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miércoles, 15 de julio de 2015

Todo lo puedo en Aquel que me hace fuerte




Todo lo puedo en Aquel que me hace fuerte [1]
Una nueva mirada al versículo más amado de las Escrituras

A mediados de los 90’ me llevé una gran sorpresa. Tenía en mis manos la versión en griego del Nuevo Testamento[2] y busqué mi texto favorito desde la niñez. Creo que ese mismo texto es el preferido de muchos cristianos. Me refiero a Filipenses 4: 13. Ese versículo, con toda su simpleza, fue el que fortaleció en muchos momentos de debilidad material, espiritual y emocional. Esas palabras me motivaron a salir adelante con la firme convicción de que Cristo era quien permitía que todo pudiera salir bien, pues Él me fortalecía.
Pero al leer el texto en la versión griega, me di cuenta que el título “Cristo” no aparecía, tal como en mi versión Reina-Valera 1960 lo decía. En su lugar, el texto griego arrojaba un pronombre: “quien” o “aquel”. En un principio sólo vi esa diferencia como una curiosidad bíblica y en mis conversaciones posteriores sólo me inclinaba a decir: “¿Sabías ustedes que en el texto griego de Filipenses 4: 13 la palabra Cristo no aparece?”. Eso causaba en mis oyentes el mismo asombro que me causó a mí la primera vez que lo leí. Pero todo quedaba allí, en el anecdotario bíblico. Con el correr de los años y al ver profundizarse mi experiencia con Dios, ese texto ha sido cada vez más valioso para mí y ahora quiero compartir algo de lo mucho que he descubierto desde entonces.
Lo primero que llama la atención es que, al parecer, Pablo no sólo está hablando de Cristo en este texto (tal como las traducciones más famosas lo dejan ver. Por ejemplo, la Traducción en Lenguaje Actual lo vierte así: “Cristo me da fuerzas para enfrentarme a toda clase de situaciones”), sino más bien pensaba en toda la Divinidad. El texto paulino dice, literalmente:
“Todas las cosas puedo en/por medio de quien/aquel que me hace fuerte”.
Ese “Aquel” bien podría referirse a Cristo, como lo sugiere en Filipenses 1: 14 ("cobrando ánimo en el Señor", RVR60). Pero también podría referirse al Padre, como lo dice claramente en el verso 2: 13 ("Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer", RVR60), o al Espíritu Santo, tal como lo expresa en 1: 19 ("gracias a las oraciones de ustedes y a la ayuda que me da el Espíritu de Jesucristo", NVI).
Ahora bien, de acuerdo al testimonio de Pablo y los demás apóstoles del Nuevo Testamento y también al testimonio de los profetas en el Antiguo, es toda la Divinidad la que está preocupada de nuestro bienestar y de fortalecernos en los momentos de necesidad. Veamos.
Todo lo puedo en el Padre que me fortalece
El Antiguo Testamento da cuenta de un momento muy angustioso para el rey David, tanto así que la gente hablaba de apedrearlo. Todo el pueblo estaba amargado a causa de sus hijos y de sus hijas, sin embargo “David se fortaleció en elSeñor su Dios” (1 Samuel 30:6, TLA). En un salmo, el rey exclamó: “Dios es mi salvación y mi gloria; es la roca que me fortalece; ¡mi refugio está en Dios! (Salmos 62: 7, NVI). Y en otro salmo agregó: “Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón” (Salmos 73: 26, RVR60).
En otro momento de apretura, nuevamente las Escrituras nos dicen que David “se fortaleció más y más, porque el Señor Dios Todopoderoso estaba con él” (2 Samuel 5: 10, NVI). Y de igual manera, el rey Salomón, hijo de David, "consiguió fortalecer su reinado con la ayuda del Señor, que aumentó muchísimo su poder” (2 Crónicas 1: 1, DHH).
En el período tras el exilio, cuando se reconstruían los derruidos muros de Jerusalén, tanto Esdras como Nehemías fueron fortalecidos en su labor por el Padre celestial. El testimonio de Esdras fue el siguiente: “Así fui fortalecido según estaba la mano del Señor mi Dios sobre mí” (Esdras 7: 28, TLA). Y la oración de Nehemías decía: “Ahora, pues, oh Dios, fortalece tú mis manos” (Nehemías 6: 9, RVR60). Sin lugar a dudas, aquella oración fue contestada, pues el mismo Nehemías afirma que más adelante, cuando los muros fueron acabados, aún las naciones vecinas reconocían que "ese trabajo se había hecho con la ayuda de nuestro Dios" (v. 16, NVI). 
