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lunes, 13 de julio de 2015

El bautismo por los muertos: una interpretación bíblico-cristocéntrica

El bautismo por los muertos:
una interpretación bíblico-cristocéntrica[1]



Introducción
Se entiende por el bautismo por los muertos como la práctica realizada por aquellos que creen que es necesario que una persona reciba el bautismo o sea bautizado en lugar de quienes han muerto sin creer en Jesús, sin haberlo aceptado como Salvador personal o sin haber sido bautizados en su nombre. Este bautismo es llamado también bautismo vicario o bautismo sustitutivo.
Quienes realizan este rito basan su práctica en la declaración del apóstol Pablo:
“Entonces, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos? Si en ninguna manera los muertos resucitan, ¿por qué, pues, se bautizan por ellos?” (1 Corintios 15: 29, RVR60).[2]
Es generalizada la opinión de que este párrafo es de significado incierto, una de las declaraciones paulinas (y de todas las Escrituras) más difíciles de entender e interpretar.[3] Al respecto se ha afirmado:
“Muchos intérpretes no han sabido a qué atenerse con esto del bautizarse por los muertos, y todavía no se puede decir que se haya resuelto del todo el problema”.[4]
“La oscuridad que se cierne sobre este pasaje no puede despejarse del todo, porque se refiere a una costumbre de la cual no tenemos detalles”.[5]
Sin embargo, es interesante notar aquí que para los primeros lectores de la citada carta escrita por Pablo, es decir, los conversos cristianos en Corinto, a quienes esta epístola estaba dirigida en forma original, el sentido de la expresión “bautizar” en las frases “los que se bautizan por los muertos” o “se bautizan por ellos” era claro y preciso y que para ellos su significado estaba lejos de toda discusión. El uso del verbo “bautizar” en esta frase era para ellos familiar y libre de toda confusión. Sin embargo, para nosotros que vivimos dos milenios después, el exacto sentido de estas palabras es más bien oscuro y abierto a innumerables interpretaciones y especulaciones, algunas de ellas incluso rayando en la superstición. Peor aun considerando que la práctica aludida aquí no es mencionada en ningún otro lugar de las Escrituras.
El presente ensayo pretende, principalmente, (1) mostrar las interpretaciones más comunes en torno al texto y el asunto en cuestión; (2) dar cuenta de los problemas relacionados con tomar el texto en forma literal; y (3) explicar, desde una visión bíblico-cristocéntrica, una interpretación basada en el uso metafórico del verbo bautizar o ser bautizado.
Interpretaciones comunes acerca del “bautismo por los muertos”
Según los eruditos, desde los tiempos de Pablo hasta la actualidad se han sugerido alrededor de 30 ó 40 interpretaciones[6] al asunto del bautismo por los muertos (baptizô hyper tón nekrón, en griego). Incluso se menciona que se han contado doscientas interpretaciones diferentes.[7] Dichas interpretaciones están divididas, en general, en tres áreas:
(1) Interpretaciones que se basan en la partícula “por” (hyper, en griego);
(2) Interpretaciones que se basan en la expresión “los muertos” (tón nekrón, en griego);
(3) Interpretaciones que se basan en el verbo “bautizar” (baptizô, en griego).
Interpretaciones basadas en la partícula hyper
Quienes traducen la partícula hyper como “por” o “en lugar de”, entienden que este párrafo se refiere a cristianos que se hacían administrar el sacramento por parientes o amigos que no pudieron recibirlo en vida. Más adelante se discutirá en detalle el bautismo vicario el cual algunos aún practican aludiendo a este texto. Sin embargo, un argumento en su contra es el hecho de que aún se discute si esta práctica existía o no en los tiempos de los apóstoles.[8]
Otros aluden que esta partícula debería ser traducida como “sobre” o “encima de” e interpretan diciendo que este rito era realizado sobre las tumbas de los mártires cristianos. Por ejemplo, para el reformador Martín Lutero, la expresión hyper tón nekrón (en latín pro mortuis), debía ser entendida como un bautismo “sobre los muertos”, es decir, sobre la tumba de cristianos muertos, como un testimonio de su fe para los paganos incrédulos. Como una forma de manifestar su fe en la resurrección y “como prueba de su firme convicción de que los bautizados resucitarán de nuevo, se hacían bautizar ante la sepultura de los difuntos […] Por esto bautizaban a la gente en las sepulturas como diciendo: ‘Me bautizo aquí en prueba de mi fe y convicción de que esta gente que aquí yace, resucitará’”.[9]
Interpretaciones basadas en el sustantivo tón nekrón
Estas interpretaciones ponen su énfasis en la actitud de los creyentes hacia los creyentes ya muertos, es decir, por consideración o por causa de ellos, en señal de aprecio o respeto por aquellos que bajaban al descanso y con el ánimo de llenar los lugares que ellos iban dejando. Según F. F. Bruce, el bautismo por los muertos se refiere a alguna forma de proxy bautism, es decir, algunos cristianos ante la inminencia de la muerte, ya sea por la enfermedad o las persecuciones “aceptaban el bautismo para ser reunidos con sus amigos cristianos que partieron en la vida venidera”.[10] Su aprecio o apego a cristianos ya fallecidos, hacía que otros siguieran su ejemplo y desearan reunirse con ellos en la otra vida. “El que recibía bautismo en tales circunstancias era bautizado, no por los vivos, sino por los muertos, es decir era introducido en la iglesia ya glorificada y no en la que combatía sobre la tierra”.[11] De acuerdo a F. F. Bruce, la referencia al bautismo por los muertos ha sido explicada por analogía a la práctica de “la oración por los muertos” sugerida en el libro de 2 Macabeos 12: 39-45.
