El presente comentario exegético – devocional del
libro del profeta Abdías tiene su génesis en los requisitos de la asignatura Ministry and Spiritual Life, dictada por
la Dra. Carol Tasker, PhD., y cursada como parte del Magíster en Educación
Religiosa impartida por el Adventist International Institute of Advanced
Studies (AIIAS) en las dependencias de la Universidad Adventista de Chile
durante el verano del año 2012.
Las ideas vertidas son el resultado de las reflexiones
y estudio devocional[2]
del autor en torno al mensaje profético de Abdías sobre la nación pagana de
Edom. El trabajo original fue realizado en un período de veinticinco días entre
el miércoles 8 de febrero y el sábado 3 de marzo del año 2012. Posteriormente,
se ha ido enriqueciendo y complementando desde esa fecha hasta el presente.
El texto bíblico base utilizado fue la Versión
Reina-Valera de 1960 (RVR60). Con el propósito de clarificar o enriquecer alguna
idea se hizo uso con el tiempo de otras versiones de la Biblia en español.
Estas versiones son: Dios Habla Hoy (DHH), Nueva Versión Internacional (NVI),
Reina Valera Contemporánea (RVC) y Traducción en Lenguaje Actual (TLA).
Espero que el presente estudio sea de interés y ayuda
de mis lectores y pueda contribuir, por una parte, al conocimiento del mensaje
del libro de Abdías y de sus profundas enseñanzas morales y, por otro lado,
pueda incentivar el estudio exegético y devocional de otros libros (o porciones
de libros) de las Sagradas Escrituras.
Comentario
Abdías 1
“Visión de Abdías”. Esta visión es una “profecía”, una
“revelación” dada por Dios, “el Señor” (DHH).
“Abdías” (v. 1a), ’Obadyah, es un nombre hebreo que
significa “siervo de Yahweh”. No siempre los siervos de Dios tenían mensajes
halagüeños para el pueblo. Muchas veces tuvieron que denunciar sus pecados. En
esta oportunidad, el profeta judío Abdías denuncia los pecados de una nación
pagana, hermana de Israel, le demuestra su malestar y les manifiesta su
retribución.
Es una “visión… en cuanto a Edom” (v. 1b, RVR60). Edom
es el nombre de la nación descendiente de Esaú, hermano gemelo de Jacob. Esaú
significa “velludo”. Fue llamado así porque al nacer “tenía la piel rojiza y todo
el cuerpo cubierto de pelo” (Génesis 25: 25, TLA). Jacob nació asido a
su calcañar, queriendo ocupar su lugar. Jacob significa “usurpador” (cf. Génesis 25: 26). Esaú recibió por
sobrenombre Edom. Edom significa “rojo”, por el color de pelo de Esaú o por el
color del guiso con el cual vendió su primogenitura a Jacob (cf. Génesis; cf. 36: 1, 8, 9, 43). El nombre Edom tiene su raíz en Adam, el
nombre del primer ser humano, hecho del polvo de la tierra, la arcilla rojiza,
(‘adam, en hebreo) y en este contexto representa lo humano, lo terrenal, lo
material y temporal, en contraposición de lo divino, lo eterno y lo espiritual
del reino de Dios que se acerca y que se instalará para siempre (cf. v. 21).
Con el tiempo, Esaú se convirtió en hombre del campo y
gustaba de la caza. Esaú prefirió el placer y el bienestar temporal antes que
los privilegios y sublimes promesas de la primogenitura, dando preferencia a lo
pasajero y material en lugar de lo espiritual y eterno. Eso le llevó a casarse
con mujeres cananeas. El testimonio de Moisés es el siguiente: “Esaú tenía cuarenta años de
edad cuando se casó con Judit hija de Beerí, el hitita. También se casó con
Basemat, hija de un hitita llamado Elón. Estas dos mujeres les causaron mucha
amargura a Isaac y a Rebeca” (cf. Génesis 26: 35, NVI). Con estas mujeres Esaú tuvo doce hijos.
De sus hijos se originó una gran y poderosa nación que se asentó al sur-este de
Israel, los edomitas.[3]
Por otro lado, Jacob dio origen a la nación de Israel.