El mensaje del Señor a los profetas era de continuo un llamado a ser fortalecidos con su presencia. “No temas –le dijo a Isaías-, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41: 10, TLA). Y agregó: “Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios. Aunque tú no me conoces, te fortaleceré” (Isaías 45: 5, NVI). La vida del profeta fue enriquecida con este mensaje de tal forma que afirmó: “Dios me formó desde antes que naciera para que fuera yo su fiel servidor, y siempre estuviéramos unidos. Para Dios, yo valgo mucho; por eso él me fortalece” (Isaías 49: 5, TLA).
De igual manera, la promesa dada a Israel por boca de Zacarías era: “Porque yo fortaleceré la casa de Judá, y guardaré la casa de José […] Y yo los fortaleceré en Jehová, y caminarán en su nombre, dice Jehová” (Zacarías 10: 6, 10, RVR60). “Yo fortaleceré a mi pueblo, y en mi nombre avanzarán sin miedo. Yo soy el Dios de Israel, y les juro que así será” (Zacarías 10: 12, TLA).
En el Nuevo Testamento, la fortaleza dada por el Padre está atestiguada por los apóstoles Pablo y Pedro. Pablo afirmó que el Padre “puede fortalecerlos a ustedes conforme a mi evangelio y a la predicación acerca de Jesucristo” (Romanos 16: 26, NVI). E instaba a la iglesia diciendo: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Efesios 6: 10, RVR60). Y la seguridad de fortaleza está prometida por Pedro cuando afirma que “el Dios de toda gracia, que en Cristo nos llamó a su gloria eterna, los perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá después de un breve sufrimiento” (1 Pedro 5: 10, RVC).
Todo lo puedo en el Hijo que me fortalece
En su discurso a los habitantes de Jerusalén en el Pórtico de Salomón, el apóstol Pedro dio testimonio de la fortaleza que viene de parte del Hijo de Dios. Hablando de un hombre cojo que fue sanado por el poder del Hijo, Pedro afirmó: “Y por la fe en su nombre, es el nombre de Jesús lo que ha fortalecido a este hombre a quien veis y conocéis; y la fe que viene por medio de Él, le ha dado esta perfecta sanidad en presencia de todos vosotros” (Hechos 3: 16, LBLA; énfasis en el original).
Por su parte, a los cristianos de la iglesia de Colosas, el apóstol Pablo les hablaba con toda seguridad acerca de la fortaleza que recibía en su ministerio de parte de Jesús: “Con este fin trabajo y lucho fortalecido por el poder de Cristo que obra en mí” (Colosenses 1: 29, NVI). Y a la iglesia de Tesalónica, el apóstol les mostraba sus buenos deseos diciendo: “Deseamos que el Señor Jesús los ayude a amar a los demás, así como Dios ama a todos, y que les dé su fortaleza para resistir en medio del sufrimiento” (2 Tesalonicenses 3: 5, TLA).
El mismo apóstol, en sus cartas a Timoteo, su hijo espiritual, le manifestaba su gratitud por la fuerza recibida de parte del Hijo de Dios en su ministerio. Él escribió: “Doy gracias al que me fortalece, Cristo Jesús nuestro Señor, pues me consideró digno de confianza al ponerme a su servicio” (1 Timoteo 1: 12, NVI). De igual forma animaba a su joven discípulo, amonestándole con las siguientes palabras: “Así que tú, hijo mío, fortalécete por la gracia que tenemos en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2: 1, NVI).
Y el apóstol Juan en su visión de la iglesia militante, exclamó: “¡Aquí se verá la fortaleza del pueblo santo, de aquellos que cumplen sus mandamientos y son fieles a Jesús!” (Apocalipsis 14: 12, DHH).
El Nuevo Testamento atestigua que es Cristo, el Hijo de Dios, la fortaleza de su iglesia, tal como lo fue el Padre para el pueblo de Israel antes de la primera venida de Cristo a este mundo.
Todo lo puedo en el Espíritu Santo que me fortalece
Finalmente, en el Nuevo Testamento se manifiesta con la misma claridad la fortaleza que el cuerpo de creyentes recibía de parte del Espíritu de Dios en el cumplimiento de su misión y en la confirmación de su llamado como hijos de Dios. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas, el amado médico, nos informa: “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hechos 9: 31, RVR60).
