La historia de Bethany Hamilton que inspiró la película Soul Surfer. Para todos aquellos que a veces no logran entender la voluntad de Dios en sus vidas...
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Este blog tiene como propósito compartir con mis alumnos y amigos ideas y artículos relacionadas con el mundo de la Religión, la Filosofía y la Educación.
miércoles, 18 de abril de 2012
viernes, 6 de abril de 2012
La educación de Jesús
La educación de Jesús:
Víctor A. Jofré
Araya
Magíster (C) en
Educación Religiosa
Colegio Adventista
de Calama – Chile
“Jesús crecía en
sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:
52).
Las Sagradas Escrituras no nos entregan mucha información respecto de la
educación y la niñez de Jesucristo. Sin embargo, los pocos datos que los
Evangelios nos aportan y el auxilio de los descubrimientos arqueológicos son
suficientes para recrear cómo pudo haber sido la instrucción de los primeros
años en la vida de Jesús. Por ejemplo, sabemos que él sabía leer (Lucas 4: 16),
escribir (Juan 8: 6) y contar (Mateo 25: 14, 15). Sabemos que enseñaba con autoridad (Marcos 1: 22) y que la gente
sorprendida preguntaba: “¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” (Juan 7: 15), pues Jesús
no asistió a las escuelas de los rabinos de su tiempo. Sin embargo, son otras facetas de su educación de
las cuales obtendremos algunas lecciones.
Sus padres le enseñaron las Escrituras en el hogar
Jesús nació en Belén, pero fue
criado en la aldea de Nazaret. Como perteneciente a una familia judía, desde su
más tierna infancia, cada sábado y, según la costumbre, dos veces a la semana,
Jesús oía la lectura de la Ley de Moisés o Torah, de los Salmos y de los Profetas. Esta educación la
recibió no de parte de los rabinos de la sinagoga de Nazaret, sino de parte de
su madre, la virgen María. “Jesús recibió su educación en el hogar. Su madre
fue su primer maestro humano. De los labios de ella, y de los escritos de
los profetas, aprendió las cosas del cielo”.[2] Así,
Jesús “crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo
acompañaba” (Lucas 2: 40).
Su hogar no era rico, sino más bien de clase media,
la clase de los carpinteros y artesanos. Pero sin duda poseía una copia
completa de las Escrituras Hebreas en pergaminos o en papiros. Jesús también
debió haber ocupado los pequeños rollos destinados para los niños. De la
lectura de ellos aprendió la Shemá (Deuteronomio 4: 6–9; 11:
13-21; Números 15: 38-41), que era recitada cada mañana y cada tarde por los
varones judíos. A partir de los tres años, en que comenzaba la educación
hogareña de los niños judíos, o por lo menos desde los cinco, en que comenzaba
la educación de la Torah,[3] su madre le había instruido en las
verdades eternas de las Sagradas Escrituras.
Su conocimiento de las Escrituras lo atestiguan la
infinidad de veces en que Jesús cita el Antiguo Testamento en sus sermones y
enseñanzas y en la forma en que hablaba con autoridad frente al pueblo. Jesús
sentía predilección por Isaías y Jeremías. Lucas menciona que los doctores de
la Ley judía estaban sorprendidos de escucharle al discutir con ellos en el
Templo. “Todos los que le oían se admiraban de su inteligencia y de sus
respuestas”. Jesús tenía por entonces sólo doce años (Lucas 2: 46, 47). Siendo
ya un adulto, al regresar a su aldea, Jesús entró en la sinagoga y fue invitado
para hacer la lectura del libro de Isaías. Allí también quedaron todos
maravillados (Lucas 4: 16, 17). Aún a Satanás Jesús le hizo frente citando las
Escrituras Hebreas diciendo “Está escrito” (Mateo 4: 1-10). Al respecto,
exhortó a sus discípulos a escudriñar las Escrituras (Juan 5: 39).
