadera fe (1 Tim. 2: 7; 4: 11, 13; 5:17; 6: 2), tal como Cristo mismo dio testimonio de su profesión de fe delante de Poncio Pilatos (1 Tim. 6: 13). Es en este sentido que estos líderes son constituidos por el Señor y reconocidos por la iglesia como predicadores, apóstoles y maestros (1 Tim. 2: 7; 2 Tim. 1: 11). Como apóstoles tienen autoridad para presidir y ordenar los intereses de la iglesia y como predicadores y maestros tienen la capacidad y la prerrogativa de enseñar la verdad a los creyentes (1 Tim. 4: 11).

Por lo anterior, es necesario que los predicadores y maestros sean líderes que se ocupen de la lectura de las Escrituras (1 Tim. 4: 13), ya sea públicamente en la sinagoga o en las iglesias o privadamente en los hogares. Este hábito espiritual (cuando se realiza en forma privada) y esta función eclesiástica (cuando se realiza ante la congregación), les hace ser buenos ministros de la Palabra (1 Tim. 4: 6). Esta práctica los transforma en heraldos, es decir, en hábiles predicadores del mensaje (1 Tim. 2: 7; 5: 17; 2 Tim. 1: 11; 4: 2, 17). Éstos líderes también se ocupan de la exhortación (1 Tim. 4: 13; 6:2; 2 Tim. 1: 11; 2: 14; 4: 2) y de la corrección y reprensión de aquellos que se oponen de una u otra manera a la verdad (2 Tim. 2: 25; cf. 3: 16).

En su calidad de doctores de la ley, los predicadores y maestros son los encargados de cuidar la doctrina y la enseñanza (1 Tim. 4: 16; 2 Tim. 1: 14). De igual forma, deben preocuparse de usar bien e interpretar correctamente la palabra de verdad. En esta responsabilidad se requiere que sean obreros aprobados, que no tengan nada de qué ser avergonzados (2 Tim. 2: 15). También son los custodios del mandamiento (1 Tim. 6: 14), de la fe (2 Tim. 4: 7) y de la piedad (1 Tim. 6: 11; 2 Tim. 2: 22; 3: 10). En definitiva, deben guardar bien todo aquello que se ha confiado a su cuidado (1 Tim. 6: 20).

En conclusión, los buenos predicadores y los hábiles maestros son instrumentos útiles para el Señor y ministros necesarios para el evangelio (2 Tim. 2: 21; 4: 11). Hacen la obra de un evangelista (2 Tim. 4: 5) y, haciendo esto, dice Pablo, se salvarán a sí mismo y a aquellos que le oyeren (1 Tim. 4: 16) y serán ejemplo para aquellos que, creyendo en Jesús, recibirán como recompensa la vida eterna (1 Tim. 1: 16). Los predicadores y maestros son parte activa e importante de la iglesia, pues ésta es fundamento, columna y baluarte de la verdad (1 Tim. 3: 15). Todo predicador y maestro debe llevar a cabo su función con la profunda convicción de que al cumplirla por amor a los escogidos, éstos también obtendrán la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna (2 Tim. 2: 10).

5.     Lo que debe ser evitado

En contraste, Pablo advierte a Timoteo en contra de los predicadores y maestros malvados, quienes lamentablemente sólo acarrean discusiones, disputas y divisiones (1 Tim. 1: 4), pues ni ellos son capaces de entender lo que hablan y lo que afirman (1 Tim. 1: 7). Como están envanecidos en su actuar, nada saben y deliran (1 Tim. 6: 4) y como son corruptos de entendimiento (1 Tim. 6: 5) y réprobos en cuanto a la fe (2 Tim. 3: 8), terminan siendo privados de la verdad (1 Tim. 6: 5) y nunca llegan al conocimiento completo de ella (2 Tim. 3: 7).

En realidad, agrega Pablo, este tipo de predicadores y maestros son líderes hipócritas y mentirosos. Su conciencia está cauterizada (1 Tim. 4: 2). Son maestros conforme a sus propias concupiscencias y malos deseos (2 Tim. 4: 3), pues se aman a sí mismos (2 Tim. 3: 2ss) y al mundo (2 Tim. 4: 10) más que a Dios. Por lo mismo, sólo toman la piedad y la religión como fuente de ganancias (1 Tim. 6: 5). Por lo mismo, se oponen a la sana doctrina (1 Tim. 1: 10) y a las palabras y al mensaje de los apóstoles (2 Tim. 4: 15), blasfeman contra la doctrina y la verdad (1 Tim. 1: 13, 20) y terminan desechando y trastornado la fe (1 Tim. 1: 19; 6: 10, 21; 2 Tim. 2: 18), apostatando de la verdad (1 Tim. 4: 1; 2 Tim. 2: 18; 3: 8) y apartando definitivamente su oído de ella (2 Tim. 4: 4).

