La
verdad v/s el error.
“Un
error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él”
(Mahatma
Gandhi)
“Los
que no quieren ser vencidos por la verdad, serán vencidos por el error”
(Agustín
de Hipona)
“Es
mejor ser divididos por la verdad que ser unidos por el error”
(Martín
Lutero)
En los medios cristianos actuales, para nadie resulta un misterio el amor que el apóstol Pablo demostraba hacia la Palabra de Dios y la pasión que manifestaba por predicarla con denuedo en todos los rincones del mundo conocido en sus días. Aquel apego por las Sagradas Escrituras, lo saca a relucir cada vez que le es posible en sus escritos, ya sea refiriéndose a ellas con una estima incomparable, como también citando de manera prolífica de las Escrituras conocidas en su momento histórico. De igual forma, es notorio que, con la misma pasión, el apóstol de los gentiles expresó en sus epístolas en variadas oportunidades y en forma muy vívida su repudio hacia las falsas doctrinas de su tiempo y hacia quienes las enseñaban y promovían, conduciendo al error a los creyentes pertenecientes a la incipiente iglesia del Señor en los albores del cristianismo.
En el presente ensayo se
pretende mostrar de manera sistemática la forma en que el apóstol de Tarso
manifestaba, a través de todas sus cartas, su aprecio hacia las verdades de la
Palabra de Dios y su aversión enconada hacia las enseñanzas erróneas de sus
días. En primer lugar, revisaremos las distintas formas en que Pablo hace
referencia en sus epístolas a la Palabra de Dios y las enseñanzas de Jesucristo,
como también la descripción que hace de ella y su actitud encomiable hacia las
sagradas instrucciones de las Escrituras. A continuación, notaremos cómo se
refiere el apóstol respecto a las falsas verdades y hacia quienes las propagan
y las exhortaciones de advertencia que hace al respecto. Finalmente,
reflexionaremos en cuanto al valor que el estudio y la obediencia a los principios
de las Sagradas Escrituras tienen en nuestro contexto previo a la Segunda
Venida de de nuestro Señor Jesucristo.
Una aclaración: Los conceptos,
términos e ideas han sido obtenidos íntegramente de la versión de la Biblia Reina-Valera
Revisión de 1960 (abreviado RVR60) y se muestran en el texto entre comillas.
El testimonio de Dios y la
palabra de la cruz
Una mirada aún superficial a
las cartas escritas por el apóstol Pablo, las cuales nos han sido transmitidas
a través de las edades, nos permite percatarnos de que son múltiples los
términos que éste utiliza en sus epístolas para hacer referencia a las
enseñanzas de Cristo y a los preceptos de la Palabra de Dios.
En primer lugar, un conjunto de
términos hacen referencia a las enseñanzas contenidas en lo que para nosotros
forman parte integral del Antiguo Testamento. Pablo cita profusamente en sus
epístolas de manera textual o en alusiones desde los primeros capítulos del
libro de Génesis hasta los escritos del profeta Malaquías. Para el apóstol, los
escritos veterotestamentarios constituyen las “santas” o “sagradas Escrituras”
(Romanos 1: 2; 2 Timoteo 3: 15), a las cuales denomina, simplemente, como las
“Escrituras” (Romanos 15: 4; 16: 26; 1 Corintios 15: 3, 4; Gálatas 3: 8, 22; 4:
21, 30) o la “Escritura” (Romanos 4: 3; 9: 17; 10: 11; 11: 2; Gálatas 3: 8; 3:
22; 4: 30; 1 Timoteo 5: 18; 3 Timoteo 3: 16). Éstas Escrituras, según afirma el
anciano de Tarso, nos han llegado por medio de los profetas (Romanos 16: 26) y,
en su totalidad, atestiguan de que Jesús es el Mesías (1 Corintios 15: 3, 4; cf. Hechos 17: 2, 3; 18: 28; 28: 23).