Interpretaciones basadas en el verbo baptizo
Entre aquellos que se inclinan en una interpretación del texto basada en el significado del verbo baptizo (bautizar, en griego) se encuentran quienes le dan un significado literal y quienes lo tratan en su significado metafórico.
Significado literal
Variados comentadores de renombre señalan que el bautismo vicario era una costumbre local existente en la iglesia de Corinto. Se refería a un ritual realizado por los vivos con la esperanza de lograr la salvación de los hombres y mujeres después de la muerte. Quienes defienden el uso literal del término, afirman que aquí “Pablo presupone que la potencia del bautismo intercesorio por los muertos llega aún hasta el Sheol y beneficia allí a los que en esta vida mortal no fueron sellados con el nombre de Cristo”.[12] De esta forma, los muertos sin ser bautizados y que estaban siendo discipulados también podían tener su parte en el reino de Dios. De dicha costumbre Pablo no dice si la aprueba o desaprueba. Simplemente, el apóstol la presenta como un “argumento que le permite combatir a los que niegan la resurrección haciéndoles incurrir en una contradicción entre la teoría y la práctica”.[13] Es decir, los que niegan la resurrección tampoco deberían hacerse bautizar por los muertos.
Según algunos eruditos, aunque no está del todo demostrado, principalmente por la ausencia de fuentes históricas, esta costumbre sería, con el tiempo, convertida en doctrina y aceptada por Marción (los marcionitas) y otros grupos gnósticos y heréticos del cristianismo primitivo, como los cerintianos. Así lo entendieron, por ejemplo, los Padres de la Iglesia Tertuliano,[14] Crisóstomo y Ambrosio. Aunque se reconoce, más bien, que esta práctica es supersticiosa y tendría raíces paganas en los ritos de iniciación de ciertas cultos griegos que adoraban a la Luna.[15]
Cabe mencionar que dicha enseñanza fe catalogada como universalmente herética por los primeros cristianos y condenada en el Concilio de NNN en el año 888 d. C.[16] Por lo tanto, no correspondería a una doctrina bíblica o a una enseñanza practicada por el cristianismo en general, sino más bien a una costumbre supersticiosa y, según algunos, “enteramente ridícula”.[17]
Entre aquellos que en la actualidad administran el bautismo por los muertos se encuentran los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos del Últimos Días, conocidos genéricamente como mormones. En una declaración en su web-site ellos afirman:
“Jesucristo enseñó que el bautismo es esencial para la salvación de todos los que han vivido en la tierra (véase Juan 3:5). Muchas personas, sin embargo, han muerto sin recibir el bautismo. Otros han sido bautizados sin la debida autoridad. Como Dios es misericordioso, ha preparado un medio para que todos reciban las bendiciones del bautismo. Al realizar bautismos vicarios por aquellos que han muerto, los miembros de la Iglesia ofrecen estas bendiciones a sus antepasados fallecidos. En la vida venidera, estas personas pueden escoger aceptar o rechazar lo que se ha hecho a su favor”.[18]
El 15 de agosto de 1840, el fundador y profeta del mormonismo, José Smith, comenzó a enseñar la doctrina del bautismo por los muertos cuando predicó en los funerales del hermano Seymour Brunson.[19] Los primeros bautismos fueron oficiados en los ríos y arroyos cercanos a la localidad de Nauvoo, principalmente en el río Misisipí, a la par que se construía el templo del lugar. El 21 de noviembre de 1841 se llevaron a cabo los primeros bautismos por cuarenta personas que habían muerto en una pila bautismal de madera en el subsuelo del templo de Nauvoo.[20] En un discurso pronunciado el 31 de agosto de 1842, José Smith dispuso que un registrador anotara el nombre de toda persona que recibía el bautismo vicario.[21] Incluso el nombre del patriota y ex-presidente norteamericano, George Washington, fue uno de los que se pronunciaron en un bautismo oficiado el 2 de mayo de 1843.[22]
El mismo José Smith basaba su enseñanza en 1 Corintios 15: 29, aludiendo que esta doctrina verdaderamente se practicaba en las iglesias antiguas y que “fue el mensaje de las Sagradas Escrituras”, expuesta “claramente en el Nuevo Testamento”.[23] Al respecto, él afirma:
“Hay un bautismo que deben aceptar los que viven, y hay un bautismo para los muertos que fallecen sin el conocimiento del evangelio”.[24]
“Los santos tienen el privilegio de bautizarse por sus parientes muertos, que en su opinión habrían aceptado el evangelio si hubiesen tenido el privilegio de oírlo, quienes ya lo habrán recibido en el espíritu, por conducto de aquellos que fueron comisionados para predicarles mientras estuviesen en la prisión [de la muerte]”.[25]
“Si hay una palabra del Señor que apoya la doctrina del bautismo por los muertos [se refiere a 1 Corintios 15: 29], con eso basta para establecerla como doctrina verdadera. Además, si por la autoridad del Sacerdocio del Hijo de Dios, podemos bautizar a un hombre en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo para la remisión de sus pecados, igual privilegio tenemos de obrar como representantes, y ser bautizados para la remisión de los pecados, por parte o a favor de nuestros parientes muertos que no han oído el evangelio ni la plenitud de él”.[26]
“Esta doctrina da a conocer de una manera muy clara la sabiduría y misericordia de Dios en la preparación de una ordenanza para la salvación de los muertos, porque pueden recibir el bautismo por medio de un agente, y así sus nombres quedarán inscritos en el cielo”.[27]
“Una de las ordenanzas de la casa del Señor es el bautismo por los muertos. Dios decretó antes de la fundación del mundo que dicha ordenanza se administrase en una pila preparada para ese fin en la casa del Señor”.[28]
Sin embargo lo anterior, debemos notar que el sentido vicario del bautismo “es totalmente ajeno a las Escrituras”.[29] Según Daniel Scarone, antes de aceptar la creencia en el bautismo literal por los muertos debemos tener en consideración lo siguiente:[30]
1.    La salvación es sólo por gracia, un don gratuito dado por Dios al creyente individual (Efesios 2: 8). No encontramos en las Escrituras ningún individuo que haya creído o se haya convertido por otro o menos haya sido bautizado en lugar de otro (cf. Ezequiel 14: 14). Ningún creyente del siglo I leyó, por tanto, el texto de 1 Corintios 15: 29 entendiendo que la fe de un creyente vivo pudiera beneficiar a un incrédulo muerto.
2.    En ninguna parte de las Escrituras se autoriza la práctica del bautismo por los muertos. En el texto en cuestión, Pablo no confirma ni reprueba la práctica.
3.    La evidencia histórica o arqueológica no refuerza tal práctica. La afirmación paulina es una referencia incidental y no representa una validación doctrinal o autorización apostólica para su práctica.
4.    La Biblia en general enseña que esta vida es la única oportunidad que tenemos para alcanzar la salvación y que la muerte es el fin de todo (Eclesiastés 9: 10).
5.    La muerte es un estado de inconciencia y espera hasta el momento del regreso del Señor y la resurrección (Eclesiastés 9: 5; 1 Tesalonicenses 4: 13-18). En la muerte el polvo vuelve al polvo y el aliento de vida es retirado por Dios (al contrario de como fuimos creados, cf. Génesis 2: 7). Los muertos no pueden sentir, amar, creer ni decidir, tampoco pueden alabar o negar a Dios ni tampoco tienen más ningún tipo de contacto con los vivos (cf. Job 7: 9, 10; Salmos 6: 5; Isaías 38: 18)
A lo anterior debemos agregar que la creencia mormona en el bautismo por los muertos se fundamenta en una comprensión errada acerca del estado de los muertos (o la creencia popular acerca de la inmortalidad del alma) y de una interpretación muy particular de la Biblia, en especial de 1 Corintios 15: 29 y 1 Pedro 3: 18-20 y 4: 6.
Significado metafórico o figurado
El significado metafórico del verbo bautizar (baptizô, en griego) y del sustantivo bautismo (baptisma, en griego) está fundamentado en el uso que el propio Jesús le dio a estas palabras en un par de declaraciones.
La primera de ellas se encuentra en Lucas 12: 50 en que Cristo, presintiendo y prediciendo su muerte, afirma: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (RVR60). Sin lugar a dudas, aquí Jesús se refiere a un bautismo distinto al que había experimentado un par de años atrás en el río Jordán.
