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Este blog tiene como propósito compartir con mis alumnos y amigos ideas y artículos relacionadas con el mundo de la Religión, la Filosofía y la Educación.

viernes, 3 de febrero de 2017

VERDAD VS ERROR

La verdad v/s el error.
Un estudio comparativo en las cartas del apóstol Pablo.[1]

“Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él”
(Mahatma Gandhi)
“Los que no quieren ser vencidos por la verdad, serán vencidos por el error”
(Agustín de Hipona)
“Es mejor ser divididos por la verdad que ser unidos por el error”
(Martín Lutero)




En los medios cristianos actuales, para nadie resulta un misterio el amor que el apóstol Pablo demostraba hacia la Palabra de Dios y la pasión que manifestaba por predicarla con denuedo en todos los rincones del mundo conocido en sus días. Aquel apego por las Sagradas Escrituras, lo saca a relucir cada vez que le es posible en sus escritos, ya sea refiriéndose a ellas con una estima incomparable, como también citando de manera prolífica de las Escrituras conocidas en su momento histórico. De igual forma, es notorio que, con la misma pasión, el apóstol de los gentiles expresó en sus epístolas en variadas oportunidades y en forma muy vívida su repudio hacia las falsas doctrinas de su tiempo y hacia quienes las enseñaban y promovían, conduciendo al error a los creyentes pertenecientes a la incipiente iglesia del Señor en los albores del cristianismo.
En el presente ensayo se pretende mostrar de manera sistemática la forma en que el apóstol de Tarso manifestaba, a través de todas sus cartas, su aprecio hacia las verdades de la Palabra de Dios y su aversión enconada hacia las enseñanzas erróneas de sus días. En primer lugar, revisaremos las distintas formas en que Pablo hace referencia en sus epístolas a la Palabra de Dios y las enseñanzas de Jesucristo, como también la descripción que hace de ella y su actitud encomiable hacia las sagradas instrucciones de las Escrituras. A continuación, notaremos cómo se refiere el apóstol respecto a las falsas verdades y hacia quienes las propagan y las exhortaciones de advertencia que hace al respecto. Finalmente, reflexionaremos en cuanto al valor que el estudio y la obediencia a los principios de las Sagradas Escrituras tienen en nuestro contexto previo a la Segunda Venida de de nuestro Señor Jesucristo.
Una aclaración: Los conceptos, términos e ideas han sido obtenidos íntegramente de la versión de la Biblia Reina-Valera Revisión de 1960 (abreviado RVR60) y se muestran en el texto entre comillas.
El testimonio de Dios y la palabra de la cruz
Una mirada aún superficial a las cartas escritas por el apóstol Pablo, las cuales nos han sido transmitidas a través de las edades, nos permite percatarnos de que son múltiples los términos que éste utiliza en sus epístolas para hacer referencia a las enseñanzas de Cristo y a los preceptos de la Palabra de Dios.
En primer lugar, un conjunto de términos hacen referencia a las enseñanzas contenidas en lo que para nosotros forman parte integral del Antiguo Testamento. Pablo cita profusamente en sus epístolas de manera textual o en alusiones desde los primeros capítulos del libro de Génesis hasta los escritos del profeta Malaquías. Para el apóstol, los escritos veterotestamentarios constituyen las “santas” o “sagradas Escrituras” (Romanos 1: 2; 2 Timoteo 3: 15), a las cuales denomina, simplemente, como las “Escrituras” (Romanos 15: 4; 16: 26; 1 Corintios 15: 3, 4; Gálatas 3: 8, 22; 4: 21, 30) o la “Escritura” (Romanos 4: 3; 9: 17; 10: 11; 11: 2; Gálatas 3: 8; 3: 22; 4: 30; 1 Timoteo 5: 18; 3 Timoteo 3: 16). Éstas Escrituras, según afirma el anciano de Tarso, nos han llegado por medio de los profetas (Romanos 16: 26) y, en su totalidad, atestiguan de que Jesús es el Mesías (1 Corintios 15: 3, 4; cf. Hechos 17: 2, 3; 18: 28; 28: 23).
