El bautismo por los muertos:
Introducción
Se entiende por el bautismo por los muertos como la
práctica realizada por aquellos que creen que es necesario que una persona
reciba el bautismo o sea bautizado en lugar de quienes han muerto sin creer en
Jesús, sin haberlo aceptado como Salvador personal o sin haber sido bautizados
en su nombre. Este bautismo es llamado también bautismo vicario o bautismo
sustitutivo.
Quienes realizan este
rito basan su práctica en la declaración del apóstol Pablo:
“Entonces, ¿qué harán
los que se bautizan por los muertos? Si en ninguna manera los muertos resucitan,
¿por qué, pues, se bautizan por ellos?” (1 Corintios 15: 29, RVR60).[2]
Es generalizada la
opinión de que este párrafo es de significado incierto, una de las declaraciones
paulinas (y de todas las Escrituras) más difíciles de entender e interpretar.[3] Al
respecto se ha afirmado:
“Muchos intérpretes
no han sabido a qué atenerse con esto del bautizarse
por los muertos, y todavía no se puede decir que se haya resuelto del todo
el problema”.[4]
“La oscuridad que se
cierne sobre este pasaje no puede despejarse del todo, porque se refiere a una
costumbre de la cual no tenemos detalles”.[5]
Sin embargo, es
interesante notar aquí que para los primeros lectores de la citada carta escrita
por Pablo, es decir, los conversos cristianos en Corinto, a quienes esta epístola
estaba dirigida en forma original, el sentido de la expresión “bautizar” en las
frases “los que se bautizan por los
muertos” o “se bautizan por ellos”
era claro y preciso y que para ellos su significado estaba lejos de toda
discusión. El uso del verbo “bautizar” en esta frase era para ellos familiar y
libre de toda confusión. Sin embargo, para nosotros que vivimos dos milenios
después, el exacto sentido de estas palabras es más bien oscuro y abierto a
innumerables interpretaciones y especulaciones, algunas de ellas incluso
rayando en la superstición. Peor aun considerando que la práctica aludida aquí
no es mencionada en ningún otro lugar de las Escrituras.
El presente ensayo
pretende, principalmente, (1) mostrar las interpretaciones más comunes en torno
al texto y el asunto en cuestión; (2) dar cuenta de los problemas relacionados
con tomar el texto en forma literal; y (3) explicar, desde una visión
bíblico-cristocéntrica, una interpretación basada en el uso metafórico del
verbo bautizar o ser bautizado.
Interpretaciones
comunes acerca del “bautismo por los muertos”
Según los eruditos,
desde los tiempos de Pablo hasta la actualidad se han sugerido alrededor de 30
ó 40 interpretaciones[6] al
asunto del bautismo por los muertos (baptizô
hyper tón nekrón, en griego). Incluso se menciona que se han contado
doscientas interpretaciones diferentes.[7] Dichas
interpretaciones están divididas, en general, en tres áreas:
(1) Interpretaciones
que se basan en la partícula “por” (hyper,
en griego);
(2) Interpretaciones
que se basan en la expresión “los muertos” (tón
nekrón, en griego);
(3) Interpretaciones
que se basan en el verbo “bautizar” (baptizô,
en griego).
Interpretaciones basadas en la partícula hyper
Quienes traducen la
partícula hyper como “por” o “en
lugar de”, entienden que este párrafo se refiere a cristianos que se hacían
administrar el sacramento por parientes o amigos que no pudieron recibirlo en
vida. Más adelante se discutirá en detalle el bautismo vicario el cual algunos aún
practican aludiendo a este texto. Sin embargo, un argumento en su contra es el
hecho de que aún se discute si esta práctica existía o no en los tiempos de los
apóstoles.[8]
Otros aluden que esta
partícula debería ser traducida como “sobre” o “encima de” e interpretan
diciendo que este rito era realizado sobre las tumbas de los mártires
cristianos. Por ejemplo, para el reformador Martín Lutero, la expresión hyper tón nekrón (en latín pro mortuis), debía ser entendida como
un bautismo “sobre los muertos”, es decir, sobre la tumba de cristianos
muertos, como un testimonio de su fe para los paganos incrédulos. Como una
forma de manifestar su fe en la resurrección y “como prueba de su firme
convicción de que los bautizados resucitarán de nuevo, se hacían bautizar ante
la sepultura de los difuntos […] Por esto bautizaban a la gente en las
sepulturas como diciendo: ‘Me bautizo aquí en prueba de mi fe y convicción de
que esta gente que aquí yace, resucitará’”.[9]
Interpretaciones basadas en el sustantivo tón nekrón
Estas
interpretaciones ponen su énfasis en la actitud de los creyentes hacia los
creyentes ya muertos, es decir, por consideración o por causa de ellos, en
señal de aprecio o respeto por aquellos que bajaban al descanso y con el ánimo
de llenar los lugares que ellos iban dejando. Según F. F. Bruce, el bautismo
por los muertos se refiere a alguna forma de proxy bautism, es decir, algunos cristianos ante la inminencia de
la muerte, ya sea por la enfermedad o las persecuciones “aceptaban el bautismo
para ser reunidos con sus amigos cristianos que partieron en la vida venidera”.[10] Su
aprecio o apego a cristianos ya fallecidos, hacía que otros siguieran su
ejemplo y desearan reunirse con ellos en la otra vida. “El que recibía bautismo
en tales circunstancias era bautizado, no por los vivos, sino por los muertos,
es decir era introducido en la iglesia ya glorificada y no en la que combatía
sobre la tierra”.[11] De
acuerdo a F. F. Bruce, la referencia al bautismo por los muertos ha sido
explicada por analogía a la práctica de “la oración por los muertos” sugerida
en el libro de 2 Macabeos 12: 39-45.