Con estas acciones, concluye Pablo, estos falsos predicadores y maestros hunden a los hombres en destrucción y perdición (1 Tim. 6: 9) y alejan al creyente de la vida piadosa (2 Tim. 2: 16). Final y tristemente, en palabras del apóstol, las palabras y enseñanzas de este tipo de líderes carcomerán como gangrena (2 Tim. 2: 17).

Conclusión

A manera de conclusión, comparemos lo que ambas cartas nos dicen:

“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos” (1 Tim. 5: 21a).
“Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato (1 Tim. 6: 13).

“Hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tim. 6: 14b).

“Que guardes estas cosas sin prejuicios” (1 Tim. 5: 21).
 “Que guardes el mandamiento son mácula, ni reprensión” (1 Tim. 6: 14a).

“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Tim. 4: 1).
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos…





“en su manifestación y en su reino:


“Que prediques la Palabra, que instes a tiempo y fuera de tiempo, redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.


“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Tim. 4: 1-4).





[1] Para detalles de los demás métodos de estudio de la Biblia ver http://www.religion-filosofia.blogspot.com/2012/04/ metodos-de-estudio-de-la-biblia-victor.html
[2] Por Víctor Jofré Araya (2013), Teólogo Bíblico y Magíster © en Educación Religiosa. Actualmente se desempeña como Inspector General del Colegio Adventista de Arica, Chile. A menos que se indique otra cosa, la versión de la Biblia en español utilizada es la Reina-Valera Revisión 1960 (RVR60).

viernes, 6 de septiembre de 2013

Predicación Expositiva




Exponiendo las Escrituras:
La riqueza de la predicación expositiva.[1]



Introducción

Se entiende la predicación como la proclamación abierta y pública de la fe cristiana y de la actividad redentora de Dios por medio de Jesucristo a toda criatura. Esta definición está más allá del concepto popular de la predicación como simple exhortación. Predicación es la exposición de la Palabra de Dios en torno al tema de la redención y la revelación actual de la acción redentiva mostrada por Dios en el Calvario. “La predicación es el nexo perdurable entre el acto redentor de Dios y su captación por el hombre. Es el medio por el cual Dios contemporiza su histórica autorrevelación en Cristo, y ofrece al hombre la oportunidad de responder con fe”.[2] Por lo tanto, una predicación vacía de Cristo y de su Palabra es sólo un buen discurso y una excelente disertación. La verdadera predicación es la revelación de Jesús al hombre moderno por medio de la exposición de las Escrituras. 

Podemos agrupar las distintas predicaciones en tres categorías: (1) Textuales, es decir los que están basados en un único texto de las Escrituras de no más de tres versículos; (2) Temáticos o de tópico, o sea los basados en un tema o asunto en particular de la Biblia, por ejemplo, la justicia de Dios; y, (3) Expositivos. De acuerdo a algunos autores, el principal de los tres es el sermón o predicación expositiva, debido a que los dos primeros no representan un serio esfuerzo por interpretar, entender, explicar y aplicar la verdad de la Palabra de Dios en el contexto de las Escrituras. Sin embargo, varios autores están conscientes de la poca popularidad y la aversión e incluso enemistad que manifiestan algunos predicadores y congregaciones hacia la predicación expositiva. John MacArthur afirma: “Se observa una tendencia en el movimiento evangélico contemporáneo a apartarse de la predicación bíblica y a deslizarse hacia un acercamiento en el púlpito basado en la experiencia”.[3] El apóstol Pablo se enfrentó a la misma dificultad cuando exhortó al joven pastor Timoteo a cumplir su ministerio y predicar sólo la Palabra, pues –afirmó- vendría el tiempo en que a los oídos de la gente no sería soportable la sana doctrina y se apartarían de la verdad yendo tras las fábulas (2 Timoteo 4: 1-5).