De acuerdo a los comentadores, la referencia de Jesús se relaciona con el bautismo de padecimientos del cual sería objeto y al cual debía someterse durante los días de su pasión. Sería su “bautismo de fuego”,[31] “una inundación de tribulaciones por las que hay que pasar”.[32] W. E. Vine declara respecto de este texto, que por baptisma se entiende “los abrumadores sufrimientos y juicio a los que se sometió voluntariamente el Señor en la Cruz”.[33] Y el catedrático David Metzler enfatiza: “su bautismo sería su muerte en el Calvario”.[34] La Nueva Versión Internacional (NVI) vierte así el verso: “Pero tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y ¡cuánta angustia siento hasta que se cumpla!”. De igual forma, la Traducción en Lenguaje Actual (TLA) dice: “Tengo que pasar por una prueba muy difícil, y sufro mucho hasta que llegue ese momento”. De igual forma, el erudito William Barclay traduce así este texto: “Tengo, él dijo, una terrible experiencia a través de la cual yo debo pasar”.[35]
Elena G. de White compara las penurias, el oprobio y la cruz que experimentaría Cristo con un bautismo de sangre que él debía recibir. Ella afirma que una vez que Jesús contempló la suerte que le tocaría a la humanidad transgresora, acepta salvar al hombre sin importar el costo. “Acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los millones que perecen puedan obtener vida eterna”.[36]  
En este mismo contexto, se entiende la pregunta que Jesús hiciera a sus discípulos que disputaban entre sí un lugar de preeminencia en el reino de Dios: “¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados en el bautismo con que yo soy bautizado?” (Marcos 10: 38, RVR60; cf. Mateo 20: 22). Con estas palabras Cristo apuntaba al martirio de sus apóstoles posterior a su ascensión. Es decir, al bautismo de sangre y padecimientos que ellos deberían experimentar por causa de la predicación del evangelio del reino. Sólo si estaban dispuestos a pasar por esta amarga experiencia por amor a su Maestro y pagar el precio del discipulado (cf. Marcos 10: 29, 30), entonces estaban preparados para tener un lugar en el reino de su Padre. Los discípulos respondieron: “Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados” (Marcos 10: 39, RVR60; cf. Mateo 20: 22, 23). Este augurio señalaba “los sufrimientos que iban a experimentar Sus seguidores, no de carácter vicario, sino en comunión con los sufrimientos del Señor de ellos”.[37]
En su comentario a Marcos 10: 39, la Dra. Lut Respen señala: “Estas alusiones subrayan el hecho de que los discípulos verdaderos comparten los sufrimientos de Jesús”. En este sentido, ser bautizados, significa recibir el bautismo “de inmersión en la muerte como lo fue Jesús”. Y concluye: “Como Jesús se encontró con la oposición y finalmente con la muerte mientras realizaba su misión, proclamando el “Evangelio de Dios”, así también los seguidores de Jesús pararán por esta experiencia, cuando ellos estén comprometidos en la proclamación del evangelio a todas las naciones, tribus y lenguas”.[38] Lo anterior nos recuerda que “usted y yo nunca estaremos libres del bautismo de fuego de las pruebas. Así como nuestro Señor pasó por severas pruebas, así nos ocurrirá a nosotros.”[39]
La predicción del Gran Maestro se cumplió en la vida de aquellos osados discípulos que hicieron esa famosa petición: Jacobo murió por orden de Herodes atravesado por una espada (Hechos 12: 1, 2) y Juan fue perseguido y atribulado (cf. Hechos 4: 1-3; 5: 17, 18) y, finalmente, encarcelado en Patmos, “por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 1: 9, RVR60).
Además de los pasajes anteriores, encontramos a lo menos tres menciones en el Nuevo Testamento que hacen alusión a un uso figurativo del verbo bautizar y del sustantivo bautismo. El primero de ellos es el uso que le da el propio Pablo en 1 Corintios 10: 2 afirmando que los israelitas en su cruce por el Mar Rojo “todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar” (RVR60).
En segundo lugar encontramos el uso figurado que le da al verbo el apóstol Pedro cuando menciona que, en los días de Noé, ocho personas “se salvaron mediante el agua, la cual simboliza el bautismo” (1 Pedro 3: 20, 21, NVI).
También Juan el Bautista hace uso figurado del verbo cuando afirma que Jesús bautizaría con Espíritu Santo y con fuego (Mateo 3: 11; Lucas 3: 16). Evidentemente, el bautismo del Espíritu Santo se refiere al que tuvo lugar en el día del Pentecostés. El bautismo de fuego, dice Vine, está referido a “la calamidad que iba a caer sobre la nación de los judíos, un bautismo de fuego del juicio divino por el rechazamiento de la voluntad y de la palabra de Dios”.[40]
Otro uso metafórico del verbo bautizar también se encuentra en la versión griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta o Versión de los Setenta (LXX). Allí se utiliza el verbo baptizô en Isaías 21: 4 diciendo, literalmente, “la iniquidad me abruma”.