Interpretaciones basadas en el verbo baptizo
Entre aquellos que se
inclinan en una interpretación del texto basada en el significado del verbo baptizo (bautizar, en griego) se
encuentran quienes le dan un significado literal y quienes lo tratan en su
significado metafórico.
Significado literal
Variados comentadores
de renombre señalan que el bautismo
vicario era una costumbre local existente en la iglesia de Corinto. Se
refería a un ritual realizado por los vivos con la esperanza de lograr la
salvación de los hombres y mujeres después de la muerte. Quienes defienden el
uso literal del término, afirman que aquí “Pablo presupone que la potencia del
bautismo intercesorio por los muertos llega aún hasta el Sheol y beneficia allí
a los que en esta vida mortal no fueron sellados con el nombre de Cristo”.[12] De
esta forma, los muertos sin ser bautizados y que estaban siendo discipulados
también podían tener su parte en el reino de Dios. De dicha costumbre Pablo no
dice si la aprueba o desaprueba. Simplemente, el apóstol la presenta como un
“argumento que le permite combatir a los que niegan la resurrección haciéndoles
incurrir en una contradicción entre la teoría y la práctica”.[13] Es
decir, los que niegan la resurrección tampoco deberían hacerse bautizar por los
muertos.
Según algunos
eruditos, aunque no está del todo demostrado, principalmente por la ausencia de
fuentes históricas, esta costumbre sería, con el tiempo, convertida en doctrina
y aceptada por Marción (los marcionitas) y otros grupos gnósticos y heréticos
del cristianismo primitivo, como los cerintianos. Así lo entendieron, por
ejemplo, los Padres de la Iglesia Tertuliano,[14]
Crisóstomo y Ambrosio. Aunque se reconoce, más bien, que esta práctica es
supersticiosa y tendría raíces paganas en los ritos de iniciación de ciertas
cultos griegos que adoraban a la Luna.[15]
Cabe mencionar que
dicha enseñanza fe catalogada como universalmente herética por los primeros
cristianos y condenada en el Concilio de NNN en el año 888 d. C.[16] Por
lo tanto, no correspondería a una doctrina bíblica o a una enseñanza practicada
por el cristianismo en general, sino más bien a una costumbre supersticiosa y, según
algunos, “enteramente ridícula”.[17]
Entre aquellos que en
la actualidad administran el bautismo por los muertos se encuentran los
miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos del Últimos Días, conocidos
genéricamente como mormones. En una declaración en su web-site ellos afirman:
“Jesucristo enseñó que el bautismo es
esencial para la salvación de todos los que han vivido en la tierra (véase Juan 3:5). Muchas personas, sin embargo, han
muerto sin recibir el bautismo. Otros han sido bautizados sin la debida
autoridad. Como Dios es misericordioso, ha preparado un medio para que todos
reciban las bendiciones del bautismo. Al realizar bautismos vicarios por
aquellos que han muerto, los miembros de la Iglesia ofrecen estas bendiciones a
sus antepasados fallecidos. En la vida venidera, estas personas pueden escoger
aceptar o rechazar lo que se ha hecho a su favor”.[18]
El 15 de agosto de 1840, el fundador y
profeta del mormonismo, José Smith, comenzó a
enseñar la doctrina del bautismo por los muertos cuando predicó en los funerales
del hermano Seymour Brunson.[19]
Los primeros bautismos fueron oficiados en los ríos y arroyos cercanos a la
localidad de Nauvoo, principalmente en el río Misisipí, a la par que se
construía el templo del lugar. El 21 de noviembre de 1841 se llevaron a cabo
los primeros bautismos por cuarenta personas que habían muerto en una pila bautismal
de madera en el subsuelo del templo de Nauvoo.[20] En
un discurso pronunciado el 31 de agosto de 1842, José Smith dispuso que un
registrador anotara el nombre de toda persona que recibía el bautismo vicario.[21]
Incluso el nombre del patriota y ex-presidente norteamericano, George
Washington, fue uno de los que se pronunciaron en un bautismo oficiado el 2 de
mayo de 1843.[22]
El mismo José Smith
basaba su enseñanza en 1 Corintios 15: 29, aludiendo que esta doctrina verdaderamente
se practicaba en las iglesias antiguas y que “fue el mensaje de las Sagradas
Escrituras”, expuesta “claramente en el Nuevo Testamento”.[23]
Al respecto, él afirma:
“Hay un bautismo que
deben aceptar los que viven, y hay un bautismo para los muertos que fallecen
sin el conocimiento del evangelio”.[24]
“Los santos tienen el
privilegio de bautizarse por sus parientes muertos, que en su opinión habrían
aceptado el evangelio si hubiesen tenido el privilegio de oírlo, quienes ya lo
habrán recibido en el espíritu, por conducto de aquellos que fueron
comisionados para predicarles mientras estuviesen en la prisión [de la
muerte]”.[25]
“Si hay una palabra
del Señor que apoya la doctrina del bautismo por los muertos [se refiere a 1
Corintios 15: 29], con eso basta para establecerla como doctrina verdadera.