La solución a esta problemática es la predicación expositiva. Toda predicación verdadera es predicación expositiva. Pero, ¿qué caracteriza a este tipo de predicación? ¿qué le hace tan amada para algunos y tan odiada para otros? El propósito del presente artículo es presentar la importancia y ventajas de la predicación expositiva en el contexto de la iglesia contemporánea, mostrando el por qué de su relevancia y los pasos para preparar un sermón expositivo poderoso.

¿Qué es la predicación expositiva?

En pocas palabras, un sermón expositivo es aquel en el que se interpreta una porción más o menos extensa de las Escrituras en relación a un tema. Esta porción es denominada por el Dr. James M. Gray como una unidad de exposición[4]. La unidad de exposición forma la base del sermón y está conformada por un grupo de versículos que podrían ser como mínimo entre dos y cuatro. Lo particular del sermón expositivo es que su tema se desprende del mismo texto en estudio.

La predicación expositiva es el producto acabado de un proceso exegético y de una interpretación adecuada, por lo que requiere un alto grado de preparación por parte del predicador, un conocimiento adecuado de las reglas de interpretación bíblica, una amplia experiencia al lado del texto bíblico y una abarcante información acerca de su contexto. No debería existir el “divorcio” entre el expositor y la Palabra. Un predicador expositivo debe ser un estudiante diligente de las Escrituras, capaz de detallar los sagrados escritos exponiendo el texto al auditorio para establecer su significado claro y preciso, explicar lo que resulta difícil de entender y emplear (aplicar) lo aprendido de manera apropiada y eficaz.

El propósito final de la predicación expositiva es desarrollar el significado del texto e interpretar y aplicar las Escrituras, es hacer claro y llano el significado de las Sagradas Escrituras. “La clarificación de un pasaje de las Escrituras debe tener como objetivo relacionar el pasado con el presente o mostrar la pertinencia de la verdad con la escena contemporánea”.[5] Stephen T. Olford señala: “La predicación expositiva es la explicación autorizada del Espíritu y la proclamación del texto de la Palabra de Dios con la debida atención al significado histórico, contextual, gramatical y doctrinal del pasaje dado, con el objeto específico de invocar una respuesta transformadora de Cristo”.[6]

¿Por qué una predicación expositiva?

Elena G. de White declara con intensa preocupación: “Mi corazón se llena de angustia cuando pienso en los mensajes tibios que dan algunos de nuestros ministros […] Los sermones de algunos de nuestros ministros tendrán que ser mucho más poderosos que los que se predican ahora, o muchos apóstatas oirán un mensaje tibio e indirecto que arrulla a la gente y la hace dormir”.[7] Por otro lado, se afirma que “la buena predicación demanda arduo esfuerzo… la razón básica de la predicación pobre es no invertir la energía ni el tiempo necesario en la preparación”.[8]

Entre las razones por las cuales se enfatiza la predicación expositiva, se pueden destacar:

1.    La predicación expositiva está apoyada por la autoridad de las Escrituras. Jeremías afirma: “No va a faltarle la ley al sacerdote, el consejo al sabio, ni al profeta la palabra” (Jeremías 18: 18, BJ). En el Antiguo Testamento, las Sagradas Escrituras dan testimonio del uso que los patriarcas y los profetas hicieron de la predicación expositiva.

Moisés y Josué hicieron uso de la exposición histórica (Deuteronomio 31-33; Josué 23: 2-16, 24: 2-27). David (Salmos 1, 8, 9, 16, 22, 23, 24, 32, 34, 37, 40, 46, 50, 66, 68, 75, 78, 89, 92, 93, 100, 104, 105, 106, 110, 118, 119, 128, 136, 145, 150), Salomón (Proverbios 1: 2, 3; 2 Crónicas 6: 1-42; Eclesiastés 1: 12, 13; 12: 9, 10) y los profetas (Isaías 6; 30: 9; Daniel 9; 2 Samuel 12: 23; Jeremías 32: 33; Malaquías 2: 9) hicieron uso de la exposición descriptiva e instruccional. Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento y el primero del Nuevo, también utilizó la predicación expositiva en la preparación del camino del Señor (Juan 1: 19-34; Mateo 3: 1-12; Marcos 1: 2-8).