Aprendió un oficio
Cada padre judío estaba obligado
a enseñar y transmitir a sus hijos una profesión u oficio. Un principio de los
rabinos dice que “todo aquel que no le enseña un oficio a su hijo hace lo mismo
que si le enseñara a ser un bandido”. En otros escritos rabínicos se menciona
que “no hay nadie cuyo oficio Dios no lo adorne de belleza”; “el trabajo no es
ninguna desgracia”; “el trabajo es bendición”. Hillel, Shamai y Gamaliel,
grandes maestros judíos en los tiempos de Jesús, tuvieron cada uno su oficio:
el primero fue tallador de madera, los otros dos fueron carpinteros. Para un
judío sincero, todo trabajo, por humilde que fuera, era realmente trabajo para
Dios.[4]
José, el padre de Jesús, se instaló en Nazaret como
un carpintero de reputación. Sin embargo, no era un mero carpintero, era
un tekton, un jefe de obra. Muy seguramente participó junto a Jesús
y sus hermanos mayores en la reconstrucción de Séforis, “el orgullo del
Mediterráneo”, una ciudad reconstruida por Herodes Antipas, a pocos kilómetros
al noreste de Nazaret. Por su parte, Jesús también llegó a ser un carpintero
capacitado y reconocido. Sus contemporáneos lo conocían como el “carpintero”
(Marcos 6: 3).
En su humanidad, Cristo condescendió en tomar el
oficio de su padre. “Jesús vivió en un hogar de artesanos, y con fidelidad y
alegría desempeñó su parte en llevar las cargas de la familia… Aprendió un
oficio, y con sus propias manos trabajaba en la carpintería de José… No quería
ser deficiente ni aún en el manejo de las herramientas. Fue perfecto como
obrero, como lo fue en carácter”.[5]
Lecciones
En lo anterior rescatamos dos principios
importantes de la educación de Jesús. En primer lugar, debemos enseñar a
nuestros hijos que la verdadera educación tiene como fundamento los principios
contenidos en las Sagradas Escrituras y que la Biblia debería ser el principal
libro de texto desde la niñez (2 Timoteo 3: 14-16). En segundo lugar, debemos
preparar a nuestros hijos para una vida de utilidad y servicio.
Decían los rabinos: “Bueno es el estudio de la Ley,
si va acompañado de una ocupación; dedicarse a ambas es mantenerse alejado del
pecado”. Jesús reflejó en su vida la esencia de la religión judía: el
conocimiento de Dios a través del estudio de las Escrituras y el servicio a los
demás a través de una ocupación útil.[6] Jesús “se educó en las fuentes
designadas por el Cielo, en el trabajo útil, en el estudio de las Escrituras,
en la naturaleza y en las experiencias de la vida, en los libros de texto de
Dios, llenos de enseñanza para todo aquel que recurre a ellos con manos
voluntarias, ojos abiertos y corazón dispuesto a entender”.[7]
“Todo niño puede aprender como Jesús… Jesús es
nuestro ejemplo. Son muchos los que se espacian con interés en el período de su
ministerio público, mientras pasan por alto la enseñanza de sus primeros años.
Pero es en su vida familiar donde es el modelo para todos los niños y jóvenes…
Vivió para agradar, honrar y glorificar a su Padre en las cosas comunes de la
vida. Empezó su obra consagrando el humilde oficio del artesano que trabaja
para ganarse el pan cotidiano. Estaba haciendo el servicio de Dios tanto cuando
trabajaba en el banco del carpintero como cuando hacía milagros para la
muchedumbre”.[8]
El deseo de nuestras instituciones dedicadas a la
educación primaria, secundaria y superior es que estos principios puedan verse
reflejados en la vida de los alumnos y alumnos que día a día pasan por nuestras
aulas.
[1] Víctor Jofré
Araya, Teólogo Bíblico y Magíster © en Educación Religiosa. Actualmente se
desempeña como Director del Colegio Adventista de Calama, Chile.
Benjamín Franklin
“Aún el muchacho es conocido por sus
hechos, si su conducta fuere limpia y recta”
(Proverbios 20: 11).
“¿Has visto hombre solícito en su trabajo?
Delante de los reyes estará;
no estará delante de los de baja
condición” (Proverbios 22: 29).
Benjamín
nació en Boston y era el decimoquinto hijo entre diecisiete hermanos. Tenía
sólo 10 años cuando debió dejar de estudiar para ayudar a su padre en su
pequeña fábrica de velas y jabones. En ese momento el consejo de su padre fue:
“Haz todo siempre con rectitud”. El impacto de esas palabras señalaría el resto
de la vida de Benjamín.
A los doce años, Benjamín empezó a trabajar
como aprendiz en la imprenta de su hermano. Cuando tenía 15 años, su hermano
fundó el New
England Courant,
considerado como el primer periódico realmente independiente de las colonias
británicas en Norteamérica. En dicho diario, Benjamín escribió sus primeras
obras. En 1724, viajó a Inglaterra para completar y acabar su formación
como impresor.
