Métodos, hábitos y técnicas de estudio
de la Biblia
“El
que a lo que ve añade observación, y a lo que lee añade reflexión, está en el
camino correcto del conocimiento”
(Caleb
Colton)
E
|
n uno u otro lado de las Escrituras se da
testimonio de aquellos para quienes la lectura, el estudio y la meditación en
la Palabra de Dios eran un gran deleite y un profundo gozo. El poeta exclamó:
“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Son más dulces que la piel en mis
labios!” (Salmos 119: 103, RVC). En otro lugar, el salmista se regocija
diciendo: “Los preceptos del Señor son rectos: alegran el corazón” (Salmos 19:
8, RVC) y, a continuación, él afirma: “Sus palabras [son] más dulces que la
miel, más que el jugo de panales” (Salmos 19: 11, BJ). En otro himno, otro salmista
expresa su satisfacción personal de meditar en las enseñanzas del Señor
diciendo: “Dulce será mi meditación en él, yo me regocijaré en Jehová”. “Tus
estatutos son mi deleite”. “Tu ley es mi delicia”. “Tus mandamientos fueron mi
delicia” (Salmos 104: 34; 119: 24, 77, 92, 143, 174, RVR60). El mismo salmista
nos comenta acerca de la dicha que alcanza aquel que “se complace en la ley de
Yahveh”, que en “su ley susurra de día y noche” y que “en sus mandamientos mucho
se complace” (Salmos 1: 2; 112: 1, BJ).
Si bien, para los salmistas las
“palabras” o la “ley” del Señor se referían a la Torah, es decir, lo que para
nosotros es el equivalente a los cinco primeros libros del Antiguo Testamento,
para el mundo cristiano contemporáneo esa experiencia dulce y deleitosa es
válida para el estudio de toda la Biblia.
Considerando el resto de las
escrituras hebreas, notamos que también los profetas se regocijaron en las
Palabras del Señor:
“Fueron halladas tus palabras y
yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón”
(Jeremías 15: 16, RVR60).
“Yo abrí la boca, y me hizo
comer el pergamino, y me dijo: Hijo de hombre, aliméntate, llena tus entrañas
con este pergamino que te doy. Yo lo comí, y su sabor en mi boca fue más dulce
que la miel” (Ezequiel 3: 2, 3, RVC).
Y Juan, encarcelado en Patmos,
describió así su propia experiencia con la Palabra de Dios:
“Yo tomé el librito de la mano
del ángel, y me lo comí. En mis labios era dulce como la miel” (Apocalipsis 10:10,
RVC).
De igual forma, Pablo, el
apóstol de las gentes, en su exposición a los creyentes de Roma sobre el valor
de la Ley, afirmaba:
“Me complazco en la ley de
Dios” (Romanos 7:22, BJ).
Y a los miembros de la naciente
iglesia de Colosas les exhortaba:
“La palabra de
Cristo habite ricamente en ustedes. Instrúyanse y exhórtense unos a otros con
toda sabiduría” (Colosenses 3:16, RVC), a la vez que recuerda, aunque
con cierta preocupación, a aquellos que alguna vez “gustaron la buena palabra
de Dios” (Hebreos 6:5, RVR60).
Según Howard Hendricks[1],
destacado educador y conferencista, cada cristiano manifiesta en su experiencia
personal tres etapas derivadas de su encuentro con la Biblia que, a su vez,
representan tres distintas actitudes hacia el estudio bíblico personal. La primera etapa
es llamada aceite de ricino. En esta etapa el creyente estudia la Biblia porque sabe que hacerlo es
bueno y provechoso para su crecimiento espiritual, pero a fin de cuentas no le produce
mucho gozo ni satisfacción. En la segunda etapa, conocida como cereal, el
creyente estudia las Escrituras porque comprende que es nutritivo para la vida
espiritual y necesario para el crecimiento del hombre interior, pero al final
le resulta algo seco y de poco interés. Finalmente, en la tercera etapa, la
etapa fresas con crema, al
contrario de las etapas anteriores, el fiel creyente estudia y transmite las verdades
de la Biblia con gozo y satisfacción. Sabe y comprende la importancia del
estudio bíblico personal, le produce alegría al corazón descubrir nuevas
verdades y está dispuesto a predicar y compartir dichas verdades cada día. Se
da un festín con la Palabra de Dios.
Hábitos, técnicas y métodos
en el estudio personal de la
Biblia
“¿Cómo investigaremos las
Escrituras con el fin de entender lo que enseñan? –preguntaba la sierva del
Señor-. Debemos abordar la investigación de la Palabra de Dios –respondía- con
un corazón contrito, un espíritu de oración y dispuesto a ser enseñado”.[2]
Para que el estudio de las
Sagradas Escrituras sea realmente un deleite, como lo fue para los patriarcas,
los salmistas, los profetas y los apóstoles, tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento, es necesario desarrollar algunas actitudes y aptitudes que
serán útiles para que los frutos de dicho estudio sean de mejor provecho y
calidad. Así como la sana nutrición del cuerpo debe seguir, en algunos casos,
estrictas normas y regímenes, y ceñirse a las indicaciones rígidas de los
especialistas, la alimentación espiritual debe ser fiel a algunas sabias recomendaciones.
Entre estos lineamientos, que en absoluto pretenden ser los únicos, se
encuentran los siguientes:
1. El
estudio de las Escrituras debe ser un asunto personal
En primer lugar, el estudio de
las Sagradas Escrituras es un asunto de índole personal. Nadie puede estudiar
la Biblia por otro, ni nadie puede, en realidad, descubrir las mismas lecciones
que otro, ni tampoco puede beneficiarse del estudio realizado de manera
particular por otros. La verdad no puede ser estudiada ni descubierta si
dejamos que otros realicen el trabajo investigativo por nosotros. Nadie puede
ni debe pensar por otros, ni deberíamos permitir que nadie piense por nosotros.
Independiente de quien se trate o de cuan encumbrado sea su puesto a la vista
de los hombres, nadie puede reemplazar en lo más mínimo la investigación
bíblica personal.
El estudio bíblico de verdadero
significado es el que se realiza de manera personal, a solas con las Escrituras
y con Dios. Todos somos, de una u otra manera, responsables de nuestros propios
descubrimientos que desenterramos de las ricas vetas de la Sagrada Palabra.
Todos y cada uno hemos sido llamados a ser diligentes estudiosos de las
Escrituras y nada puede reemplazar el valor del estudio bíblico efectuado por
cada creyente en forma individual, en soledad, frente a las páginas sagradas. Las
verdades de la Biblia, con toda su riqueza y hermosura, el conocimiento divino
que nos proporciona, la autoridad de sus declaraciones, la bendición de su
lectura y meditación, podrán ser apreciadas únicamente si las buscamos en forma
sincera y ardiente mediante el estudio personal.
En cuanto a esto, el Señor, a
través de la inspiración dada a Elena G. de White, nos exhorta y amonesta
diciendo:
“Todos debieran llegar a ser
estudiantes de la Biblia”.[3]
“Cada uno debe escudriñar la
Biblia por su cuenta, de rodillas, delante de Dios, con el corazón humilde y
susceptible de ser enseñado como el de un niño”.[4]
“No debemos aceptar el
testimonio de ningún hombre en cuanto a lo que enseñan las Escrituras, sino que
debemos estudiar las palabras de Dios por nosotros mismos. Si dejamos que otros
piensen por nosotros, nuestra energía quedará mutilada y nuestras aptitudes
serán limitadas”.[5]
2. El
estudio personal de las Escrituras debe ser un asunto diario
En segundo lugar, el estudio personal de las Sagradas Escrituras es un
asunto de todos los días. Tal como el alimento que da vigor a nuestro cuerpo es
consumido diariamente, nuestra vida espiritual necesita ser alimentada cada día
por el rico alimento espiritual de la Palabra de Dios. El consejo de Dios al gran
libertador Josué a las puertas de la conquista de Canaán fue:
“Nunca dejes
de leer el libro de la Ley; estúdialo de día y de noche, y ponlo en práctica,
para que tengas éxito en todo lo que hagas” (Josué 1:8, TLA).
Además de Josué, los salmistas que cantaban y meditaban en la Palabra y
en las obras de Dios (Salmos 1:2; 119:97), el gobernador Nehemías, mientras
dirigía la reconstrucción de los muros de Jerusalén (Nehemías 8:18), los fieles
conversos de Berea que creyeron a la predicación de Pablo en los días de la
naciente iglesia cristiana (Hechos 17:11), todos ellos y muchos más repartidos
a lo largo de la historia sagrada y secular, comprendieron muy bien, y sin
exagerar, la necesidad, la importancia y el alcance del estudio personal y diario
de la Palabra de Dios. “Día tras día –se dice de los bereanos- escudriñaban las
Escrituras para ver si era cierto lo que se les decía” (Hechos 17:11, DHH).
Al revisar la historia eclesiástica moderna debemos rendir nuestros respetos
a los reformadores, quienes fueron asiduos estudiosos e impulsores del hábito
de la lectura y estudio personal y diario de las Escrituras. Por ejemplo, se
dice de Martín Lutero, el famoso reformador del s. XVI:
“Por sobre todo, se deleitaba en el estudio de la Palabra de Dios […] Dedicaba
al estudio todo el tiempo que le dejaban libre las ocupaciones de cada día,
robándole tiempo al sueño e, incluso, envidiando el tiempo dedicado a sus
escasas comidas […] Había formulado el voto solemne de estudiar cuidadosamente
y de predicar con fidelidad, todos los días de su vida, la Palabra de Dios y no
los dichos ni las doctrinas [de los hombres]”.[6]
En relación al hábito de lectura y estudio diario y continuo de las
Escrituras, Elena G. de White escribió:
“Dios se había propuesto que la Biblia fuese un libro de instrucción para
toda la humanidad en la niñez, la juventud y la edad adulta, y que fuese
estudiada en todo tiempo”.[7]
“Los padres deberían consagrar tiempo diariamente al estudio de la Biblia
con sus hijos. Sin duda, se requerirá esfuerzo, reflexión y algún sacrificio
para llevar a cabo esto, pero el esfuerzo será ricamente recompensado”.[8]
“Debe leerse la Biblia cada día. Una vida de religión, de devoción a
Dios, es el mejor escudo para los jóvenes que están expuestos a las tentaciones
[…]
“El estudio diario de las preciosas palabras de vida halladas en la
Biblia fortalece el intelecto y nos permiten conocer las obras grandiosas y
gloriosas de Dios en la naturaleza”.[9]
“Cada día debéis aprender algo nuevo de las Escrituras… Si lo hacéis,
hallaréis nuevas glorias en la Palabra de Dios; sentiréis que habréis recibido
luz nueva y preciosa sobre asuntos relacionados con la verdad, y las Escrituras
recibirán constantemente nuevo valor en vuestra estima”.[10]
Y, haciendo eco de Juan 6: 45 e Isaías 54: 13, la pluma inspirada declara:
“Si amamos las Escrituras, si las escudriñamos cada vez que tengamos
ocasión de hacerlo, para enriquecernos con los tesoros que contiene, podemos
tener la seguridad de que Jesús nos atraerá hacia él”.[11]
El interés de la iglesia adventista a nivel mundial es restablecer la
pasión y el fervor por el estudio diario de la Palabra de Dios. Así fue
expresado en una Declaración titulada Resolución
acerca de la Santa Biblia, publicada en el año 2005, la cual expresa en una
de sus líneas:
“Apelamos a todos los creyentes adventistas alrededor del mundo para que
hagan provisión intencional en su rutina diaria para la lectura regular y con
oración de las Escrituras”.[12]
De igual manera, en el año 2010, se aprobó una declaración titulada Resolución sobre la Biblia, que expresa
en forma enfática:
“Exhortamos a los creyentes adventistas y hermanos cristianos en todas
partes a hacer de la Biblia su fuente cotidiana de estudio personal… Que sea un
libro abierto en nuestros hogares al cual prestamos atención diariamente”.[13]
El Manual de la iglesia, en el capítulo dedicado a las normas de la vida
cristiana, establece:
“La vida espiritual se sostiene por medio del alimento espiritual.
