Una nueva mirada al versículo más amado de las
Escrituras
A mediados de
los 90’ me llevé una gran sorpresa. Tenía en mis manos la versión en griego del
Nuevo Testamento[2]
y busqué mi texto favorito desde la niñez. Creo que ese mismo texto es el
preferido de muchos cristianos. Me refiero a Filipenses 4: 13. Ese versículo,
con toda su simpleza, fue el que fortaleció en muchos momentos de debilidad material,
espiritual y emocional. Esas palabras me motivaron a salir adelante con la
firme convicción de que Cristo era quien permitía que todo pudiera salir bien,
pues Él me fortalecía.
Pero al leer el
texto en la versión griega, me di cuenta que el título “Cristo” no aparecía,
tal como en mi versión Reina-Valera 1960 lo decía. En su lugar, el texto griego
arrojaba un pronombre: “quien” o “aquel”. En un principio sólo vi esa
diferencia como una curiosidad bíblica y en mis conversaciones posteriores sólo
me inclinaba a decir: “¿Sabías ustedes que en el texto griego de Filipenses 4:
13 la palabra Cristo no aparece?”. Eso causaba en mis oyentes el mismo asombro que
me causó a mí la primera vez que lo leí. Pero todo quedaba allí, en el
anecdotario bíblico. Con el correr de los años y al ver profundizarse mi
experiencia con Dios, ese texto ha sido cada vez más valioso para mí y ahora
quiero compartir algo de lo mucho que he descubierto desde entonces.
Lo primero que
llama la atención es que, al parecer, Pablo no sólo está hablando de Cristo en
este texto (tal como las traducciones más famosas lo dejan ver. Por ejemplo, la
Traducción en Lenguaje Actual lo vierte así: “Cristo
me da fuerzas para enfrentarme a toda clase de situaciones”), sino más bien pensaba en toda la Divinidad. El texto
paulino dice, literalmente:
“Todas las cosas puedo en/por medio de quien/aquel que
me hace fuerte”.
Ese “Aquel”
bien podría referirse a Cristo, como lo sugiere en Filipenses 1: 14
("cobrando ánimo en el Señor", RVR60). Pero también podría referirse
al Padre, como lo dice claramente en el verso 2: 13 ("Dios es el que en
vosotros produce así el querer como el hacer", RVR60), o al Espíritu
Santo, tal como lo expresa en 1: 19 ("gracias a las oraciones de ustedes y
a la ayuda que me da el Espíritu de Jesucristo", NVI).
Ahora bien, de
acuerdo al testimonio de Pablo y los demás apóstoles del Nuevo Testamento y
también al testimonio de los profetas en el Antiguo, es toda la Divinidad la
que está preocupada de nuestro bienestar y de fortalecernos en los momentos de
necesidad. Veamos.
Todo
lo puedo en el Padre que me fortalece
El Antiguo Testamento da cuenta de un
momento muy angustioso para el rey David, tanto así que la gente hablaba de
apedrearlo. Todo el pueblo estaba amargado a causa de sus hijos y de sus hijas,
sin embargo “David se fortaleció en elSeñor su Dios” (1 Samuel 30:6, TLA).
En un salmo, el rey exclamó: “Dios es mi salvación y mi gloria; es la roca que
me fortalece; ¡mi refugio está en Dios! (Salmos 62: 7, NVI). Y en otro salmo
agregó: “Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi
corazón” (Salmos 73: 26, RVR60).
En otro momento de apretura,
nuevamente las Escrituras nos dicen que David “se fortaleció más y más, porque
el Señor Dios Todopoderoso estaba con él” (2 Samuel 5: 10, NVI). Y de
igual manera, el rey Salomón, hijo de David, "consiguió fortalecer su
reinado con la ayuda del Señor, que aumentó muchísimo su poder” (2 Crónicas 1:
1, DHH).
En el período tras el exilio, cuando
se reconstruían los derruidos muros de Jerusalén, tanto Esdras como Nehemías
fueron fortalecidos en su labor por el Padre celestial. El testimonio de Esdras
fue el siguiente: “Así fui fortalecido según estaba la mano
del Señor mi Dios sobre mí” (Esdras 7: 28, TLA). Y la oración de
Nehemías decía: “Ahora, pues, oh Dios, fortalece tú mis manos” (Nehemías 6: 9,
RVR60). Sin lugar a dudas, aquella oración fue contestada, pues el mismo Nehemías
afirma que más adelante, cuando los muros fueron acabados, aún las naciones
vecinas reconocían que "ese trabajo se había hecho con la ayuda de nuestro
Dios" (v. 16, NVI).