Otro claro ejemplo del período veterotestamentario es Esdras. En los días de la reconstrucción de Jerusalén dirigida por Nehemías, “Esdras se había entregado de corazón al estudio de la ley del Señor, y a cumplirla y enseñarla a los israelitas” (Esdras 7: 10, RVC). Esdras leyó el libro de la Ley a “todo el pueblo y a todos los que podían entender, lo mismo a hombres que a mujeres” y “todo el pueblo escuchaba con mucha atención la lectura del libro de la ley”. Mientras la ley era leída, los levitas “explicaban al pueblo la lectura… y es que la lectura de la ley se hacía con mucha claridad, y se recalcaba todo el sentido, de modo que el pueblo pudiera entender lo que escuchaba”. Producto de este ejercicio de lectura clara, explicando el significado y con propósitos pedagógicos y prácticos, es decir, una lectura expositiva, “el pueblo estaba tan interesado que no se movía de su lugar” y “todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley”, mientras los levitas “explicaban al pueblo el sentido de la ley”. “Y pasaron el día muy alegres, pues habían entendido las explicaciones que les habían dado”. Aún más, “al día siguiente, los jefes de las familias de todo el pueblo, y los sacerdotes y los levitas, se reunieron con el escriba Esdras para que les explicara las palabras de la ley” (Nehemías 8: 1-13, RVC; énfasis añadido).

2.    La predicación expositiva está apoyada por la autoridad de Jesús. Cristo, el expositor por excelencia, hizo despliegue de su comprensión de las Escrituras mientras discutía con los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles, a la vez que éstos se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas (Lucas 2: 46, 47). “Sus preguntas sugerían verdades profundas que habían quedado oscurecidas desde hacía mucho tiempo, y que, sin embargo, eran vitales para la salvación de las almas… [Jesús] les presentaba una lección divina y hacía ver la verdad en un nuevo aspecto”.[9]

Jesús inició su ministerio predicando y enseñando (Mateo 4: 23; 9: 35; Marcos 1: 14, 15). Él afirmaba: “Oísteis que os fue dicho… más yo os digo” (p. e. Mateo 5: 21, 22). El Sermón del Monte (Mateo 5-7) y el sermón en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4: 16-30) son modelos de predicación expositiva. Después de la resurrección, Jesús “partiendo de Moisés, y siguiendo por todos los profetas, comenzó a explicarles [a los discípulos camino a Emaús] todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él” y que era necesario que se cumpliera todo lo que estaba escrito acerca de él en la ley, los profetas y los salmos. “Entonces les abrió el entendimiento para que pudieran comprender las Escrituras, y les dijo: Así está escrito”. El testimonio posterior de estos discípulos fue: “¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24: 27, 32, 44, RVC; énfasis añadido). “Este fue el método de enseñanza de Cristo. Cuando hablaba a la gente, le preguntaban sobre el significado de lo que enseñaba. Él estaba preparado en todo momento para explicar el significado de sus palabras a los que buscaban humildemente ser iluminados”.[10]

Al respecto se hace la siguiente invitación: “El predicador expositivo de hoy debe moldear su ministerio de acuerdo a la obra expositiva de Cristo. Debe estudiar el método de Cristo cuidadosamente… La enseñanza de Cristo muestra que la exposición puede tomar varias formas, siempre y cuando sea fiel al propósito distintivo de la explicación de la Escritura”.[11]

3.    La predicación expositiva está apoyada por la autoridad de los apóstoles del Nuevo Testamento. Pedro predicó a sus oyentes en el día de Pentecostés una exposición de Joel 2: 28-32 y de los Salmos 16: 8-11 y 110: 1 (Hechos 2: 14-36). Además expuso su interpretación de cómo debían aplicarse las leyes judías entre los cristianos (Hechos 15: 7-11). Asimismo, Esteban elaboró ante los dirigentes judíos una exposición de las porciones históricas de Génesis y Éxodo (Hechos 7: 2-53) y Santiago expuso a la naciente iglesia una interpretación de las leyes judías (Hechos 15: 13-21). Por su lado, Felipe preguntó al etíope eunuco mientras leía al profeta Isaías: “¿Entiendes lo que lees? El etíope le respondió: ¿Y cómo voy a entender, si nadie me enseña?” “Entonces Felipe le empezó a explicar a partir de la escritura que leía [Isaías 53: 7, 8], y le habló también de las buenas noticias de Jesús” (Hechos 8: 30-35, RVC; énfasis añadido).