En algunas ocasiones, el apóstol
se refiere al Antiguo Testamento de su tiempo haciendo uso de conceptos tales
como el “libro de la ley” (Gálatas 3: 10), la “ley” (Romanos 2: 12-27; 3: 21;
3: 31; 1 Corintios 7: 39; 9: 8; 14: 34; 15: 56; Gálatas 2: 16-20; 3: 10-24; 5:
14), la “norma” (Gálatas 6: 16), la “ley de Moisés” (1 Corintios 9: 9, 20, 21;
14: 21; cf. 2 Corintios 3: 15), la
“ley de Dios” (Romanos 8: 7; 1 Corintios 9: 21), la “ley de Cristo” (1
Corintios 9: 21; 14: 36; Gálatas 6: 2) o los “mandamientos del Señor” (1
Corintios 7: 19; 14: 37). Éstos son los que fueron escritos en “tablas de
piedra” (2 Corintios 3: 3-7), los cuales constituyen el “antiguo pacto” (2
Corintios 3: 13, 14). Para el apóstol, la palabra de Dios que constituye su ley,
es “santa, justa y buena” (Romanos 7: 12, 16; 1 Timoteo 1: 8), como también “espiritual”
(Romanos 7: 14).
En la mente del apóstol, las
Sagradas Escrituras nos han llegado por inspiración de Dios (2 Timoteo 3: 16; cf. 2 Pedro 1: 19-21) y constituyen
aquello que está escrito como ejemplo, enseñanza y amonestación para todos aquellos
“quienes han alcanzado los fines de
los siglos” (1 Corintios 10: 11). El propósito último de aquellos
escritos sagrados es, según afirma el apóstol, que “por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos
esperanza” (Romanos 15: 4), como también para que el hombre de Dios sea “perfecto
y enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 17). La utilidad de
las mencionadas Escrituras es que pueden “enseñar, corregir, redargüir e
instruir en justicia” (2 Timoteo 3: 16). En este respecto, el apóstol elogia la
buena costumbre de su fiel discípulo, el joven Timoteo, de haber conocido los
misterios de las Escrituras “desde la niñez”, las cuales, según Pablo, podían
hacerle “sabio para la salvación por
la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3: 15).
Es innegable el apego que Pablo
manifiesta hacia lo que nosotros conocemos como el Antiguo Testamento. La
exposición magnífica que el apóstol de las gentes hace de diversos pasajes
desde el Génesis hasta Malaquías es apenas superado por el uso que Cristo mismo
le dio en sus discursos a su propia revelación. De ahí que se entienden todos
los atributos que Pablo le concede a las enseñanzas de la sagrada Palabra de
Dios.
En segundo lugar, otro conjunto
de términos que el anciano apóstol utiliza en sus epístolas se refieren a las
enseñanzas de Jesucristo y las buenas noticias que trae el evangelio a través
del testimonio de Cristo y de los apóstoles. Para nosotros, estas enseñanzas
constituyen el Nuevo Testamento. De ellas, la palabra “evangelio” (euaggelio, traducido como “evangelio”, “buenas
nuevas” o “buenas noticias”, según la versión de la Biblia que se haga uso) es
la más utilizada por el apóstol (cf. Romanos
1: 15-17; 1 Corintios 1: 17; 4: 15; 2 Corintios 4: 3, 4; Gálatas 1: 11; Efesios
1: 13; Filipenses 1: 5; Colosenses 1: 5; 1 Tesalonicenses 1: 5; 2
Tesalonicenses 2: 14; 1 Timoteo 1: 11; 2 Timoteo 1: 8; Filemón 1: 13). También
las señala agregándole algunos calificativos que determinan su origen, tales como
el “evangelio de Cristo” (Romanos 15: 19, 29; 1 Corintios 9: 12, 18; 2
Corintios 2: 12; 9: 13; Gálatas 1: 7; Filipenses 1: 27; 1 Tesalonicenses 3: 2),
el “evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 1: 8), el
“evangelio de Dios” (Romanos 1: 1; 15: 16; 2 Corintios 11: 7; 1 Tesalonicenses
2: 2, 8, 9; cf. Hechos 8: 12; 1 Pedro
4: 17), el cual es también el “glorioso evangelio del Dios bendito” (1 Timoteo
1: 11) y el “evangelio de su Hijo” (Romanos 1: 9). Haciendo referencia a su
contenido, Pablo denomina a las buenas nuevas como el “evangelio de la gracia
de Dios” (Hechos 20: 24), el “evangelio de la gloria de Cristo” (2 Corintios 4:
4), el “evangelio de las
inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3: 8). Finalmente,
apuntando a las consecuencias de las buenas noticias, el apóstol se refiere a
ellas como el “evangelio de la paz” (Efesios 6: 15; cf. Hechos 10: 36) y el “evangelio de
vuestra salvación” (Efesios 1: 13).