El mensaje del Señor a los profetas
era de continuo un llamado a ser fortalecidos con su presencia. “No temas –le
dijo a Isaías-, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu
Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de
mi justicia” (Isaías 41: 10, TLA). Y agregó: “Yo soy el Señor, y no hay
otro; fuera de mí no hay ningún Dios. Aunque tú no me conoces, te fortaleceré”
(Isaías 45: 5, NVI). La vida del profeta fue enriquecida con este mensaje de
tal forma que afirmó: “Dios me formó desde antes que naciera para que fuera yo
su fiel servidor, y siempre estuviéramos unidos. Para Dios, yo valgo mucho; por
eso él me fortalece” (Isaías 49: 5, TLA).
De igual manera, la promesa dada a
Israel por boca de Zacarías era: “Porque yo fortaleceré la casa de Judá, y
guardaré la casa de José […] Y yo los fortaleceré en Jehová, y caminarán en su
nombre, dice Jehová” (Zacarías 10: 6, 10, RVR60). “Yo fortaleceré a mi pueblo,
y en mi nombre avanzarán sin miedo. Yo soy el Dios de Israel, y les juro que
así será” (Zacarías 10: 12, TLA).
En el Nuevo Testamento, la fortaleza
dada por el Padre está atestiguada por los apóstoles Pablo y Pedro. Pablo
afirmó que el Padre “puede fortalecerlos a ustedes conforme a mi evangelio y a
la predicación acerca de Jesucristo” (Romanos 16: 26, NVI). E instaba a la iglesia
diciendo: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el
Señor, y en el poder de su fuerza” (Efesios 6: 10, RVR60). Y la seguridad de
fortaleza está prometida por Pedro cuando afirma que “el Dios de toda gracia,
que en Cristo nos llamó a su gloria eterna, los perfeccionará, afirmará,
fortalecerá y establecerá después de un breve sufrimiento” (1 Pedro 5: 10,
RVC).
Todo
lo puedo en el Hijo que me fortalece
En su discurso a los habitantes de
Jerusalén en el Pórtico de Salomón, el apóstol Pedro dio testimonio de la
fortaleza que viene de parte del Hijo de Dios. Hablando de un hombre cojo que
fue sanado por el poder del Hijo, Pedro afirmó: “Y por la fe en su nombre, es el
nombre de Jesús lo que ha fortalecido a este hombre a quien
veis y conocéis; y la fe que viene por medio de Él, le ha dado
esta perfecta sanidad en presencia de todos vosotros” (Hechos 3: 16, LBLA;
énfasis en el original).
Por su parte, a los cristianos de la
iglesia de Colosas, el apóstol Pablo les hablaba con toda seguridad acerca de
la fortaleza que recibía en su ministerio de parte de Jesús: “Con este fin
trabajo y lucho fortalecido por el poder de Cristo que obra en mí” (Colosenses
1: 29, NVI). Y a la iglesia de Tesalónica, el apóstol les mostraba sus buenos
deseos diciendo: “Deseamos que el Señor Jesús los ayude a amar a los demás, así
como Dios ama a todos, y que les dé su fortaleza para resistir en medio del
sufrimiento” (2 Tesalonicenses 3: 5, TLA).
El mismo apóstol, en sus cartas a
Timoteo, su hijo espiritual, le manifestaba su gratitud por la fuerza recibida
de parte del Hijo de Dios en su ministerio. Él escribió: “Doy gracias al que me
fortalece, Cristo Jesús nuestro Señor, pues me consideró digno de confianza al
ponerme a su servicio” (1 Timoteo 1: 12, NVI). De igual forma animaba a su
joven discípulo, amonestándole con las siguientes palabras: “Así que tú, hijo
mío, fortalécete por la gracia que tenemos en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2: 1,
NVI).
Y el apóstol Juan en su visión de la iglesia militante, exclamó: “¡Aquí se verá la fortaleza del pueblo santo, de aquellos que cumplen sus
mandamientos y son fieles a Jesús!” (Apocalipsis 14: 12, DHH).
El Nuevo Testamento atestigua que es Cristo, el Hijo de Dios, la
fortaleza de su iglesia, tal como lo fue el Padre para el pueblo de Israel
antes de la primera venida de Cristo a este mundo.
Todo
lo puedo en el Espíritu Santo que me fortalece
Finalmente, en el Nuevo Testamento se
manifiesta con la misma claridad la fortaleza que el cuerpo de creyentes
recibía de parte del Espíritu de Dios en el cumplimiento de su misión y en la
confirmación de su llamado como hijos de Dios. En el libro de los Hechos de los
Apóstoles, Lucas, el amado médico, nos informa: “Entonces las iglesias tenían
paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor
del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hechos 9: 31,
RVR60).