El verbo griego baptizein o baptizô es utilizado en la literatura extra bíblica también en forma metafórica. Por ejemplo, se utiliza para decir que un barco está “sumergido bajo las olas” o de un hombre “sumergido en la bebida”; también es usado para señalar a un “erudito sumergido por las preguntas de su examinador” o de un hombre “sumergido en una experiencia severa y terrible”.[41] El mismo uso le da el autor griego Platón en el Eutidemo, 277D, al afirmar que está “abrumado con interrogantes”.[42]
Un argumento adicional que confirma el uso metafórico del verbo bautizar en el texto en cuestión es el hecho de que en la unidad que conforman los versículos 29 al 34 (de 1 Corintios 15) se encuentran otras dos metáforas usadas por el apóstol relacionadas con las adversidades enfrentadas por causa del evangelio. A saber, la expresión “cada día muero” (v. 31, RVR60) y la afirmación “como hombre batallé en Éfeso contra fieras” (v. 32, RVR60).[43]
En primer lugar, la expresión “cada día muero” puede ser sinónima de otras frases utilizadas por el apóstol, a saber “peligramos a toda hora” (1 Corintios 15: 30), “sentenciados a muerte” (1 Corintios 4: 9, RVR60) y “siempre estamos entregados a muerte” (2 Corintios 4: 11, RVR60).[44] Para algunos comentadores es claro que aquí Pablo está pensando en “el bautismo de la muerte o de la persecución”, haciendo un evidente paralelismo entre el bautismo por los muertos y “los peligros que afronta [Pablo y los demás apóstoles] al predicar el evangelio, o sea, cómo expone su vida por amor a los pecadores”.[45] Es como si Pablo dijese: “No hay día que no esté al borde la muerte” (v. 31, NBE) o “todos los días estoy en peligro de muerte” (v. 31, TLA). El famoso comentador Moffat traduce el verso 31 como: “¡No pasa un día en que no esté a la puerta de la muerte!”[46]
Al respecto un comentador nos afirma: “Pablo caminaba siempre con la muerte pisándole los talones”.[47] De acuerdo a esta comparación es posible afirmar que Pablo “recibe cada día un bautismo de sufrimientos, de peligros, de renunciamiento”,[48] un “bautismo de sangre”, [49] un “bautismo de aflicciones”.[50] Así entendido, ser bautizados por los muertos, significa estar expuestos continuamente al peligro de muerte por salvar a un alma. Por ejemplo, citando a Godet y a otros intérpretes, Bonnet y Schroeder, al igual que Metz y Harper y otros, opinan que en 1 Corintios 15: 29 no se refiere a un bautismo literal de agua, sino más bien a un bautismo metafórico de sangre por el martirio.[51]
De igual forma, la idea de “luchar contra fieras” mal podría referirse a una lucha real contra animales feroces, pues no se dan referencias tempranas de martirio de ese tipo en ningún lugar del Imperio Romano sino hasta las persecuciones de Nerón y más principalmente a mediados del siglo II d. C. Sabemos, sin embargo, que esta práctica brutal era en tiempos del apóstol destinada a los criminales y sentenciados a muerte en la arena del circo luego de las conquistas romanas, pero no para los cristianos. Por otro lado, en su calidad de ciudadano romano habría hecho improbable que el apóstol fuese destinado a morir de esa manera.[52]
Por lo tanto, la metáfora de luchar contra las fieras más bien recuerda la rudeza con que fue tratado el apóstol cuando estuvo en Éfeso (cf. Hechos 19) y en otras tantas ciudades de Asia y Europa, junto a sus compañeros Silas y Timoteo, a lo cual se refiere quizás también en Romanos 16: 4. Eran las “amenazas de hombres que buscaban su muerte como fieras salvajes”.[53] Pablo, dice por tanto: “En Éfeso luché con hombres que parecían fieras salvajes” (v. 32, TLA). La misma metáfora es usada por Ignacio, obispo de Antioquía, cuando afirma: “Desde Siria a Roma yo estoy luchando con fieras salvajes, por tierra y mar”.[54]
Lo que el bautismo por los muertos significa para nosotros hoy
En el argumento de Pablo, la resurrección de los muertos es razón suficiente para que los cristianos estén dispuestos a ser bautizados por ellos, es decir, a padecer por aquellos que reciben el evangelio y mueren con la esperanza de la resurrección. Sin esta esperanza, cualquier esfuerzo realizado en favor de las almas sería en vano. La resurrección de los muertos anima a otros a tener que padecer incluso privaciones y muerte, un bautismo de sangre. Quienes se bautizan serían, por tanto, “los que están dispuestos a dar su vida por la salvación de los pecadores”.[55] Por lo mismo, repetimos lo citado acerca del Salvador, cuando se declara: “Acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los millones que perecen puedan obtener vida eterna”.[56] 
Pablo resume de la siguiente manera sus tribulaciones en favor de otros con la esperanza de la resurrección:
Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Corintios 4: 9-13, RVR60).
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación. Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte; cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a nosotros por medio de muchos” (2 Corintios 1: 3-11, RVR60).
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida. Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos, sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros” (2 Corintios 4: 7-14, RVR60).
¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador de la provincia del rey Aretas guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; y fui descolgado del muro en un canasto por una ventana, y escapé de sus manos” (2 Corintios 11: 23-33, RVR60).