Regresó a Filadelfia, Pennsylvania, en 1726, y allí
co-fundó el club intelectual Junto, y al año siguiente
estableció su primera imprenta propia. En 1729 compró el periódico La
Gaceta de Pensilvania. Publicó además el Almanaque del pobre Richard y fue el encargado de
la emisión de papel moneda en las colonias británicas.
En 1731 participó en la fundación de la primera Biblioteca Pública de Filadelfia. En 1736 fundó la Union Fire Company, el primer Cuerpo de Bomberos de Filadelfia. En 1743 fue elegido presidente de la Sociedad
Filosófica Estadounidense. También participó en la fundación de la Universidad de Pensilvania (1749) y el primer Hospital de la ciudad. En 1763 se dedica a realizar viajes para estudiar
y mejorar el Servicio Postal de los Estados Unidos.
Benjamín fue un
prolífico científico e inventor. Su afición por los temas
científicos coincidió con el comienzo de su actividad política. A partir de 1747 se dedicó al estudio de los fenómenos eléctricos. En 1752 lleva a cabo en Filadelfia su famoso experimento con la cometa. Gracias a esto creó su más famoso invento: el pararrayos. Además del pararrayos, inventó también el llamado
horno de Franklin, las lentes bifocales, un humidificador para estufas y chimeneas, uno
de los primeros catéteres
urinarios flexibles, el cuentakilómetros, las aletas de nadador y la
armónica de cristal. Estudió también las corrientes oceánicas, siendo el
primero en describir la Corriente
del Golfo. En 1756 fue elegido miembro de la Royal Society y en 1772 la Academia
de las Ciencias de París le designó como uno de los más insignes científicos vivos no franceses.
Su primera
incursión en la política tuvo lugar en 1736 al ser elegido miembro de la Asamblea General de Filadelfia. En 1747 organizó la primera milicia de voluntarios para defender Pensilvania,
siendo nombrado miembro de la comisión de negociación con los indios nativos en 1749. Participó activamente en el proceso de independencia de los Estados Unidos. Comenzó realizando diversos
viajes a Londres, entre 1757 y 1775, como representante encargado de abogar los intereses de Pensilvania. Llegó a intervenir ante la Cámara
de los Comunes en 1766. Influyó en la redacción de la Declaración de Independencia (1776). En Francia, mientras buscaba apoyo para
las campañas contra los británicos, fue nombrado representante oficial
estadounidense (1775), firmó un tratado de comercio y cooperación (1778) y alcanzó el cargo de Ministro para Francia (1779). Fue el único americano de la época colonial británica que
alcanzó fama y notoriedad en la Europa de su tiempo.
Contribuyó al
fin de la Guerra de Independencia, con la firma del Tratado de
París (1783). A partir de ahí, contribuyó a la redacción de la Constitución
estadounidense (1787). En 1785 fue elegido gobernador de Pensilvania, y se dedicó
de pleno a la construcción de la nación norteamericana. En 1787 comenzó a destacar su carrera como abolicionista, siendo elegido presidente de
la Sociedad para Promover la Abolición de la Esclavitud.
Benjamín
buscaba cultivar su carácter mediante un plan de trece virtudes que desarrolló
cuando tenía 20 años y que continuó practicando por el resto de su vida. Entre
las virtudes enlistadas en su Autobiografía se encuentran:
- ORDEN: Que todas tus
cosas tengan su sitio, que todos tus asuntos tengan su momento.
- RESOLUCIÓN: Resuélvete a
realizar lo que deberías hacer, realiza sin fallas lo que resolviste.
- INDUSTRIA: No pierdas
tiempo, ocúpate siempre en algo útil, corta todas las acciones
innecesarias.
- HUMILDAD: Imita a Jesús.
[1]
Víctor Jofré Araya, Teólogo Bíblico y Magíster (C) en Educación Religiosa.
Actualmente se desempeña como Profesor de Religión y Filosofía en el Colegio Adventista de
Iquique, MNCh.
Inteligencia emocional
Víctor A. Jofré Araya
Magíster (C) en Educación Religiosa
OBJETIVOS FUNDAMENTALES:
Los alumnos (as) serán capaces de:
1. Entender al ser humano como un sujeto que piensa, aprende, percibe, siente, actúa e interactúa con otros.
2. Comprender procesos psicológicos básicos que subyacen al comportamiento humano, aplicándolos a la comprensión de su propia experiencia.
3. Comprender las emociones y vínculos afectivos con los demás.
|
“El fruto del Espíritu es… dominio propio”
(Gálatas 5: 22, 23, NVI).