Además, si por la autoridad del Sacerdocio del Hijo de Dios, podemos bautizar a
un hombre en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo para la
remisión de sus pecados, igual privilegio tenemos de obrar como representantes,
y ser bautizados para la remisión de los pecados, por parte o a favor de
nuestros parientes muertos que no han oído el evangelio ni la plenitud de él”.[26]
“Esta doctrina da a
conocer de una manera muy clara la sabiduría y misericordia de Dios en la
preparación de una ordenanza para la salvación de los muertos, porque pueden
recibir el bautismo por medio de un agente, y así sus nombres quedarán
inscritos en el cielo”.[27]
“Una de las
ordenanzas de la casa del Señor es el bautismo por los muertos. Dios decretó
antes de la fundación del mundo que dicha ordenanza se administrase en una pila
preparada para ese fin en la casa del Señor”.[28]
Sin embargo lo
anterior, debemos notar que el sentido vicario del bautismo “es totalmente
ajeno a las Escrituras”.[29] Según
Daniel Scarone, antes de aceptar la creencia en el bautismo literal por los
muertos debemos tener en consideración lo siguiente:[30]
1. La salvación es sólo por gracia, un don gratuito dado por
Dios al creyente individual (Efesios 2: 8). No encontramos en las Escrituras
ningún individuo que haya creído o se haya convertido por otro o menos haya
sido bautizado en lugar de otro (cf.
Ezequiel 14: 14). Ningún creyente del siglo I leyó, por tanto, el texto de 1
Corintios 15: 29 entendiendo que la fe de un creyente vivo pudiera beneficiar a
un incrédulo muerto.
2. En ninguna parte de las Escrituras se autoriza la
práctica del bautismo por los muertos. En el texto en cuestión, Pablo no
confirma ni reprueba la práctica.
3. La evidencia histórica o arqueológica no refuerza tal
práctica. La afirmación paulina es una referencia incidental y no representa
una validación doctrinal o autorización apostólica para su práctica.
4. La Biblia en general enseña que esta vida es la única
oportunidad que tenemos para alcanzar la salvación y que la muerte es el fin de
todo (Eclesiastés 9: 10).
5. La muerte es un estado de inconciencia y espera hasta el
momento del regreso del Señor y la resurrección (Eclesiastés 9: 5; 1
Tesalonicenses 4: 13-18). En la muerte el polvo vuelve al polvo y el aliento de
vida es retirado por Dios (al contrario de como fuimos creados, cf. Génesis 2: 7). Los muertos no pueden
sentir, amar, creer ni decidir, tampoco pueden alabar o negar a Dios ni tampoco
tienen más ningún tipo de contacto con los vivos (cf. Job 7: 9, 10; Salmos 6: 5; Isaías 38: 18)
A lo anterior debemos
agregar que la creencia mormona en el bautismo por los muertos se fundamenta en
una comprensión errada acerca del estado de los muertos (o la creencia popular
acerca de la inmortalidad del alma) y de una interpretación muy particular de
la Biblia, en especial de 1 Corintios 15: 29 y 1 Pedro 3: 18-20 y 4: 6.
Significado
metafórico o figurado
El significado
metafórico del verbo bautizar (baptizô,
en griego) y del sustantivo bautismo (baptisma,
en griego) está fundamentado en el uso que el propio Jesús le dio a estas
palabras en un par de declaraciones.
La primera de ellas
se encuentra en Lucas 12: 50 en que Cristo, presintiendo y prediciendo su
muerte, afirma: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio
hasta que se cumpla!” (RVR60). Sin lugar a dudas, aquí Jesús se refiere a un
bautismo distinto al que había experimentado un par de años atrás en el río
Jordán.
De acuerdo a los
comentadores, la referencia de Jesús se relaciona con el bautismo de
padecimientos del cual sería objeto y al cual debía someterse durante los días
de su pasión. Sería su “bautismo de fuego”,[31] “una
inundación de tribulaciones por las que hay que pasar”.[32]
W. E. Vine declara respecto de este texto, que por baptisma se entiende “los abrumadores sufrimientos y juicio a los
que se sometió voluntariamente el Señor en la Cruz”.[33] Y el catedrático David
Metzler enfatiza: “su bautismo sería su muerte en el Calvario”.[34] La Nueva Versión
Internacional (NVI) vierte así el verso: “Pero tengo que
pasar por la prueba de un bautismo,
y ¡cuánta angustia siento hasta que se cumpla!”. De igual forma, la Traducción
en Lenguaje Actual (TLA) dice: “Tengo que pasar por una prueba muy difícil, y
sufro mucho hasta que llegue ese momento”. De igual forma, el erudito William
Barclay traduce así este texto: “Tengo, él dijo, una terrible experiencia a
través de la cual yo debo pasar”.[35]
Elena G. de White compara las penurias, el oprobio y la cruz que experimentaría Cristo con un
bautismo de sangre que él debía recibir. Ella afirma que una vez que Jesús
contempló la suerte que le tocaría a la humanidad transgresora, acepta salvar
al hombre sin importar el costo. “Acepta su bautismo de sangre, a fin de que
por él los millones que perecen puedan obtener vida eterna”.[36]
En este mismo
contexto, se entiende la pregunta que Jesús hiciera a sus discípulos que
disputaban entre sí un lugar de preeminencia en el reino de Dios: “¿Podéis
beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados en el bautismo con que yo soy bautizado?”