Debemos mantener el hábito del estudio devocional de la Biblia y la oración si
queremos alcanzar la santidad… Si dejamos de ser el pueblo del Libro, estaremos
perdidos y nuestra misión fracasará. Solamente podemos esperar vivir la vida
que “está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3: 3) y terminar su obra, si
hablamos todos los días con Dios en oración y escuchamos su voz hablándonos
desde la Biblia.”[14]
En la experiencia de los hijos de Dios mencionados en los relatos de las
Escrituras, en la vida de los valientes reformadores, en la carrera de nuestros
esforzados pioneros y también en la experiencia espiritual de todo aquel que
aplica su corazón al estudio continuo de las Palabras de Dios, se cumple lo
dicho por el salmista:
“Dios
bendice a quienes aman su palabra y alegres la estudian día y noche” (Salmos 1: 2, TLA).
3. El estudio personal de las
Escrituras debe realizarse en las primeras horas
Una tercera recomendación es la siguiente: Muy temprano, en las horas
quietas de la mañana, antes del bullicio y el ajetreo de cada día, la mente del
estudiante debe ponerse en sintonía con la mente de Dios a través de la lectura,
el estudio acucioso y la reflexión en las Palabras de Vida del Señor. En las
horas frescas del amanecer y antes que las preocupaciones propias de cada día
envuelvan la mente, debemos volvernos a Dios y buscarlo con oración en las
páginas de su Sagrada Palabra. Dijo el salmista:
“Muy
temprano me levanto para pedirte que me ayudes, pues confío en tu palabra. Me
paso la noche en vela meditando en ella.” (Salmos 119: 147, 148,
TLA).
A las palabras de David se unen los sabios consejos de su hijo Salomón:
“Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan” (Proverbios
8: 17, RVR60).
Podemos aprender hermosas lecciones de los hábitos de oración y reflexión
de Jesús. El Gran Maestro cada mañana, muy temprano, se dirigía a su santuario
en las montañas, para estar en comunión con su Padre Celestial. Muchas veces
pasaba toda la noche en oración y meditación, y volvía al amanecer para
reanudar su trabajo entre la gente. Cristo tenía la costumbre muy arraigada de
buscar la dirección divina muy temprano y, según el testimonio del evangelista
Lucas, solía visitar con frecuencia el huerto de los Olivos, el Getsemaní, para
meditar, orar y estar a solas con Dios (Lucas 22: 39).
Sobre los hábitos espirituales de Jesús, Elena G. de White comentó:
“En su juventud, a la hora de la aurora y del crepúsculo, a menudo estuvo
solo en la montaña o entre los árboles del bosque, para dedicar unos momentos a
la oración y al estudio de la Palabra de Dios”.[15]
En un consejo dado a los pastores de sus días (que bien puede ser
aplicado a cualquiera de los ministros y creyentes de hoy, ya sean éstos
predicadores o maestros), Elena G. de White nos amonesta:
“Levantándose temprano y aprovechando sus momentos, los ministros pueden
encontrar tiempo para una investigación detallada de las Escrituras. Deben
tener perseverancia, y no perder su objetivo, sino persistentemente emplear su
tiempo en el estudio de la Palabra”.[16]
Es en la intimidad de las horas quietas y frescas de la mañana en que la
mente está más dispuesta a recibir el consejo de lo Alto y puede, libre de las
preocupaciones del día a día, percibir de mejor manera la voz de Dios hablando
al corazón a través de su Sagrada Palabra.
4. El
estudio personal de las Escrituras debe realizarse con oración
Siempre las Escrituras deberían
ser estudiadas con oración. La oración es el aliento del alma y las Escrituras
son su alimento. Cada vez que nos confrontamos con el estudio cuidadoso de la
Palabra de Dios es necesario hacerlo con un continuo espíritu de oración. Orar
nos hace humildes frente a la grandeza de las Escrituras y nos da una breve
percepción de la profundidad de sus enseñanzas. El vasto océano que las
Sagradas Escrituras extienden delante de nosotros no puede ser surcado sin
antes ponernos en las manos de aquel que las inspiraron.
El estudio de la Palabra de
Dios debe ser dirigido por el Espíritu de Dios. Fue el Espíritu divino quien la
dio a los hombres a través de los profetas. Dicho así, la oración tiene la
virtud de poner nuestra mente en contacto con la mente de Dios. Nos ayuda a
poner nuestra debilidad en la fortaleza de Dios y es la mejor manera de pedir
al Señor sabiduría para leer, comprender, interpretar y aplicar en forma
adecuada las enseñanzas de su Palabra. En palabras del catedrático Ekkerhardt
Müller:
“Así tiene lugar un diálogo
entre Dios y su Palabra por una parte y el elemento humano por otra”.[17]
La oración ferviente del
estudioso de la Biblia responde al clamor del apóstol Santiago:
“Si alguno de
ustedes requiere de sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios se
la da a todos en abundancia y sin hacer ningún reproche” (Santiago 1: 5,
RVC).
La oración nos acerca al
Altísimo en procura de ayuda, a la vez que solicitamos al Espíritu de Dios que
nos muestre la verdad a través de su Palabra inspirada. Debería ser un
ejercicio natural buscar la dirección de Dios por medio de la oración pues las
cosas espirituales se disciernen en forma espiritual (cf. 1 Corintios 2: 14). Sobre la oración y su irreemplazable valor
en el estudio bíblico personal, la inspiración nos aconseja:
“Si estudiamos la Palabra de
Dios con interés, y oramos para comprenderla, descubriremos nuevas bellezas en
cada línea. Dios revelará preciosas verdades con tanta claridad, que la mente
obtendrá de ella verdadero placer, y gozará de una fiesta permanente a medida
que se van desarrollando sus sublimes verdades […]
“Les ruego que estudien las
Escrituras con humilde oración para que tengan un corazón capaz de comprender,
a fin de que puedan enseñar el camino de la vida en forma más perfecta”.[18]
“Los que profesan creer la
Palabra deberían orar diariamente para que la luz del Espíritu Santo
resplandezca sobre las páginas del Libro sagrado, a fin de que esté capacitados
para comprender las cosas del Espíritu
de Dios”.[19]
Cuando leemos de la experiencia
espiritual de quienes nos precedieron no podemos menos que exagerar la
importancia de estudiar las Escrituras con oración. Por ejemplo, en el período
anterior a la Reforma tenemos registros de la vida y obra de los valdenses. De
ellos se ha afirmado:
“Al estudiar la Biblia con
oración y lágrimas, tanto más los impresionaban sus preciosas enseñanzas y la obligación
que tenían de dar a conocer a otros sus verdades”.[20]
Entre los reformadores se
destaca Martín Lutero. Él solía decir: “Orar bien es la mejor mitad del
estudio”. Y en una oportunidad escribió a un amigo:
“No podemos lograr un
entendimiento de las Escrituras ni por medio del estudio ni por medio del
intelecto. Tu primer deber es empezar por la oración. Ruega al Señor, por su
gran misericordia, concederte el verdadero entendimiento de su Palabra. No hay
otro intérprete de la Palabra de Dios que el Autor de esa Palabra”.[21]
Tal como lo mencioné en
párrafos anteriores, es de especial interés de la Iglesia Adventista del
Séptimo Día a nivel mundial que el pueblo remanente vuelva a ser el Pueblo del
Libro y seamos reconocidos por hacer de la Biblia nuestro libro más preciado,
más leído y más estudiado. En este contexto se anima a cada creyente:
“Que el estudio de la Biblia
esté acompañado de oración y alabanza”.[22]
5. El
estudio personal de las Escrituras debe hacerse considerando “toda” la Biblia
como la eterna Palabra de Dios
Una importantísima
recomendación en el estudio personal y diario de las Sagradas Escrituras es
considerar la Biblia como una unidad y hacer de la totalidad de ella lo que es:
la Palabra inspirada de Dios. Jesucristo, en su defensa ante el enemigo, le
recordó que, más allá del alimento físico, del pan cotidiano por el cual
pedimos a diario (cf. Mateo 6: 11;
Lucas 11: 3), debemos alimentarnos de “toda palabra que sale de la boca de
Dios” (Mateo 4: 4, RVR60; cf.
Deuteronomio 8: 3). El apóstol Pablo, por su parte, nos deja en claro que “toda
la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3: 16, RVR60). Es decir, no
existen en la Palabra de Dios porciones con inspiración de segunda mano, de tal
manera que debamos aprobar sólo una parte de ella en desmedro del resto o
valorar más una sección de ella y considerar de menos valor otras porciones de
la Biblia. Siendo Dios el autor último de las Escrituras y siendo el Espíritu
Santo quien, en última instancia, las inspiró, entonces la Biblia es un todo
armónico con una unidad y armonía fundamental que conjuga todas sus partes como
si fueran una sola.
Aún los detalles más mínimos de
las Escrituras constituyen para el creyente sincero el claro consejo de Dios y
nada de lo que forma parte integral de ella puede considerarse como
innecesaria, irrelevante o de menos valor. La Biblia es la Palabra de Dios. Las Sagradas Escrituras son la Palabra de Dios en el lenguaje de los hombres. Dicho en
otras palabras: “Todo lo que está escrito en la
Biblia es el mensaje de Dios” (2
Timoteo 3: 16, TLA; énfasis añadido). Este principio de la unidad de las
Escrituras es conocido como la analogía de la fe y es el fundamento de toda
doctrina y enseñanza.
El catedrático
Frank M. Hasel lo resume de la siguiente manera:
“Sobre la base de su unidad
puede actuar la Biblia como su propio intérprete. Sólo entonces resulta posible
presentar una armonía en la doctrina y la enseñanza. Si en ellas no hay una
unidad global, buscamos en vano una enseñanza normativa en las Escrituras sobre
cualquier asunto concreto. Sin la unidad de las Escrituras, la iglesia no tiene
forma de distinguir la verdad del error, ni de repudiar la herejía, no tiene
base alguna para aplicar medidas disciplinarias ni de corregir las desviaciones
de la verdad divina; las Escrituras perderían su poder liberador y de
convicción”.[23]
Moisés fue enfático en más de
una oportunidad acerca de la unidad de la Palabra de Dios y amonestó a su amado
pueblo en relación a la necesidad de leer, escribir, enseñar, guardar, cumplir
y obedecer “todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 19: 17; 27: 3, 8; 28:
58; 29: 29; 31: 12, 24; 32: 46, RVC). Y Josué, fiel al legado recibido de parte
de Moisés y como líder espiritual del pueblo de Israel, fue cuidadoso en leer y
enseñarles “todas la palabras de la ley, junto con las bendiciones y las maldiciones,
conforme a lo que está escrito en el libro de la
ley” (Josué 8: 34, RVC).
El testimonio del Nuevo
Testamento sobre la unidad de las Escrituras no es menos importante. Pablo
afirmó:
“Toda la Escritura es inspirada
por Dios” (2 Timoteo 3: 16, RVR60).
Por su parte, el apóstol
Santiago dijo a sus hermanos cristianos:
“Porque si una persona obedece toda la ley, pero falla en un solo
mandato, resulta culpable frente a todos los mandatos de la ley. Pues el mismo Dios que dijo: “No
cometas adulterio”, dijo también: “No mates”” (Santiago 2: 10, 11, DHH).
En este mismo contexto, Cristo
nos advierte enfáticamente en contra de la práctica tan arraigada en aquellos
que cambian o cercenan las Escrituras siguiendo sus egoístas conveniencias.
Jesús afirmó:
“De
manera que, cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y
así enseñe a los demás, será considerado muy pequeño en el reino de los cielos;
pero cualquiera que los practique y los enseñe, será considerado grande en el
reino de los cielos.” (Mateo 5: 19, RVC).