De igual forma, el apóstol Pablo agradece la misma solicitud de parte de la iglesia de Roma hacia su persona. Al respecto, él declara: “Por salvarme la vida, ellos arriesgaron la suya” (Romanos 16: 4, NVI). También el apóstol da fe del ministerio fiel y abnegado de Epafrodito quien “estuvo enfermo, a punto de morir… porque por la obra de Dios estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba” (Filipenses 2: 27, 30, RVR60).
Lo anterior, es sólo una muestra de lo que los apóstoles estaban dispuestos a hacer por su iglesia, “sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús”, pues no confiaban en ellos mismos, “sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Corintios 1: 9; 4: 14, RVR60). Juan Calvino concluye que “no sin una buena razón Pablo pregunta ¿qué harían si no hubiera esperanza después de la muerte? […] Él habla, además, de peligros voluntarios a los cuales los creyentes exponen sus vidas con el propósito de confesar a Cristo.”[57] Y Metz y Harper afirman: “Tal práctica… implicaba fe en la inmortalidad […] Si no había resurrección, era absurdo sufrir y morir por la fe […] Si no hay resurrección, toda esa exposición al peligro y a la muerte es ridículo”.[58] Otro autor comenta: “Tal vida sería el colmo de la locura”.[59] Sin la promesa de la resurrección de los muertos, tales actividades no tendrían razón se ser, serían sin sentido.
Esta misma interpretación está plasmada en los argumentos de varios comentadores cuando afirman:
“Si no hay resurrección de muertos, los que, al hacerse cristianos se exponen a toda suerte de privaciones, cruces, fuertes sufrimientos, y una muerte violenta, no pueden recibir ninguna compensación, ni ningún motivo suficiente para inducirlos a exponerse a tales miserias. Pero al recibir el bautismo como emblema de muerte al bajar voluntariamente al agua, así también lo reciben como un emblema de la resurrección a vida eterna, al salir del agua; de este modo son bautizados por los muertos con perfecta fe en la resurrección”.[60]
Es decir, es como si Pablo preguntase:
“¿Por qué sufren de tal modo los hombres por los que están irremediablemente muertos? Si los muertos no han de resucitar, ¿para qué padecer tanto por ellos, es decir, esforzarse tanto y soportar tantas cosas por hombres que, una vez muertos, no han de volver a vivir jamás […]
“Si no hay resurrección, de la cual dependen todas nuestras esperanzas como cristianos, ¿por qué hemos de enfrentarnos voluntariamente con el peligro? […]
“Si no tengo otras miras o esperanzas que las que tiene el común de los hombres, cuyas ilusiones están puestas en este mundo, ¿para qué exponerse a tantos peligros?”[61]
“¿Por qué había de aceptar los peligros de la vida cristiana si todo acaba e nada? […] ¿Para qué sirven tantos peligros y sufrimientos si todo termina con la muerte?”[62]
“¿Para qué fatigarnos en vano y exponernos a los mortales peligros que nos amenazan? […] ¿Por qué motivos tendríamos que aventurarnos a correr un peligro tan grande o inevitable donde nuestra vida nunca está a salvo o no gozarnos de ninguna alegría? ¿Por qué debería exponerme sin motivo alguno y convertirme en blanco de flechas, alabardas o armas de fuego del diablo? ¿Y por qué tenía [el apóstol Pablo] que insistir en predicar en medio de tantas armas apuntadas contra él?”[63]
En conclusión, es la certeza en la resurrección de los creyentes la que llena de esperanza los corazones de los santos y los impulsa a enfrentar los peligros que encierra la predicación. De no ser así, es mejor comer y beber (cf. 1 Corintios 15: 32; Isaías 22: 13), pues aquello es más apetecible si es que no hay esperanza de vida eterna. Sólo queda morir.
Según Pablo, “el rechazo de la doctrina de la resurrección abre el camino para la sensualidad desenfrenada […] Negar la resurrección era negar el evangelio y abrir la puerta al pecado. Afirmar la resurrección era valorar el evangelio y abrir el camino de la santidad”.[64]
Visto así, negar la doctrina de la resurrección tiene como consecuencia natural la negación del evangelio con el consiguiente rechazo de toda esperanza de salvación. No estar dispuestos a ser bautizados por los muertos, “es hacer que los hombres se vuelvan temerarios, y que se abandonen al disfrute de meros placeres sensuales. Si el hombre no espera ningún más allá glorioso, desciende por naturaleza a nivel de los brutos, cuyo destino ha de compartir”.[65] Barclay concluye: “Elimina el pensamiento de la vida por venir, y ésta pierde su valor”.[66] El valor de la vida de un alma merece aún un bautismo de sangre de parte de aquel creyente que quiere salvarla, un verdadero bautismo por los muertos.




[1] Víctor Jofré Araya (2015), Magíster © en Educación Religiosa. Actualmente se desempeña como Inspector General en el Colegio Adventista de Arica, MNCh. Se le puede escribir a victorja@gmail.com
[2] Las versiones de la Biblia en español utilizadas en el presente ensayo son: Reina Valera Revisión 1960 (RVR60), Nueva Versión Internacional (NVI) y Nueva Biblia Española (NBE).