(Marcos 10: 38, RVR60; cf. Mateo 20:
22). Con estas palabras Cristo apuntaba al martirio de sus apóstoles posterior
a su ascensión. Es decir, al bautismo de sangre y padecimientos que ellos
deberían experimentar por causa de la predicación del evangelio del reino. Sólo
si estaban dispuestos a pasar por esta amarga experiencia por amor a su Maestro
y pagar el precio del discipulado (cf.
Marcos 10: 29, 30), entonces estaban preparados para tener un lugar en el reino
de su Padre. Los discípulos respondieron: “Podemos. Jesús les dijo: A la
verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy
bautizado, seréis bautizados” (Marcos 10: 39, RVR60; cf. Mateo 20: 22, 23). Este augurio señalaba “los sufrimientos que
iban a experimentar Sus seguidores, no de carácter vicario, sino en comunión
con los sufrimientos del Señor de ellos”.[37]
En su comentario a
Marcos 10: 39, la Dra. Lut Respen señala: “Estas alusiones subrayan el hecho de
que los discípulos verdaderos comparten los sufrimientos de Jesús”. En este
sentido, ser bautizados, significa recibir el bautismo “de inmersión en la muerte
como lo fue Jesús”. Y concluye: “Como Jesús se encontró con la oposición y
finalmente con la muerte mientras realizaba su misión, proclamando el “Evangelio
de Dios”, así también los seguidores de Jesús pararán por esta experiencia,
cuando ellos estén comprometidos en la proclamación del evangelio a todas las
naciones, tribus y lenguas”.[38] Lo anterior
nos recuerda que “usted y yo nunca estaremos libres del bautismo de fuego de
las pruebas. Así como nuestro Señor pasó por severas pruebas, así nos ocurrirá
a nosotros.”[39]
La predicción del
Gran Maestro se cumplió en la vida de aquellos osados discípulos que hicieron
esa famosa petición: Jacobo murió por orden de Herodes atravesado por una
espada (Hechos 12: 1, 2) y Juan fue perseguido y atribulado (cf. Hechos 4: 1-3; 5: 17, 18) y,
finalmente, encarcelado en Patmos, “por causa de la palabra de Dios y el
testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 1: 9, RVR60).
Además de los pasajes
anteriores, encontramos a lo menos tres menciones en el Nuevo Testamento que
hacen alusión a un uso figurativo del verbo bautizar y del sustantivo bautismo.
El primero de ellos es el uso que le da el propio Pablo en 1 Corintios 10: 2
afirmando que los israelitas en su cruce por el Mar Rojo “todos en Moisés fueron
bautizados en la nube y en el mar” (RVR60).
En segundo lugar
encontramos el uso figurado que le da al verbo el apóstol Pedro cuando menciona
que, en los días de Noé, ocho personas “se salvaron mediante el agua, la cual
simboliza el bautismo” (1 Pedro 3: 20, 21, NVI).
También Juan el
Bautista hace uso figurado del verbo cuando afirma que Jesús bautizaría con
Espíritu Santo y con fuego (Mateo 3: 11; Lucas 3: 16). Evidentemente, el
bautismo del Espíritu Santo se refiere al que tuvo lugar en el día del
Pentecostés. El bautismo de fuego, dice Vine, está referido a “la calamidad que
iba a caer sobre la nación de los judíos, un bautismo de fuego del juicio
divino por el rechazamiento de la voluntad y de la palabra de Dios”.[40]
Otro uso metafórico
del verbo bautizar también se encuentra en la versión griega del Antiguo
Testamento, la Septuaginta o Versión de los Setenta (LXX). Allí se utiliza el
verbo baptizô en Isaías 21: 4
diciendo, literalmente, “la iniquidad me abruma”.