Estas buenas noticias de parte
de Dios y de su Hijo Jesucristo son también para el apóstol un “testimonio
acerca de Cristo” (1 Corintios 1: 6; cf.
Apocalipsis 1: 2, 9; 19: 10, 20: 4), que, en otras palabras, se transforman en la
“palabra de la cruz” (1 Corintios 1: 18), la “palabra de justicia” (Hebreos 5:
13) y, en último término, en la “locura de la predicación” (1 Corintios 1: 21)
que trastorna al mundo.[2]
Para Pablo, su mensaje es
también un “testimonio de Dios” (1 Corintios 2: 1; cf. 1 Juan 5: 9, 10), el cual de igual forma llama “mi evangelio”, “mi
palabra” o “mi predicación”, pues a él este testimonio le fue dado por Cristo
mismo (Romanos 2: 16; 16: 23; 1 Corintios 2: 4; 2 Timoteo 2: 8; cf. Gálatas 1: 11).
Este mensaje, en cuanto
proviene de parte de Dios, es, por tanto, “palabra de Dios” (Romanos 3: 2; 9:
6; 10: 17; 1 Corintios 14: 36; 2 Corintios 2: 17; 4: 2; Efesios 6: 17;
Colosenses 1: 25; 1 Tesalonicenses 2: 13, 1 Timoteo 4: 5; 2 Timoteo 2: 9; Tito
2: 5; Hebreos 4: 12; 5: 12; 6: 5; 11: 3; 13: 7; cf. Hechos 4: 31; 6: 2; 8: 14, 25; 11: 1; 13: 5, 7; 13: 44, 46; 17:
13; 18: 11) o “palabra del Señor” (1 Tesalonicenses 1: 8; 4: 15; 2
Tesalonicenses 3: 1; cf. Hechos 6: 7;
12: 24; 13: 48, 49; 15: 35, 36; 16: 32; 19: 20), también enunciadas como las “palabras
de nuestro Señor Jesucristo” (1 Timoteo 6: 3; cf. Hechos 19: 10; 20: 35) y la “palabra de Cristo” (Colosenses 3:
16).
De igual manera, el anciano
Pablo, reconoce que este evangelio es la consumación del “misterio de Dios” (1
Corintios 4: 1; Colosenses 2: 2; cf.
1 Corintios 2: 7; Efesios 3: 9; Colosenses 1: 26, 27). Dicho misterio es
reconocido como el “misterio del evangelio” (Efesios 6: 19; cf. Romanos 16: 25), el “misterio de
Cristo” (Efesios 3: 4; Colosenses 4: 3; cf.
Romanos 16: 25; Colosenses 2: 2), el “misterio revelado” (Efesios 3: 3-5), el
“misterio de la fe” (1 Timoteo 3: 9), el “misterio de la piedad” (1 Timoteo 3:
16) y el “misterio de su voluntad” (Efesios 1: 9), revelado al mundo como la
“palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5: 19).
Para el apóstol, sus enseñanzas
son tanto lo que “recibí del Señor” (1 Corintios 11: 23), por “revelación de
Jesucristo” (Gálatas 1: 12, 16; 2: 2; cf.