Por su parte, Pablo, el más grande maestro y expositor después de Jesús, sólo conocía el método de la predicación expositiva. Por ejemplo, la utilizó en su defensa de la fe ante los epicúreos y estoicos de Atenas (Hechos 17: 16-31). Los consejos de predicar la Palabra (2 Timoteo 4: 2), de usar bien la palabra de verdad (2 Timoteo 2: 15), de enseñar y predicar los principios (1 Timoteo 4: 13; 6: 2), de instruir y enseñar (1 Timoteo 6: 17; 2 Timoteo 3: 15-17), definen perfectamente el sentido primario y principal de la predicación expositiva en la mente de Pablo. El apóstol exhortó diciendo: “Si enseñas esto a los hermanos, serás un buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido” (1 Timoteo 4: 6, RVR60). William Barclay afirma: “Las cartas de Pablo son sermones más que tratados teológicos […] Un estudio cuidadoso de este apóstol como maestro y predicador expositivo de Cristo producirá profundos conocimientos en cuanto a la predicación”.[12] Elena G. de White agrega: “Pablo era un orador elocuente… trataba, mediante el uso de un lenguaje sencillo, de introducir en el corazón las verdades de vital importancia”.[13]

4.    La predicación expositiva está apoyada por la historia eclesiástica. En la iglesia primitiva, el Medioevo y la Reforma, la predicación expositiva ha tenido famosos defensores, concentrados en un puñado de hombres que se han dedicado a esta clase de predicación.

Entre los padres apostólicos (s. II–V) se destacan Basileo, Gregorio Nazienceno, Gregorio de Niza, Agustín, Juan Crisóstomo y Ambrosio. Por ejemplo, en los escritos de Agustín figuran más de seiscientos sermones, incluyendo exposiciones de los Salmos y del Evangelio de Juan. En la época medieval (s. V–XV) se han detectado señales de predicación expositiva entre los paulacinos, los valdenses y los albigenses, además de los pre-reformadores Juan Wicleff, Guillermo Tyndale, Juan Hus, Girolamo Savanarola, Erasmo de Rotterdam y Juan Colet.

Durante la Reforma (s. XVI-XVII) y su énfasis en la Sola Scriptura, fueron grandes expositores Martín Lutero, Ulrico Zwinglio, Baltasar Hubmaier, Juan Calvino, Enrique Bullinger, Juan Knox y los anglicanos Juan Jewel, Hugh Latimer y Thomas Cartwright. En la época posterior a la Reforma se destacan los puritanos y, entre ellos, William Perkins, José Hall, Tomás Goodwin, Ricardo Baxter, Juan Owen, Tomás Manton, Juan Bunyan, Esteban Charnock y Guillermo Greenhill. A propósito, Juan Calvino escribió: “No nos metamos en la cabeza buscar Dios en ningún otro sitio que en su Sagrada Palabra, o pensar cosa alguna acerca de Él que no esté motivada en su Palabra, o decir nada que no sea tomada de esa Palabra”. Y los puritanos declararon: “la verdadera predicación es la exposición de la Palabra de Dios […] la predicación expositiva debe controlarlo todo”.[14]

Desde el s. XVII hasta nuestros días, la predicación expositiva ha estado representada principalmente por algunos “inconformes” que se mostraron contrarios a la predicación temática. Los más notables han sido Juan Gill, Mathew Henri, Andrés Fuller, Roberto Hall, Juan Brown, Juan Eadie y Alejandro Carson. A finales del s. XIX en Gran Bretaña y EE.UU. se encuentran Santiago H. Thornwell, Juan Broadus (conocido como “el príncipe de los expositores”), Juan C. Ryle, Carlos J. Vaughan, Alejandro Maclaren, José Parker, Carlos Haddon Spurgeon, Santiago Hastings y Guillermo Robertson Nicoll. El s. XX produjo unos cuantos expositores tales como Harry Allan Ironside, Donal Grey Barnhouse, James M. Gray, William Bell Riley, Wallie Amos Criswell, James Denny, George Campbell Morgan, William Graham Scroggie, D. Martin Lloyd-Jones, John Robert Walmsley Stott, James Montgomery Boice y John MacArthur.

Al igual que Jesús, los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los primeros cristianos, los reformadores y los predicadores contemporáneos, “nuestro trabajo debería abarcar toda oportunidad para presentar la verdad en su pureza y sencillez donde hay algún deseo o interés para oír las razones de nuestra fe”.[15] Nuestra labor como expositores de la Palabra de Dios, es desarrollar la verdad en un lenguaje sencillo que la gente pueda entender, en una predicación que tenga como fin la transmisión de la verdad y la transformación de la vida.