En algunas ocasiones, el apóstol se refiere al Antiguo Testamento de su tiempo haciendo uso de conceptos tales como el “libro de la ley” (Gálatas 3: 10), la “ley” (Romanos 2: 12-27; 3: 21; 3: 31; 1 Corintios 7: 39; 9: 8; 14: 34; 15: 56; Gálatas 2: 16-20; 3: 10-24; 5: 14), la “norma” (Gálatas 6: 16), la “ley de Moisés” (1 Corintios 9: 9, 20, 21; 14: 21; cf. 2 Corintios 3: 15), la “ley de Dios” (Romanos 8: 7; 1 Corintios 9: 21), la “ley de Cristo” (1 Corintios 9: 21; 14: 36; Gálatas 6: 2) o los “mandamientos del Señor” (1 Corintios 7: 19; 14: 37). Éstos son los que fueron escritos en “tablas de piedra” (2 Corintios 3: 3-7), los cuales constituyen el “antiguo pacto” (2 Corintios 3: 13, 14). Para el apóstol, la palabra de Dios que constituye su ley, es “santa, justa y buena” (Romanos 7: 12, 16; 1 Timoteo 1: 8), como también “espiritual” (Romanos 7: 14).
En la mente del apóstol, las Sagradas Escrituras nos han llegado por inspiración de Dios (2 Timoteo 3: 16; cf. 2 Pedro 1: 19-21) y constituyen aquello que está escrito como ejemplo, enseñanza y amonestación para todos aquellos “quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios 10: 11). El propósito último de aquellos escritos sagrados es, según afirma el apóstol, que “por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15: 4), como también para que el hombre de Dios sea “perfecto y enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 17). La utilidad de las mencionadas Escrituras es que pueden “enseñar, corregir, redargüir e instruir en justicia” (2 Timoteo 3: 16). En este respecto, el apóstol elogia la buena costumbre de su fiel discípulo, el joven Timoteo, de haber conocido los misterios de las Escrituras “desde la niñez”, las cuales, según Pablo, podían hacerle “sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3: 15).
Es innegable el apego que Pablo manifiesta hacia lo que nosotros conocemos como el Antiguo Testamento. La exposición magnífica que el apóstol de las gentes hace de diversos pasajes desde el Génesis hasta Malaquías es apenas superado por el uso que Cristo mismo le dio en sus discursos a su propia revelación. De ahí que se entienden todos los atributos que Pablo le concede a las enseñanzas de la sagrada Palabra de Dios.
En segundo lugar, otro conjunto de términos que el anciano apóstol utiliza en sus epístolas se refieren a las enseñanzas de Jesucristo y las buenas noticias que trae el evangelio a través del testimonio de Cristo y de los apóstoles. Para nosotros, estas enseñanzas constituyen el Nuevo Testamento. De ellas, la palabra “evangelio” (euaggelio, traducido como “evangelio”, “buenas nuevas” o “buenas noticias”, según la versión de la Biblia que se haga uso) es la más utilizada por el apóstol (cf. Romanos 1: 15-17; 1 Corintios 1: 17; 4: 15; 2 Corintios 4: 3, 4; Gálatas 1: 11; Efesios 1: 13; Filipenses 1: 5; Colosenses 1: 5; 1 Tesalonicenses 1: 5; 2 Tesalonicenses 2: 14; 1 Timoteo 1: 11; 2 Timoteo 1: 8; Filemón 1: 13). También las señala agregándole algunos calificativos que determinan su origen, tales como el “evangelio de Cristo” (Romanos 15: 19, 29; 1 Corintios 9: 12, 18; 2 Corintios 2: 12; 9: 13; Gálatas 1: 7; Filipenses 1: 27; 1 Tesalonicenses 3: 2), el “evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 1: 8), el “evangelio de Dios” (Romanos 1: 1; 15: 16; 2 Corintios 11: 7; 1 Tesalonicenses 2: 2, 8, 9; cf. Hechos 8: 12; 1 Pedro 4: 17), el cual es también el “glorioso evangelio del Dios bendito” (1 Timoteo 1: 11) y el “evangelio de su Hijo” (Romanos 1: 9). Haciendo referencia a su contenido, Pablo denomina a las buenas nuevas como el “evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20: 24), el “evangelio de la gloria de Cristo” (2 Corintios 4: 4), el “evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3: 8). Finalmente, apuntando a las consecuencias de las buenas noticias, el apóstol se refiere a ellas como el “evangelio de la paz” (Efesios 6: 15; cf. Hechos 10: 36) y el “evangelio de vuestra salvación” (Efesios 1: 13).