Efesios 3: 3), es decir, la “palabra que os he predicado” (1 Corintios 15: 2; cf. Efesios 6: 19; Filipenses 1: 14; 1
Tesalonicenses 1: 5-8), como también la palabra que debe ser predicada (cf. 2 Timoteo 4: 1, 2) y enseñada (cf. 1 Corintios 4: 17) por los creyentes.
Pablo de Tarso argumenta que esta palabra es la “palabra que [ya] está escrita”
(1 Corintios 4: 6; 15: 54; 2 Corintios 4: 13; 6: 16-18), como también la
palabra que nos llega mediante sus epístolas (1 Corintios 5: 9; 9: 15; 2
Corintios 1: 13; 2: 9-11; 7: 8, 12; 10: 9-11; Efesios 3: 3, 4; Colosenses 4:
16; 1 Tesalonicenses 5: 27; 2 Tesalonicenses 2: 15; 3: 17; cf. Apocalipsis 1: 11). Para Pablo, estas cartas deben ser leídas
como autoritativas e, incluso, intercambiadas entre las iglesias para
fortalecimiento y edificación de todos los creyentes (cf. Colosenses 4: 16).
Para el anciano Pablo, el
evangelio de Dios o de Cristo constituyen las “sanas palabras” de parte del
Señor (1 Timoteo 6: 3; 2 Timoteo 1: 13; Tito 2: 8). Estas palabras son las palabras
de “sabiduría de Dios” (Romanos 11: 33; 1 Corintios 1: 21, 24; 2: 7; Efesios 3:
10), como de igual forma la “sabiduría oculta” (1 Corintios 2: 7), la “palabra
de sabiduría” y la “palabra de ciencia” (1 Corintios 12: 8; cf. 1 Corintios 1: 5; 2 Corintios 8: 7).
Estas palabras divinas son también la “palabra
de verdad” (2 Corintios 6: 7; Efesios 1: 13; 2 Timoteo 2: 15; cf. Santiago 1: 18; Apocalipsis 19: 9;
21: 5; 22: 6), la “palabra verdadera del evangelio” (Colosenses 1: 5), la
“palabra de fe” (Romanos 10: 8; 1 Timoteo 4: 6), la “buena palabra” (2
Tesalonicenses 2: 17; Hebreos 6: 5), la “palabra fiel” (1 Timoteo 1: 5; 3: 1;
4: 9; 2 Timoteo 2: 11; Tito 1: 9; 3: 8; cf.
Apocalipsis 21: 5; 22: 6) y la “palabra de vida” (Filipenses 2: 16).
Estas palabras provenientes de
Dios son también la “doctrina” aprendida de parte de los apóstoles (Romanos 6:
17; 2 Tesalonicenses 2: 15; 1 Timoteo 4: 16; 6: 1, 3; 2 Timoteo 3: 10; 4: 2;
Tito 2: 10; Hebreos 6: 1, 2). Pablo le llama la “buena doctrina” (1 Timoteo 4:
6) y la “sana doctrina” (1 Timoteo 1: 10; 2 Timoteo 4: 3; Tito 2: 1). También
es la “sana enseñanza” (Tito 1: 9) y las “instrucciones” del Señor (1 Corintios
11: 2; 1 Tesalonicenses 4: 2) recibidas por medio de los apóstoles y los profetas.
En su afán de mantener viva la fe, el apóstol llama a que todo líder en la
iglesia debe ser “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para
que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que
contradicen” (Tito 1: 9).
A la usanza común de los
maestros de su tiempo, el apóstol y maestro de la iglesia primitiva utiliza ciertas
comparaciones en la exposición de sus enseñanzas. Así es, por ejemplo, que compara
a las Escrituras con una espada de doble filo. Ésta es la “espada del Espíritu”
y la palabra de Dios viva y eficaz,
cortante y capaz de penetrar “hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y [que] discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón” (Efesios 6: 17; Hebreos
4: 12; cf. Apocalipsis 1: 16; 2: 12,
16; 19: 15, 21).
