Introducción
Éfeso, año 67 d. C. Un joven
pastor recibe una carta. En ella lee las últimas palabras de un gran apóstol
que le escribe desde una solitaria, sombría, húmeda y fría prisión en Roma.[2] Le encarga que sea un buen
soldado de Jesucristo y un obrero aprobado. Le advierte de los futuros tiempos
peligrosos y de los falsos maestros y le encarece que predique la
Palabra. La
vida del apóstol estaba por expirar y él debía mantener encendida la antorcha
de la verdad. También le recuerda la fe de su madre y de su abuela y cómo ellas
le habían transmitido las Sagradas Escrituras en forma exitosa. Era la segunda carta
que recibía de él. Era la segunda epístola del apóstol Pablo a su amigo Timoteo.[3]
La educación
de Timoteo
¡Qué recuerdos vinieron a su mente! Inmediatamente evocó los
años pasados en Listra. Allí no había sinagoga ni tampoco una escuela judía. El
peso de su educación recayó en manos de su madre Eunice y de su abuela Loida. No
sabía las circunstancias que les llevaron a asentarse en Listra. Sin embargo y
a pesar de tener un padre griego y vivir en una ciudad gentil, desde su más
tierna infancia, cada sábado y, según la costumbre, dos veces a la semana, Timoteo
oía la lectura de la Ley de Moisés o Torah, de los Salmos y
de los Profetas, no de parte de los rabinos, sino de parte de su abuela y de su
madre.[4]
Su propio nombre, “Temeroso de Dios”, le había dado un rumbo
distinto a su crianza y educación. Sin ninguna duda, su madre se había empeñado
en que ese “dios” a quien Timoteo debía temer no eran los dioses griegos que
adoraba su padre, sino el Dios verdadero, el Dios de Israel.
Su hogar no era rico como para poseer una copia completa de las
Escrituras Hebreas en pergaminos o en papiros, sin embargo tenía porciones del
mayor tesoro de su pueblo, la Palabra de Dios. Timoteo recordaba los pequeños
rollos destinados para los niños. De la lectura de ellos aprendió la “Shemá”,
el “Hallel”, las historias desde la Creación al Diluvio y las leyes
ceremoniales.[5]
Estos eran los medios de instrucción que estaban a su disposición. Sus
recuerdos se desvanecían, pero sabía que a partir de los tres años, en que
comenzaba la educación hogareña de los niños judíos, o por lo menos desde los
cinco, en que comenzaba la educación de la Torah,[6] su madre y su abuela le
habían instruido en las verdades eternas de las Sagradas Escrituras.[7]
Su
conversión y trabajo misionero
Siendo joven, se convirtió al cristianismo junto a su familia gracias
a la predicación de Pablo en Listra. Allí y en Iconio, los hermanos daban buen testimonio
acerca de él. El mismo apóstol Pablo le llamó ministro y colaborador en el
evangelio y verdadero, fiel y amado hijo y elogió su interés por la iglesia.[8] “Timoteo era apenas un
muchacho cuando fue elegido por Dios como maestro; pero sus principios eran tan
firmes por la educación correcta que había recibido, que se encontraba en
condiciones de ocupar esa importante posición”.[9] Cuánto anhelaba Timoteo
haber tenido un padre como Pablo. Su padre biológico nunca fue convertido, pero
las palabras de su madre le motivaron para ser el compañero inseparable de un padre
que al circuncidarle le hizo su hijo adoptivo.
La simpatía y devoción recíproca entre Timoteo y Pablo difícilmente
podría ser puesta en duda. “Timoteo tiene un temperamento blando, cariñoso, con
una ligera inclinación a la melancolía. Esto le hace tanto más amable a los
ojos del Apóstol y objeto de su cuidado paternal”.[10] “Todo lo que un hijo puede ser hacia un padre
amado y respetado, lo fue el joven Timoteo para el sufrido y solitario Pablo”.[11]
Habían pasado unos quince años desde su bautismo y aún latían
fuertes en su corazón las enseñanzas de su madre y la predicación e
instrucciones de Pablo. Ni siquiera las desventuras y peligros vividos junto a
él en su segundo y tercer viaje misionero habían apagado esa llama, y lejos
estaban de hacerlo.[12] Contrario a eso, Timoteo
había acompañado y colaborado con Pablo en la evangelización en Tesalónica,
Atenas, Macedonia, Corinto, Filipos, Asia y Roma[13] y, al menos una vez,
padeció también la cárcel.[14] Ahora estaba liderando la
iglesia de Éfeso. Había sido enviado allí como su primer pastor y debía hacer
frente a quienes se oponían a la verdad enseñando fábulas y un evangelio diferente.[15] Pablo, su maestro
terrenal, quien había puesto sobre su cabeza las manos para ordenarle al
ministerio,[16]
estaba preso y encadenado, a punto de ser condenado a muerte y le pedía que
fuera a verlo. En este estado le solicita sus libros y sus pergaminos.[17]
Una
lección para nuestros hijos
¡Qué lección! Ya anciano y preso Pablo no había olvidado sus
libros. “La vida es triste sin sus libros”.[18] “Pablo quiere tener una Biblia
en la cárcel”.[19]
Anhelaba tener sus rollos personales de las Escrituras. Deseaba continuar
nutriéndose de la Palabra de Dios. “Aun en medio de esas
circunstancias tan adversas, el erudito Pablo continuaba investigando las
verdades de Dios”.[20] “Eran las palabras de
Jesús y la Palabra de Dios lo que Pablo quería por
encima de todo cuando estaba preso y esperando la ejecución”.[21] “El no podía permitir que
la verdad no se proclamara. El viejo caballero fue un estudiante hasta el fin”.[22] ¿No debería Timoteo ahora
hacer lo mismo si desde la cuna lo había aprendido? Ahora entendía realmente el
valor de las enseñanzas de su niñez. Pablo era el mejor ejemplo de aquello. Si
debía ser el portador del estandarte de la verdad, no debía dejar de escudriñar
y predicar la Palabra de Dios.