Y a los lectores de las
profecías contenidas en el Apocalipsis, Jesús también les advirtió
enérgicamente:
“A todos los que escuchen el mensaje de esta profecía,
les advierto esto: si alguien le añade algo a este libro, Dios lo castigará con
todas las plagas terribles que están descritas en el libro. Y si alguien le quita algo al
mensaje de esta profecía, Dios no lo dejará tomar su parte del fruto del árbol
que da vida, ni lo dejará vivir en la ciudad santa, como se ha dicho en este
libro” (Apocalipsis 22: 18, 19, TLA).
Las Sagradas Escrituras deben
ser consideradas en su totalidad, es decir, los sesenta y seis libros que la
conforman, y no sólo una o alguna parte de ella. En su conjunto, los mil ciento
ochenta y nueve capítulos en los cuales están divididos el Antiguo y el Nuevo
Testamento, conforman la Palabra de Dios, la cual el Señor por medio de su
Espíritu ha hecho provisión para que nos llegara en forma escrita a través de
las edades. El Espíritu de Dios se ha preocupado de preservar las Escrituras a
fin de que cada palabra, versículo, capítulo y libro de la Biblia sean parte de
un todo armónico que no deben ser utilizados de manera aislada o fuera del
contexto general de todas las Escrituras.
El maestro y predicador que
desea ser fiel a las enseñanzas de la Palabra de Dios debe presentarla a la
iglesia como un todo integrado y permitir que los creyentes la acepten y la
estudien como tal, sin desechar ni desprenderse de ninguna parte de ella, por
insignificante que parezca.
El espíritu de profecía también
nos advierte en contra de aquellos que mutilan las Escrituras y hacen decir a
la Biblia cosas que no están escritas en ella. Si queremos ser estudiosos de
las Escrituras, debemos reconocer que:
“El estudiante debería aprender
a considerar la Biblia como un todo y a ver la relación que existe entre sus
partes […]
“Todas las porciones de la
Biblia son inspiradas por Dios y provechosas. Tanta atención merece el Antiguo
Testamento como el Nuevo”.[24]
“La Biblia entera es una
revelación de la gloria de Dios en Cristo. Aceptada, creída, y obedecida, es el
gran instrumento para la transformación del carácter. Y es el único medio
seguro para lograr la cultura intelectual”.[25]
“No permitáis que hombre alguno
venga a vosotros y comience a disecar la Palabra de Dios diciendo qué es
revelación, qué es inspiración, y qué no lo es, sin que lo reprendáis […] No
deseamos que nadie diga: “Esto quiero rechazar y esto quiero recibir”, sino
queremos tener fe implícita en la Biblia en conjunto y tal como es”.[26]
Cada estudiante
sincero de las Escrituras de debe reconocer que la Biblia es la eterna y verdadera Palabra de Dios. Como ya fue mencionado
más arriba, el apóstol Pablo enseñó a la iglesia que “todo lo que está escrito en la Biblia es el mensaje de Dios” (2
Timoteo 3: 16, TLA) y elogiaba y agradecía por la actitud de sus hermanos
tesalonicenses después de haber recibido el mensaje evangélico de parte de él y
de sus colaboradores, pues aquellos reconocieron que aquel mensaje era la
Palabra de Dios. Pablo declaró: “Cuando recibisteis la palabra de Dios que
oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es
en verdad, la palabra de Dios” (1 Tesalonicenses 2: 13, RVR60). De la misma
manera, el apóstol Pedro recuerda a los creyentes de la incipiente iglesia
cristiana en la ciudad de Roma que “la profecía
no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de
parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo” (1 Pedro 1: 19, NVI).
No sólo en el
período apostólico las Escrituras han sido consideradas como la Palabra de
Dios. También a través de toda la historia del cristianismo, se ha dado
testimonio de la Biblia como tal. En el siglo XVI, el reformador Ecolampadio,
refiriéndose a las Sagradas Escrituras afirmó: “En asuntos de fe la Biblia es
nuestra Constitución”.[27]
6. El
estudio personal de las Escrituras debe realizarse reconociendo a la Biblia
como su propio intérprete
Entre los principios básicos de
estudio e interpretación de las Escrituras se encuentra el reconocer que la
Biblia es su propio intérprete. Nuestras ideas preconcebidas acerca de alguna
temática de las Escrituras deben ser dejadas de lado al acercarnos con corazón
sincero a la Palabra de Dios. Todo prejuicio e interpretación privada, todo
comentario personal o las opiniones de los comentadores bíblicos o seculares no
debería ser considerada como superior o en reemplazo de la voz de Dios. Ni la
razón, ni las tradiciones eclesiásticas, ni ningún veredicto humano puede
considerarse como normativo por sobre la norma bíblica. La verdad bíblica debe
imponerse por sobre las especulaciones humanas.
Si bien Dios nos ha dado a
todos las facultades del pensamiento y del razonamiento, tenemos la tendencia,
como humanos mortales e imperfectos, a equivocarnos o a confiar demasiado en
nuestra propia opinión. La Biblia y la Biblia sola deber ser su propio
expositor.
El reconocimiento del principio
de la Sola Scriptura fue el impulsor
de la Reforma Protestante y lo que gatilló las palabras de Martín Lutero cuando
escribe: “No hay otro intérprete de la Palabra de Dios que el autor de esa
Palabra”. Así hacía frente a sus enemigos que apelaban a las costumbres,
tradiciones y afirmaciones de las autoridades eclesiásticas de su tiempo por
sobre la autoridad de las Escrituras y la Biblia y la Biblia sola era su
principal argumento.
Juan Wiclef, por su parte,
declaró que la única autoridad verdadera era la voz de Dios hablando a través
de su Palabra. Enseñó que “la Biblia es no sólo una revelación perfecta de la
voluntad de Dios, sino que el Espíritu Santo es su único intérprete, y que todo
hombre, por medio del estudio de sus enseñanzas, debe conocer por sí mismo sus
deberes”.
Ulrico Zuinglio, otra luciente
estrella de la Reforma, afirmó: “Las Escrituras vienen de Dios, no del hombre,
y ese mismo Dios que brilla en ellas te hará entender que las palabras
provienen de Dios. La Palabra de Dios… brilla, se explica a sí misma, se autodescubre
e ilumina el alma con toda salvación y gracia”.
Con este principio en mente,
William Tyndale, el reformador inglés,
se preguntaba: “¿Saben quién enseñó a
las águilas a encontrar su presa? Bien, -él mismo respondía- ese mismo Dios
enseña a sus hijos hambrientos a encontrar a su Padre en su Palabra”.[28]
En la historia de la iglesia
adventista del séptimo día, desde sus orígenes y surgimiento como movimiento
profético, se vio necesario declarar en forma pública la lealtad al principio
protestante de la Biblia y sólo la Biblia como autoridad. Jaime White escribió:
“La Biblia es una revelación
perfecta y completa. Es nuestra única regla de fe y práctica”.[29]
Por su parte, Elena G. de
White, refiriéndose a este mismo principio, declaró:
“La evidencia de la Palabra de
Dios se halla en la Palabra misma. La Escritura es la clave que abre la
Escritura”.[30]
“La Biblia es su propio
intérprete. Debe compararse texto con texto. El estudiante debería aprender a
considerar la Biblia como un todo y a ver la relación que existe entre sus
partes […] Una vez buscadas y reunidas [las verdades que forman el gran todo],
corresponderán perfectamente unas a otras. Cada evangelio es un complemento de
los demás; cada profecía una explicación de la otra; cada verdad, el desarrollo
de otra verdad”.[31]
“En la actualidad […] se hace
muy necesario volver al gran principio protestante: la Biblia, únicamente la
Biblia, como regla de la fe y del deber”.[32]
La metodología de estudio que
afirma a la Biblia como su propio intérprete se conoce, en general, como método
histórico-bíblico, enfoque bíblico-gramatical, método histórico-gramatical o
método gramatical-histórico. Esta metodología reconoce el testimonio de las
Escrituras acerca de sí misma. Consiste básicamente en permitir que las Escrituras
nos hablen en su propio idioma desde el momento histórico y los lugares en
dónde fueron escritos cada libro y en los idiomas originales en que nos fueron
transmitidas. Así podemos mirar con los ojos y oír con los oídos de quienes
vivieron en los siglos pasados mientras recibían el mensaje divino dirigido a
ellos. Cuando superamos las barreras del tiempo, el idioma y la cultura podemos
aproximarnos más al texto bíblico y aplicarlo de mejor manera a nuestra
experiencia hoy.
Aunque la Palabra de Dios no
está condicionada a la cultura o a la historia, sí fue configurada en medio de
una cultura e historia determinada, sin embargo trasciende a la cultura y la
historia y nos alcanza a nosotros aquí y ahora. Esto quiere decir que lo que
significó el mensaje divino a quienes lo recibieron en su contexto particular y
original es exactamente lo que significa para nosotros hoy.
Las premisas básicas de método
histórico-bíblico son:[33]
1. La Biblia sola es su
criterio final y más elevado de la verdad. Las Escrituras son suficientes en sí
mismas. Moisés recordó al pueblo:
“Las cosas secretas
pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros
hijos para siempre” (Deuteronomio 29: 29, RVR60).
Y, amonestando al pueblo en
contra de buscar respuestas en los espiritistas y adivinos, el profeta Isaías
exclamó:
“¡Aténganse
a la ley y al testimonio! Para quienes no se atengan a esto, no habrá un
amanecer” (Isaías 8: 20, NVI).
Los principios
ajenos u opuestos a la Biblia, como los de la filosofía, la psicología o la
sociología modernas, o como los de la ciencia y las tradiciones, no deberían
controlar la interpretación o el entendimiento del texto sagrado. En este
contexto, el espíritu de profecía afirma:
“La Biblia
contiene todos los principios que los hombres necesitan comprender, a fin de
prepararse para esa vida y la venidera”.[34]
“Dios nos ha dado en las Escrituras
suficientes evidencias del carácter divino de ellas, y no debemos dudar de su
Palabra porque no podamos entender todos los misterios de su providencia”.[35]
2.
La Biblia es la Palabra escrita de Dios en su conjunto y no deben estudiarse
por separado las diversas porciones de ella. Además, en las Escrituras los
aspectos humanos y divinos están vinculados de forma inseparable (cf. 2 Timoteo 3: 16; 2 Pedro 1: 19-21).
3.
La armonía de las Escrituras. Este principio es visto en tres puntos:
a.
Las Escrituras son su propio expositor o su propio intérprete. Esto significa
que debemos reunir y estudiar todos los textos que hablan sobre un determinado
asunto para poder comprenderlo de manera correcta (cf. Lucas 24: 27).
b.
Existe una unidad fundamental en las Escrituras. Jesús dijo: “La Escritura no
puede ser quebrantada” (Juan 10: 35, NVI).
c.
La claridad de las Escrituras. Es decir, los textos más claros y precisos sobre
determinado punto de doctrina arrojan luz sobre los textos más difíciles de
entender. Hablando de este principio, el apóstol Pedro dio testimonio diciendo:
“Los profetas, que anunciaron la gracia reservada para ustedes, estudiaron
y observaron esta salvación. Querían descubrir a qué tiempo y a cuáles circunstancias se refería
el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando testificó de antemano acerca
de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que vendría después de éstos. A ellos se les
reveló que no se estaban sirviendo a sí mismos, sino que les servían a ustedes.
Hablaban de las cosas que ahora les han anunciado los que les predicaron el
evangelio por medio del Espíritu Santo enviado del cielo” (1 Pedro 1:
10-12, NVI).
El espíritu de
profecía explica así este principio:
“Algunas
porciones de la Escritura son en verdad demasiado claras para ser
malinterpretadas; pero hay otras cuyo significado no está en la superficie como
para que se vea a primera vista. Se debe comparar pasaje con pasaje. Debe haber
un escudriñamiento cuidadoso y una reflexión acompañada de oración. Tal estudio
será ricamente recompensado”.[36]
4. Las cosas
espirituales deben ser discernidas de manera espiritual (1 Corintios 1: 11-14).