Estas buenas noticias de parte de Dios y de su Hijo Jesucristo son también para el apóstol un “testimonio acerca de Cristo” (1 Corintios 1: 6; cf. Apocalipsis 1: 2, 9; 19: 10, 20: 4), que, en otras palabras, se transforman en la “palabra de la cruz” (1 Corintios 1: 18), la “palabra de justicia” (Hebreos 5: 13) y, en último término, en la “locura de la predicación” (1 Corintios 1: 21) que trastorna al mundo.[2]
Para Pablo, su mensaje es también un “testimonio de Dios” (1 Corintios 2: 1; cf. 1 Juan 5: 9, 10), el cual de igual forma llama “mi evangelio”, “mi palabra” o “mi predicación”, pues a él este testimonio le fue dado por Cristo mismo (Romanos 2: 16; 16: 23; 1 Corintios 2: 4; 2 Timoteo 2: 8; cf. Gálatas 1: 11).
Este mensaje, en cuanto proviene de parte de Dios, es, por tanto, “palabra de Dios” (Romanos 3: 2; 9: 6; 10: 17; 1 Corintios 14: 36; 2 Corintios 2: 17; 4: 2; Efesios 6: 17; Colosenses 1: 25; 1 Tesalonicenses 2: 13, 1 Timoteo 4: 5; 2 Timoteo 2: 9; Tito 2: 5; Hebreos 4: 12; 5: 12; 6: 5; 11: 3; 13: 7; cf. Hechos 4: 31; 6: 2; 8: 14, 25; 11: 1; 13: 5, 7; 13: 44, 46; 17: 13; 18: 11) o “palabra del Señor” (1 Tesalonicenses 1: 8; 4: 15; 2 Tesalonicenses 3: 1; cf. Hechos 6: 7; 12: 24; 13: 48, 49; 15: 35, 36; 16: 32; 19: 20), también enunciadas como las “palabras de nuestro Señor Jesucristo” (1 Timoteo 6: 3; cf. Hechos 19: 10; 20: 35) y la “palabra de Cristo” (Colosenses 3: 16).
De igual manera, el anciano Pablo, reconoce que este evangelio es la consumación del “misterio de Dios” (1 Corintios 4: 1; Colosenses 2: 2; cf. 1 Corintios 2: 7; Efesios 3: 9; Colosenses 1: 26, 27). Dicho misterio es reconocido como el “misterio del evangelio” (Efesios 6: 19; cf. Romanos 16: 25), el “misterio de Cristo” (Efesios 3: 4; Colosenses 4: 3; cf. Romanos 16: 25; Colosenses 2: 2), el “misterio revelado” (Efesios 3: 3-5), el “misterio de la fe” (1 Timoteo 3: 9), el “misterio de la piedad” (1 Timoteo 3: 16) y el “misterio de su voluntad” (Efesios 1: 9), revelado al mundo como la “palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5: 19).
Para el apóstol, sus enseñanzas son tanto lo que “recibí del Señor” (1 Corintios 11: 23), por “revelación de Jesucristo” (Gálatas 1: 12, 16; 2: 2; cf. Efesios 3: 3), es decir, la “palabra que os he predicado” (1 Corintios 15: 2; cf. Efesios 6: 19; Filipenses 1: 14; 1 Tesalonicenses 1: 5-8), como también la palabra que debe ser predicada (cf. 2 Timoteo 4: 1, 2) y enseñada (cf. 1 Corintios 4: 17) por los creyentes. Pablo de Tarso argumenta que esta palabra es la “palabra que [ya] está escrita” (1 Corintios 4: 6; 15: 54; 2 Corintios 4: 13; 6: 16-18), como también la palabra que nos llega mediante sus epístolas (1 Corintios 5: 9; 9: 15; 2 Corintios 1: 13; 2: 9-11; 7: 8, 12; 10: 9-11; Efesios 3: 3, 4; Colosenses 4: 16; 1 Tesalonicenses 5: 27; 2 Tesalonicenses 2: 15; 3: 17; cf. Apocalipsis 1: 11). Para Pablo, estas cartas deben ser leídas como autoritativas e, incluso, intercambiadas entre las iglesias para fortalecimiento y edificación de todos los creyentes (cf. Colosenses 4: 16).