Luego de su regreso de la esclavitud de Egipto, los descendientes de Jacob se
asentaron en los territorios de Cannán a uno y otro lado del río Jordán. Las
doce tribus de Israel llegaron a su apogeo como nación en tiempos de David y
Salomón.
Como naciones, Israel y Edom eran enemigas. Los
edomitas siempre miraron y trataron con recelo y desprecio a sus “hermanos”
israelitas. La enemistad entre Jacob y Esaú perduró con el tiempo y sus
relaciones se deterioraron.
En estos primeros versículos, se hace manifiesto que Dios
tiene un pleito contra Edom y lo ha hecho público enviando mensajeros a todo el
mundo con el mensaje de levantarse en contra de esta nación. Ellos serán,
finalmente, los agentes de la justicia del Señor. Dice Jehová: “¡Vamos, marchemos a la
guerra contra ella!” (v. 1c, NVI; cf.
Jeremías 49: 14). “Naciones, ¡acérquese a escuchar! Pueblos, ¡presten atención!
¡Que lo oiga la tierra…! […] Miren como desciende en juicio contra Edom”
(Isaías 34: 1, 5, NVI).
Abdías 2
Dios llama a Edom “pequeño”, “insignificante”, “abatido”,
“despreciable” (v. 2; cf. Jeremías
49: 15). ¿Por qué? Porque Edom se ha llenado de “soberbia”, engañándose a sí
mismo por el orgullo de su corazón. Hizo para sí moradas altas, entre las peñas
del Monte de Seir. Selá era la capital del reino de Edom. Los griegos llamaron
a la ciudad Petra, la ciudad de piedra. Se creía inexpugnable, invencible. Llegó
a pensar que nadie podría derrotarla. Edom exclamó: “¿Quién me derribará a
tierra?” (v. 3, u.p.).
Abdías 3
“¿Quién me derribará
a tierra?” (v. 3b, RVR60).
¿Qué pasó con Edom? ¿Qué sucedió que la tornó tan
orgullosa al punto de que Jehová se levanta en batalla contra ella? ¿Por qué
motivo tenía sus moradas en las hendiduras de las peñas?
¿Cómo puede la soberbia engañar el corazón a tal punto
que Dios tenga que tomar al hombre y hacerlo pequeño, abatirlo en gran manera y
derribarlo?
Según las Escrituras, los profetas Isaías (Isaías 34:
1-17; 63: 1-6), Jeremías (49: 7-22), Ezequiel (25: 12-14; 35: 1-15), Joel (3:
19-21), Amós (1: 11, 12) y Malaquías (1: 2-5) escribieron profecías y mensajes
en contra de la nación de Edom y sus visiones no eran de muy buenas noticias
para ella. ¿Tan corrompida se volvió esta nación? ¿Tendrán acaso esas profecías
un cumplimiento escatológico? Es decir, ¿tendrá Edom un paralelo en el mundo
contemporáneo?
Hoy también Dios se levanta contra la soberbia del
corazón humano. El orgullo es un pecado grave a los ojos de Dios. El hombre se
exalta a sí mismo, Dios le humilla y le recuerda quién es. El ser humano piensa
o cree que todo lo que hace durará para siempre. Dios nos recuerda nuestra
temporalidad. No podemos menos que decir: “Señor del cielo y de la tierra,
humilla mi corazón día a día para ver tu gloria y ser exaltado por ti cuando
regreses. Enternece mi corazón, Señor, para ser humillado continuamente delante
de ti”.
Abdías 4
A la pregunta de Edom: “¿Quién podrá arrojarme a
tierra?” (v. 3c, NVI), el Señor responde de manera enfática: “Aunque vueles a
lo alto como águila, y tu nido esté puesto en las
estrellas, de allí te arrojaré” (v. 4, NVI; cf.
Job 39: 27, 28). Edom pensaba que por habitar en una “altísima morada” (v. 3b,
RVR60) nadie la alcanzaría. Por ejemplo, la ciudad de Selá (llamada Petra por
los griegos) estaba en una posición
defensiva excelente, ubicada en un angosto valle rodeado por precipicios
rocosos (cf. Jeremías 49: 16). La fortaleza montañosa
natural en la que el pueblo edomita vivía, le había exacerbado su sentido de
seguridad. Habían llegado a depender de aquel refugio entre las peñas. Sin
embargo, Jeremías le había advertido: “Tu arrogancia te engañó, y la soberbia
de tu corazón” (Jeremías 49: 16, RVR60).