El estudio de las Escrituras necesita de la iluminación del Espíritu Santo. Así
nos aseguramos de no hacer interpretaciones equivocadas, pues “los espíritus de
los profetas están sujetos a los profetas” (1 Corintios 14: 32).
El documento
Métodos de estudio de la Biblia resume de la siguiente manera el principio de
la Sola Scriptura y de la Biblia como
su propio intérprete:
“Creemos
que será de utilidad exponer los principios del estudio de la Biblia que son
consistentes con las enseñanzas de las mismas Escrituras, preservan su unidad y
está basados sobre la premisa de que la Biblia es la Palabra de Dios. Un
enfoque así nos conducirá a una experiencia satisfactoria y provechosa con
Dios”.[37]
7. El
estudio personal de las Escrituras debe
ser metódico, diligente y con investigación
A fin de recibir el máximo
provecho, es necesario que el estudio personal de la Palabra de Dios sea
realizado con meticulosidad y diligencia. Debe haber cierto orden, pulcritud y
prolijidad en el ejercicio diario de escudriñar la Biblia. Así como en todo
orden de cosas, en los quehaceres personales, laborales, académicos y
familiares, es preciso tener diligencia, esta buena virtud se hace mucho más
necesaria e indispensable cuando se trata de enfrentarse a las sagradas páginas
de las Escrituras.
El rey Salomón, bajo la
inspiración de Dios, elogió la solicitud y diligencia en el trabajo. El sabio
escribió: “Cuando veas alguien que hace bien su trabajo,
no lo verás entre gente de baja condición sino que estará en presencia de reyes” (Proverbios 22: 29, RVC). En
los tiempos del Nuevo Testamento, el apóstol Pablo exhortaba a los creyentes de
la iglesia en Roma a poner solicitud en aquello que requiere solicitud. Él
escribió: “Si algo demanda diligencia, no seamos perezosos” y agrega que
aquello que emprendamos lo realicemos “con espíritu ferviente” (Romanos 12: 11,
RVC). Y si hay un trabajo en el cual debamos ser diligentes es en el sagrado
oficio de estudiar y enseñar la Palabra de Dios.
El anciano
Pablo aconsejaba a Timoteo a ser diligente en la sagrada obra de usar y
predicar la Palabra de verdad: “Haz todo lo posible por ganarte la aprobación de Dios. Así,
Dios te aprobará como un trabajador que no tiene de qué avergonzarse, y que
enseña correctamente el mensaje verdadero” (2 Timoteo 2: 15, TLA). Y el
anciano Pedro nos recuerda cómo “los
profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca
de esta salvación” (1 Pedro 1: 10, RVR60).
Ser diligentes
en el estudio bíblico personal es lo que marcará una notable diferencia entre
el estudio provechoso, abarcante y nutritivo, que nos llevará a nuevas cimas y
a encontrar nuevos tesoros, espiritualmente hablando, o, por el contrario, el
estudio pobre e inconsistente que no conduzca a ningún puerto, que resulte ser una
empresa completamente infructífera y que no nos cause satisfacción alguna.
Cristo animó a
sus discípulos a escudriñar las Escrituras (cf.
Juan 5:39). Escudriñar implica indagar, ser sistemáticos, meticulosos, profundizar.
Significa que el estudioso debe leer, oír y aplicar las Palabras de Dios (cf. Apocalipsis 1:3). Y si hay un hábito
cristiano o una disciplina espiritual que requiere diligencia y solicitud es el
estudio de la Palabra de Dios. No debemos dejar de lado en este respecto, el
consejo oportuno del espíritu de profecía cuando dice:
“La enseñanza más valiosa de la
Biblia no se obtiene por medio de un estudio ocasional o aislado… Muchos de sus
tesoros están lejos de la superficie, y sólo pueden ser obtenidos por medio de
una investigación diligente y de un esfuerzo continuo”.[38]
“El estudio de la Biblia
requiere nuestro más diligente esfuerzo y nuestra más perseverante meditación.
Con el mismo afán y la misma persistencia con que el minero excava la tierra en
busca del tesoro, deberíamos buscar nosotros el tesoro de la Palabra de Dios”. [39]
“¡Cuánta diligencia debemos
manifestar en el estudio de la Biblia y en nuestro celo de difundir la luz! […]
Debemos temer la costumbre de estudiar superficialmente la Palabra de Dios”.
“No podemos
obtener sabiduría sin atención diligente y sin estudio con oración… Debe haber un
escudriñamiento cuidadoso y una reflexión acompañada de oración. Tal estudio
será ricamente recompensado”.[40]
Cualquiera que tome las Escrituras para estudiarla
debe hacerlo con un profundo espíritu de investigación. Dice el profeta: “Estudien el libro de Dios; lean lo que
allí dice” (Isaías 34:16, TLA). Otra actitud muy necesaria al momento de
profundizar en el conocimiento de la Biblia es mantener un espíritu de continua
indagación. Una cualidad que ningún maestro o predicador de la Sagrada Palabra
debería obviar en su vida de estudio personal es el espíritu de investigación,
el deseo de indagar continuamente en las preciosas páginas de las Escrituras.
Hablando a los ministros de la iglesia y a los
maestros y predicadores de su tiempo, Elena G. de White exhortaba:
“Algunos no estudian la Biblia cuidadosamente. No
sienten inclinación por el estudio diligente de la Palabra de Dios […] Los
ministros de la Palabra deben tener un conocimiento completo de ella tanto como
les sea posible obtener. Deben estar continuamente investigando, orando y
aprendiendo”.[41]
Este consejo es
pertinente para cada creyente adventista también hoy, ya sea éste un simple
estudiante y con mayor razón aún si se trata de un maestro o de un predicador.
Lo anterior cobra un mayor sentido en nuestros días, pues las Sagradas
Escrituras son blanco acérrimo de falsas acusaciones y tergiversaciones y cada
día son más descuidadas y atacadas sin ningún tapujo por quienes las desprecian
y se oponen abiertamente a sus claras enseñanzas.
En los días de la
reconstrucción de Jerusalén por mano de Nehemías, una de las primeras tareas
fue dar a conocer al pueblo la Palabra de Dios. Todo un día estuvieron Esdras,
los sacerdotes y los levitas explicando los términos de la Ley de Dios a todos.
Niños y jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres, participaron de la
experiencia de ser instruidos en los requerimientos de la voluntad Dios.
Dice el registro sagrado: “Todo el pueblo se reunió como
un solo hombre en la plaza que está frente a la Puerta de las Aguas, y le
rogaron al escriba Esdras que llevara el libro de la ley de Moisés, que el
Señor le había dado al pueblo de Israel… Todo el pueblo escuchaba con mucha atención la lectura del libro de la
ley… Esdras abrió el libro ante todo el pueblo, y como
él estaba por encima de los presentes, todos lo vieron y prestaron mucha
atención… La lectura de la ley
se hacía con mucha claridad, y se recalcaba todo el sentido, de modo que el
pueblo pudiera entender lo que escuchaba… Y pasaron el día muy alegres, pues habían
entendido las explicaciones que les habían dado”.
Tal fue el
impacto de la Palabra de Dios en el consciente colectivo y tanto se había
despertado en ellos el interés por descubrir y conocer nuevas verdades que “al
día siguiente, los jefes de familias de todo el pueblo, y los sacerdotes y los
levitas, se reunieron con el escriba Esdras para que les explicara las palabras
de la ley” (Nehemías 8: 1-13, RVC).
Al igual que en los días de la reconstrucción, en los primeros años del
naciente cristianismo, los creyentes de Berea recibieron la Palabra por boca de
Pablo, Silas y sus colaboradores. “Escucharon muy contentos las buenas noticias acerca de
Jesús”. Pero no conformes sólo con eso, “todos los días
leían la Biblia para ver si todo lo que les enseñaban era cierto”
(Hechos 17: 11, TLA). Y así nosotros, que vivimos en los últimos días de la
historia de este mundo, tal como
si quisiéramos obtener de las minas sus ricas vetas de metales ocultos bajo su
superficie, también debemos escarbar de modo que hallemos el precioso depósito
en las Santas Escrituras pues contienen los tesoros de verdad que sólo se
revelan a quien los busca con fervor, persistencia y devoción.
Otra vez reconozco la herencia intelectual que hemos recibido de parte de
los grandes reformadores. Sus disciplinas espirituales del estudio acompañado
de oración siguen siendo ejemplos dignos de parangón por cualquier cristiano
contemporáneo. Del primero de los reformadores, conocido como el lucero de la
Reforma, el sacerdote inglés Juan Wiclef, se escribió:
“Mientras Wiclef aun estaba en el colegio se dedicó al estudio de las
Escrituras […] Cuando la atención de Wiclef fue dirigida a las Escrituras se
consagró a investigarlas con el mismo empeño que lo había capacitado para
conocer a fondo la instrucción que se impartía en los colegios… En la Palabra
de Dios encontró lo que antes había buscado en vano […] Exigía que la Biblia
fuera restituida al pueblo y que se restableciera su autoridad dentro de la
iglesia. Era un maestro entendido y abnegado y un predicador elocuente, cuya
vida cotidiana era una demostración de las verdades que predicaba. Su
conocimiento de las Escrituras, la fuerza de sus argumentos, la pureza de su
vida y su integridad y valor inquebrantables le granjearon la estima y la
confianza de todos […] Caracterizaron al primero de los reformadores su pureza
de vida, su aplicación incansable al estudio y al trabajo, su integridad
incorruptible, y su amor y fidelidad en el ministerio semejantes a los de
Cristo”.
La consagración incansable de Wiclef al estudio de la Biblia fue la
chispa que encendió e iluminó el movimiento de Reforma. Esa reforma permite que
hoy, cinco siglos después, millones de personas libremente lean y estudien sus
propias Biblias en su idioma alrededor de todo el mundo. Gracias a ese fervor
tenemos este sagrado privilegio.
De la misma manera que Wiclef en Inglaterra, otro de los grandes
reformadores, William Tyndale, también era muy dedicado al estudio de las
Sagradas Escrituras y un sincero investigador de la verdad. Predicaba sus
convicciones personales sin temor alguno e insistía en que todas las doctrinas
y verdades fuesen probadas por la autoridad de la Palabra de Dios. “Sin la
Biblia –afirmó Tyndale- es imposible establecer a los laicos en la verdad”. Y
Juan Calvino en Francia, antes de iniciar su movimiento de Reforma allí, se
había dedicado a la meditación, la oración y el estudio de las Escrituras,
preparándose para sus deberes futuros.
En la historia de la Iglesia Adventista, una de sus luminarias, el
agricultor de origen bautista, William Miller era reconocido porque desde la
tierna niñez dio pruebas de su sobresaliente fortaleza intelectual. Sobre sus
dotes como estudioso de las Escrituras se declaró:
“Su mente era activa y bien desarrollada y tenía una sed aguda de
conocimiento… su amor al estudio y al hábito de reflexionar cuidadosamente,
junto con su agudo criterio, hicieron de él un hombre de sano juicio y puntos
de vista amplios”.
