Ética y plagio
académico.
Introducción
Cometer plagio es copiar en lo sustancial una idea o una obra
de otro autor, presentándolas como si
fueran propias (Real Academia Española, 2012; Farlex Inc., 2012). La acción deriva de una antigua costumbre romana
que consistía en comprar a un hombre libre y retenerlo en
servidumbre o utilizar un siervo ajeno como si fuera propio (Historia
del plagio, s/f; Origen de las palabras, 2012). En los ámbitos académicos
contemporáneos, ya sean éstos escolares o universitarios, el plagio se ha
convertido en una preocupación mundial (Sifontes Greco, 2007) y el número de
académicos y profesionales que se oponen a esta práctica, a viva voz o por los
medios, va en aumento. Se la considera “poco ética”, “vergonzosa” (Astudillo
Gómez, 2006, p. 242) e, incluso, como “una plaga” (Barcat, 2008, p. 387). Por otro lado, hay
quienes sostienen que el plagio no existe o que toda obra intelectual es plagio
(Historia del plagio, s/f). Es decir, para algunos no existe la
originalidad pura.
El presente ensayo se escribe como requisito de la Clase Academic
Writting del Magíster en Educación Religiosa con el propósito de mostrar los
alcances éticos del plagio académico. Está dividido en tres partes: (1) Se
presenta una muy breve reseña del plagio en la Historia. (2) Se exponen
situaciones en que los estudiantes se ven expuestos al plagio en el área
educativa/académica y su relación con el robo y la mentira. Y, (3) dado los
antecedentes, se debate en torno a la existencia del plagio y se reflexiona en
las implicancias éticas y educativas del plagio académico.
Plagio en la
Historia
En la Antigüedad no se concedía
la debida estima a la creación original, aunque es posible encontrar algunas
acusaciones de plagio entre pensadores griegos (Aristófanes acusaba a Eurípides,
Demóstenes a Iseo, Heráclito a Pitágoras, Homero a Virgilio). Pero, aunque Séneca
permitía la re-escritura como el método
ideal de formación del futuro letrado, esta práctica no tenía mayor trascendencia.
A lo más se le consideraba “no del todo limpio”, pero, en ningún caso, “ilícito”
(Historia del plagio, s/f). Un
ejemplo de lo anterior es lo escrito por Marco Valerio Marcial a un plagiario
suyo:
“Corre el rumor, Fidentino, de que
recitas en público mis versos, como si fueras tú su autor. Si quieres que pasen
por míos, te los mando gratis. Si quieres que los tengan por tuyos, cómpralos,
para que dejen de pertenecerme” (Marcial, A Fidentino el Plagiario, citado en Historia del plagio, s/f).
Ética y
plagio académico
¿Cómo podría caracterizarse el plagio académico? ¿Fraude, robo o ambos?
En el s. V a. C., para un
concurso de poesía, varios presentaron como propias algunas obras antiguas
existentes en la Biblioteca de Alejandría. Al ser descubiertos, se les tildó de
ladrones (Irribare y Retondo, 1981, citado por Girón Castro, 2008b). Ellos
entendieron plagiar como sinónimo de robar, tal como Marcial.
Actualmente se considera que el plagio puede
ser tanto deliberado como inconsciente (Núñez Molina, 2008). Se considera
inconsciente por falta de conocimiento de lo que constituye un plagio o por descuido
en las citas. En cambio, hay plagio deliberado cuando se compra, se roba o se
toma prestado un trabajo redactado por otra persona para hacerlo pasar como propio
(fraude); cuando se le paga a otro para que escriba un trabajo que se hará pasar
como propio (fraude); o cuando se copian adrede las palabras o ideas de otros,
sin darle crédito, para hacerlas pasar como propias (robo). Bien se ha dicho:
Plagiar conlleva dos
clases de delitos. En primer lugar, usar ideas, información o expresiones de
otra persona sin darle el debido reconocimiento (esto constituye robo de
propiedad intelectual). Hacer pasar las ideas, información o expresiones de
otra persona como si fueran propias para obtener buenas calificaciones u otras
ventajas (esto constituye fraude) (Gibaldi, s/f, citado por Girón Castro, 2008a).