Para el anciano Pablo, el evangelio de Dios o de Cristo constituyen las “sanas palabras” de parte del Señor (1 Timoteo 6: 3; 2 Timoteo 1: 13; Tito 2: 8). Estas palabras son las palabras de “sabiduría de Dios” (Romanos 11: 33; 1 Corintios 1: 21, 24; 2: 7; Efesios 3: 10), como de igual forma la “sabiduría oculta” (1 Corintios 2: 7), la “palabra de sabiduría” y la “palabra de ciencia” (1 Corintios 12: 8; cf. 1 Corintios 1: 5; 2 Corintios 8: 7). Estas palabras divinas  son también la “palabra de verdad” (2 Corintios 6: 7; Efesios 1: 13; 2 Timoteo 2: 15; cf. Santiago 1: 18; Apocalipsis 19: 9; 21: 5; 22: 6), la “palabra verdadera del evangelio” (Colosenses 1: 5), la “palabra de fe” (Romanos 10: 8; 1 Timoteo 4: 6), la “buena palabra” (2 Tesalonicenses 2: 17; Hebreos 6: 5), la “palabra fiel” (1 Timoteo 1: 5; 3: 1; 4: 9; 2 Timoteo 2: 11; Tito 1: 9; 3: 8; cf. Apocalipsis 21: 5; 22: 6) y la “palabra de vida” (Filipenses 2: 16).
Estas palabras provenientes de Dios son también la “doctrina” aprendida de parte de los apóstoles (Romanos 6: 17; 2 Tesalonicenses 2: 15; 1 Timoteo 4: 16; 6: 1, 3; 2 Timoteo 3: 10; 4: 2; Tito 2: 10; Hebreos 6: 1, 2). Pablo le llama la “buena doctrina” (1 Timoteo 4: 6) y la “sana doctrina” (1 Timoteo 1: 10; 2 Timoteo 4: 3; Tito 2: 1). También es la “sana enseñanza” (Tito 1: 9) y las “instrucciones” del Señor (1 Corintios 11: 2; 1 Tesalonicenses 4: 2) recibidas por medio de los apóstoles y los profetas. En su afán de mantener viva la fe, el apóstol llama a que todo líder en la iglesia debe ser “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Tito 1: 9).
A la usanza común de los maestros de su tiempo, el apóstol y maestro de la iglesia primitiva utiliza ciertas comparaciones en la exposición de sus enseñanzas. Así es, por ejemplo, que compara a las Escrituras con una espada de doble filo. Ésta es la “espada del Espíritu” y la palabra de Dios viva y eficaz, cortante y capaz de penetrar “hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y [que] discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Efesios 6: 17; Hebreos 4: 12; cf. Apocalipsis 1: 16; 2: 12, 16; 19: 15, 21).
Por su parte, en su incomparable exposición de la armadura de Dios, el apóstol compara a la “verdad” con un cinto que debe ceñirse fuertemente sobre los lomos (Efesios 6: 14). También hace mención al “evangelio de la paz”, el cual asimila al calzado con el cual las buenas noticias deben ser anunciadas con premura y sin demora (Efesios 6: 15).
Pablo utiliza en su argumentación a favor del crecimiento espiritual de la naciente iglesia la comparación de la leche y la vianda. Según el apóstol, la “leche” es un símbolo de la palabra simple e inicial dirigida para los “niños” e “inexpertos”, para los “neófitos”, para aquellos que “no son capaces” aún. En contraste con aquello, el anciano de Tarso hace mención de la “vianda”, es decir, el “alimento sólido”, que representa la palabra que está dirigida para los “capaces”, para los que han dejado de lado “los rudimentos de las palabras de Dios” y “los rudimentos de la doctrina de Cristo” (1 Corintios 3: 2; Hebreos 5: 12, 13; 6: 1; cf. 1 Pedro 2: 12). De acuerdo al argumento del apóstol, aquellos que han probado el “alimento sólido” representan a quienes han alcanzado mayor madurez en el conocimiento, comprensión y práctica de las enseñanzas de Dios y de Jesucristo.