La expresión “altísima morada” (v. 3b, RVR60) nos
recuerda a la pretensión de Lucifer. La fraseología y las alusiones de los
versículos 3 y 4 son muy similares a la utilizada en Isaías 14: 11-15. Estos
textos hablan de ser soberbio (cf.
Isaías 14: 11), de caer del cielo (cf.
Isaías 14: 12), de caer o ser derribado a tierra (cf. Isaías 14: 12, 15), de estar junto a las estrellas (cf. Isaías 14: 13), de estar en el monte
o montaña (cf. Isaías 14: 13), de
estar en las alturas de las nubes (cf.
Isaías 14: 14), de altas moradas (cf.
Isaías 14: 13, 14), de la soberbia de uno (Edom / Babilonia) y la reacción
negativa de otro (Dios). En este sentido Edom y Babilonia se parecen.
Edom pregunta: “¿Quién…?” (Abdías 3c); y Babilonia
pregunta: “¿Quién…?” (Jeremías 50: 44; cf.
Apocalipsis 13: 14; 18: 18). Pero también Jehová pregunta: “¿Quién es semejante
a mí y quién me emplazará?” (Jeremías 49: 19, RVR60; cf. Éxodo 15: 11). No olvidemos que el nombre celestial de Jesús es
Miguel, que significa “¿Quién como Dios?” (cf.
Apocalipsis 12: 7; Daniel 12: 1).
¡Qué abismante contraste! Lucifer se exaltó (Edom
también lo hizo) y Jehová la humilló. Jesús se humilló a sí mismo (Filipenses
2: 5ss) y Jehová lo exaltó. Esa es la regla celestial:
“Porque Dios humilla al orgulloso y salva al humilde”
(Job 22: 29, DHH).
“El Señor exalta a los humildes, y humilla hasta el
polvo a los malvados” (Salmos 147: 6, RVC).
“La humildad precede a la honra” (Proverbios 15: 33b,
NVI).
“Dios se opone a los orgullosos, pero trata con bondad a los humildes”
(Santiago 4: 6b, DHH; cf. 1 Pedro 5:
5).
“Por lo tanto, muestren humildad bajo la poderosa mano de Dios, para que
él los exalte a su debido tiempo” (1 Pedro 5: 6, RVC).
Jesús enseñó esta misma verdad
diciendo: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido” (Mateo 23: 12, RVC; cf.
Lucas 14: 11; 18: 14). Aún en el libro apócrifo de Eclesiástico encontramos la
misma enseñanza: “Dios derriba del trono a los orgullosos, y en lugar de ellos pone a los humildes” (Eclesiástico
10: 14, DHH).
Los edomitas confiaban en sus fortalezas de piedra, construidas sobre
roca sólida y de difícil acceso. Todo sería destruido, dijo el Señor. Su
orgullo no quedaría impune.
Una última reflexión en estos textos: “Si te remontares como águila y
aunque en las estrellas pusieses tu nido, de ahí te derribaré” (v. 4, RVR60; cf. Jeremías 49: 16). ¿Podemos
escondernos de la presencia Dios? Recuerdo que cuando niño teníamos un pino en
el centro del patio trasero de nuestra casa. Era mi lugar personal de
meditación y de estudio. Me subía a él cada vez quería estar solo. Había
acondicionado una rama de tal manera que incluso podía dormir en ella. Era mi
refugio. Era mi “morada en las alturas”. Pero también se transformó en el lugar
adonde me escondía cuando hacía alguna travesura. Allí, pensaba yo, mi madre no
podría alcanzarme. Sin embargo, ella sabía que yo estaba allí y tarde o
temprano debería bajar… Y el castigo llegaba de todas maneras.
El salmista reflexiona: ¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir
de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el
fondo del abismo, también estás allí. Si me elevara sobre las alas del alba, o
me estableciera en los extremos del mar,
aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha! Y si dijera: «Que
me oculten las tinieblas; que la luz se haga noche en torno mío», ni las
tinieblas serían oscuras para ti, y aun la noche sería clara como el día. ¡Lo
mismo son para ti las tinieblas que la luz! (Salmo 139: 7-12, NVI).