Ventajas y fortalezas de la predicación expositiva

1.    El método expositivo es, en un sentido, la forma más sencilla de predicar, pues el orden del texto bíblico determina directamente el orden del sermón que será predicado.[16]

2.    La predicación expositiva asegura el logro de un mejor conocimiento de las Escrituras por parte del predicador y de los oyentes, dado que dará repetidas ocasiones para comentar acerca de pasajes de la Biblia que de otra manera no se usarían en el ministerio de la predicación. Es eficaz en producir una congregación bíblicamente instruida, pues obliga a que los sermones contengan más de la pura verdad bíblica y de los modos bíblicos de ver las cosas. De igual forma es una poderosa manera de presentar y reforzar las verdades bíblicas en la mente de los predicadores y de los oyentes, pues motiva una lectura minuciosa y un profundo estudio y promueve el uso de las Escrituras en los servicios religiosos. Visto así, la predicación expositiva tiene el potencial de bendecir, enriquecer y fortalecer la vida y la fe tanto del predicador como de la congregación. El pastor y el rebaño reciben el mismo beneficio. Mantiene la predicación centrada en la Biblia, a la vez que satisface las necesidades reales de la congregación, previniendo el “analfabetismo religioso”[17].

Stephen F. Oldford argumenta: “La predicación es la clave para la renovación de la iglesia […] cuando un hombre de Dios se sitúa delante del pueblo de Dios con la Palabra de Dios en su mano y el Espíritu de Dios en su corazón, usted está frente a una oportunidad única de comunicación […] las iglesias crecen en madurez cuando la Palabra de Dios les es expuesta con fidelidad y sensibilidad […] la vida, la salud y la fortaleza de la Iglesia dependen de la predicación expositiva”.[18] Y Elena G. de White agrega: “Que la palabra de Dios hable a la gente […] Los predicadores deben presentar la segura palabra profética como fundamento de la fe”.[19]

3.    La predicación expositiva da lugar a una variedad de temas a presentar ante la congregación. Algunos de los temas extraídos de una unidad expositiva podrían incluir doctrinas, devocionales, ética, profecía, tipo y antitipo, biografías, historia, evangelismo, exhortación y consolación.[20]

4.    La predicación expositiva es un modelo efectivo para la interpretación adecuada de las Escrituras.[21]Toda predicación debe ser expositiva si ha de ajustarse al patrón de las Escrituras”.[22]

5.    La predicación expositiva permite que la Biblia hable con autoridad. El sello de la autoridad bíblica permite que algunas verdades o enseñanzas demasiado incómodas se acepten con mayor facilidad cuando se basan y desprenden de la Palabra en lugar de ser sólo los pensamientos del ministro. Si consideramos que todo sermón debe tener un contenido teológico y ser doctrinalmente exacto, la predicación expositiva atiende a ambos aspectos pues, como Pablo exhortó, predicar la Palabra en forma expositiva significa instar a tiempo y fuera de tiempo, redargüir, reprender y exhortar con toda paciencia y doctrina (2 Timoteo 4: 2, RVR60). Elena G. de White exhorta diciendo: “Debemos considerar la Palabra de Dios como la autoridad suprema. Debemos aceptar sus verdades y hacerlas nuestras. Podemos apreciarlas únicamente si las buscamos mediante el estudio personal”.[23]

6.    La predicación expositiva promueve la evangelización. Pablo animó a Timoteo: “Proclama la Palabra… realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio” (2 Timoteo 4: 2, 5, BJ). James S. Steward exhorta: “Dedique el energía de su ministerio a la predicación expositiva y no solamente se le escuchará, no solamente se mantendrá su mensaje fresco y variado, sino que en el sentido más real, estará haciendo la obra del evangelizador”.[24] Por su parte, cuando un predicador dirige una serie de sermones expositivos que han sido esmeradamente preparados, cumple, en el más amplio sentido, el ministerio de la evangelización y la enseñanza de la Palabra de Dios a su congregación. La verdad bíblica es mejor grabada cuando se obtiene directamente de las Escrituras. La congregación neófita es nutrida con alimento sólido y otros que aún no conocen al Señor, podrán tener una mejor vislumbre de su amor, de sus enseñanzas y de su voluntad.