“Como ciudad sin muro y expuesta al peligro,
así es quien no sabe dominar sus impulsos”
(Proverbios 25: 28, DHH).
“Cualquiera puede ponerse furioso… eso es
fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta,
en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta… eso no
es fácil” (Aristóteles, Ética a Nicómaco).
Ponga atención a lo siguiente:
- En
una escuela, un niño de nueve años arroja pintura sobre los computadores
del taller de Informática. El motivo: algunos compañeros le llamaron bebé
y quiso “impresionarlos”.
- Ocho
adolescentes se enfrentan a tiros en su barrio. El motivo: un chico chocó
involuntariamente contra el hombro de otro al cruzarse por la calle.
- En
Estados Unidos, el 75% de los menores asesinados mueren en manos de sus
padres o padrastros. El motivo: “me tapas el televisor”, “lloras mucho” o “mojas la cama”.
- Un
joven italiano de 16 años apuñala en el cuello a su padre con un cuchillo.
El motivo: no estaba conforme por algunos consejos acerca de un juego de
PlayStation.
¿Qué les faltó a estas personas? Simple. Les faltó inteligencia
emocional. Les faltó ser emocionalmente inteligentes. Les faltó dominio propio,
autodominio, autodisciplina. Les faltó autocontrol.
¿Qué es el autocontrol?
En la actualidad muchas personas viven controladas
por sus emociones y sentimientos. Dios nos hizo con la habilidad de pensar y
sentir. Aunque ambas cosas son importantes en la vida, a veces puede resultar
difícil manejar los sentimientos. A menudo tratan de convencernos de seguir el
camino fácil, de ser perezosos e indisciplinados en nuestras vidas, de hacer
sólo aquello para lo cual tenemos ganas. Dios nos dio la habilidad de pensar,
para decidir lo que es mejor o lo que es correcto y que podamos hacerlo.
Sin embargo, lo correcto no es siempre lo más
fácil. Nuestros hijos podrán ser intelectualmente competentes, pero a menos que
aprendan a tener más dominio propio, es decir, a controlar y expresar en forma
adecuada sus emociones, su inteligencia no les servirá de mucho en el mundo
real. “El niño debe aprender a controlarse a sí mismo”.[2]
El autodominio, es decir, la capacidad de soportar
las tormentas emocionales a las que nos someten los embates de la vida en lugar
de ser “esclavos de la pasión”, ha sido elogiado como virtud desde tiempos antiguos.
En otras palabras, el autocontrol es la capacidad de pensar antes de actuar. Cuando
actuamos sin autodominio, actuamos sin pensar en las consecuencias. El dominio
propio es un rasgo del carácter que Dios desea para cada uno. Desea ayudarnos a
tener autocontrol para tener vidas rectas y piadosas, no controladas por las
pasiones, sino por nuestro compromiso de vivir a la manera de Dios.
Según la psicóloga chilena Amanda Céspedes,
nuestras emociones construyen en nuestro interior un complejo mundo psíquico
que se expresa en conductas. Por lo tanto, los desafíos intelectuales y sociales
exigen mantener a raya las emociones. La ausencia de autocontrol determina
conductas reactivas, mientras que su desarrollo garantiza una conducta
progresivamente más autorregulada, al servicio de la adaptación.[3]
El sabio Salomón lo dijo de la siguiente
manera: “El que tarda en airarse es grande de entendimiento”. “El que controla
sus emociones es más fuerte que el que toma una ciudad” (Proverbios 14: 29; 16:
32). “Mantener bajo control nuestras emociones perturbadoras es la clave para
el bienestar emocional”.[4]
En
un estudio hecho entre jóvenes y adolescentes chilenos se concluyó que aquellos
cuyas familias mostraban reglas claras, mantenían valores religiosos y
espirituales, tenían responsabilidades dentro de la casa y un uso restringido
de su libertad, mantenían un mejor equilibrio entre sus emociones y sus acciones.[5]
Otros estudios indican que niños auto-controlados son emocionalmente más
estables y menos irritables, mejoran el éxito escolar, son más queridos por sus
profesores y compañeros de escuela y persiguen sus metas hasta alcanzarlas.[6]
Es decir, una sana disciplina en el
hogar y en el colegio resulta en un mayor y mejor autodominio. Después de todo,
“la meta fundamental de la disciplina es resolver el conflicto inminente y
enseñarles autodisciplina a los niños”.[7]
Cuando
los niños tienen dominio propio se propician interacciones familiares y
escolares creativas, agradables y felices. Enseñarles a
nuestros hijos a lidiar con sus sentimientos en una manera positiva sin hacer
rabietas, morder o golpear a las personas es una de las tareas más importantes
de la educación en el hogar y en la escuela. Si vemos los momentos de mal
comportamiento de los niños como oportunidades para enseñarles el autodominio,
les podemos ayudar a crecer. Esto implica autodominio por parte de padres y
educadores. Hogares y escuelas donde se han implantado normas básicas, hábitos
y rutinas propenden a mejorar la madurez emocional de los niños y jóvenes.[8]
Cómo enseñar dominio propio
¿Cómo los padres y maestros pueden estimular el
autocontrol?[9]
- El
niño debe crecer mientras disminuye el control de los padres.