“Las lecciones de la Biblia, al entretejerse en la vida diaria,
tienen una profunda y perdurable influencia en el carácter. Estas lecciones las
aprendía y practicaba Timoteo”.[23] “La religión era la
atmósfera de su hogar”.[24] ¡Cuánta ventaja tuvo
Timoteo al recibir un ejemplo correcto de piedad y santidad basadas en Palabra
de Dios! El conocimiento de las Escrituras guardó a Timoteo de las malas
influencias y le ayudaron a escoger el deber antes que el placer. Ese conocimiento le llevó a ser un fiel hijo,
un aplicado estudiante, un consagrado y abnegado pastor, un diligente y solícito
maestro, un fervoroso predicador, un hábil evangelista, un defensor de la
verdad y el sucesor del más grande de los apóstoles, “un segundo Pablo”.[25]
Todos nuestros hijos necesitan una salvaguardia semejante.
Debería ser la obra de los padres y de los educadores cuidar de que los niños
estén debidamente instruidos en la Palabra de Dios. “Muchos parecen pensar que la decadencia de la iglesia, el creciente amor
por los placeres, se deben a la falta de la obra pastoral… Pero aunque los
ministros hagan su obra fielmente y bien, representará muy poco si los padres
descuidan su obra. La falta de poder en
la iglesia se debe a la falta de cristianismo en el hogar”.[26]
La Palabra de Dios era
la norma que guiaba a Timoteo. ¿Podrán nuestros hijos alcanzar este mismo ideal?
[1] Por Víctor Jofré Araya, Teólogo
Bíblico y Profesor de Educación Religiosa, Licenciado en Educación y Diplomado ©
en Humanidades. Actualmente se desempeña como Profesor de Religión y Filosofía
en el Colegio Adventista de Iquique, MNCh-UCh. Este artículo fue publicado en la Revista Adventista de septiembre 2009.
[2] Se refiere a la famosa prisión o
mazmorra Mamertina debajo del foro romano.
[3] Se recomienda leer ambas cartas
antes de continuar con la lectura del artículo.
[4] Hechos 16: 1–3; 2ª Timoteo 1: 5; 3:
14, 15.
[5] Corresponden a Deuteronomio 4: 6–9,
Salmos 113–118, Génesis 1–10 y Levítico 1–8, respectivamente.
[6] Alfred Edersheim. Usos y costumbres de los judíos en los
tiempos de Cristo, pág. 134–136.
[7] Patriarcas
y Profetas, pág. 643.
[8] Romanos 16: 21; 1ª Tesalonicenses
3: 2; 1ª Corintios 4: 17; 16: 10; 2ª Corintios 1: 19; 1ª Timoteo 1: 2, 18; 2ª
Timoteo 1: 2; Filipenses 1: 1; 2: 19–23.
[9] Comentario
Bíblico Adventista, tomo 7, pág. 915.
[10] Josef Holzner. San Pablo. Heraldo de Cristo, pág. 495.
[11] Conflicto
y Valor, pág. 346.
[12] Hechos 17: 14, 15; 18: 5; 19:
22; 20: 4.
[13] Hechos 17: 14, 15; 18: 5; 19: 22; 20:
4; Romanos 16: 21; 1ª Corintios 4: 17; 16: 10; 2ª Corintios 1: 1; Filipenses 1:
1; 2: 19; Colosenses 1: 1; 1ª Tesalonicenses 1: 1; 3: 2, 5; 2ª Tesalonicenses
1: 1; Filemón 1.
[14] Hebreos 13: 23.
[15] 1ª Timoteo 1: 3, 4;
2ª Timoteo 2: 16 – 18.
[16] 1ª Timoteo 1: 18;
4: 14; 2ª Timoteo 1: 6.
[17] 2ª Timoteo 4: 13.
[18] A. T. Robertson. Épocas en la vida de Pablo, pág. 256.
[19] José Bortoloni. Cómo leer la
Segunda Carta a Timoteo, pág. 47.
[20] Comentario
Bíblico Adventista, tomo 7, pág. 367.
[21] William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento, t. 12, p. 256.
[22] Charles R. Swindoll, Pablo. Un hombre de gracia y firmeza, p.
364.
[23] Hechos
de los Apóstoles, pág. 167.
[24] Conflicto
y Valor, pág. 345.
[25] Comentario
Bíblico Adventista, tomo 7, pág. 167.
[26] Signs
of the Times, 03 de abril de 1901.
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