Procedimiento para el estudio y posterior bosquejo de un sermón expositivo

1.    El paso inicial en la preparación de un sermón expositivo es la observación.[25] Robert A. Traina define la observación como “el medio por el cual la información de un pasaje llega a ser parte de la mentalidad del estudiante”.[26] Esto implica la lectura detenida y el estudio cuidadoso del pasaje o texto en cuestión a fin de comprender su significado, fijándose en sus términos, estructura y forma literaria. Debe haber una profunda familiaridad entre el predicador y el texto, incluido su autor, destinatarios, mensaje, propósito, lugar y fecha de escritura, etc. El texto de estudio puede ser unos pocos versículos, un capítulo entero o un libro completo. La base del bosquejo expositivo también puede ser la unión de dos o tres pasajes de mayor extensión, procedentes de varias partes de las Escrituras.

2.    Dado que casi todo pasaje de las Escrituras tiene más de un tema, se debe determinar y seleccionar el tema predominante, asunto central, la “gran idea” o idea principal de la porción de las Escrituras y las ideas progresivas o pensamientos integrantes extraídos desde el texto bajo consideración.[27] Por lo tanto, un sermón expositivo tiene como finalidad la presentación de un solo tema principal. Deberíamos ser capaces de encerrar el tema en una sola palabra, frase o sentencia, expresando el corazón del mensaje, el sermón en unas pocas palabras. Esto ayuda a precisar cuál es el mensaje principal que se desea impregnar en la mente de la congregación y que se retenga luego de finalizado el sermón. Un peligro en que pueden caer los predicadores, y principalmente los predicadores expositivos, es permitirse digresiones del pasaje a exponer y divagar en torno a otros temas ajenos a los del texto en cuestión.

3.    Determinar, a partir de las palabras, frases significativas o verdades sugeridas por el mismo pasaje, cuáles son las divisiones principales y naturales del texto y luego bosquejarlas. En algunos casos el bosquejo puede ser sacado de la unidad expositiva en un orden diferente del que se halla en el texto. Por otro lado, es posible tratar un pasaje de las Escrituras desde distintos enfoques y obtener de esa manera dos o más bosquejos totalmente diferentes el uno del otro basados en un mismo pasaje.

4.     Luego de los pasos anteriores, sigue la interpretación. James Braga afirma: “La interpretación es la característica básica de la predicación expositiva”.[28] Y John MacArthur ha señalado: “La predicación expositiva es exegética”.[29] La interpretación adecuada de un texto, incluyendo sus divisiones y subdivisiones, sigue las reglas y los métodos de la hermenéutica. Una regla simple de interpretación es considerar el texto en su significado más obvio y natural, considerando qué significó para los primeros oyentes.

Para esto es indispensable notar las diferencias entre el lenguaje, la cultura, la geografía y la historia de los tiempos bíblicos y nuestros tiempos, es decir, el contexto o marco histórico y cultural de la unidad expositiva escogida. Siempre que sea posible, se debe ser lo más detallista posible, aunque no exhaustivo, en tanto que las habilidades y los recursos personales del predicador lo permitan. Un error por parte del expositor en este respecto es perderse en detalles y no interpretar correctamente el texto. John MacArthur afirma: “Las habilidades para el estudio bíblico excelente son el fundamento sobre el cual se edifican los buenos sermones expositivos”.[30] James Braga agrega: “El estudio del contexto debe llevarse siempre a cabo si queremos ser fieles expositores de las Escrituras”.[31] El uso de comentarios, diccionarios, léxicos y concordancias bíblicas, además de literatura relacionada con la historia, arqueología y costumbres de los tiempos bíblicos y otras fuentes literarias relacionadas, serán de ayuda incalculable.

5.     Finalmente, debe considerarse la aplicación. “El estudio bíblico no está completo hasta que se descubra la verdad y se aplique a situaciones de la vida real”.[32] Las verdades contenidas en el texto deben relacionarse con el presente, es decir, contextualizar. En este paso se debe ser cuidadoso, pues una aplicación inadecuada o descontextualizada del texto estudiado y expuesto puede generar más problemas que soluciones. Sin embargo, aunque la aplicación es importante, en la elaboración y exposición del sermón debe dedicarse más tiempo a la explicación del texto y menos a la aplicación del mismo.