Por su parte, en su
incomparable exposición de la armadura de Dios, el apóstol compara a la
“verdad” con un cinto que debe ceñirse fuertemente sobre los lomos (Efesios 6:
14). También hace mención al “evangelio de la paz”, el cual asimila al calzado
con el cual las buenas noticias deben ser anunciadas con premura y sin demora
(Efesios 6: 15).
Pablo utiliza en su
argumentación a favor del crecimiento espiritual de la naciente iglesia la
comparación de la leche y la vianda. Según el apóstol, la “leche” es un símbolo
de la palabra simple e inicial dirigida para los “niños” e “inexpertos”, para los
“neófitos”, para aquellos que “no son capaces” aún. En contraste con aquello,
el anciano de Tarso hace mención de la “vianda”, es decir, el “alimento sólido”,
que representa la palabra que está dirigida para los “capaces”, para los que han
dejado de lado “los rudimentos de las palabras de Dios” y “los rudimentos de la
doctrina de Cristo” (1 Corintios 3: 2; Hebreos 5: 12, 13; 6: 1; cf. 1 Pedro 2: 12). De acuerdo al
argumento del apóstol, aquellos que han probado el “alimento sólido”
representan a quienes han alcanzado mayor madurez en el conocimiento,
comprensión y práctica de las enseñanzas de Dios y de Jesucristo.
De acuerdo al apóstol, la
palabra del evangelio es también “poder de Dios” (Romanos 1: 16; 1 Corintios 1:
18, 23, 24; 2: 5). Por lo tanto, sin cuestionamiento, debe ser recibida (1
Corintios 15: 1), entendida (Efesios 5: 17), predicada (1 Corintios 1: 17; 15:
11-14; 2 Corintios 1: 19; 2: 12, 17; 4: 5; Gálatas 1: 8; 2: 2; 4: 13), enseñada
(1 Corintios 11: 23; 14: 19; Tito 2: 1), guardada (1 Corintios 7: 19; 2 Timoteo
4: 7; Tito 1: 9), cumplida (Gálatas 1: 4; Efesios 6: 6), retenida (1 Corintios
11: 2; 15: 2; 2 Tesalonicenses 2: 15), defendida (Filipenses 1: 7, 17; cf. Job 36: 2; 1 Pedro 3: 15),
“adornada” (Tito 1: 10) y confirmada en los creyentes (1 Corintios 1: 6). Por
lo mismo, no se le debe poner obstáculo al evangelio de Cristo (cf. 1 Corintios 9: 18) ni deben ser
menospreciadas las palabras proféticas (cf.
1 Tesalonicenses 5: 20), pues han sido dadas para la edificación de la iglesia (cf. 1 Corintios 14: 26, 40; Efesios 4:
12, 16, 29). De igual forma, estas sanas palabras enriquecen a sus asiduos lectores
y oidores (Romanos 2: 13; 1 Corintios 1: 5; 9: 23; 1 Timoteo 4: 13) y bendicen
a los fieles hacedores de ellas (cf.
Nehemías 8: 8; Hechos 13: 15; Santiago 1: 22-25; Apocalipsis 1: 3).
Palabras vanas y huecas
sutilezas de los hombres
En contraste con su potente
descripción de la Palabra de Dios, el apóstol de los gentiles se refiere al
error con términos bastantes despreciativos, hasta despectivos, como en un
intento de convencer a sus lectores y auditores de alejarse de aquello que
pueda nublar en la mente de los creyentes de la naciente iglesia la sana
palabra del evangelio de Dios.