El Señor nos conoce demasiado como para engañarlo. Ni aún nuestros
pensamientos escapan de su omnisapiencia. El resto de las Escrituras atestiguan
de esta limitada condición humana frente a la infinitud del conocimiento de
Dios:
“Oh, Jehová, tú me has examinado y conocido” (Salmo 139: 1, RVR60).
“Yo conozco que todo los puedes y que no hay pensamiento que se esconda
de ti” (Job 42: 2, RVR60).
“Pues aún no está la palabra en mi lengua y he aquí, oh Jehová, tú la
sabes toda” (Salmo 139: 4, RVR60).
“Aunque cavasen hasta el Seol, de allá los tomará mi mano; y aunque subieren hasta el
cielo, de allá los haré descender” (Amós 9: 2, RVR60).
Del maestro Jesús se dice que “no tenía necesidad de que nadie le diese
testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2: 25,
RVR60). El mismo apóstol Pedro reconoció este don y aseguró: “Señor, tú lo
sabes todo” (Juan 21: 17, RVR60).
Huir de Dios es imposible. Su Espíritu nos alcanza a donde estemos. Pero
nos alcanza para devolvernos a hogar, para restaurar y perdonar. El orgullo nos
separa de Dios y nos exaltamos, pero el Espíritu de Dios nos acerca a él
humillados. La soberbia no agrada al Señor y nos lleva a la perdición. La
humildad nos atrae a Cristo. El nos alcanza en donde estemos y nos llama con su
Espíritu para estar con nosotros para siempre. “El Espíritu y la esposa dicen:
Ven. Y el que oiga diga: Ven, y tome del agua de vida gratuitamente”
(Apocalipsis 22: 17, RVR60).
El versículo 4 termina con la misma sentencia escalofriante con que se
inicia el versículo 1: “Así ha dicho Jehová”. Cuando Dios habla no se equivoca.
Esa fórmula divina era la forma en que los profetas iniciaban sus oráculos. Es
Dios quien habla por medio de los profetas. Los profetas y apóstoles
escribieron: “Testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas” (Nehemías
9: 20, 30, RVR60). “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3: 16,
RVR60) y “los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo” (2 Pedro 1: 21, RVR60).
La Palabra de Dios es poderosa. Por la palabra de Dios fue creado el
universo (Hebreos 11:3). La palabra de Dios es eterna: “La palabra del Dios
nuestro permanece para siempre” (Isaías 40: 8, RVR60). Podemos confiar
plenamente en la palabra de Dios.
Abdías
5, 6
En su pleito con Edom (Esaú), la nación orgullosa,
Dios examinó todo: “¡Cómo fueron escudriñadas
las cosas de Esaú!” (v. 6, RVR60; énfasis añadido). En realidad, el Dios
omnisapiente es el único que puede hacerlo. Las Escrituras afirman:
“Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has
entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado
mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos” (Salmo 139: 2,
3, RVR60; énfasis añadido).
“Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón”
(Proverbios 20: 27, RVR60; énfasis añadido).
“Oh, Jehová de los ejércitos, que escudriñas la mente y el corazón” (Jeremías 11: 20; 17: 10; cf. Romanos 8: 27, RVR60; énfasis
añadido).
Abdías sigue insistiendo en dos ideas principales:
-
El pecado de Edom fue grande y por su orgullo
fue derribado. La soberbia de su corazón llevó a esta nación a la ruina: “¡Cómo
has sido destruido!” (v. 5, RVR60).
-
Nada escapa a la vista de Dios: “¡Como fueron
escudriñadas las cosas de Esaú!… Sus tesoros escondidos fueron buscados” (v. 6,
RVR60; cf. Ezequiel 35: 12, 13).
Aún los ladrones (“robadores”, RVR60, o
“despojadores”, según Ezequiel 39: 10; cf.
Jeremías 49: 9) dejan algo y sólo roban lo que les basta; y los vendimiadores
dejan algo, algún rebusco para los pobres, los huérfanos y las viudas, según
las leyes levíticas (v. 5; cf. Levítico 19: 10; Deuteronomio 24: 21). Sin embargo, lo
“tesoros” de Esaú/Edom, sus ricas minas de cobre y hierro, sus bodegas llenas
de riquezas naturales, “fueron buscados” sin faltar ninguno, por aquel que
escudriña los corazones (v. 6).