De acuerdo al apóstol, la palabra del evangelio es también “poder de Dios” (Romanos 1: 16; 1 Corintios 1: 18, 23, 24; 2: 5). Por lo tanto, sin cuestionamiento, debe ser recibida (1 Corintios 15: 1), entendida (Efesios 5: 17), predicada (1 Corintios 1: 17; 15: 11-14; 2 Corintios 1: 19; 2: 12, 17; 4: 5; Gálatas 1: 8; 2: 2; 4: 13), enseñada (1 Corintios 11: 23; 14: 19; Tito 2: 1), guardada (1 Corintios 7: 19; 2 Timoteo 4: 7; Tito 1: 9), cumplida (Gálatas 1: 4; Efesios 6: 6), retenida (1 Corintios 11: 2; 15: 2; 2 Tesalonicenses 2: 15), defendida (Filipenses 1: 7, 17; cf. Job 36: 2; 1 Pedro 3: 15), “adornada” (Tito 1: 10) y confirmada en los creyentes (1 Corintios 1: 6). Por lo mismo, no se le debe poner obstáculo al evangelio de Cristo (cf. 1 Corintios 9: 18) ni deben ser menospreciadas las palabras proféticas (cf. 1 Tesalonicenses 5: 20), pues han sido dadas para la edificación de la iglesia (cf. 1 Corintios 14: 26, 40; Efesios 4: 12, 16, 29). De igual forma, estas sanas palabras enriquecen a sus asiduos lectores y oidores (Romanos 2: 13; 1 Corintios 1: 5; 9: 23; 1 Timoteo 4: 13) y bendicen a los fieles hacedores de ellas (cf. Nehemías 8: 8; Hechos 13: 15; Santiago 1: 22-25; Apocalipsis 1: 3).
Palabras vanas y huecas sutilezas de los hombres
En contraste con su potente descripción de la Palabra de Dios, el apóstol de los gentiles se refiere al error con términos bastantes despreciativos, hasta despectivos, como en un intento de convencer a sus lectores y auditores de alejarse de aquello que pueda nublar en la mente de los creyentes de la naciente iglesia la sana palabra del evangelio de Dios.
En la mente del apóstol de los gentiles, lo sagrado y lo profano están en constante y profundo conflicto. De acuerdo al sólido argumento del anciano de Tarso, todo aquello que se opone a la sana doctrina simplemente son “cosas vanas” (1 Timoteo 6: 20; cf. Hechos 4: 25), “palabras vanas” (Efesios 5: 6) o “vanas palabrerías” (1 Timoteo 1: 6; 2 Timoteo 2: 16), “pláticas profanas” (1 Timoteo 6: 20) o “profanas palabrerías” (2 Timoteo 2: 16) y la “falsamente llamada ciencia” (1 Timoteo 6: 20) o “doctrinas de hombres” (Colosenses 2: 22). Estas palabras corresponden a las “filosofías”, las “huecas sutilezas” y las “tradiciones de los hombres” (Colosenses 2: 8). Las palabras de origen humano producen todo “viento de doctrina”, “estratagema de hombres” y “artimañas del error”, con las cuales los “niños fluctuantes” son engañados (Efesios 4: 14). Así también, lo humano y lo profano conllevan a las “fábulas profanas y de viejas” (1 Timoteo 4: 7) que sólo “acarrean disputas más bien que edificación” (1 Timoteo 1: 4).
En su conjunto, estas vanas y profanas palabrerías de los hombres constituyen, en contraste a la palabra inspirada de Dios dada a los profetas y apóstoles, los pobres y débiles “rudimentos del mundo”, a los cuales no se debe regresar para ser esclavizados otra vez (Gálatas 4: 3, 9; Colosenses 2: 8, 20). Las enseñanzas que contienen estas filosofías humanistas provienen de la “sabiduría de este mundo”, enunciada también como la “sabiduría de este siglo” o la “sabiduría humana”, “cuestiones necias” que en todo se opone a la sabiduría de Dios (1 Corintios 1: 20, 21; 2: 5, 6; 3: 18-20; 2 Corintios 1: 12; Tito 3: 9).
Estas palabras humanas, huecas y fluctuantes, no sólo “contradicen” (Tito 1: 9) las palabras sanas de divina procedencia, sino que también “tuercen” (cf. 2 Pedro 3: 16) o “falsifican” (1 Corintios 15: 15; 2 Corintios 2: 17) la verdad que emana de la Palabra de Dios. De esta manera, como consecuencia a su oposición de la verdad, las palabras vanas pervierten y perturban al que las cree (2 Corintios 11: 13) y apartan a los hombres de la verdad (2 Timoteo 4: 4; Tito 1: 14). Todas estas profanas enseñanzas o “doctrinas diversas y extrañas” (Hebreos 13: 9) deben ser, por lo tanto, evitadas (1 Timoteo 6: 20) y desechadas (1 Timoteo 4: 7; cf. 1 Timoteo 1: 4; Tito 1: 14). En síntesis, la iglesia de Cristo no obtiene nada bueno en la vida espiritual cotidiana, tanto personal de cada creyente, como comunitaria en el corazón de la iglesia, por el escuchar, leer u obedecer dichas palabras que provienen de la sabiduría del hombre y no de la sabiduría de Dios. Asimismo, en el pensamiento del apóstol de los gentiles, el principal objetivo de estar apercibidos respecto al error es para que la fe de los creyentes en la iglesia naciente “no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2: 5), es decir, en su sagrada palabra.