- Se
debe enseñar libertad con responsabilidad.
- No
perturbarse fácilmente por las conductas impulsivas de los niños. La guía
tranquila y ejemplar es de mucha ayuda.
- No
desatender a los niños impulsivos, pues el sueño, el hambre y el cansancio
tienden a descontrolarlos.
- Pedir
ayuda humana y divina pidiendo sabiduría en caso de no poder manejar
ciertas situaciones.
- “No
les des a tus hijos demasiado, demasiado pronto y demasiado fácil”.[10]
- “No
les deis ninguna cosa que pidan llorando, aun cuando vuestro corazón
compasivo desee mucho complacerlos; porque si una vez ganan la victoria
incesante el llanto, esperarán hacerlo una vez más. La segunda vez la batalla será más vehemente”.[11]
Resultados del dominio propio
¿Cómo se comporta una persona emocionalmente
estable, que ejerce autocontrol?[12]
- Puede
controlar una situación con calma. Controla sus sentimientos, no grita ni
se enoja cuando lo molestan.
- Come
sólo lo que es bueno para su salud. Sabe decir no ante lo perjudicial.
- Es
organizado en su vida y sus quehaceres. No posterga lo que tiene
planificado.
- Espera
para conseguir lo que quiere y necesita. Sabe que es mejor esperar. No
pide cosas innecesarias.
- Sigue
fácilmente las instrucciones de sus padres, profesores, jefes,
entrenadores, etc.
- No
compra en forma impulsiva. Compra sólo si lo necesita y sólo si puede
pagarlo.
- Es
cuidadoso con su vida sexual. Si es soltero, conserva su virginidad. Si es
casado, se mantiene fiel.
- Es
respetuoso con sus amistades en cuanto a sus sentimientos, sueños,
creencias y aspiraciones.
- Considera
que aún las cosas buenas pueden ser llevadas a extremos peligrosos.
Practica la moderación.
El ejemplo de Jesús
El dominio propio es la mayor evidencia de nobleza
en una persona. En esto debemos imitar el ejemplo de Jesús: cuando lo maldecían
e insultaban se encomendaba a Dios en silencio y sin quejas; las más crueles humillaciones
y burlas no provocaron en él una mirada o una palabra de impaciencia; en su mente
no había lugar para la venganza; jamás manifestó murmuración, descontento,
disgusto o resentimiento; nunca se descorazonó, se desanimó o se enfureció; era
paciente y realizaba todas sus tareas con una tranquila dignidad y con
suavidad, sin importar qué conmoción se pudiera estar produciendo a su
alrededor. Jesús “estaba por encima de las pasiones humanas, los disturbios y
las pruebas”.[13]
Como padres y educadores deberíamos estar empeñados
en formar a jóvenes y señoritas capaces de dominarse a sí mismos,
autocontrolados, y permitir que sus potencialidades sean desarrolladas y usadas
al máximo y sabiamente de tal forma que les permitan cumplir sus aspiraciones.
No debemos olvidar que “el que se deja dominar por sus pasiones es un hombre débil.
La verdadera grandeza de un hombre se mide por el poder de las emociones que él
domina, y no por las que le dominan a él”.[14]
[1] Víctor Jofré Araya,
Teólogo Bíblico y Magíster © en Educación
Religiosa. Actualmente se desempeña como Inspector General en el Colegio Adventista de Arica, Chile.
[2] Elena G. de White, La conducción del niño, p. 39.
[3] Amanda Céspedes, Educar las emociones.
Educar para la vida, pp. 19, 44.
[4] Daniel Goleman, La inteligencia
emocional, p. 78
[5] Pilar Sordo, ¡Viva la diferencia!,
p. 141.
[6] Kay Kuzma, Los primeros 7 años, p. 185.
[7] ________, Obediencia fácil, p. 25.