El Señor había anunciado por Jeremías: “Mas yo
desnudaré a Esaú, descubriré sus escondrijos, y no podrá esconderse” (Jeremías
49: 10, RVR60). Dios escudriña y conoce profundamente el corazón del hombre. No
hay acción, pensamiento o intención que pueda ser escondida ante él. “Tal
conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender”
(Salmo 139: 6, RVR60). Nuestro conocimiento es parcial, aún de nuestro propio
corazón. Dejemos que Dios escudriñe nuestro corazón con su divina lámpara para
ser visto tal cual es y pueda socorrernos para que sea cambiado, renovado.
Abdías 7
“Los
que estaban de tu parte y decían que eran tus amigos te pusieron trampas y te
engañaron; los que compartían tu mesa se volvieron tus enemigos, te echaron de
tu propia tierra ¡y tú ni cuenta te diste!” (v. 7, TLA).
Nuestras acciones producen reacciones. Muchas veces
esas reacciones son adversas, contrarias y vienen de quien menos uno lo espera,
de amigos, familiares, vecinos. Edom hizo lo malo y recibió el pago por su
maldad. Sembró orgullo y discordia y cosechó exactamente lo mismo. Dejó a Jehová
y fue tras sus “aliados”. Recibió la debida retribución. Sus “aliados”, quienes
habían pactado con Edom, lo engañaron (v. 7a) y lo arrojaron hasta los confines
(v. 7b). Los que “estaban en paz” con Edom prevalecieron contra él (v. 7c) y
los que comían de su mismo pan “pusieron lazo” debajo de sus pies (v. 7d). El
profeta exclama con asombro: “¡No hay en ello entendimiento!” (v. 7e, RVR60) o,
mejor dicho, “¡Edom
no tiene inteligencia!” (v. 7e, DHH). Al respecto, el profeta Isaías
se preguntaba: “¿Se acabó el consejo de los inteligentes? ¿Acaso se ha echado a
perder su sabiduría?” (Jeremías 49: 2, NVI).
Es verdaderamente incomprensible que aquellos que
deberían estar contigo, de un día para otro y sin mediar ningún aviso, te den
la espalda. Tenemos en las Escrituras ejemplos claros de esta actitud
incomprensible. Por ejemplo, Edom también era descendiente de Abraham e Isaac.
Conocía las mismas promesas dadas al padre de la nación hebrea (cf. Génesis 12: 1-3; 15: 1-21; 17: 1-16)
y recibió una amorosa bendición de parte de su padre Isaac (Génesis 27: 39, 49).
Pero dejó a su Jehová, su Dios. Por otro lado, el propio Israel que tenía las
promesas, que fueron depositarios de la santa Ley y que de su simiente nacería
el Salvador, dejó a Jehová, su Dios. Igualmente, los judíos no reconocieron al
Mesías cuando fue hecho carne y habitó en medio de ellos. También dejaron a su
Dios. Y nosotros, ¿cuántas veces hemos dejado de lado al Señor, le hemos dado
la espalda y no hemos retribuido de manera adecuada su inmenso amor y cuidado?
¿Cuántas veces hemos despreciado sus llamados y derrochado sus bendiciones?
“¡No hay en ello entendimiento!” (v. 7e, RVR60).
Realmente es incomprensible la manera en que actuamos. Somos objeto del inmenso
amor de Dios, tenemos y disfrutamos de los privilegios de ser hijos de Dios y
miembros de la familia celestial; se nos conceden a diario bendiciones
sobreabundantes, las cuales no siempre son apreciadas en su verdadera dimensión
o, incluso, no somos plenamente conscientes de ellas, pero nuestro altivo
corazón no valora aquello, se torna más y más orgulloso y se cree merecedor de
de las más altas misericordias del cielo, como si hubiese algo en nosotros que
nos hiciera dignos del infinito amor de Dios. El profeta ya lo ha dicho: “¡Cómo
fueron escudriñadas las cosas de Esaú!” (la nación rebelde y orgullosa que se
transforma en un símbolo adecuado de todos aquellos que han menospreciado a
Dios y, entre ellos, puedo estar yo mismo). Y otra vez digo junto a Abdías:
“¡No hay en ello entendimiento!”.