En la mente del apóstol de los
gentiles, lo sagrado y lo profano están en constante y profundo conflicto. De
acuerdo al sólido argumento del anciano de Tarso, todo aquello que se opone a
la sana doctrina simplemente son “cosas vanas” (1 Timoteo 6: 20; cf. Hechos 4: 25), “palabras vanas”
(Efesios 5: 6) o “vanas palabrerías” (1 Timoteo 1: 6; 2 Timoteo 2: 16), “pláticas
profanas” (1 Timoteo 6: 20) o “profanas palabrerías” (2 Timoteo 2: 16) y la
“falsamente llamada ciencia” (1 Timoteo 6: 20) o “doctrinas de hombres”
(Colosenses 2: 22). Estas palabras corresponden a las “filosofías”, las “huecas
sutilezas” y las “tradiciones de los hombres” (Colosenses 2: 8). Las palabras
de origen humano producen todo “viento de doctrina”, “estratagema de hombres” y
“artimañas del error”, con las cuales los “niños fluctuantes” son engañados (Efesios
4: 14). Así también, lo humano y lo profano conllevan a las “fábulas profanas y
de viejas” (1 Timoteo 4: 7) que sólo “acarrean disputas más bien que
edificación” (1 Timoteo 1: 4).
En su conjunto, estas vanas y
profanas palabrerías de los hombres constituyen, en contraste a la palabra
inspirada de Dios dada a los profetas y apóstoles, los pobres y débiles “rudimentos
del mundo”, a los cuales no se debe regresar para ser esclavizados otra vez (Gálatas
4: 3, 9; Colosenses 2: 8, 20). Las enseñanzas que contienen estas filosofías humanistas
provienen de la “sabiduría de este mundo”, enunciada también como la “sabiduría
de este siglo” o la “sabiduría humana”, “cuestiones necias” que en todo se
opone a la sabiduría de Dios (1 Corintios 1: 20, 21; 2: 5, 6; 3: 18-20; 2
Corintios 1: 12; Tito 3: 9).
Estas palabras humanas, huecas y
fluctuantes, no sólo “contradicen” (Tito 1: 9) las palabras sanas de divina
procedencia, sino que también “tuercen” (cf.
2 Pedro 3: 16) o “falsifican” (1 Corintios 15: 15; 2 Corintios 2: 17) la verdad
que emana de la Palabra de Dios. De esta manera, como consecuencia a su
oposición de la verdad, las palabras vanas pervierten y perturban al que las
cree (2 Corintios 11: 13) y apartan a los hombres de la verdad (2 Timoteo 4: 4;
Tito 1: 14). Todas estas profanas enseñanzas o “doctrinas diversas y extrañas”
(Hebreos 13: 9) deben ser, por lo tanto, evitadas (1 Timoteo 6: 20) y
desechadas (1 Timoteo 4: 7; cf. 1
Timoteo 1: 4; Tito 1: 14). En síntesis, la iglesia de Cristo no obtiene nada
bueno en la vida espiritual cotidiana, tanto personal de cada creyente, como
comunitaria en el corazón de la iglesia, por el escuchar, leer u obedecer dichas
palabras que provienen de la sabiduría del hombre y no de la sabiduría de Dios.
Asimismo, en el pensamiento del apóstol de los gentiles, el principal objetivo
de estar apercibidos respecto al error es para que la fe de los creyentes en la iglesia naciente “no esté fundada
en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1
Corintios 2: 5), es decir, en su sagrada palabra.
El apóstol advierte a la
iglesia de Dios de sus días y al pueblo de Dios de todos los tiempos en contra
de los que predican un “evangelio diferente” (Gálatas 1: 6-9). El apóstol
anticipa que en los postreros días proliferarán aquellos que escucharán y
enseñarán “doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4: 1) y que “apartarán de la
verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4: 4). A estas doctrinas
pervertidas el anciano de Tarso los denomina “otro evangelio” (2 Corintios 11:
4) o una “doctrina diferente” (1 Timoteo 1: 3). El llamado es a apartarse de
aquellos que se oponen a la sana doctrina causando “divisiones y tropiezos”
(Romanos 16: 17). También el apóstol se levanta y alerta a los creyentes, en
contra de los que “perturban” la verdadera fe (Gálatas 5: 7-12), pues, en
definitiva, estas palabras derivadas del corazón humano y no de inspiración
divina producen la “ira de Dios” (Efesios 5: 6). Pablo resume de esta manera el
peligro de predicar un evangelio distinto al enseñado por Cristo o los
apóstoles:
“Pero os ordenamos, hermanos,
en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que
ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros” (2
Tesalonicenses 3: 6).