Y acerca de sí mismo, escribiría el propio Miller: “La Biblia llegó a ser
mi estudio principal y puedo decir en verdad que la escudriñaba con gran
deleite. Perdí el gusto por otra lectura y apliqué mi corazón a adquirir
sabiduría de Dios”.[42]
Como hemos revisado, las Escrituras y la historia eclesiástica nos
señalan a una vasta gama de valiosos personajes que hicieron de la Biblia su
mejor amiga, hombres que se sumergieron en sus páginas con un profundo espíritu
de investigación. Los maestros y predicadores de la iglesia moderna tienen así
ejemplos dignos para seguir. Para ellos y nosotros es la siguiente
amonestación:
“El verdadero maestro no se contenta con pensamientos indefinidos, una
mente indolente o una memoria inactiva. Trata constantemente de progresar más y
aplicar mejores métodos. Su vida es de continuo desarrollo”.[44]
8. El
estudio personal de las Escrituras debe ser Cristocéntrico
Otra actitud que
se precisa en el estudio de las Sagradas Escrituras es considerar que toda
verdad, toda enseñanza, todo sabio consejo proveniente de la Palabra de Dios, incluyendo
todas las profecías, giran en torno a la persona y a la obra pasada, presente y
futura de Jesús, el Cristo, nuestro Salvador. Desde el Génesis, que nos muestra
a Cristo como el gran Dios Creador, pues “por
medio de él todas las cosas fueron creadas” (Juan 1: 3, NVI), hasta el
Apocalipsis, en donde Cristo es el “Cordero…
Señor de señores y Rey de reyes”, “la Palabra de Dios” (Apocalipsis 17:
14; 19: 13, DHH); desde la creación hasta la restauración, toda la Biblia nos
da testimonio de nuestro Señor.
“Estudien las
Escrituras” –exhortó el Salvador-, pues “son
ellas las que dan testimonio en mi favor”. Y agregó: “Si le creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de
mí escribió él” (Juan 5: 39, 46, NVI). Y, según lo que el evangelista Lucas
dejó registrado, Jesús aseguró a sus discípulos que desde los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros históricos,
los salmos y los libros de los profetas, todos los pasajes de las Escrituras
hablaban de él y “que había de cumplirse todo lo que está escrito de mí –dijo
el Salvador- en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los
salmos” (Lucas 24: 27, 44, TLA).
Este mismo principio
estaba presente de manera significativa en las enseñanzas del apóstol Pablo. El
anciano portavoz de la fe cristiana estaba convencido de que Jesús era el
Cristo, el tan ansiado Mesías anunciado una y otra por todos los profetas.
Cierto día sábado, en la sinagoga de Tesalónica, Pablo, “basándose en las
Escrituras, les explicaba y demostraba que era necesario que el Mesías
padeciera y resucitara” (Hechos 17: 2, 3, NVI). En otro momento, reunido con
los dirigentes judíos en su casa-prisión en Roma, “desde la mañana hasta la tarde, Pablo les habló del reino de Dios.
Trataba de convencerlos acerca de Jesús, por medio de la ley de Moisés y los
escritos de los profetas” (Hechos 28: 23, DHH). De esta manera, Pablo hizo de
Jesús el personaje central y el eje focal de su predicación. A los conversos de
Corinto les señalaba: “Decidí hablarles sólo de Cristo, y principalmente de su
muerte en la cruz” (1 Corintios 2: 2, TLA).
En otras palabras,
sin excepción, de tapa a tapa, la Biblia nos habla de Cristo y es un fiel
testimonio de su obra a favor de los hombres. Jesús es el principio, centro y
fin de las Sagradas Escrituras y de sus profundas enseñanzas. Juan, en Patmos,
describió su libro como “la revelación de Jesucristo, que Dios le dio”
(Apocalipsis 1: 1, RVR60) y Pablo, poseedor también del don de profecía,
escribió a los creyentes de Galacia refiriéndose a la revelación de Jesucristo
que él había recibido (cf. Gálatas
1:12).
En el siglo XVII,
un puritano inglés resumió de la siguiente forma este principio:
“Mantenga aún a
Jesús ante su vista al leer cuidadosamente las Escrituras, como el fin, el
alcance y la sustancia de las Escrituras: ¿Qué son todas las Escrituras sino
algo así como los pañales espirituales del santo niño Jesús?... por tanto,
piense de Cristo como la misma sustancia, tuétano, alma y alcance de toda la
Escritura”.[45]
El consejo del
espíritu profético nos advierte a no separar a Cristo de las Escrituras, sino
más bien estudiarlas desde una perspectiva cristocéntrica. Elena G. de White
declaró:
“Sí, la Biblia
entera nos habla de Cristo… Si deseas conocer al Salvador, estudia las Santas
Escrituras”.[46]
“El sacrificio de
Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se
agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente,
cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis al Apocalipsis, debe ser
estudiada a la luz que fluye de la Cruz del Calvario”.[47]
Y, considerando el estudio el estudio de las profecías
bíblicas, Elena G. de White nos recuerda que no podemos estudiar los mensajes
proféticos destituidos de la persona de nuestro Salvador. Ella afirma:
“El último libro del Nuevo Testamento se halla lleno
de una verdad que necesitamos entender […] Permitid que hable Daniel, haced que
se exprese el Apocalipsis, y digan qué es verdad. Pero cualquiera sea el
aspecto del tema que se presente, levantad a Jesús como el centro de toda
esperanza”.[48]
Así también ha
sido la comprensión de la Iglesia Adventista mundial. Al respecto, en la
Declaración Las Santas Escrituras del
año 1995, se afirma:
“Por sobre todo,
las Escrituras dan testimonio de Jesucristo, quien es la revelación última,
Dios entre nosotros. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento dan
testimonio de él”.[49]
9. El
estudio personal de las Escrituras debe realizarse bajo la perspectiva del Gran
Conflicto
El estudioso serio de la Biblia
debe escudriñarla cuidadosamente teniendo en mente la perspectiva del Gran Conflicto
entre el bien y el mal. Todas las historias desde Génesis al Apocalipsis, desde
la creación y la caída hasta la redención, incluyendo la vida de los patriarcas
y jueces, reyes y profetas, discípulos y apóstoles, están enmarcadas en la
controversia entre Cristo y Satanás.
En el Documento Métodos de estudio de la Biblia, del año
1986, y en la Declaración Resolución
sobre la Santa Biblia, del año 2010, se establece claramente:
“Dos temas básicos,
relacionados entre sí, corren a través de toda la Escritura: (1) la persona y
la obra de Jesucristo; y (2) la perspectiva del gran conflicto”.[50]
“La Biblia nos comunica un
mensaje de salvación en el contexto de un conflicto cósmico que revela el
carácter amable, misericordioso y justo de Dios”.[51]
En la teología adventista y en
todos los lineamientos dados por la erudición basada en las Escrituras es claro
que la controversia que se inició en el cielo posterior a la rebelión de
Lucifer y que luego se extendió a la Tierra cuando Adán y Eva sucumbieron ante
los sofismas satánicos, permean cada página del Sagrado Libro.
En los libros proféticos
de Daniel y Apocalipsis, se hace mucho más evidente la existencia de este
conflicto. Dice el profeta Juan:
“Se desató
entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón;
éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer, y
ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón,
aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo
entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra” (Apocalipsis 12: 7,
NVI).
Y Daniel agrega:
“El ángel
príncipe del reino de Persia se me ha opuesto durante veintiún días; pero
Miguel, uno de los ángeles príncipes más altos, vino en mi ayuda, pues yo me
había quedado solo junto a los reyes de Persia” (Daniel 10: 13,
DHH).
Miguel, el arcángel, es
decir Cristo, y su archienemigo Satanás, están confrontados en una guerra sin
cuartel en la cual ninguno de nosotros es neutral, una guerra entre el bien y
el mal, entre la verdad y el error, una guerra sin tregua que irá aumentando en
intensidad a medida que se acerca el fin de la historia de este mundo, una
guerra que pronto llegará a su anhelado final. En esta guerra, Satanás está
airado en contra de la iglesia de Dios, sabe que le queda poco tiempo y sus
artimañas será cada vez más perniciosas. Pero habrá un pueblo fiel que con el
poder de Cristo saldrá victorioso.
Dicen los profetas:
“¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la
mañana!... Tú
que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de
Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados
del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”
(Isaías 14: 12-14, RVR60).
“Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el
santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te
paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado,
hasta que se halló en ti maldad… Fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo
que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego,
oh querubín protector” (Ezequiel 28: 14-16, RVR60).
“Tan grande llegó a
ser que desafió al ejército del cielo, y hasta echó por tierra y pisoteó a
parte de ese ejército y de las estrellas. Incluso desafió al príncipe de los
ejércitos” (Daniel 8: 10, 11, RVC).
“El diablo ha sido arrojado
del cielo, pues
día y noche, delante de nuestro Dios, acusaba a los nuestros… El diablo está
muy enojado; ha bajado para combatirlos. ¡Bien sabe el diablo que le queda poco
tiempo!... Entonces el dragón se enojó mucho contra la mujer, y
fue a pelear contra el resto de sus descendientes, es decir, contra los que
obedecen los mandamientos de Dios y siguen confiando en el mensaje de Jesús”
(Apocalipsis 12: 10, 12, 17, TLA).
“El Cordero vencerá, porque es el Señor más grande
y el Rey más poderoso. Con él estarán sus seguidores. Dios los ha llamado y
elegido porque siempre lo obedecen” (Apocalipsis 17:14, TLA).
10.
El estudio personal de las
Escrituras puede realizarse utilizando diferentes métodos
Sin duda alguna, debemos
reconocer que el estudio, enseñanza y proclamación de las enseñanzas de la
Biblia como Palabra de Dios merecen nuestros pensamientos más frescos, el aplicar
nuestros mejores métodos y poner en acción nuestro más ferviente esfuerzo. Un
cristiano sincero echará mano de los mejores métodos que estén a su alcance
para que la Biblia tenga en sus labios y en sus oídos o en los oídos de sus
oyentes o de cualquiera que forme parte de su auditorio, siempre un sabor
fresco de vida para vida.
En mi experiencia como estudiante,
maestro y predicador de las Escrituras he rescatado lo que, a mi juicio, son los
principales métodos de estudio de la Biblia. Estos métodos, utilizados con
oración, con diligencia y con profunda investigación, nos pueden conducir a tener
una vida espiritual más abundante. Tales métodos nos inducirán a obtener
material espiritual de alta pureza para nuestros sermones y se transformarán en
una fuente continua de conocimientos para desarrollar clases bíblicas
contundentes.
Dichos métodos son los
siguientes:
1. Método de estudio devocional.
2. Método de estudio temático.
3. Método de estudio histórico-biográfico.
4. Método de estudio y análisis
de palabras o terminológico.
5. Método de estudio y análisis
de un versículo, párrafo o capítulo.
6. Método de estudio y análisis
de un libro.
Pasos
que deben seguirse en cada método elegido y utilizado
Antes de adentrarnos en la
dinámica de cada método en particular, debemos notar que existen algunas
cualidades que son similares en cada uno de ellos. En general, los elementos
comunes a cada método enunciado son cinco: oración, método, memorización, aplicación
y espíritu de profecía.
Cada elemento o paso a seguir,
será detallado a continuación.
Paso 1: Oración
Ya he mencionado en párrafos
anteriores el lugar que ocupa la disciplina espiritual de la oración en el
estudio bíblico personal, profundo y serio. Antes de la lectura de la Biblia o
consideración del tema, palabra, biografía, historia, versículo, párrafo, capítulo
o libro de la Biblia a estudiar, se deben tener momentos de fervorosa oración.
Jamás deberían estudiarse las
Sagradas Escrituras sin oración. Debemos orar más y, entonces, alimentarnos de
las palabras de vida. El estudio de la Biblia y la oración son prácticas espirituales
que están íntimamente ligadas. Son, y deberían serlo siempre, prácticas
inseparables.
Todo estudioso de las
Escrituras debería iniciar su actividad con una plegaria solicitando la guía y
la iluminación del Espíritu de Dios, pues sólo quienes siguen la luz ya
recibida pueden esperar recibir la iluminación adicional del Espíritu Santo.
Jesucristo afirmó esta verdad a sus discípulos diciendo:
“Cuando venga
el Espíritu Santo, él les dirá lo que es la verdad y los guiará, para que siempre
vivan en la verdad. Él no hablará por su propia cuenta, sino que les dirá lo
que oiga de Dios el Padre, y les enseñará lo que está por suceder. También les
hará saber todo acerca de mí, y así me honrará. Todo lo
que es del Padre, también es mío; por eso dije que el Espíritu les hará saber
todo acerca de mí (Juan 16:13-15, TLA).