Del mismo modo, el apóstol Pablo deseaba para su amada iglesia la fortaleza que viene de parte del Espíritu Santo. A la iglesia en Roma les escribió diciendo: “Deseo verlos para impartirles algún don espiritual, a fin de que sean fortalecidos” (Romanos 1: 11, RVC). Y a los de Éfeso les amonestaba: “para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3: 16, RVR60).
También a su hijo espiritual Timoteo le recordaba: “Porque el Espíritu de Dios no nos hace cobardes. Al contrario, nos da poder para amar a los demás, y nos fortalece para que podamos vivir una buena vida cristiana” (2 Timoteo 1: 7, TLA).
Todo lo puedo en Aquel que me fortalece
Las Escrituras dan testimonio fiel de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es Aquel que nos provee de fuerzas para enfrentar el día a día, con todas sus vicisitudes. Él es Aquel que nos fortalece en nuestros momentos de necesidad y debilidad. Él es Aquel de quien dieron fiel testimonio los profetas, los discípulos y los apóstoles. En Aquel fueron fortalecidos y caminaron seguros nuestros pioneros. Al respecto se afirma:
“Dios es el castillo de nuestra fortaleza”.[3]
“Los tres grandes poderes del cielo se comprometen a proporcionar al cristiano toda la asistencia que requiera”.[4]
Y a unos líderes de la iglesia, Elena G. de White escribió:
“Le ruego que tenga valor en el Señor. La fortaleza divina es nuestra”.[5]
“La ayuda de los tres grandes poderes está a su disposición”.[6]
Imaginemos una iglesia que avanza militante siendo fortalecida en su misión por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esa iglesia sin duda será muy pronto la iglesia triunfante. Aquel que está presto a recibir esa fuerza espiritual será parte de la multitud de fieles que alzarán sus brazos para recibir al Señor en su venida.
Imaginemos a cada creyente avanzando sin temor siendo fortalecido, animado y motivado por el Padre, el Hijo y Espíritu Santo.
El testimonio del espíritu de profecía lo afirma de la siguiente manera:
“En la gran obra final, nos encontraremos con perplejidades con las cuales no sabremos cómo tratar, pero no olvidemos que los tres poderes del cielo están trabajando, que una mano divina está sobre el timón y que Dios hará que se realicen sus propósitos”.[7]
“Somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y estos tres poderes grandes e infinitos se encuentran mancomunadamente comprometidos a trabajar en nuestro favor si tan solamente estamos dispuestos a colaborar con ellos”.[8]
Quiera Dios que cada uno de nosotros viva una vida a la altura de los poderes celestiales y avance en su andar rumbo a la Canaán celestial fortalecido por el brazo poderoso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, empoderados por Aquel que nos fortalece con el poder de su fuerza.
“Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres grandes poderes –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y esos tres poderes colaborarán con los súbditos obedientes del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo”.[9]
Que nuestra consigna sea: “Todo lo podemos en Aquel que nos hace fuertes”. “Sólo nos queda decir que, si Dios está de nuestra parte, nadie podrá estar en contra de nosotros” (Romanos 8: 31, TLA).




[1] Víctor A. Jofré Araya (2015). Magíster © en Educación Religiosa. Actualmente se desempeña como Inspector General del Colegio Adventista de Arica, Chile. Se le puede escribir a victorja@gmail.com
[2] Aland, Kurt (1995). Nuevo Testamento Griego. Bogotá: Sociedades Bíblicas Unidas. Las versiones usadas en este artículo son: Reina Valera 1960 (RVR60); Reina Valera Contemporánea (RVC); Dios Habla Hoy (DHH); Nueva Versión Internacional (NVI); Traducción en Lenguaje Actual (TLA); La Biblia de las Américas (LBLA).
[3] Elena G. de White, El Camino a Cristo, p. 98.
[4] Elena G. de White, Reflejemos a Jesús, p. 99.
[5] Elena G. de White, Testimonios para los ministros, p. 391.
[6] Elena G. de White, Reflejemos a Jesús, p. 170.
[7] Elena G. de White, Manuscrito 118, año 1902. Citado en El Evangelismo, p. 52.
[8] Elena G. de White, Exaltad a Jesús, p. 103.
[9] Elena G. de White, Special Testimonies, serie B, v. 7, pp. 62, 63, año 1905. Citado en El Evangelismo, p. 446).

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