Sin duda, una tarea muy difícil de realizar es
convencer a quien ha endurecido su corazón de que debe abrirlo a la santa
influencia del Espíritu de Dios. Son muchos aún los que moran en “altísimas
moradas”, cuyo orgullo les ha elevado “entre las Estrellas” y cuyos “tesoros”
parecen ocultos a la vista de Dios. ¡Cuántos de ellos gustaron en el pasado,
tal como Esaú, del privilegio de ser un hijo de Dios! ¿Cómo fue que su corazón
se tornó duro como una roca? “¡No hay en ello entendimiento!”.
¿Y qué decir de aquellos que en su “locura” contra
Dios arrastran a otros bajo el pretexto de “yo no hago nada malo”? A Esaú se le
advirtió que su “morada” (v. 3) y su “nido” (v. 4) serían derribados. Esto es
más incomprensible todavía, pues muchos padres arrastran a sus hijos a la
perdición; muchos esposos y esposas llevan a sus cónyuges a la soberbia altiva
que los separa de Dios; muchos amigos en lugar de ser luz para sus compañeros
los arrastran a las más densas tinieblas. Ellos también gozaron del amor de
Dios y ahora son contados entre aquuellos cuyas vidas fueron “escudriñadas” (v.
6) y Jehová viene contra ellos “en batalla” (v. 1). “¡No hay en ello
entendimiento!”.
El Señor es, sin duda, quien debe estar más
sorprendido de la reacción adversa de sus hijos. “A lo suyo vino y los suyos no
le recibieron” (Juan 1: 11, RVR60), aunque se declara que vieron “su gloria,
gloria como el unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1: 14).
Muy triste será el día en que el mundo reciba su justa
retribución por haber dejado a Jehová, por haber menospreciado la gracia de
Dios (cf. Jeremías 49: 17). Aquella
retribución la recibirán todos. Satanás recibirá los escarnios de la gente que
engañó. Ellos dirán: “¡Cómo paró el opresor! […] ¿Tú también te debilitaste
como nosotros y llegaste a ser como nosotros?” (Isaías 14: 4, 10, RVR60).
“Todos los que te conocieron de entre los pueblos se maravillarán sobre ti” (Ezequiel
28: 19, RVR60). También Babilonia recibirá los escarnios de todos aquellos a
quienes engañó: “Dejadla y vámonos cada uno a su tierra […] ¡Cómo fue apresada
Babilonia y fue tomada la que era alabada por toda la tierra!” (Jeremías 51: 9,
41, RVR60). “Y los diez cuernos que viste en la bestia, éstos aborrecerán a la
ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán
con fuego” (Apocalipsis 17: 16, RVR60; cf.
18: 9, 10, 16, 19).
La retribución llegará para todos. Aún así el Señor
nos llama (cf. Apocalipsis 3: 20). Cristo sabe del rechazo. “Y si le preguntan: “¿De qué
son esas heridas en tus manos?”, aquél responderá: “Son las heridas que me
hicieron mis amigos, mientras estaba en su casa” (Zacarías 13: 6, RVC). Pero está dispuesto y
cercano a perdonar.
Abdías 8
Jehová pregunta: “¿No haré que perezcan en aquel día…?” (v. 8a, RVR60).
Jehová sigue en su juicio contra Edom. Recapitulemos: Dios se ha levantado
contra Edom en batalla (v. 1), lo ha hecho pequeño (v. 2a), abatido en gran
manera (v. 2b), lo ha derribado (v. 3c, 4b), escudriñado y buscado (v. 6).
Ahora le dice: “Haré que perezcan”.
“Aquel día”, recuerda el día de Jehová. Una vez más el Señor recuerda
que la retribución llegará (cf. v.
15). “Aquel día” podría referirse a un día de juicio determinado. También
podría hacer referencia a la venida del Mesías (para nosotros, la primera
venida de Jesús) o a la Segunda Venida de Jesús, el día del juicio final de
Dios.