Y Pablo, inspirado por el mismo
Espíritu, afirmó a la iglesia:
“Éstas son las
cosas que Dios nos ha hecho conocer por medio del Espíritu, pues el Espíritu lo
examina todo, hasta las cosas más profundas de Dios. ¿Quién entre los hombres
puede saber lo que hay en el corazón del hombre, sino sólo el espíritu que está
dentro del hombre? De la misma manera, solamente el Espíritu de Dios sabe lo
que hay en Dios. Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que entendamos las
cosas que Dios en su bondad nos ha dado. Hablamos de
estas cosas con palabras que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, y no con
palabras que hayamos aprendido por nuestra propia sabiduría. Así explicamos las
cosas espirituales con términos espirituales” (1 Corintios 2:10-13).
Sobre
la importancia única e irremplazable de la oración solicitando la iluminación
divina del Espíritu Santo al momento de iniciar el estudio personal de la
Biblia, el espíritu de profecía ha declarado:
“Todos
los que acudan a la Biblia con un espíritu dispuesto a ser enseñados y a orar,
para estudiar sus declaraciones como la Palabra de Dios, recibirán iluminación
divina”.[52]
“Debe
haber paciente estudio y meditación y oración ferviente. Todo estudioso, al
abrir las Escrituras, debe pedir la iluminación del Espíritu Santo; y la
promesa segura es que le será dado”.[53]
La
oración será vital en la puesta en práctica de todos los métodos mencionados
anteriormente y que serán desarrollados y detallados más adelante.
Paso 2: Método
Más de algún honesto creyente
podrá pensar y enseñar que al internarse en las sagradas páginas de la Biblia
la intuición es el medio más eficaz para explorar sus enseñanzas. Sin embargo,
la experiencia personal nos sugiere que acercarse a las Sagradas Escrituras de
manera irrespetuosa, irreverente y sin un ánimo dispuesto puede traer graves
consecuencias espirituales. En este respecto, el estudio metódico es esencial.
La metodología de estudio elegida aportará más riqueza que un estudio ocasional,
descuidado y sin propósito. Un método adecuado será también la base para una
interpretación apropiada. Método e interpretación van de la mano, son
inseparables. Utilizar de buena manera el método seleccionado, es decir,
cualquiera de los seis métodos ya mencionados y que serán explorados y
explicados en detalle en los siguientes capítulos, será un buen inicio en la
sana interpretación de la enseñanza bíblica.
Sólo quiero detenerme una vez
más para mencionar los seis métodos que detallaré en las siguientes páginas:
1. Método de estudio
devocional.
2. Método de estudio temático.
3. Método de estudio
histórico-biográfico.
4. Método de estudio y análisis
de palabras o terminológico.
5. Método de estudio y análisis
de un versículo, párrafo o capítulo.
6. Método de estudio y análisis
de un libro.
No daré más detalles ahora en
este asunto, pues mi intención es que cada método sea expuesto y explicado de
manera particular, según las pautas entregadas en la presente obra. Los métodos
de estudio de las Sagradas Escrituras señalados más adelante han sido útiles
para el autor de estas líneas y para muchos otros. Bajo ese supuesto, creo que
serán útiles también para nuestros amados lectores.
Paso 3: Memorización
Un tercer elemento
indispensable en el estudio bíblico personal consiste en memorizar un versículo
o una porción bíblica que tenga relación con el tema y el método seleccionado.
Este paso es independiente del método
escogido, pues cada método pondrá continuamente al estudiante, ya sea éste un
maestro o un predicador, en contacto con algún pasaje de las Escrituras que sea
de interés espiritual memorizar. Al referirse a este asunto, el consejo
inspirado nos exhorta:
“Cada día, varias veces, se
deberían consagrar unos momentos dorados y preciosos a la oración y al estudio
de las Escrituras, aunque sólo fuese para memorizar un texto, para que en el
alma haya vida espiritual”[54].
Aunque la memorización de las
Escrituras parece haber pasado de moda y aunque algunos cristianos podrían
considerarla como un ejercicio espiritual innecesario e, incluso, infantil, en
muchos círculos permanece como parte importante del estudio bíblico.[55]
Se han planteado algunos
beneficios para esta práctica espiritual. Uno de ellos se relaciona con el
poder espiritual que provee memorizar porciones de la Biblia. Memorizar las
Sagradas Escrituras es un arma poderosa con la cual podemos encarar y vencer al
diablo. Dijo el salmista: “En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar
contra ti” (Salmos 119: 11, RVR60).
Al respecto, el escritor Jay
Dennis afirma:
“Tener la capacidad de recordar
una porción específica de la Biblia llega a ser una gran defensa contra los
feroces dardos de la duda que Satanás nos lanza”.[56]
Por ejemplo, haber memorizado
las Escrituras fue lo que mantuvo victorioso a Jesús frente a las tentaciones
satánicas y frente a las acusaciones e insinuaciones de sus oponentes que
tenían como propósito sembrar la duda y la incredulidad en la mente del Salvador.
A cada aserto del enemigo, Jesús contestó con un categórico: “Está escrito” (cf. Mateo 4:4, 7, 10; Lucas 4:4, 8, 12).
Y a quienes le interrogaban para probarle y hacerlo dudar, incluido a los
dubitativos discípulos, Cristo les preguntaba: “¿Cómo está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?” (cf. Lucas 10: 26, RVR60, énfasis añadido).[57]
El poderoso “Está escrito” aún
resuena a través de las edades como un recordativo constante del poder de la
Palabra de Dios en la mente de sus hijos para confrontar al adversario y
erradicar la incredulidad y la duda que el enemigo de Dios desea diseminar.
Además de proveer de poder
espiritual, la práctica por parte del creyente estudioso de las Escrituras de
memorizar diariamente una porción aunque sea pequeña de la Biblia robustece la
fe, provee de agudeza y discernimiento espiritual, permite tener a flor de
labios un sabio consejo divino para otros en debilidad, estimula un continuo
espíritu de meditación en la Palabra de Dios y proporciona respuesta rápida y
decisiones inteligentes frente a las contingencias del diario vivir. Sumado a
lo anterior, memorizar las Escrituras nos ayuda a apreciar más y mejor a
nuestro Dios y a nuestro Salvador, tanto en su obra como en su carácter, nos
anima y tonifica espiritualmente, nos otorga nueva comprensión de la sana doctrina
bíblica y enriquece nuestros momentos de profunda meditación. La promesa de
Jesús en relación a que el Espíritu Santo nos recordará todas las cosas,
obviamente se cumple siempre y cuando todas esas cosas estén atesoradas primero
en nuestra mente y profundamente enraizadas en nuestro corazón.
En la historia del pueblo de
Dios y del cristianismo, se ha enfatizado la memorización como un modo de
conservar y transmitir las preciosas verdades de la Palabra Viva de Dios. Al
pueblo de Israel Dios, por medio de Moisés, le aconsejó:
“Apréndete de
memoria todas las enseñanzas que hoy te he dado, y
repítelas a tus hijos a todas horas y en todo lugar” (Deuteronomio 6: 6,
7, TLA).
“Apréndanse de memoria estas
enseñanzas y mediten en ellas… Enséñenselas a sus hijos en todo momento y lugar”
(Deuteronomio 11: 18-20, TLA).
También el sabio Salomón
aconsejaba a los lectores de sus proverbios:
“Hijo mío, si das acogida a mis
palabras, y guardas en tu memoria mis mandatos… entonces entenderás el temor de
Jehová y la ciencia de Dios encontrarás” (Proverbios 2: 1, BJ).
“Querido jovencito: grábate
bien mis enseñanzas, memoriza mis mandamientos” (Proverbios 3:1, TLA).
“Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de
tu corazón”
(Proverbios 3: 3, RVR60).
“Hijo mío, presta atención a
mis palabras; inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de
vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón” (Proverbios 4: 20, 21, RVC).
“Hijo mío, guarda siempre en tu
memoria los mandamientos y enseñanzas de tus padres” (Proverbios 6:20, DHH).
“Hijo mío, pon en práctica mis palabras y atesora mis
mandamientos. Cumple con mis
mandatos, y vivirás; cuida mis enseñanzas como a la niña de tus ojos. Llévalos
atados en los dedos; anótalos en la tablilla de tu corazón” (Proverbios 7: 1-3,
NVI).
De
igual forma, en la experiencia de los profetas el imperativo divino era
memorizar las palabras dadas por Dios:
“Escucha
atentamente todo lo que te voy a decir, y grábatelo en la memoria” (Ezequiel 3: 10, DHH).
Era el deseo de Dios que en el
nuevo pacto, su ley y sus enseñanzas fueran puestas en la mente y el corazón de
los creyentes. Jehová declaró:
“Haré que mis enseñanzas las aprendan de
memoria, y que sean la guía de su vida. Yo seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo” (Jeremías 31: 33, TLA; cf.
Hebreos 8: 10; 10: 16).
No debemos olvidar que, desde
un principio, la transmisión oral fue el medio empleado por los patriarcas para
dar a conocer, generación tras generación, las historias y los eventos desde la
Creación en adelante (e incluso antes de aquello) en los cuales Dios había
intervenido en su favor. Adán y sus hijos e hijas, los setitas hasta Noé, luego
Abraham, Isaac y Jacob y, finalmente, los doce patriarcas hasta Moisés, todos
ellos utilizaron la transmisión verbal de las palabras y los poderosos hechos
de Dios. Fue Moisés quien consignó por escrito los primeros cinco libros de
nuestras Biblias (además del Salmo 90 y el libro de Job) y desde entonces
tenemos la Palabra de Dios escrita. Antes de aquellos días, eran comunicadas y
transmitidas en forma oral las enseñanzas y las acciones del Creador.
De José, por ejemplo, sabemos
que “en su niñez se le había enseñado a amar y temer a Dios. A menudo se le
había contado, en la tienda de su padre, bajo las estrellas de Siria, la
historia de la visión nocturna de Betel, de la escalera entre el cielo y la
tierra, de los ángeles que subían y bajaban, y de Aquel que se reveló a Jacob
desde el trono de lo alto”.[58]
Del apóstol Pablo, el gran
maestro después de Cristo, entendemos que, mientras aprendía de Jesús y estudiaba
las Escrituras en la soledad y quietud del desierto natural de Arabia, “su
estudio lo constituían las Escrituras del Antiguo Testamento atesorados en su
memoria”.[59]
Josué, el libertador (Josué
1:8; 8:31, 34; 23:6); el poderoso rey David (1 Reyes 2:3; 1 Crónicas 16:40;
23:18; cf. Salmos 40:7); los reyes Amasías
(2 Reyes 14:6; 2 Crónicas 25:4), Ezequías (2 Crónicas 30:5; 31:3) y Josías (2
Reyes 23:21; 2 Crónicas 34:21; 35:12,26); Josúe, el sumo sacerdote, y el
gobernador Zorobabel (Esdras 3:2,4), Nehemías (Nehemías 8:15; 10:34,36); los
profetas Jeremías (Jeremías 25:13) y Daniel (Daniel 9:11,13); los magos de oriente
(Mateo 2:5) y los discípulos de Jesús (Juan 2:17); los apóstoles Pedro (Hechos
1:20; 1 Pedro 1:16), Esteban (Hechos 7:42), Pablo (Hechos 13:33; 23:5; Romanos
1:17; 2:24; 3:4, 10; 4:17; 8:36; 9:13, 33; 10:15; 11:8,26; 12:19; 14:11;
15:3,9,21; 1 Corintios 1:19,31; 2:9; 3:19; 4:6; 9:9; 10:7; 14:21; 15:45; 2
Corintios 4:13; 8:15; 9:9; Gálatas 3:10,13; 4:22,27) y Santiago (Hechos 15:15)
y muchos otros héroes de la Biblia, dieron su importancia debida al emblemático
“Está escrito”, censurando con ello la positiva práctica cristiana de memorizar
las Sagradas Escrituras.