El apóstol advierte a la iglesia de Dios de sus días y al pueblo de Dios de todos los tiempos en contra de los que predican un “evangelio diferente” (Gálatas 1: 6-9). El apóstol anticipa que en los postreros días proliferarán aquellos que escucharán y enseñarán “doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4: 1) y que “apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4: 4). A estas doctrinas pervertidas el anciano de Tarso los denomina “otro evangelio” (2 Corintios 11: 4) o una “doctrina diferente” (1 Timoteo 1: 3). El llamado es a apartarse de aquellos que se oponen a la sana doctrina causando “divisiones y tropiezos” (Romanos 16: 17). También el apóstol se levanta y alerta a los creyentes, en contra de los que “perturban” la verdadera fe (Gálatas 5: 7-12), pues, en definitiva, estas palabras derivadas del corazón humano y no de inspiración divina producen la “ira de Dios” (Efesios 5: 6). Pablo resume de esta manera el peligro de predicar un evangelio distinto al enseñado por Cristo o los apóstoles:
“Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros” (2 Tesalonicenses 3: 6).
“No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas” (Hebreos 13: 9).
Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1: 9).
Más tarde, el mismísimo apóstol Pedro amonestaría a la iglesia de la dispersión de estar atentos en contra de aquellos que “hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones” y corrompen la fe de aquellos que han “huido de los que viven en error” (2 Pedro 2: 18) y advertiría oponiéndose a aquellos “indoctos e inconstantes” que “tuercen” las epístolas de Pablo, “como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3: 16).
Conclusión
En su experiencia y en sus cartas, Pablo de Tarso manifestó contundente evidencia acerca de su amor por la Palabra de Dios y del evangelio de Jesucristo y de su pasión por predicarla, cumplirla y defenderla en forma íntegra y adecuada. Por otro lado, el apóstol de los gentiles nos señala los peligros de seguir las enseñanzas torcidas provenientes de la sabiduría y de la filosofía humana. De aquellas amonestaciones podemos obtener profundas lecciones para nuestra experiencia espiritual hoy.
En este respecto, el Gran Maestro Jesucristo nos indicó: “Escudriñad las Escrituras, porque en ella os parece que tenéis la vida eterna” (Juan 5: 39). Haciendo eco de esta amonestación del Señor, el médico Lucas nos señala de los primeros conversos de Berea que todos los días escudriñaban las Escrituras (Hechos 17: 11). Entre aquellos bereanos se destacaba, sin duda, el hermano Sópater, fiel compañero de Pablo (cf. Hechos 20: 4). A la vez, en estos últimos días, se nos llama a poner especial énfasis en la palabra profética. Al respecto el propio apóstol Pablo nos aconseja: “No menospreciéis las profecías” (1 Tesalonicenses 5: 20). Y por su lado, el apóstol Pedro nos indica que tenemos la “palabra profética más segura”, a la cual nos llama que debemos estar atentos (2 Pedro 1: 19). Y Juan, el vidente de Patmos, a la expectativa del fin de los tiempos, nos exhorta con el mismo ímpetu: “Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis 1: 3).
El espíritu de profecía, mirando a los últimos días de la historia de este mundo, nos hace la siguiente apelación:
“Los cristianos han de prepararse para lo que pronto ha de estallar sobre el mundo como sorpresa abrumadora, y deben hacerlo estudiando diligentemente la Palabra de Dios y esforzándose por conformar su vida a sus preceptos.
“Sólo los que hayan fortalecido su espíritu con las verdades de la Biblia podrán resistir en el último gran conflicto”.[3]
En conclusión, nuestro aprecio por las sagradas enseñanzas de la Palabra de Dios y nuestro empeño en cumplir y predicar las divinas exigencias nos mantendrá alertas en contra de los errores imperantes en nuestros días y de aquellos que con sus filosofías se oponen a la sana doctrina. Finalmente, aquello nos sostendrá en pie en el gran día del Señor.




[1] Víctor A. Jofré Araya (2017), Mg. © Educación Religiosa. Al momento de escribir este artículo, el autor se desempeñaba como Director del Colegio Adventista de Calama, Chile.
[2] cf. el “evangelio de Jesús” en Hechos 8: 35; 11: 20; 17: 18.
[3] Elena G. de White, Eventos de los últimos días, p. 67.

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