El verbo griego baptizein
o baptizô es utilizado en la literatura extra bíblica también en forma
metafórica. Por ejemplo, se utiliza para decir que un barco está “sumergido
bajo las olas” o de un hombre “sumergido en la bebida”; también es usado para
señalar a un “erudito sumergido por las preguntas de su examinador” o de un
hombre “sumergido en una experiencia severa y terrible”.[41] El
mismo uso le da el autor griego Platón en el Eutidemo, 277D, al afirmar que está “abrumado con interrogantes”.[42]
Un argumento
adicional que confirma el uso metafórico del verbo bautizar en el texto en
cuestión es el hecho de que en la unidad que conforman los versículos 29 al 34 (de
1 Corintios 15) se encuentran otras dos metáforas usadas por el apóstol
relacionadas con las adversidades enfrentadas por causa del evangelio. A saber,
la expresión “cada día muero” (v. 31, RVR60) y la afirmación “como hombre
batallé en Éfeso contra fieras” (v. 32, RVR60).[43]
En primer lugar, la
expresión “cada día muero” puede ser sinónima de otras frases utilizadas por el
apóstol, a saber “peligramos a toda hora” (1 Corintios 15: 30), “sentenciados a
muerte” (1 Corintios 4: 9, RVR60) y “siempre estamos entregados a muerte” (2 Corintios
4: 11, RVR60).[44] Para algunos comentadores
es claro que aquí Pablo está pensando en “el bautismo de la muerte o de la
persecución”, haciendo un evidente paralelismo entre el bautismo por los
muertos y “los peligros que afronta [Pablo y los demás apóstoles] al predicar
el evangelio, o sea, cómo expone su vida por amor a los pecadores”.[45]
Es como si Pablo dijese: “No hay día que no esté al borde la muerte” (v. 31,
NBE) o “todos los días estoy en peligro de muerte” (v. 31, TLA). El famoso
comentador Moffat traduce el verso 31 como: “¡No pasa un día en que no esté a
la puerta de la muerte!”[46]
Al respecto un
comentador nos afirma: “Pablo caminaba siempre con la muerte pisándole los
talones”.[47] De acuerdo a esta
comparación es posible afirmar que Pablo “recibe cada día un bautismo de
sufrimientos, de peligros, de renunciamiento”,[48]
un “bautismo de sangre”, [49] un
“bautismo de aflicciones”.[50] Así
entendido, ser bautizados por los muertos, significa estar expuestos
continuamente al peligro de muerte por salvar a un alma. Por ejemplo, citando a
Godet y a otros intérpretes, Bonnet y Schroeder, al igual que Metz y Harper y
otros, opinan que en 1 Corintios 15: 29 no se refiere a un bautismo literal de
agua, sino más bien a un bautismo metafórico de sangre por el martirio.[51]
De igual forma, la
idea de “luchar contra fieras” mal podría referirse a una lucha real contra
animales feroces, pues no se dan referencias tempranas de martirio de ese tipo
en ningún lugar del Imperio Romano sino hasta las persecuciones de Nerón y más
principalmente a mediados del siglo II d. C. Sabemos, sin embargo, que esta
práctica brutal era en tiempos del apóstol destinada a los criminales y
sentenciados a muerte en la arena del circo luego de las conquistas romanas,
pero no para los cristianos. Por otro lado, en su calidad de ciudadano romano
habría hecho improbable que el apóstol fuese destinado a morir de esa manera.[52]
Por lo tanto, la
metáfora de luchar contra las fieras más bien recuerda la rudeza con que fue
tratado el apóstol cuando estuvo en Éfeso (cf.
Hechos 19) y en otras tantas ciudades de Asia y Europa, junto a sus compañeros
Silas y Timoteo, a lo cual se refiere quizás también en Romanos 16: 4. Eran las
“amenazas de hombres que buscaban su muerte como fieras salvajes”.[53] Pablo,
dice por tanto: “En Éfeso luché con hombres que parecían fieras salvajes” (v.
32, TLA). La misma metáfora es usada por Ignacio, obispo de Antioquía, cuando
afirma: “Desde Siria a Roma yo estoy luchando con fieras salvajes, por tierra y
mar”.[54]
Lo que el bautismo
por los muertos significa para nosotros hoy
En el argumento de Pablo, la resurrección de
los muertos es razón suficiente para que los cristianos estén dispuestos a ser bautizados por ellos, es decir, a
padecer por aquellos que reciben el evangelio y mueren con la esperanza de la
resurrección. Sin esta esperanza, cualquier esfuerzo realizado en favor de las
almas sería en vano. La resurrección de los muertos anima a otros a tener que
padecer incluso privaciones y muerte, un bautismo de sangre. Quienes se bautizan
serían, por tanto, “los que están dispuestos a dar su vida por la salvación de
los pecadores”.[55]
Por lo mismo, repetimos lo citado acerca del Salvador, cuando se declara: “Acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los
millones que perecen puedan obtener vida eterna”.[56]
Pablo resume de la siguiente manera sus
tribulaciones en favor de otros con la esperanza de la resurrección:
“Porque según pienso, Dios nos ha exhibido
a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues
hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres.
Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo;
nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros
despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos,
somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con
nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la
soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la
escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Corintios 4: 9-13,
RVR60).
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual
nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros
consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación
con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en
nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo
nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y
salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la
cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también
padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que
así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación.
Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos
sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras
fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero
tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en
nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y
nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte;
cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración, para que por muchas
personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a nosotros por
medio de muchos” (2 Corintios 1: 3-11, RVR60).
“Pero tenemos este tesoro en vasos de
barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que
estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no
desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos;
llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que
vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que
la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida. Pero teniendo el mismo
espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual
también hablamos, sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros
también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros”
(2 Corintios 4: 7-14, RVR60).
“¿Son ministros de Cristo? (Como si
estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número;
en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos
cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado
con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una
noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en
peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el
desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y
fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en
desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la
preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién
se le hace tropezar, y yo no me indigno? Si es necesario gloriarse, me gloriaré
en lo que es de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador
de la provincia del rey Aretas guardaba la ciudad de los damascenos para
prenderme; y fui descolgado del muro en un canasto por una ventana, y escapé de
sus manos” (2 Corintios 11: 23-33, RVR60).