[8] Amanda Céspedes, Niños con pataleta, adolescentes desafiantes, p. 108.
[9] Kay Kuzma, Los primeros 7 años, p. 187.
[10] Donna J. Habenicht, Diez valores
cristianos que todo niño debería conocer, p. 188.
[11] Elena G. de White, Manuscrito 43, 1900.
[12] Habenicht, op. cit., pp. 181, 182.
[13] Elena G. de White, Cada día con Dios, p. 264.
[14] ________, Patriarcas y Profetas, p. 613.
Pablo y Marcos
“Toma a
Marcos, y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (2 Timoteo: 4:
11).
Juan Marcos no lo podía creer. Si no hubiese leído
con sus propios ojos la carta que su compañero Timoteo le estaba mostrando, él
no lo hubiese aceptado. La carta decía: “Timoteo, cuando vengas a verme, trae a
Marcos contigo pues me es útil para el ministerio”. Las manos de joven
misionero temblaban mientras leía el ajado manuscrito.
Era el apóstol Pablo quien requería de su presencia
y le urgía su asistencia en Roma. Esta solicitud era por demás extraña, pero
sin lugar a dudas interesante, pues el apóstol, ya anciano y preso, estaba
quizás ya próximo a morir. En otras líneas de la misma carta, Timoteo le había
leído a Marcos: “Yo sé que estoy para ser sacrificado y el tiempo de mi partida
está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado
la fe” (2 Timoteo 4: 6, 7). Antes morir, el viejo paladín de la verdad
evangélica, quería estar con aquellos que consideraba útiles en la obra del
ministerio evangélico. Pero el pedido era más interesante aún pues, años atrás,
el mismo apóstol no había considerado a Juan Marcos para acompañarles como
ayudante de él y de su tío Bernabé en su segundo viaje misionero. Bernabé
quería llevarlo, pero Pablo no.
¿Qué había sucedido? Marcos lo recordaba muy bien.
En un viaje anterior junto a Pablo y Bernabé, siendo aún muy joven y aunque anhelaba
en su corazón dedicarse por entero a la obra del evangelio, Juan Marcos había decidido
volver a Jerusalén y no continuar el viaje de la comitiva a través de Asia
Menor. Fue su misma juventud e inexperiencia, la añoranza de la comodidad del aposento
alto de su hogar en Jerusalén junto María, su madre, y no querer enfrentar
penurias ni desazón, lo que hizo a Marcos desistir del ministerio evangélico
(Véase Hechos 12: 12, 25; 13: 4, 5, 13). Lucas nos comenta que hubo tal
desacuerdo entre ambos líderes, que se apartaron el uno del otro tomando
caminos opuestos. Bernabé tomó a Marcos y navegó a Chipre. Pablo escogió a Silas
y salió a Asia Menor, “encomendado por los hermanos a la gracia del Señor”
(Hechos 15: 36-41).
Sin embargo, el tiempo había pasado y ambos, Pablo
y Juan Marcos, habían madurado. Pablo aprendió a no hacer acepción de personas
y aceptar a todos con sus fortalezas y debilidades. Aprendió a ser como
Bernabé, un cristiano de espíritu inclusivo, que dio una segunda
oportunidad al que había errado. Marcos aprendió que el ministerio no siempre
se torna fácil y que la comodidad del hogar temporal no se compara con la
gloria de las mansiones celestiales que perduran por la eternidad. Pablo
aprendió a ser inclusivista. Marcos aprendió a ser usado por Dios y a
ponerse al servicio de sus instrumentos.
“Esta deserción de Marcos indujo a Pablo a juzgar
desfavorable y aun severamente por un tiempo a Marcos. Bernabé, por otro lado, se inclinaba a
excusarlo por causa de su inexperiencia.
Anhelaba que Marcos no abandonase el ministerio, porque veía en él
cualidades que le habilitarían para ser un obrero útil para Cristo. En años ulteriores su solicitud por Marcos
fue ricamente recompensada; porque el joven se entregó sin reservas al Señor y
a la obra de predicar el mensaje evangélico en campos difíciles. Bajo la bendición de Dios y la sabia
enseñanza de Bernabé, se transformó en un valioso obrero”.[2]
Antes de la muerte de Pablo, Marcos le era “útil para el ministerio” (2 Timoteo
4: 11).
Señor Jesús,
pongo mi vida y mis talentos a tu servicio. Permíteme ver a todos como útiles
en los ministerios de tu iglesia. Quisiera también leer de tu parte que soy
“útil para el ministerio”.
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