De la historia eclesiástica
aprendemos hermosas lecciones en cuanto a la importancia de memorizar las
Escrituras. Por ejemplo, en los días oscuros para el cristianismo de la Edad
Media, un grupo de creyentes fieles, los valdenses del Valle de Piamonte,
consideraban la Biblia como objeto de especial y principal atención y estudio.
Hasta ese momento la imprenta aún no se inventaba y todo conocimiento era transmitido
en forma oral y manuscrita de una generación a otra. Las Biblias completas eran
escasas y difíciles de obtener y, considerando el escenario religioso adverso
en que les tocó desarrollar su fe, los valdenses aprendían de memoria los
evangelios y muchas de las epístolas. Mateo y Juan se contaban entre sus libros
predilectos. Copiaban las Escrituras versículo a versículo, pero innumerables
veces debieron echar mano de su memoria para mantener viva la Palabra de Dios.
Niños y jóvenes, adultos y ancianos, aprendían de memoria sus preciadas
palabras. Acerca de su habilidad de memorizar las Escrituras se nos afirma:
“Muchos eran capaces de recitar
grandes porciones del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento”.[60]
Por lo tanto, es un error
entender que la memorización de las Sagradas Escrituras es sólo un ejercicio
válido para los niños o los más jóvenes de la iglesia o que puede considerarse
como una actividad propia de la enseñanza de la Biblia solamente en la infancia
o como un recurso del cual podemos echar mano únicamente en los momentos de
apremio. En cambio y sin lugar alguno para la vacilación, la memorización de
porciones mínimas o extensas de las Escrituras es útil, importante y válida
para todo cristiano y cristiana, de cualquier edad, en toda circunstancia y en
cualquier etapa de su vida o experiencia espiritual.
Tan importante es el hábito
cristiano de memorizar las Escrituras que Elena G. de White aconsejaba:
“Ten tu Biblia a mano, y cuando
tengas oportunidad, leéla; retén los textos en tu memoria. Aún cuando caminas
por las calles puedes leer un pasaje y meditar en él, hasta que se grabe en la
mente”.[61]
Recuerdo a una hermana ya
anciana de una de las iglesias que me vieron crecer. Cada vez que deseábamos
ser deleitados por sus palabras, la llamábamos para que nos recitara alguno de
los Salmos. Ella, con sus más de setenta años de edad, era capaz de repetir de
memoria muchos de los largos poemas de los salmistas. En más de una oportunidad
mi madre y yo y otros adolescentes de la iglesia estuvimos en su hogar, cuando
era aquejada por alguna enfermedad o cuando la ceguera producida por el peso de
los años comenzaron a impedirle asistir regularme a nuestro templo. Y allí, en
las largas tardes del invierno, nos recitaba los Salmos atesorados en su mente
senil. Era un deleite y un aliciente. Un verdadero festín espiritual.
Así como lo era para nuestra
anciana hermana, la memorización de las Escrituras es de igual manera un
ejercicio importantísimo para aquellos que pretenden transformarse en maestros
y expositores de la Palabra. Respecto a la importancia de la memorización de
las Sagradas Escrituras por parte de aquellos que, a través de la enseñanza o
la predicación, deseen impartir la Palabra a otros y, dado que algunos citan
mal las Escrituras, la pluma de la inspiración nos aconseja:
“Los que se dedican de lleno a
predicar la Palabra no debieran citar ni un texto incorrectamente. Dios
requiere escrupulosidad de parte de todos sus siervos”. Y, agrega con tristeza,
que hay quienes que “son tan deficientes en el conocimiento de la Palabra que
les resulta difícil citar correctamente de memoria un texto de las Escrituras”.[62]
“Muchos que profesan ser
llamados por Dios para ministrar en la palabra y la doctrina no se dan cuenta
de que no tienen derecho a considerarse maestros a menos que estén firmemente
respaldados por un serio y diligente estudio de la palabra de Dios… Algunos ni
siquiera saben leer correctamente; algunos citan mal las Escrituras”.[63]
Paso 4: Aplicación
Un cuarto paso en el proceso de
estudio de la Palabra lo constituye la aplicación. La aplicación consiste, en
pocas palabras, en ser capaces de decir o escribir unas pocas líneas enunciando
de una manera simple la forma en que las lecciones aprendidas a través de
cualquiera de los métodos de estudio utilizados pasarán de la teoría a la
acción en la vida del cristiano. Es la forma en que las palabras se transforman
en vida y las ideas se convierten en hechos. En otras palabras, responden a la
pregunta: ¿De qué manera lo aprendido es útil para mí?
Jesús
lo dijo de la siguiente manera: “¿Entienden esto? Dichosos
serán si lo ponen en práctica” (Juan 13:17, NVI). Es decir, conocer,
entender y aceptar la verdad descubierta a través del estudio personal de las
Escrituras se diluye si no lo ponemos en práctica. Y esa práctica producirá en
nosotros una profunda felicidad. Según el mismo Jesús, poner en práctica sus
enseñanzas es construir sobre roca. No hacerlo es lo mismo que edificar sobre la
arena. El Gran Maestro declaró:
“El que escucha lo que yo enseño y hace lo que yo digo, es como una
persona precavida que construyó su casa sobre piedra firme […] Pero el que escucha lo que yo enseño y no hace lo que
yo digo es como una persona tonta que construyó su casa sobre la arena” (Mateo 7: 24, 25, TLA).
Así
como Cristo, los apóstoles también exhortaron referente a la necesidad de
aplicar en la vida las instrucciones de la ley y del evangelio. Por ejemplo, el
apóstol Santiago nos advierte del peligro que entraña ser solamente un oidor
olvidadizo y no un hacedor fiel de la Palabra de Dios.
“¡Obedezcan
el mensaje de Dios! –escribió el apóstol-. Si lo escuchan, pero no lo obedecen,
se engañan a ustedes mismos y les pasará lo mismo que a quien se mira en un
espejo: tan pronto como se va, se olvida de cómo era. Por el
contrario, si ustedes ponen toda su atención en la palabra de Dios, y la
obedecen siempre, serán felices en todo lo que hagan. Porque la palabra de Dios
es perfecta” (Santiago 1: 22-25, TLA).
Concluyamos,
por tanto, junto al sabio Salomón cuando nos recomienda: “Si en verdad te
aprecias, estudia. Bien harás en
practicar lo aprendido” (Proverbios
19:8, TLA).
La meta final de
todo estudio bíblico, sea para la edificación personal o privada, sea para enseñar
a un puñado de creyentes o sea para predicar a una gran multitud, es, en último
término, su aplicación. El estudio diario y personal de la Palabra de Dios no
es de valor hasta que aplicamos las verdades exploradas y descubiertas en
nuestras propias vidas, circunstancias o experiencias espirituales personales.
Mediante la aplicación, los rayos de luz de la Palabra de Dios son proyectados
sobre el estudiante de modo que pueda responder honesta y favorablemente al
mensaje bíblico, fortaleciendo y tonificando la salud espiritual, favoreciendo
el crecimiento del hombre interior y fomentando la madurez de la vida
cristiana.
El estudioso de
las Escrituras debería emplear el tiempo suficiente y necesario para saturarse
del significado del texto en estudio y, como consecuencia, debería responder
personalmente a la Palabra de Dios. No debería pasar mucho tiempo en que las
simples palabras de las Escrituras se conviertan en poderosas acciones de
provecho en la vida del estudioso y de todos quienes le rodean. Una aplicación
apropiada muestra la relevancia de las enseñanzas espirituales de las
Escrituras en la vida diaria de las personas y de la iglesia. De igual forma,
la lectura devocional personal, diaria y con oración proporcionará al
predicador y al instructor temas para sus sermones y clases bíblicas y le hará
descubrir fuentes de incalculable riqueza espiritual en lugares insospechados.[64]
Se ha escrito, y con razón, que
las Escrituras tienen su cabeza en el cielo y sus pies sobre la tierra. Es
tarea del estudiante, sea éste un hábil predicador o un avezado instructor
bíblico, unir ambos mundos a través de un estudio minucioso y de una aplicación
adecuada.
“Debemos tomar un versículo y
concentrar el intelecto en la tarea de discernir el pensamiento que Dios puso en
ese versículo para nosotros”.[65]
Además “debemos procurar mirar con los ojos de quienes vivieron hace siglos y
oír con sus oídos cuando se les dirigía el mensaje bíblico”.[66]
Paso 5: Espíritu
de profecía
Como adventista del séptimo día, desde mi niñez me
familiaricé con el concepto “espíritu de profecía”. Confieso que en un
principio, este concepto y algunos similares que los predicadores utilizaban en
sus sermones y conferencias, me resultaban extraños. Ciertas veces se usaban
palabras y términos tales como “la pluma inspirada”, “la sierva de Dios”, “los
Testimonios” o, simplemente, “la hermana White”. A medida que fui madurando mi
fe y pude comprender el por qué de la existencia de la Iglesia Adventista como
un movimiento profético, dichas expresiones se hicieron parte de mi vocabulario
y, cuando comencé a preparar mis propios sermones, los concejos inspirados de
los Testimonios se transformaron en una fuente de información e inspiración importante
al momento de estudiar e interpretar las Escrituras. Personalmente, creo que el
principal aporte de los escritos inspirados de Elena G. de White es darle
equilibrio y verdadero sentido a las Escrituras, sobre todo en nuestro tiempo
en que la Palabra de Dios es cada vez más despreciada, vilipendiada o mal
interpretada.
Por
lo mismo considero que un quinto paso importante en todo estudio bíblico personal
es preguntar, consultar e investigar qué dice el espíritu de profecía al
respecto de cualquier tema estudiado, independiente del método que haya sido utilizado.
No es mala la idea de tener una biblioteca personal del espíritu de profecía.
Nuestra iglesia ha hecho esfuerzos para traducir los distintos libros de los
que disponemos en diferentes idiomas y hacerlos cada vez más asequibles al
pueblo adventista. Para iniciar, la serie El
Gran Conflicto será de mucha utilidad. Esta serie está constituida por los
libros Patriarcas y Profetas, Profetas y Reyes, El Deseado de todas las gentes, Hechos
de los Apóstoles y El Conflicto de
los Siglos. De igual manera, la serie de nueve volúmenes de Testimonios para la Iglesia, será de
gran ayuda. También es necesario poseer alguna copia de los grandes clásicos: El Camino a Cristo, Primeros Escritos, El
Ministerio de Curación, Palabras de
Vida del Gran Maestro, El Discurso
Maestro de Jesucristo, entre otros.
En
su libro El permanente don de profecía,
el fallecido ex–presidente de la Asociación General, Arturo G. Daniells, expone
una serie de asertos para probar la veracidad del don profético en la persona
de Elena G. de White. Entre ellos, de acuerdo al autor, se encuentran:
Asertos probados por la Palabra[67]:
Es decir, todas las predicciones cumplidas y en cumplimiento, en adición a las
que aún están por cumplirse. Además, todas sus aseveraciones armonizan con la
inspirada Palabra de Dios, a la cual exalta junto con su Ley, afirmando la
creación por sobre la evolución, recalcando el origen satánico del mal, del
pecado y de la muerte y el origen divino de la redención solamente en Cristo y
eficaz por la obra del Espíritu Santo. De igual forma, en todos sus escritos se
exalta la figura de Jesucristo como Señor y Salvador.
Asertos probados por sus frutos[68]:
El ministerio de Elena G. de White no sólo se abocó a los aspectos teóricos de
la fe, sino en su vida, experiencias y ministerio mostró que era una profeta
elegida y dirigida por Dios. Ella llamó a la iglesia a una acción universal,
declarando que la iglesia remanente es el pueblo escogido por Dios en el tiempo
del fin para llevar el mensaje evangélico al mundo, la “verdad presente”. Ayudó
a dar orden a todos los aspectos y quehaceres de la iglesia, incluyendo la
creación de iglesias, sanatorios, colegios y casas publicadoras, inculcando de
esta manera el mensaje de salud, educación y de las publicaciones.
