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viernes, 6 de abril de 2012

Timoteo y las Sagradas Escrituras

EL VALOR DE LA PALABRA EN LA EDUCACIÓN[1]



Introducción

Éfeso, año 67 d. C.  Un joven pastor recibe una carta. En ella lee las últimas palabras de un gran apóstol que le escribe desde una solitaria, sombría, húmeda y fría prisión en Roma.[2] Le encarga que sea un buen soldado de Jesucristo y un obrero aprobado. Le advierte de los futuros tiempos peligrosos y de los falsos maestros y le encarece que predique la Palabra. La vida del apóstol estaba por expirar y él debía mantener encendida la antorcha de la verdad. También le recuerda la fe de su madre y de su abuela y cómo ellas le habían transmitido las Sagradas Escrituras en forma exitosa. Era la segunda carta que recibía de él. Era la segunda epístola del apóstol Pablo a su amigo Timoteo.[3]

La educación de Timoteo

¡Qué recuerdos vinieron a su mente! Inmediatamente evocó los años pasados en Listra. Allí no había sinagoga ni tampoco una escuela judía. El peso de su educación recayó en manos de su madre Eunice y de su abuela Loida. No sabía las circunstancias que les llevaron a asentarse en Listra. Sin embargo y a pesar de tener un padre griego y vivir en una ciudad gentil, desde su más tierna infancia, cada sábado y, según la costumbre, dos veces a la semana, Timoteo oía la lectura de la Ley de Moisés o Torah, de los Salmos y de los Profetas, no de parte de los rabinos, sino de parte de su abuela y de su madre.[4]

Su propio nombre, “Temeroso de Dios”, le había dado un rumbo distinto a su crianza y educación. Sin ninguna duda, su madre se había empeñado en que ese “dios” a quien Timoteo debía temer no eran los dioses griegos que adoraba su padre, sino el Dios verdadero, el Dios de Israel.

Su hogar no era rico como para poseer una copia completa de las Escrituras Hebreas en pergaminos o en papiros, sin embargo tenía porciones del mayor tesoro de su pueblo, la Palabra de Dios. Timoteo recordaba los pequeños rollos destinados para los niños. De la lectura de ellos aprendió la “Shemá”, el “Hallel”, las historias desde la Creación al Diluvio y las leyes ceremoniales.[5] Estos eran los medios de instrucción que estaban a su disposición. Sus recuerdos se desvanecían, pero sabía que a partir de los tres años, en que comenzaba la educación hogareña de los niños judíos, o por lo menos desde los cinco, en que comenzaba la educación de la Torah,[6] su madre y su abuela le habían instruido en las verdades eternas de las Sagradas Escrituras.[7]

Su conversión y trabajo misionero

Siendo joven, se convirtió al cristianismo junto a su familia gracias a la predicación de Pablo en Listra. Allí y en Iconio, los hermanos daban buen testimonio acerca de él. El mismo apóstol Pablo le llamó ministro y colaborador en el evangelio y verdadero, fiel y amado hijo y elogió su interés por la iglesia.[8] “Timoteo era apenas un muchacho cuando fue elegido por Dios como maestro; pero sus principios eran tan firmes por la educación correcta que había recibido, que se encontraba en condiciones de ocupar esa importante posición”.[9] Cuánto anhelaba Timoteo haber tenido un padre como Pablo. Su padre biológico nunca fue convertido, pero las palabras de su madre le motivaron para ser el compañero inseparable de un padre que al circuncidarle le hizo su hijo adoptivo.  La simpatía y devoción recíproca entre Timoteo y Pablo difícilmente podría ser puesta en duda. “Timoteo tiene un temperamento blando, cariñoso, con una ligera inclinación a la melancolía. Esto le hace tanto más amable a los ojos del Apóstol y objeto de su cuidado paternal”.[10]  “Todo lo que un hijo puede ser hacia un padre amado y respetado, lo fue el joven Timoteo para el sufrido y solitario Pablo”.[11]

Habían pasado unos quince años desde su bautismo y aún latían fuertes en su corazón las enseñanzas de su madre y la predicación e instrucciones de Pablo. Ni siquiera las desventuras y peligros vividos junto a él en su segundo y tercer viaje misionero habían apagado esa llama, y lejos estaban de hacerlo.[12] Contrario a eso, Timoteo había acompañado y colaborado con Pablo en la evangelización en Tesalónica, Atenas, Macedonia, Corinto, Filipos, Asia y Roma[13] y, al menos una vez, padeció también la cárcel.[14] Ahora estaba liderando la iglesia de Éfeso. Había sido enviado allí como su primer pastor y debía hacer frente a quienes se oponían a la verdad enseñando fábulas y un evangelio diferente.[15] Pablo, su maestro terrenal, quien había puesto sobre su cabeza las manos para ordenarle al ministerio,[16] estaba preso y encadenado, a punto de ser condenado a muerte y le pedía que fuera a verlo. En este estado le solicita sus libros y sus pergaminos.[17]