En este texto, Abdías nos recuerda por tercera vez que es Jehová el que
habla. “Dice Jehova” (v. 8b, RVR60), nos evoca que esta visión viene de él (cf. comentario al v. 4). Y otra vez más
adelante nos recordará lo mismo (v. 18). Cuando Jehová habla no se equivoca y
su palabra se cumple. Es el único “político” que cumple sus promesas al pie de
la letra. Sus amonestaciones también se cumplen.
Esta sentencia contra los “sabios” y los “prudentes” de Edom (v. 8c),
nos amonesta en contra de la sabiduría y la prudencia humana que, en realidad,
no es tal (cf. 1 Corintios 3: 18-20). La verdadera sabiduría viene de Jehová
(Proverbios 2: 6; Santiago 1: 5). La verdadera prudencia viene de Jehová (1
Reyes 4: 29. El Señor nos amonesta a no confiar en nuestra propia sabiduría ni
en nuestra propia prudencia (proverbios 3: 5-7; Romanos 12: 16). Edom fue
engañado debido a que siguió sus propios impulsos (cf. Jeremías 49: 7; Isaías 47: 10).
Seguir nuestros propios caminos pueden llevarnos a la perdición en
“aquel día”. La sabiduría y la prudencia propia producen orgullo y soberbia. La
verdadera sabiduría y la verdadera prudencia, al ser dones del Dios, producen humildad
y un corazón de acuerdo al corazón de Dios.
Abdías
9, 10
Los juicios de Dios contra Edom continúan. Los hombres valientes de
Temán y del monte de Esaú (Edom) serán amedrentados, avergonzados y cortados
para siempre (cf. Isaías 13: 7, 8).
¿Por qué? Por el “estrago” (v. 9, RVR60) y la “masacre” (v. 9, NVI), por la
“injuria” (v. 10, RVR60) y la “violencia” (v. 10, NVI) a su hermano Jacob
(Israel). Dice el profeta: “Por haber maltratado y matado a tu hermano Jacob”
(v. 10, DHH), es decir, “por haber tratado con violencia a tus
parientes, los israelitas” (v. 10, TLA), “por la violencia cometida contra el
pueblo de Judá, en cuya tierra derramaron sangre inocente” (Joel 3: 19, NVI). El
profeta Ezequiel denuncia: “Entregaste a los hijos de Israel al poder de la
espera en el tiempo de su aflicción, en el tiempo extremadamente malo”
(Ezequiel 35: 5, RVR60). El daño fue general. Estas acciones implican tanto el
daño verbal, como el moral y físico. El profeta atestigua: “Yo Jehová he oído
todas tus injurias que proferiste contra los montes de Israel, diciendo:
Destruidos son… Y os engrandecisteis contra mí con vuestra boca y multiplicaste
contra mí vuestras palabras. Yo lo oí” (Ezequiel 35: 12, 13, RVR60). Edom
atentó contra la integridad total de su hermano Israel.
Aquí comienzan a enumerarse las razones de los juicios
contra Edom. Su orgullo y altivez de espíritu le llevó a dañar a sus hermanos
del pueblo escogido de Dios. El tipo de daño producido se detalla en los
versículos 11 al 14.
¿Será que un corazón orgulloso es capaz de hacer daño
aún a sus hermanos? ¿Será que nuestro altivo corazón podría producir daño
físico y moral a quienes nos consideran cercanos? La experiencia de Edom y Jacob,
tanto de las personas originales como de las naciones que surgieron de su seno,
nos confirman la veracidad de esta triste realidad.
Abdías
11
Dice Jehová a través del profeta:
“El día que estando tú [Edom] delante:
(1) “llevaban extraños cautivo
su ejército [el de Israel]”;
(2) “extraños entraban por sus
puertas [de Jerusalén]”;
(3) “echaban suertes sobre
Jerusalén”;
“Tú [Edom] también eras como uno de ellos” (v. 11, RVR60).
“El día que…”, fue la ocasión en que los babilonios produjeron la caída y
el saqueo de la ciudad de Jerusalén (cf. Jeremías 25: 1-21; 39: 1-10; 52: 1ss;
Daniel 1: 1-6) en el año 587/586 a. C.[4]
Edom injurió a su hermano Jacob el día en que se puso de parte del
ejército babilónico cuando éste irrumpió por el Reino de Judá y derribó las puertas
de Jerusalén. Aquel día “el enemigo saqueó las riquezas de la
ciudad”, “los soldados extranjeros rompieron las puertas de Jerusalén”, “se
rifaron sus despojos y se llevaron sus riquezas” (v. 11, DHH). Aquel día, los
edomitas “delinquieron en extremo” (Ezequiel 25: 12, RVR60) y se vengaron “cruelmente
del pueblo de Judá” (Ezequiel 25: 12, TLA).