“No os dejéis llevar de
doctrinas diversas y extrañas” (Hebreos 13: 9).
“Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado,
sea anatema” (Gálatas 1: 9).
Más tarde, el mismísimo apóstol
Pedro amonestaría a la iglesia de la dispersión de estar atentos en contra de
aquellos que “hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias
de la carne y disoluciones” y corrompen la fe de aquellos que han “huido de los
que viven en error” (2 Pedro 2: 18) y advertiría oponiéndose a aquellos “indoctos
e inconstantes” que “tuercen” las
epístolas de Pablo, “como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2
Pedro 3: 16).
Conclusión
En su experiencia y en sus
cartas, Pablo de Tarso manifestó contundente evidencia acerca de su amor por la
Palabra de Dios y del evangelio de Jesucristo y de su pasión por predicarla,
cumplirla y defenderla en forma íntegra y adecuada. Por otro lado, el apóstol
de los gentiles nos señala los peligros de seguir las enseñanzas torcidas provenientes
de la sabiduría y de la filosofía humana. De aquellas amonestaciones podemos
obtener profundas lecciones para nuestra experiencia espiritual hoy.
En este respecto, el Gran Maestro
Jesucristo nos indicó: “Escudriñad las Escrituras, porque en ella os parece que
tenéis la vida eterna” (Juan 5: 39). Haciendo eco de esta amonestación del
Señor, el médico Lucas nos señala de los primeros conversos de Berea que todos
los días escudriñaban las Escrituras (Hechos 17: 11). Entre aquellos bereanos
se destacaba, sin duda, el hermano Sópater, fiel compañero de Pablo (cf. Hechos 20: 4). A la vez, en estos
últimos días, se nos llama a poner especial énfasis en la palabra profética. Al
respecto el propio apóstol Pablo nos aconseja: “No menospreciéis las profecías”
(1 Tesalonicenses 5: 20). Y por su lado, el apóstol Pedro nos indica que
tenemos la “palabra profética más segura”, a la cual nos llama que debemos
estar atentos (2 Pedro 1: 19). Y Juan, el vidente de Patmos, a la expectativa
del fin de los tiempos, nos exhorta con el mismo ímpetu: “Bienaventurado el que
lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella
escritas; porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis 1: 3).
El espíritu de profecía, mirando
a los últimos días de la historia de este mundo, nos hace la siguiente apelación:
“Los cristianos han de
prepararse para lo que pronto ha de estallar sobre el mundo como sorpresa
abrumadora, y deben hacerlo estudiando diligentemente la Palabra de Dios y
esforzándose por conformar su vida a sus preceptos.
“Sólo los que hayan fortalecido
su espíritu con las verdades de la Biblia podrán resistir en el último gran
conflicto”.[3]
En conclusión, nuestro aprecio
por las sagradas enseñanzas de la Palabra de Dios y nuestro empeño en cumplir y
predicar las divinas exigencias nos mantendrá alertas en contra de los errores
imperantes en nuestros días y de aquellos que con sus filosofías se oponen a la
sana doctrina. Finalmente, aquello nos sostendrá en pie en el gran día del
Señor.
[1] Víctor A.
Jofré Araya (2017), Mg. © Educación Religiosa. Al momento de escribir este
artículo, el autor se desempeñaba como Director del Colegio Adventista de
Calama, Chile.
[2] cf. el “evangelio de Jesús” en Hechos 8:
35; 11: 20; 17: 18.
[3] Elena G. de
White, Eventos de los últimos días,
p. 67.
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