[3] Ver, por ejemplo: L. Bonnet y A. Schroeder (1974), Comentario del Nuevo Testamento, 2da. Ed. (Buenos Aires: Casa Bautista de Publicaciones), v. 3, p. 313; Paul A. Hamar (1983), La primera epístola a los Corintios (Miami, Florida: Editorial Vida), p. 145; F. W. Grosheide (1984), The New International Commentary on the New Testament. The First Epistle to the Corinthians (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans Publishing Company), p. 371; Raúl Quiroga (2006), Comentarios a las Epístolas de Pablo (Entre Ríos, Argentina: Editorial Universidad Adventista del Plata), p. 94.
[4] William Barclay (1995), Comentario al Nuevo Testamento (Terrassa, Barcelona: Editorial Clie), v. 9, p. 186. Énfasis en el original.
[5] Charles Hodge (1969), Comentario a I Corintios, Edimburgo (Gran Bretaña: El Estandarte de la Verdad), p. 312.
[6] Ver, por ejemplo, Donald S. Metz y A. F. Harper (ed.) (sin fecha), Comentario Bíblico Beacon (Kansas City, Missouri: Casa Nazarena de Publicaciones), v. 8, p. 496; Matthew Henry y Thomas Scott (1960), Commentary on the Holy Bible (Grand Rapids, Michigan: Baker Books House), v. 6, p. 131 (nota de pie de página); Hodge (1969), p. 310; Bonnet y Schroeder (1974), p. 313; William Tyndale (1979), TheTyndale New Testament Commentaries. The First Epistle of Paul to the Corinthians, Grand Rapids, Michigan: Eerdmans Publishing Company, p. 219; Frank E. Gaebelein (Ed.) (1979), The Expositor’s Bible Commentary (Grand Rapids, Michigan: Zondervan Publishing House), v. 10, p. 287; León Morris (1981), I Corintios. Introducao e comentário (Sao Paulo: Editora Mundo Cristao), p. 176.
[7] Hans Gozelmann (1988), A Commentary on the First Epistle to the Corinthians (Philadelphia: Fortress Press), p. 276 (nota en pie de página).
[8] Bonnet y Schroeder (1974), p. 313; Grosheide (1984), p. 372.
[9] Martín Lutero (2000), Comentarios de Martín Lutero. Selecciones de 1ra. Corintios (Terrassa, Barcelona: Editorial Clie), p. 166, 167; cf. Hodge (1969), p. 312; Bonnet y Schroeder (1974), p. 313; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, p. 287; Hamar (1983), p. 146; Grosheide (1984), p. 373; Barclay (1995), v. 9, p. 187.
[10] F. F. Bruce, The New Century Bible Commentary. I & II Corinthians (Londres: Eerdmans Publishing Company, 1971), p. 149.
[11] Hodge (1969), p. 312; Bonnet y Schroeder (1974), p. 314; John Calvin (1979), Commentary on the Epistles of Paul the Apostle to the Corinthians (Grands Rapids, Michigan: Baker Books House), p. 38 (nota de pie de página); Hamar (1983), p. 146; Barclay (1995), v. 9, p. 187; William MacDonald (1995), Comentario al Nuevo Testamento (Terrassa, Barcelona: Editorial Clie), p. 737; cf. Daniel Scarone (1989), Mormonismo: La historia que pocos conocen (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 128; Daniel Scarone (1995), Credos Contemporáneos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), pp. 243, 244;
[12] Metz y Harper (ed.) (sin fecha), p. 496; cf. Gozelmann (1988), p. 276; Barclay (1995), v. 9, pp. 187, 188.
[13] Horst Balz y Gerhard Schneider (Eds.) (2001), Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, 2da. Ed. (Salamanca: Ediciones Sígueme), p. 584; cf. Metz y Harper (Ed.) (sin fecha), p. 496; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, p. 287; Gozelmann (1988), p. 276; Luthar Coenen, Erich Beyreuther y Hans Bietenhard (1998), Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, 4ta. Ed. (Salamanca: Ediciones Sígueme), p. 163.
[14] Tertuliano, Adversus Marcion, 5.10. Ver también los comentarios de Tyndale (1979), p. 218; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, p. 287, 288; Morris (1981), p. 175, 176; Bruce (1982), p. 148; Hamar (1983), p. 145; Grosheide (1984), p. 372. 
[15] Crisóstomo, Homilia in Epistole I ad Corinthians, 40.1; Epifanio, Adversus Haerethic, 28.6.4. Citados por Gozelmann (1988), p. 275; cf. Hodge (1969), p. 311; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, pp. 287, 288; Calvin (1979), p. 34; Hamar (1983), p. 145.
[16] Hodge (1969), p. 311.