Acerca
de la experiencia profética de la Sra. White, Daniells concluye:
“Los ricos frutos de su vida se
han manifestado. Su nombre está inseparablemente vinculado con el gran
movimiento evangélico mundial de los últimos días. Los productos de su pluma se
hallan en muchos países e idiomas. Los principios que ella enunció siguen
siendo temas del más ferviente estudio de parte de pastores, educadores,
médicos y laicos cristianos.”[69]
Debo
precisar que, aunque las orientaciones del espíritu de profecía son válidos hoy
en día, nunca fue la intención de Elena G. de White (ni tampoco es mi intención
al insistir en su importancia) que el estudio de los Testimonios reemplazara al estudio personal y profundo de las
Escrituras. De hecho, este libro es acerca de métodos de estudio de las
Escrituras y no acerca de los escritos de Elena G. de White.[70]
Sin embargo, y para que no
quede duda, transcribo lo que en algún momento, la misma Sra. White escribió
sobre sí misma y su relación con las Escrituras. Ella declaró:
“En
mi temprana juventud se me preguntó varias veces: ¿Es usted profetisa? Siempre
he respondido: Soy la mensajera del Señor… Mi Salvador me declaró que era su
mensajera”. —Mensajes selectos, tomo 1, p. 36.
“El reavivamiento de algún don,
o de todos los dones [ella se refiere aquí específicamente al don de profecía],
nunca reemplazarán la necesidad de escudriñar la Palabra para aprender la
verdad… No es el plan de Dios conducir a su pueblo al amplio campo de la verdad
mediante los dones. Pero si después que su pueblo ha escudriñado la Palabra,
hay quienes aún no ven la verdad bíblica, o por contención insisten en hacer
aceptar opiniones erróneas a los honrados buscadores de la verdad, entonces
tiene Dios oportunidad de corregirlos por los dones.”[71]
[1] Citado por
Rick Warren en Métodos de estudio bíblico
personal (Editorial Vida, Miami, Florida, 2005), p. 10.
[2] Elena G. de
White, Testimonios para los ministros
(Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013), p. 121. De aquí en
adelante será citado como Testimonios
para los ministros con las respectivas páginas.
[3] Testimonios,
tomo 2, p. 560.
[4] Testimonios,
tomo 5, p. 199.
[5] El Camino a Cristo, p. 47.
[6] Elena G. de
White, El Conflicto de los Siglos
(Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2007), pp. 79, 81. De aquí
en adelante será citado como El Conflicto
con las respectivas páginas.
[7] El Conflicto, p. 46.
[8] La Educación, p. 186.
[9] Testimonios,
tomo 3, pp. 217, 413.
[10] Testimonios,
tomo 5, p. 246.
[11] Testimonios,
tomo 7, p. 195.
[12] Departamento
de Comunicación de DSA, Declaraciones,
orientaciones y otros documentos: Compilación 2010 (3ra. Ed., Asociación
Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2011), p. 285. El documento Resolución
acerca de la Santa Biblia
fue aprobado en el 58° Congreso de la Asociación General, realizado en St.
Louis, Missouri, EE.UU., el 1° de julio de 2005. De aquí en adelante
será citado como Declaraciones con
las respectivas páginas.
[13] Declaraciones, p. 227. La Declaración Resolución
sobre la Biblia fue aprobada
y votada en el Congreso de la Asociación General de la Iglesia Adventista del
Séptimo día realizada en Atlanta, Georgia, EE.UU., del 24 de junio al 3 de
julio de 2010.
[14] Asociación
General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Manual de la iglesia (6ta. Ed., Asociación Casa Editora
Sudamericana, Buenos Aires, 2011), p. 137.
[15] Elena G. de
White, La Educación (Asociación Casa
Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1998), p. 185. De aquí en adelante será
citado como La Educación con las
respectivas páginas.
[16] Testimonios,
tomo 2, p. 444.
[17] Ekkerhardt
Müller, Pautas para la interpretación de las Escrituras, en: George W. Reid
(ed.), Entender las Escrituras
(Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2010), p. 141.
[18] Testimonios,
tomo 2, pp. 303, 308.
[19] Elena G. de
White, La oración (Asociación Casa
Publicadora Sudamericana), p. 162.
[20] El Conflicto, p. 48.
[21] El Conflicto, pp. 79, 85.
[22] Declaraciones, p. 227.
[23] Hasel, op. cit., p. 47.
[24] La Educación, pp. 190, 191.
[25] Testimonios,
tomo 8, p. 333.
[26] Francis D.
Nichol (Red.), Comentario Bíblico
Adventista (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1992), tomo
7, p. 931.
[28] El Conflicto, pp. 79, 85, 109, 169.
[29] Jaime White, A Word to the Little Flock, p. 13. Citado
por Frank M. Hasel, Presuposiciones en la interpretación de las Sagradas
Escrituras, en Reid, op. cit., p. 45
(nota al pie de página).
[32] El Conflicto, p. 217.
[33] Ekkehardt
Müller, Pautas para la interpretación de las Escrituras, en Reid, op. cit., p. 138; cf. Koranteng-Pipim, op. cit.,
pp. 298-312. El método histórico-bíblico no debe ser confundido con el método
histórico-crítico predominante en la erudición bíblica actual, que incluye la
crítica de las fuentes, de las formas y redaccional, la historia de las
tradiciones y la crítica socio-científica.
[34] La Educación, p. 123.
[35] El Camino
a Cristo, p. 56; cf. La Educación, p. 169.
[36] El Camino a Cristo, p. 48.
[37] Declaraciones, p. 228.
[38] La Educación, p. 123. Véase también Testimonios,
tomo 6, pp. 403, 407.
[39] La Educación, p. 189.
[40] El Camino a Cristo, p. 48.
[41] Testimonios,
tomo 2, p. 443.
[42] Sobre Wiclef,
Tyndale y Miller se puede leer en El
Conflicto, pp. 61, 140, 169, 212, 213.
[43] Testimonios para los Ministros, p. 134.
[44] La Educación, p. 278.
[45] Citado por
Koranteng-Pipim, pp. 306, 307.
[46] El Camino a Cristo, p. 46.
[47] Elena G. de White, El Evangelismo (Asociación
Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1995), p. 142; cf. La Educación, pp. 125, 126.
[48] Elena G. de White, Testimonios para los ministros
(Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2013), pp. 132, 134.
[49] Declaraciones, p. 67. La Declaración Las Santas Escrituras fue aprobada y
votada por la Junta Administrativa de la Asociación General (AD-COM), y
publicada por la oficina del presidente, Robert S. Folkenberg, en el Congreso
de la Asociación General celebrado en Utrecht, Holanda, entre el 29 de junio y
el 8 de julio de 1995.
[50] Declaraciones, p. 227. Métodos de estudio de la Biblia, es un
documento presentado por la Comisión de Métodos para el Estudio de la Biblia y
aprobado por la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en
el Concilio Anual celebrado en Río de Janeiro, Brasil, el 12 de octubre de
1986. Puede ser leído en español también en: Samuel Koranteng-Pipim, Recibiendo la Palabra. ¿Cómo afectan a
nuestra fe los nuevos enfoques bíblicos? (Asociación Casa Editora
Sudamericana, Buenos Aires, 1997), pp. 401-409; George W. Reid (ed.), Entender las Sagradas Escrituras
(Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2010), pp. 403-413.
[51] Declaraciones, p. 231.
[52] Testimonios,
tomo 5, p. 659.
[53] Testimonios
para los Ministros, p. 105.
[54] Testimonios, tomo 4, p. 450.
[55] Chantal J.
Klingbeil, Mirando más allá de las palabras – Pragmática lingüística y su
aplicación a los estudios bíblicos. En: Merling Alomia et al (ed.), Entender la
Palabra: Hermenéutica Adventista para el Nuevo Siglo (Editorial UAB,
Cochabamba, Bolivia, 2000), p. 134.
[56] Jay Dennis, Los hábitos de Jesús (Editorial Mundo
Hispano, El Paso, Texas, 2006), p. 214.
[57] cf. Mateo 11:10; 21:13; 26:24, 31;
Marcos 1:2; 7:6; 9:12, 13; 11:17; 14:21, 27; Lucas 2:23; 3:4; 7:27; 19:46;
20:17; 22:37; 24:44, 46; Juan 6:41, 45; 8:17; 10:34; 12:14.
[58] La Educación, p. 52.
[59] La Educación, p. 65.
[60] El Conflicto, p. 45.
[61] El Camino a Cristo, p. 47; cf. La
Educación, p. 191.
[62] Testimonios,
tomo 2, p. 307.
[63] Testimonios,
tomo 2, p. 447.
[64] Véase: Warren,
op. cit., pp. 29-42, 209-233; Braga, op. cit., p. 249; Müller, op. cit., pp. 157-163; Koranteng-Pipim, op. cit., 308, 309; William W. Klein, Manual
para el estudio bíblico personal (Editorial Mundo Hispano, El Paso, Texas, 2010), pp. 278-283;
Gordon D. Fee, Exégesis del Nuevo
Testamento. Manual para estudiantes y pastores (Editorial Vida, Deersfield,
Florida, 1992), pp. 42, 43.
[65] Elena G. de
White, El Deseado de todas las gentes,
p. 355. De aquí en adelante será citado como El Deseado con las respectivas páginas. cf. Oscar Hernández, Con la
Biblia en mis manos (Asociación Publicadora Interamericana, Miami, Florida,
2000), pp. 66-73.
[66] Müller, op. cit., p. 139.
[67] Arturo G.
Daniells, El permanente don de profecía
(Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1980), pp. 311-331.
[68] Daniells, pp. 332-349.
[69] Daniells, pp.
297, 298.
[70] Sobre métodos
de estudio, hermenéutica e interpretación de los escritos de Elena G. de White,
se puede leer: George R. Knight, Introducción
a los escritos de Elena G. de White (Asociación Casa Editora Sudamericana,
Buenos Aires, 2014); Juan Carlos Viera, La
Voz del Espíritu (Nampa, Idaho: Pacific Press Publishing Association,
1998), pp. 103-122; Herbert E. Douglass, Mensajera
del Señor. El Ministerio Profético de Elena G. de White (Asociación Casa
Publicadora Sudamericana, Buenos Aires, 2000), pp. 372-443; Cómo interpretar
los escritos proféticos, en Gerhard Pfandl, El
don de profecía. El lugar de Elena de White en la iglesia remanente de Dios
(Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2008), pp. 131-144; Los beneficios
del don profético, en Gerhard Pfandl, El
don de profecía. El lugar de Elena de White en la iglesia remanente de Dios
(Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2008), pp. 145-157; Gerhard Pfandl, La interpretación de los
escritos de Elena G. White, en Advenimiento,
volumen 4, pp. 5-14, 2010; Daniel Vera Paredes, El principio Sola Scriptura y
los escritos de Elena G. de White como manifestación del espíritu de profecía
de acuerdo a la escatología bíblica, en Advenimiento,
volumen 4, pp. 15-32, 2010.
[71] Elena G. de
White, Review and Herald, 26 de
febrero de 1856. Citado por Daniells, p. 310.
1 comentario:
Ana Sol Diaz 4 medio B
Interesante me parece que al abordar la investigación de la palabra de Dios debemos hacerlo con Espíritu de oración y dispuestos a ser enseñados, es decir, con actitud humilde queriendo aprender. Su estudio debe ser diario y es asunto de índole personal, de manera que cada uno debe obtener sus propias lecciones, pues como somos diferentes también nuestras apreciaciones lo serán, al mismo tiempo que nuestras vivencias. El estudio bíblico de verdadero significado, es el que se realiza de manera personal. También es llamativo para mí, que debiéramos estudiarla para mayor provecho, en las primeras horas de cada día…mente despejada, mejor asimilación de la escritura, que nos mantendrá frescos con vigor espiritual al resto del día. Así lo hacía Jesús. La vida espiritual, se sostiene con alimento espiritual. (Estudio y meditación de la Biblia).
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