De igual forma, el apóstol Pablo agradece la
misma solicitud de parte de la iglesia de Roma hacia su persona. Al respecto,
él declara: “Por salvarme la vida,
ellos arriesgaron la suya” (Romanos 16: 4, NVI). También el apóstol da fe del
ministerio fiel y abnegado de Epafrodito quien “estuvo enfermo, a punto de
morir… porque por la obra de Dios estuvo próximo a la muerte, exponiendo su
vida para suplir lo que faltaba” (Filipenses 2: 27, 30, RVR60).
Lo anterior, es sólo una muestra de lo que
los apóstoles estaban dispuestos a hacer por su iglesia, “sabiendo que el que
resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús”, pues no
confiaban en ellos mismos, “sino en Dios que resucita a los muertos” (2
Corintios 1: 9; 4: 14, RVR60). Juan Calvino concluye que “no sin una buena
razón Pablo pregunta ¿qué harían si
no hubiera esperanza después de la muerte? […] Él habla, además, de peligros
voluntarios a los cuales los creyentes exponen sus vidas con el propósito de
confesar a Cristo.”[57] Y Metz y Harper afirman: “Tal
práctica… implicaba fe en la inmortalidad […] Si no había resurrección, era
absurdo sufrir y morir por la fe […] Si no hay resurrección, toda esa
exposición al peligro y a la muerte es ridículo”.[58] Otro autor comenta: “Tal
vida sería el colmo de la locura”.[59] Sin la promesa de la
resurrección de los muertos, tales actividades no tendrían razón se ser, serían
sin sentido.
Esta misma interpretación está plasmada en
los argumentos de varios comentadores cuando afirman:
“Si no hay resurrección de muertos, los que,
al hacerse cristianos se exponen a toda suerte de privaciones, cruces, fuertes
sufrimientos, y una muerte violenta, no pueden recibir ninguna compensación, ni
ningún motivo suficiente para inducirlos a exponerse a tales miserias. Pero al
recibir el bautismo como emblema de muerte al bajar voluntariamente al agua,
así también lo reciben como un emblema de la resurrección a vida eterna, al
salir del agua; de este modo son bautizados por los muertos con perfecta fe en
la resurrección”.[60]
Es decir, es como si Pablo preguntase:
“¿Por qué sufren de tal modo los hombres por
los que están irremediablemente muertos? Si los muertos no han de resucitar,
¿para qué padecer tanto por ellos, es decir, esforzarse tanto y soportar tantas
cosas por hombres que, una vez muertos, no han de volver a vivir jamás […]
“Si no hay resurrección, de la cual dependen
todas nuestras esperanzas como cristianos, ¿por qué hemos de enfrentarnos
voluntariamente con el peligro? […]
“Si no tengo otras miras o esperanzas que las
que tiene el común de los hombres, cuyas ilusiones están puestas en este mundo,
¿para qué exponerse a tantos peligros?”[61]
“¿Por qué había de aceptar los peligros de la
vida cristiana si todo acaba e nada? […] ¿Para qué sirven tantos peligros y
sufrimientos si todo termina con la muerte?”[62]
“¿Para qué fatigarnos en vano y exponernos a
los mortales peligros que nos amenazan? […] ¿Por qué motivos tendríamos que
aventurarnos a correr un peligro tan grande o inevitable donde nuestra vida
nunca está a salvo o no gozarnos de ninguna alegría? ¿Por qué debería exponerme
sin motivo alguno y convertirme en blanco de flechas, alabardas o armas de fuego
del diablo? ¿Y por qué tenía [el apóstol Pablo] que insistir en predicar en
medio de tantas armas apuntadas contra él?”[63]
En conclusión, es la certeza en la
resurrección de los creyentes la que llena de esperanza los corazones de los
santos y los impulsa a enfrentar los peligros que encierra la predicación. De
no ser así, es mejor comer y beber (cf.
1 Corintios 15: 32; Isaías 22: 13), pues aquello es más apetecible si es que no
hay esperanza de vida eterna. Sólo queda morir.
Según Pablo, “el rechazo de la doctrina de la
resurrección abre el camino para la sensualidad desenfrenada […] Negar la
resurrección era negar el evangelio y abrir la puerta al pecado. Afirmar la
resurrección era valorar el evangelio y abrir el camino de la santidad”.[64]
Visto así, negar la doctrina de la
resurrección tiene como consecuencia natural la negación del evangelio con el
consiguiente rechazo de toda esperanza de salvación. No estar dispuestos a ser
bautizados por los muertos, “es hacer que los hombres se vuelvan temerarios, y
que se abandonen al disfrute de meros placeres sensuales. Si el hombre no
espera ningún más allá glorioso, desciende por naturaleza a nivel de los
brutos, cuyo destino ha de compartir”.[65] Barclay concluye:
“Elimina el pensamiento de la vida por venir, y ésta pierde su valor”.[66] El valor de la vida de un
alma merece aún un bautismo de sangre
de parte de aquel creyente que quiere salvarla, un verdadero bautismo por los
muertos.