Conclusiones

Si bien la predicación expositiva no ha sido la más amada entre los predicadores a través de la historia y mayormente en nuestros días, no significa que éste sea un tipo inadecuado de presentar las profundidades de las Escrituras al rebaño del Señor. Lejos de ser hostiles a su uso, es deber de todo buen predicador adquirir las habilidades y herramientas necesarias y suficientes que le hagan un hábil expositor de la Palabra de Dios para su congregación. Las ventajas que este método de estudio y exposición bíblica son numerosas y todos podemos vernos beneficiados de su uso en nuestras congregaciones.

Una lectura minuciosa, un estudio acucioso, una exégesis detallada, una clara exposición y una adecuada aplicación de las Sagradas Escrituras a la realidad contemporánea de la grey de Cristo, harán de la predicación expositiva una mina de preciosas gemas que no tienen comparación. Invito a todos los predicadores que harán lectura de estas líneas a que juntos respondamos al ruego encarecido de Pablo: “Predica la Palabra y cumple tu ministerio”.


[1] Víctor A. Jofré Araya (2013), Magíster © en Educación Religiosa. Actualmente se desempeña como Inspector General del Colegio Adventista de Arica, Chile.
[2] J. D. Douglas (1997). Nuevo Diccionario Bíblico. Sin lugar: Ediciones Certeza, pp. 1113, 1114.
[3] John MacArthur, Jr. (1996). El redescubrimiento de la predicación expositiva. Nashville, Tennessee: Editorial Caribe, pp. 40, 41. Énfasis en el original.
[4] James Braga (1994). Cómo preparar mensajes bíblicos. Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz, p. 61.
[5] Braga. op. cit. p. 62.
[6] Stephen F. Oldford (1998). Guía de predicación expositiva. Nashville, Tennessee: Broadman & Holman Publishers, pp. 70, 71.
[7] Elena G. de White (2008), Testimonios para la iglesia. 2da. Edición. Florida: Asociación Publicadora Interamericana, tomo 8, pp. 43, 44.
[8] MacArthur. op. cit. p. 236.
[9] Elena G. de White (2007). El Deseado de todas las gentes. 3ra. Edición. Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, p. 42.
[10] Elena G. de White (2008), Testimonios para la iglesia. 2da. Edición. Florida: Asociación Publicadora Interamericana, tomo 6, p. 75.
[11] MacArthur. op. cit. p. 58.
[12] Citado MacArthur. op. cit. p. 58.
[13] Elena G. de White (1997). El ministerio pastoral. Silver Springs, Maryland, p. 221.
[14] Citado por MacArthur. op. cit. p.  68.
[15] Elena G. de White (2008), Testimonios para la iglesia. 2da. Edición. Florida: Asociación Publicadora Interamericana, tomo 3, p. 238.
[16] Braga. op. cit. p. 99.
[17] Marco A. Calderón Wills (2000). Predicación bíblica. Un modo fácil de hacer sermones. Vinto, Cochabamba: Imprenta CEAB, pp. 20, 21; cf. Oldford. op. cit. pp. 19-28.
[18] Oldford. op. cit. pp. 70, 71.
[19] Elena G. de White (1997). El ministerio pastoral. Silver Springs, Maryland, pp. 217, 218.
[20] Braga. op. cit. pp. 88, 89.
[21] MacArthur. op. cit. pp. 141-159, 161-177, 179-201.
[22] MacArthur. op. cit. p. 59. Énfasis en el original.
[23] Elena G. de White (2008), Testimonios para la iglesia. 2da. Edición. Florida: Asociación Publicadora Interamericana, tomo 6, p. 402.
[24] Citado por Charles E. Bradford (sin año), Predicación para estos tiempos. Hagerstown, Maryland: Review and Herald Graphics, p. 48.
[25] Braga. op. cit. pp. 63-81; cf. Oldford. op. cit. pp. 82-102.
[26] Citado por MacArthur. op. cit. p. 237.
[27] Braga. op. cit. p. 86; Oldford. op. cit. p. 77; MacArthur. op. cit. p. 246.
[28] Braga. op. cit. pp. 87, 88.
[29] MacArthur. op. cit. p. 249; cf. pp. 141-159, 161-177, 179-201. Véase además: Oldford. op. cit. pp. 103-143.
[30] MacArthur. op. cit. p. 244.
[31] Braga. op. cit. p. 85.
[32] MacArthur. op. cit. p. 244.