[17] Hamar (1983), pp. 145, 146; cf. Hodge (1969), p. 311; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, p. 288; Calvin (1979), p. 34; Barclay (1995), v. 9, p. 188.

[18] ¿Por qué efectúan los mormones bautismos vicarios en sus templos? Disponible en: http://www.mormon.org/spa/preguntas-frecuentes/bautismos-con-representantes; cf. ¿Por qué los mormones efectúan bautismos por los muertos? Disponible en http://www.mormon.org/spa/preguntas-frecuentes/bautismo-por-los-muertos

[19] José Fielding Smith (Comp.) (1982), Enseñanzas del Profeta José Smith. Selecciones de sus sermones y escritos (Salt Lake City, Utah: sin Editorial), p. 214.
[20] La Iglesia de Jesucristo de los Santos de Últimos Días (2007), Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith (Salt Lake City, Utah: Intellectual Reserve, Inc.), pp. 22, 23, 499-501.
[21] Fielding Smith (Comp.) (1982), p. 501; cf. Doctrina y Convenios, 127: 6, 7, 9; 128: 4.
[22] Scarone (1989), p. 125.
[23] Fielding Smith (Comp.) (1982), pp. 232, 378; cf. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de Últimos Días (2007), p. 503; Doctrina y Convenios, 128:16.
[24] Fielding Smith (Comp.) (1982), p. 455; cf. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de Últimos Días (2007), p. 505.
[25] Fielding Smith (Comp.) (1982), p. 214; cf. p. 242; cf. Doctrina y Convenios, 137:7.
[26] Fielding Smith (Comp.) (1982), p. 243; cf. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de Últimos Días (2007), p. 504.
[27] Fielding Smith (Comp.) (1982), p. 232.
[28] Fielding Smith (Comp.) (1982), p. 376; cf. Doctrina y Convenios, 128: 5.
[29] MacDonald (1995), p. 737.
[30] Scarone (1989), pp. 128-130; Scarone (1995), pp. 244, 245.
[31] Charles R. Erdman (1974), El Evangelio de Lucas (Jenison, Miami: T.E.L.L.), p. 168.
[32] Balz y Schneider (Eds.) (2001), p. 578.
[33] W. E. Vine (1984), Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (Terrassa, Barcelona: Editorial Clie), v. 1, pp. 186, 187.
[34] David Metzler (2000), La Estrella Resplandeciente de la mañana (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 256.
[35] William Barclay (1975), The Gospel of Luke (Philadelphia, Pennsylvania: The Westminster Press), p. 170.
[36] Elena G. de White (1995), El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 642; cf. p. 378; ver también Elena G. de White (2008), Testimonios para la Iglesia (Florida: Asociación Publicadora Interamericana), v. 8, p. 221.
[37] Vine (1984), v. 1, p. 187.
[38] Lut Respen (2007), El compromiso de Dios con la humanidad. La pasión en el Evangelio de Marcos (Entre Ríos, Argentina: Editorial Universidad Adventista del Plata), pp. 37-42.
[39] Walter R. L. Scragg (1986), El Dios que dice sí (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 59.
[40] Vine (1984), v. 1, p. 187.
[41] Barclay (1975), p. 169.
[42] Vine (1984), v. 1, p. 187.
[43] Hamar (1983), p. 147.
[44] Gozelmann (1988), p. 277.
[45] Quiroga (2006), pp. 94, 95.
[46] Hamar (1983), p. 147.
[47] Metz y Harper (ed.) (sin fecha), p. 497.
[48] Bonnet y Schroeder (1974), p. 314.
[49] Grosheide (1984), p. 373.
[50] Hodge (1969), p. 312.
[51] Metz y Harper (ed.) (sin fecha), p. 496; Henry y Scott (1960), v. 6, p. 131; Bonnet y Schroeder (1974), p. 313.
[52] Gozelmann (1988), p. 277; cf. Hodge (1969), pp. 313, 314; Gaebelein (Ed.) (1979), v. 10, p. 287; Barclay (1995), v. 9, p. 188.
[53] Barclay (1995), v. 9, p. 188.
[54] Ignacio de Cesarea, Romanos, 5.1. Citado por Gozelmann (1988), p. 277 (nota en pie de página).
[55] Quiroga (2006), p. 94.
[56] White (1995), p. 642.
[57] Calvin (1979), pp. 37, 38.
[58] Metz y Harper (ed.) (sin fecha), p. 497.
[59] Bonnet y Schroeder (1974), p. 314; cf. Hamar (1983), p. 147.
[60] Hamar (1983), pp. 146, 147.
[61] Hodge (1969), pp. 312, 313, 314.
[62] Barclay (1995), v. 9, p. 188.
[63] Lutero (2000), pp. 168, 170.
[64] Metz y Harper (ed.) (sin fecha), p. 498, 499; cf. Grosheide (1984), p. 377.
[65] Hodge (1969), p. 314.
[66] Barclay (1995), v. 9, p. 190.

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