[1] Víctor Jofré Araya
(2015), Magíster © en Educación Religiosa. Actualmente se desempeña como
Inspector General en el Colegio Adventista de Arica, MNCh. Se le puede escribir
a victorja@gmail.com
[2] Las versiones de la
Biblia en español utilizadas en el presente ensayo son: Reina Valera Revisión
1960 (RVR60), Nueva Versión Internacional (NVI) y Nueva Biblia Española (NBE).
[3] Ver, por ejemplo: L.
Bonnet y A. Schroeder (1974), Comentario
del Nuevo Testamento, 2da. Ed. (Buenos Aires: Casa Bautista de
Publicaciones), v. 3, p. 313; Paul A. Hamar (1983), La primera epístola a los Corintios (Miami, Florida: Editorial
Vida), p. 145; F. W. Grosheide (1984), The
New International Commentary on the New Testament. The First Epistle to the
Corinthians (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans Publishing Company), p. 371;
Raúl Quiroga (2006), Comentarios a las
Epístolas de Pablo (Entre Ríos, Argentina: Editorial Universidad Adventista
del Plata), p. 94.
[4] William Barclay
(1995), Comentario al Nuevo Testamento
(Terrassa, Barcelona: Editorial Clie), v. 9, p. 186. Énfasis en el original.
[5] Charles Hodge
(1969), Comentario a I Corintios,
Edimburgo (Gran Bretaña: El Estandarte de la Verdad), p. 312.
[6] Ver, por ejemplo,
Donald S. Metz y A. F. Harper (ed.) (sin fecha), Comentario Bíblico Beacon (Kansas City, Missouri: Casa Nazarena de
Publicaciones), v. 8, p. 496; Matthew Henry y Thomas Scott (1960), Commentary on the Holy Bible (Grand
Rapids, Michigan: Baker Books House), v. 6, p. 131 (nota de pie de página);
Hodge (1969), p. 310; Bonnet y Schroeder (1974), p. 313; William Tyndale
(1979), TheTyndale New Testament
Commentaries. The First Epistle of Paul to the Corinthians, Grand Rapids, Michigan: Eerdmans Publishing Company, p. 219; Frank E.
Gaebelein (Ed.) (1979), The Expositor’s
Bible Commentary (Grand Rapids, Michigan: Zondervan Publishing House), v.
10, p. 287; León Morris (1981), I
Corintios. Introducao e comentário (Sao Paulo: Editora Mundo Cristao), p.
176.
[7] Hans Gozelmann
(1988), A Commentary on the First Epistle
to the Corinthians (Philadelphia: Fortress Press), p. 276 (nota en pie de
página).
[8] Bonnet y Schroeder
(1974), p. 313; Grosheide (1984), p. 372.
[9] Martín Lutero
(2000), Comentarios de Martín Lutero.
Selecciones de 1ra. Corintios (Terrassa, Barcelona: Editorial Clie), p.
166, 167; cf. Hodge (1969), p. 312;
Bonnet y Schroeder (1974), p. 313; Gaebelein
(Ed.) (1979), v. 10, p. 287; Hamar (1983), p. 146; Grosheide (1984), p. 373; Barclay
(1995), v. 9, p. 187.
[10] F. F. Bruce, The New Century
Bible Commentary. I & II Corinthians (Londres: Eerdmans Publishing
Company, 1971), p. 149.
[11] Hodge (1969), p.
312; Bonnet y Schroeder (1974), p. 314; John Calvin (1979), Commentary on
the Epistles of Paul the Apostle to the Corinthians (Grands Rapids,
Michigan: Baker Books House), p. 38 (nota de pie de página); Hamar (1983), p. 146;
Barclay (1995), v. 9, p. 187; William MacDonald (1995), Comentario al Nuevo Testamento (Terrassa, Barcelona: Editorial
Clie), p. 737; cf. Daniel Scarone
(1989), Mormonismo: La historia que pocos
conocen (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 128;
Daniel Scarone (1995), Credos
Contemporáneos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), pp.
243, 244;
[12] Metz y Harper (ed.)
(sin fecha), p. 496; cf. Gozelmann
(1988), p. 276; Barclay (1995), v. 9, pp. 187, 188.
[13] Horst Balz y Gerhard Schneider (Eds.) (2001), Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, 2da. Ed. (Salamanca:
Ediciones Sígueme), p. 584; cf. Metz
y Harper (Ed.) (sin fecha), p. 496; Gaebelein
(Ed.) (1979), v. 10, p. 287; Gozelmann (1988), p. 276; Luthar Coenen, Erich Beyreuther
y Hans Bietenhard (1998), Diccionario
Teológico del Nuevo Testamento, 4ta. Ed. (Salamanca: Ediciones Sígueme), p.
163.
[14] Tertuliano, Adversus Marcion, 5.10. Ver también los
comentarios de Tyndale (1979), p. 218; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, p. 287, 288; Morris (1981), p.
175, 176; Bruce (1982), p. 148; Hamar (1983), p. 145; Grosheide (1984), p.
372.