Del mismo modo, el apóstol Pablo
deseaba para su amada iglesia la fortaleza que viene de parte del Espíritu
Santo. A la iglesia en Roma les escribió diciendo: “Deseo verlos para
impartirles algún don espiritual, a fin de que sean fortalecidos” (Romanos 1:
11, RVC). Y a los de Éfeso les amonestaba: “para que os dé, conforme a las
riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por
su Espíritu” (Efesios 3: 16, RVR60).
También a su hijo espiritual Timoteo
le recordaba: “Porque el Espíritu de Dios no nos hace cobardes. Al contrario,
nos da poder para amar a los demás, y nos fortalece para que podamos vivir una
buena vida cristiana” (2 Timoteo 1: 7, TLA).
Todo
lo puedo en Aquel que me fortalece
Las Escrituras dan testimonio
fiel de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es Aquel que nos provee de
fuerzas para enfrentar el día a día, con todas sus vicisitudes. Él es Aquel que
nos fortalece en nuestros momentos de necesidad y debilidad. Él es Aquel de
quien dieron fiel testimonio los profetas, los discípulos y los apóstoles. En
Aquel fueron fortalecidos y caminaron seguros nuestros pioneros. Al respecto se
afirma:
“Dios es el castillo de nuestra
fortaleza”.[3]
“Los tres grandes poderes del cielo
se comprometen a proporcionar al cristiano toda la asistencia que requiera”.[4]
Y a unos líderes de la iglesia,
Elena G. de White escribió:
“Le ruego que tenga valor en el
Señor. La fortaleza divina es nuestra”.[5]
“La ayuda de los tres grandes
poderes está a su disposición”.[6]
Imaginemos una iglesia que avanza
militante siendo fortalecida en su misión por el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Esa iglesia sin duda será muy pronto la iglesia triunfante. Aquel que
está presto a recibir esa fuerza espiritual será parte de la multitud de fieles
que alzarán sus brazos para recibir al Señor en su venida.
Imaginemos a cada creyente
avanzando sin temor siendo fortalecido, animado y motivado por el Padre, el
Hijo y Espíritu Santo.
El testimonio del espíritu de
profecía lo afirma de la siguiente manera:
“En la gran obra final, nos
encontraremos con perplejidades con las cuales no sabremos cómo tratar, pero no
olvidemos que los tres poderes del cielo están trabajando, que una mano divina
está sobre el timón y que Dios hará que se realicen sus propósitos”.[7]
“Somos bautizados en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y estos tres poderes grandes e infinitos
se encuentran mancomunadamente comprometidos a trabajar en nuestro favor si tan
solamente estamos dispuestos a colaborar con ellos”.[8]
Quiera Dios que cada uno de
nosotros viva una vida a la altura de los poderes celestiales y avance en su
andar rumbo a la Canaán celestial fortalecido por el brazo poderoso del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, empoderados por Aquel que nos fortalece con el
poder de su fuerza.
“Hay tres personas vivientes en
el trío celestial; en el nombre de estos tres grandes poderes –el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo- son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y
esos tres poderes colaborarán con los súbditos obedientes del cielo en sus
esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo”.[9]
Que nuestra consigna sea: “Todo
lo podemos en Aquel que nos hace fuertes”. “Sólo
nos queda decir que, si Dios está de nuestra parte, nadie podrá estar en contra
de nosotros” (Romanos 8: 31, TLA).
[1] Víctor A.
Jofré Araya (2015). Magíster © en Educación Religiosa. Actualmente se desempeña
como Inspector General del Colegio Adventista de Arica, Chile. Se le puede
escribir a victorja@gmail.com
[2] Aland, Kurt
(1995). Nuevo Testamento Griego.
Bogotá: Sociedades Bíblicas Unidas. Las versiones usadas en este artículo son:
Reina Valera 1960 (RVR60); Reina Valera Contemporánea (RVC); Dios Habla Hoy
(DHH); Nueva Versión Internacional (NVI); Traducción en Lenguaje Actual (TLA);
La Biblia de las Américas (LBLA).
[3] Elena G. de White, El Camino a Cristo, p. 98.
[4] Elena G. de White, Reflejemos a Jesús, p. 99.
[5] Elena G. de White, Testimonios para los ministros, p. 391.
[6] Elena G. de White, Reflejemos a Jesús, p. 170.
[8] Elena G. de White, Exaltad a Jesús, p. 103.
[9] Elena G. de White, Special Testimonies, serie B, v. 7, pp.
62, 63, año 1905. Citado en El
Evangelismo, p. 446).
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