En el Decálogo se condena tanto el fraude como el robo. “No hurtarás”,
dice el octavo mandamiento y “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”,
reza el noveno (Éxodo 20: 15, 16. RVR60). El sabio Salomón enumera siete cosas
que Jehová aborrece. Entre ellos menciona: la “lengua mentirosa” y “el testigo
falso que habla mentiras” (Proverbios 6: 16-19. RVR60). Jesús cuestionó la
conducta de un joven diciéndole: “Los mandamientos sabes: […] No hurtes. No digas
falso testimonio. No defraudes” (Mateo 19: 17, 18. RVR60). En la Tierra Nueva
no entrará “aquel que ama y hace mentira” (Apocalipsis 22: 15; cf. 21: 8. RVR60). Al
parecer, teológica y socialmente, estas dos faltas, el robo y la mentira,
parecieran estar en la base de lo que consideramos plagio académico y
constituyen piezas básicas en la promoción de la convivencia y remedio para
tantos otros males asociados. “Esas conductas de aparentemente bajo impacto son
las piezas que construyen las bases de la convivencia, y en la medida en que el
irrespeto, la atribución indebida y el abuso se consideren ‘normales’
continuaremos generando caos y desasosiego colectivo” (Sifontes Greco, 2007, p.
118).
En la novela La
conferencia. El plagio sostenible de Pepe Monteserín, el narrador intenta
demostrar que todo está ya dicho, “que toda la literatura es plagio” (citado en
Historia del plagio, s/f). Basados en esta convicción, algunos argumentan
que el conocimiento es universal y que éste se va construyendo en comunidad.
Nadie, por tanto, es dueño de una idea o del conocimiento puro. La originalidad
no existe. “La originalidad absoluta no parece ser una opción para la producción
del conocimiento […] Todos estamos construidos por procesos de retazos de
lecturas, influencias, conocimientos comunes” (Sifontes Greco, 2007, p. 120). El
Predicador escribió:
¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido
hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que
se pueda decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han
precedido (Eclesiastés 1: 9, 10. RVR60).
Aún así, Sifontes Greco
(2007) reconoce que “la comprensión de ésta [realidad] no nos exime del respeto
a los méritos intelectuales de los otros ni de la responsabilidad de nuestras
propias ideas, teorías o propuestas […] Hay un ‘sentido común’ en materia de
ética que nos lleva a una lógica de ‘no apropiarse de lo ajeno’” (p. 119, 120).
En otras palabras, debemos ser pensadores y no simples imitadores de los
pensamientos de otros. Elena G. de White escribió:
Cada ser humano creado a la
imagen de Dios, está dotado de una facultad semejante a la del Creador: la
individualidad, la facultad de pensar y hacer […] La obra de la verdadera
educación consiste en desarrollar esta facultad, en educar a los jóvenes para
que sean pensadores y no meros reflectores de los pensamientos de otros hombres
(White, 1995, p. 57).
Existe en este respecto un concepto
mucho más profundo aún: la identidad de nuestro propio pensamiento (Sifontes
Greco, 2007). Este debe ser mantenido íntegro por quien se precie de estudiante
o estudioso, de quien ejerce el aprendizaje o de
quien lo promueve.
Conclusiones
Queda claro que el plagio
es una acción deshonesta que implica tanto el robo como la mentira. Ambos son
antivalores que tanto la ética bíblica-cristiana como la ética académica
combaten y condenan con tesón. Ahora bien, aunque muchos defienden el plagio
considerando que el conocimiento es universal y que plagio ha habido siempre a
través de la Historia, es cierto también que el mérito intelectual debe ser
reconocido. Como educadores y estudiantes cristianos debemos estar concientes
que formamos pensadores y no solamente personas que reflejen el pensamiento o
las ideas de otros. Es decir nuestra formación debe tender a la originalidad
del pensamiento.
Aunque, según algunos, sólo
“el tiempo dirá si son los partidarios o los detractores del plagio los que
tienen la última palabra” (Historia del plagio, s/f), se entiende que el
plagio académico es una práctica poco ética, tendiente a minorizar la capacidad
de creación de los estudiantes y a limitar su originalidad. No debemos olvidar
que tanto la capacidad de crear como de pensar son cualidades que compartimos
con Dios, nuestro Creador, por cuanto llevamos su imagen (Génesis 1: 27. RVR60).
Referencias
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