[15] Crisóstomo, Homilia in Epistole I ad Corinthians,
40.1; Epifanio, Adversus Haerethic,
28.6.4. Citados por Gozelmann (1988), p. 275; cf. Hodge (1969), p. 311; Gaebelein
(Ed.) (1979), v. 10, pp. 287, 288; Calvin (1979), p. 34; Hamar (1983), p. 145.
[16] Hodge (1969), p.
311.
[17] Hamar (1983), pp.
145, 146; cf. Hodge (1969), p. 311; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, p. 288; Calvin (1979), p. 34; Barclay (1995), v. 9,
p. 188.
[18] ¿Por qué
efectúan los mormones bautismos vicarios en sus templos? Disponible en: http://www.mormon.org/spa/preguntas-frecuentes/bautismos-con-representantes; cf. ¿Por qué los mormones efectúan
bautismos por los muertos? Disponible en http://www.mormon.org/spa/preguntas-frecuentes/bautismo-por-los-muertos
[19] José Fielding Smith
(Comp.) (1982), Enseñanzas del Profeta
José Smith. Selecciones de sus sermones y escritos (Salt Lake City, Utah:
sin Editorial), p. 214.
[20] La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de Últimos Días (2007), Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith (Salt Lake
City, Utah: Intellectual Reserve, Inc.), pp. 22, 23, 499-501.
[21] Fielding Smith
(Comp.) (1982), p. 501; cf. Doctrina y Convenios, 127: 6, 7, 9; 128:
4.
[22] Scarone (1989), p.
125.
[23] Fielding Smith
(Comp.) (1982), pp. 232, 378; cf. La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de Últimos Días (2007), p. 503; Doctrina y Convenios, 128:16.
[24] Fielding Smith
(Comp.) (1982), p. 455; cf. La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de Últimos Días (2007), p. 505.
[25] Fielding Smith
(Comp.) (1982), p. 214; cf. p. 242; cf. Doctrina y Convenios, 137:7.
[26] Fielding Smith
(Comp.) (1982), p. 243; cf. La Iglesia
de Jesucristo de los Santos de Últimos Días (2007), p. 504.
[27] Fielding Smith
(Comp.) (1982), p. 232.
[28] Fielding Smith
(Comp.) (1982), p. 376; cf. Doctrina y Convenios, 128: 5.
[29] MacDonald (1995), p.
737.
[30] Scarone (1989), pp.
128-130; Scarone (1995), pp. 244, 245.
[31] Charles R. Erdman
(1974), El Evangelio de Lucas
(Jenison, Miami: T.E.L.L.), p. 168.
[33] W. E. Vine (1984), Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo
Testamento (Terrassa, Barcelona: Editorial Clie), v. 1, pp. 186, 187.
[34] David Metzler
(2000), La Estrella Resplandeciente de la
mañana (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 256.
[35] William Barclay
(1975), The Gospel of Luke
(Philadelphia, Pennsylvania: The Westminster Press), p. 170.
[36] Elena G. de White
(1995), El Deseado de todas las gentes
(Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 642; cf. p. 378; ver también Elena G. de
White (2008), Testimonios para la Iglesia
(Florida: Asociación Publicadora Interamericana), v. 8, p. 221.
[37] Vine (1984), v. 1,
p. 187.
[38] Lut Respen (2007), El compromiso de Dios con la humanidad. La
pasión en el Evangelio de Marcos (Entre Ríos, Argentina: Editorial
Universidad Adventista del Plata), pp. 37-42.
[39] Walter R. L. Scragg
(1986), El Dios que dice sí (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 59.
[40] Vine (1984), v. 1,
p. 187.
[41] Barclay (1975), p.
169.
[42] Vine (1984), v. 1,
p. 187.
[43] Hamar (1983), p.
147.
[44] Gozelmann (1988), p.
277.
[45] Quiroga (2006), pp.
94, 95.
[46] Hamar (1983), p.
147.
[47] Metz y Harper (ed.)
(sin fecha), p. 497.
[48] Bonnet y Schroeder
(1974), p. 314.
[49] Grosheide (1984), p.
373.
[50] Hodge (1969), p.
312.
[51] Metz y Harper (ed.)
(sin fecha), p. 496; Henry y Scott (1960), v. 6, p. 131; Bonnet y Schroeder
(1974), p. 313.
[52] Gozelmann (1988), p.
277; cf. Hodge (1969), pp. 313, 314; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, p. 287; Barclay (1995), v. 9, p. 188.
[53] Barclay (1995), v.
9, p. 188.
[54] Ignacio de Cesarea, Romanos, 5.1. Citado por Gozelmann
(1988), p. 277 (nota en pie de página).
[55] Quiroga (2006), p.
94.
[56] White (1995), p.
642.
[58] Metz y Harper (ed.)
(sin fecha), p. 497.
[59] Bonnet y Schroeder
(1974), p. 314; cf. Hamar (1983), p.
147.
[60] Hamar (1983), pp.
146, 147.
[61] Hodge (1969), pp.
312, 313, 314.
[62] Barclay (1995), v.
9, p. 188.
[63] Lutero (2000), pp.
168, 170.
[64] Metz y Harper (ed.)
(sin fecha), p. 498, 499; cf.
Grosheide (1984), p. 377.
[65] Hodge (1969), p.
314.
[66] Barclay (1995), v.
9, p. 190.
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