Una lección para nuestros hijos

¡Qué lección! Ya anciano y preso Pablo no había olvidado sus libros. “La vida es triste sin sus libros”.[18] “Pablo quiere tener una Biblia en la cárcel”.[19] Anhelaba tener sus rollos personales de las Escrituras. Deseaba continuar nutriéndose de la Palabra de Dios. “Aun en medio de esas circunstancias tan adversas, el erudito Pablo continuaba investigando las verdades de Dios”.[20] “Eran las palabras de Jesús y la Palabra de Dios lo que Pablo quería por encima de todo cuando estaba preso y esperando la ejecución”.[21] “El no podía permitir que la verdad no se proclamara. El viejo caballero fue un estudiante hasta el fin”.[22] ¿No debería Timoteo ahora hacer lo mismo si desde la cuna lo había aprendido? Ahora entendía realmente el valor de las enseñanzas de su niñez. Pablo era el mejor ejemplo de aquello. Si debía ser el portador del estandarte de la verdad, no debía dejar de escudriñar y predicar la Palabra de Dios.

“Las lecciones de la Biblia, al entretejerse en la vida diaria, tienen una profunda y perdurable influencia en el carácter. Estas lecciones las aprendía y practicaba Timoteo”.[23] “La religión era la atmósfera de su hogar”.[24] ¡Cuánta ventaja tuvo Timoteo al recibir un ejemplo correcto de piedad y santidad basadas en Palabra de Dios! El conocimiento de las Escrituras guardó a Timoteo de las malas influencias y le ayudaron a escoger el deber antes que el placer.  Ese conocimiento le llevó a ser un fiel hijo, un aplicado estudiante, un consagrado y abnegado pastor, un diligente y solícito maestro, un fervoroso predicador, un hábil evangelista, un defensor de la verdad y el sucesor del más grande de los apóstoles, “un segundo Pablo”.[25]

Todos nuestros hijos necesitan una salvaguardia semejante. Debería ser la obra de los padres y de los educadores cuidar de que los niños estén debidamente instruidos en la Palabra de Dios. “Muchos parecen pensar que la decadencia de la iglesia, el creciente amor por los placeres, se deben a la falta de la obra pastoral… Pero aunque los ministros hagan su obra fielmente y bien, representará muy poco si los padres descuidan su obra.  La falta de poder en la iglesia se debe a la falta de cristianismo en el hogar”.[26] La Palabra de Dios era la norma que guiaba a Timoteo. ¿Podrán nuestros hijos alcanzar este mismo ideal?



[1] Por Víctor Jofré Araya, Teólogo Bíblico y Profesor de Educación Religiosa, Licenciado en Educación y Diplomado © en Humanidades. Actualmente se desempeña como Profesor de Religión y Filosofía en el Colegio Adventista de Iquique, MNCh-UCh. Este artículo fue publicado en la Revista Adventista de septiembre 2009.
[2] Se refiere a la famosa prisión o mazmorra Mamertina debajo del foro romano.
[3] Se recomienda leer ambas cartas antes de continuar con la lectura del artículo.
[4] Hechos 16: 1–3; 2ª Timoteo 1: 5; 3: 14, 15.
[5] Corresponden a Deuteronomio 4: 6–9, Salmos 113–118, Génesis 1–10 y Levítico 1–8, respectivamente.
[6] Alfred Edersheim. Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo, pág. 134–136.
[7] Patriarcas y Profetas, pág. 643.
[8] Romanos 16: 21; 1ª Tesalonicenses 3: 2; 1ª Corintios 4: 17; 16: 10; 2ª Corintios 1: 19; 1ª Timoteo 1: 2, 18; 2ª Timoteo 1: 2; Filipenses 1: 1; 2: 19–23.
[9] Comentario Bíblico Adventista, tomo 7, pág. 915.      
[10] Josef Holzner. San Pablo. Heraldo de Cristo, pág. 495.
[11] Conflicto y Valor, pág. 346.
[12] Hechos 17: 14, 15; 18: 5; 19: 22; 20: 4.
[13] Hechos 17: 14, 15; 18: 5; 19: 22; 20: 4; Romanos 16: 21; 1ª Corintios 4: 17; 16: 10; 2ª Corintios 1: 1; Filipenses 1: 1; 2: 19; Colosenses 1: 1; 1ª Tesalonicenses 1: 1; 3: 2, 5; 2ª Tesalonicenses 1: 1; Filemón 1.
[14] Hebreos 13: 23.
[15] 1ª Timoteo 1: 3, 4; 2ª Timoteo 2: 16 – 18.
[16] 1ª Timoteo 1: 18; 4: 14; 2ª Timoteo 1: 6.
[17] 2ª Timoteo 4: 13.
[18] A. T. Robertson. Épocas en la vida de Pablo, pág. 256.
[19] José Bortoloni. Cómo leer la Segunda Carta a Timoteo, pág. 47.
[20] Comentario Bíblico Adventista, tomo 7, pág. 367.                               
[21] William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento, t. 12, p. 256.
[22] Charles R. Swindoll, Pablo. Un hombre de gracia y firmeza, p. 364.
[23] Hechos de los Apóstoles, pág. 167.
[24] Conflicto y Valor, pág. 345.
[25] Comentario Bíblico Adventista, tomo 7, pág. 167.
[26] Signs of the Times, 03 de abril de 1901.

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