“Toma a
Marcos, y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (2 Timoteo: 4:
11).
Juan Marcos no lo podía creer. Si no hubiese leído
con sus propios ojos la carta que su compañero Timoteo le estaba mostrando, él
no lo hubiese aceptado. La carta decía: “Timoteo, cuando vengas a verme, trae a
Marcos contigo pues me es útil para el ministerio”. Las manos de joven
misionero temblaban mientras leía el ajado manuscrito.
Era el apóstol Pablo quien requería de su presencia
y le urgía su asistencia en Roma. Esta solicitud era por demás extraña, pero
sin lugar a dudas interesante, pues el apóstol, ya anciano y preso, estaba
quizás ya próximo a morir. En otras líneas de la misma carta, Timoteo le había
leído a Marcos: “Yo sé que estoy para ser sacrificado y el tiempo de mi partida
está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado
la fe” (2 Timoteo 4: 6, 7). Antes morir, el viejo paladín de la verdad
evangélica, quería estar con aquellos que consideraba útiles en la obra del
ministerio evangélico. Pero el pedido era más interesante aún pues, años atrás,
el mismo apóstol no había considerado a Juan Marcos para acompañarles como
ayudante de él y de su tío Bernabé en su segundo viaje misionero. Bernabé
quería llevarlo, pero Pablo no.
¿Qué había sucedido? Marcos lo recordaba muy bien.
En un viaje anterior junto a Pablo y Bernabé, siendo aún muy joven y aunque anhelaba
en su corazón dedicarse por entero a la obra del evangelio, Juan Marcos había decidido
volver a Jerusalén y no continuar el viaje de la comitiva a través de Asia
Menor. Fue su misma juventud e inexperiencia, la añoranza de la comodidad del aposento
alto de su hogar en Jerusalén junto María, su madre, y no querer enfrentar
penurias ni desazón, lo que hizo a Marcos desistir del ministerio evangélico
(Véase Hechos 12: 12, 25; 13: 4, 5, 13). Lucas nos comenta que hubo tal
desacuerdo entre ambos líderes, que se apartaron el uno del otro tomando
caminos opuestos. Bernabé tomó a Marcos y navegó a Chipre. Pablo escogió a Silas
y salió a Asia Menor, “encomendado por los hermanos a la gracia del Señor”
(Hechos 15: 36-41).
Sin embargo, el tiempo había pasado y ambos, Pablo
y Juan Marcos, habían madurado. Pablo aprendió a no hacer acepción de personas
y aceptar a todos con sus fortalezas y debilidades. Aprendió a ser como
Bernabé, un cristiano de espíritu inclusivo, que dio una segunda
oportunidad al que había errado. Marcos aprendió que el ministerio no siempre
se torna fácil y que la comodidad del hogar temporal no se compara con la
gloria de las mansiones celestiales que perduran por la eternidad. Pablo
aprendió a ser inclusivista. Marcos aprendió a ser usado por Dios y a
ponerse al servicio de sus instrumentos.
“Esta deserción de Marcos indujo a Pablo a juzgar
desfavorable y aun severamente por un tiempo a Marcos. Bernabé, por otro lado, se inclinaba a
excusarlo por causa de su inexperiencia.
Anhelaba que Marcos no abandonase el ministerio, porque veía en él
cualidades que le habilitarían para ser un obrero útil para Cristo. En años ulteriores su solicitud por Marcos
fue ricamente recompensada; porque el joven se entregó sin reservas al Señor y
a la obra de predicar el mensaje evangélico en campos difíciles. Bajo la bendición de Dios y la sabia
enseñanza de Bernabé, se transformó en un valioso obrero”.[2]
Antes de la muerte de Pablo, Marcos le era “útil para el ministerio” (2 Timoteo
4: 11).
Señor Jesús,
pongo mi vida y mis talentos a tu servicio. Permíteme ver a todos como útiles
en los ministerios de tu iglesia. Quisiera también leer de tu parte que soy
“útil para el ministerio”.
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