El profeta Amós acusó a Edom de “perseguir espada en
mano a su hermano, violando así todo afecto natural” (Amós 1: 12, RVC). Tristemente
ese día, Edom se hizo parte del ejército enemigo y no se puso de parte de su
hermano Israel. El profeta acusa a Esaú diciendo: “¡Tú te hiciste a un lado!”
[…] “¡Tú te portaste como uno de ellos!” (v. 11, DHH); “¡Y
no hiciste nada para impedirlo!” (v. 11, TLA).
Ese día fue un día muy triste. Ser entregado a muerte por un hermano o
por algún ser amado debe ser uno de los momentos más penosos en la vida de una
persona. Cristo también sabe de esto. El fue herido en casa de sus amigos. Fue
menospreciado y entregado a muerte por nosotros (cf. Isaías 53). La traición duele y causa daño: amigos, matrimonios
y novios sufren como consecuencia de una traición.
Incluso Jesús enseñó que en el futuro seremos entregados a la justicia y
a la muerte por nuestros propios hermanos, padres, madres o amigos. Dicen los
evangelios:
“Entonces los entregarán a ustedes para que los
persigan y los maten, y los odiarán todas las naciones por causa de mi nombre.
En aquel tiempo muchos se apartarán de la fe; unos a otros se traicionarán y se
odiarán” (Mateo 24: 9, 10, NVI).
“El hermano entregará a la muerte al hermano, y el
padre al hijo. Los hijos se rebelarán contra sus padres y harán que los maten. Por
causa de mi nombre todo el mundo los odiará […] Los enemigos de cada cual
serán los de su propia familia” (Mateo 10: 21, 22, 36, NVI).
“Ustedes serán traicionados aun por sus padres,
hermanos, parientes y amigos, y a algunos de ustedes se les dará muerte. Todo
el mundo los odiará por causa de mi nombre” (Lucas 21: 16, 17, NVI; cf. Marcos 13: 12, 13).
Sin embargo, aún en medio de estas terribles pruebas,
el Señor cumplirá su promesa: “Pero no se perderá ni un solo cabello de su
cabeza. Si se mantienen firmes, se
salvarán” (Lucas 21: 18, 19; cf.
Mateo 10: 22; 24: 13; Marcos 13: 13).
Qué reconfortante es saber que nada escapa a la vista de Dios. Nuestras
alegrías y tristezas; nuestros triunfos y derrotas; nuestros altos y bajos;
nuestros aciertos y desaciertos; nuestros avances y retrocesos; todo está
presente ante sus ojos. Somos la “niña” de sus ojos, preocupado de los más
mínimos detalles de la vida de sus hijos: “Todos vuestros cabellos están
contados” (Mateo 10: 30, RVR60; cf.
Lucas 12: 7).
En el tiempo del fin ocurrirán cosas extrañas e
incomprensibles. “¡No hay en ello entendimiento!”.
Lo anterior, hace formular nuevamente la pregunta: ¿Será que Edom tiene
su paralelo escatológico? Si es así, ¿cómo podremos identificarlo?
Abdías
12-14
El profeta continúa mencionando los pecados de Edom en contra de la
nación hermana de Israel. Acusa el profeta:
“No debiste reírte de tu hermano en su mal día, en el
día de su desgracia. No debiste alegrarte a costa del pueblo de Judá en el día
de su ruina. No debiste proferir arrogancia en el día de su angustia. No debiste entrar por la puerta de mi pueblo en el día de su calamidad.
No debiste recrear la vista con su desgracia en el día de su calamidad. No
debiste echar mano a sus riquezas en el día de su calamidad. No debiste aguardar en los angostos
caminos para matar a los que huían. No debiste entregar a los sobrevivientes en
el día de su angustia” (vv. 12-14, NVI).
Los edomitas no sólo fueron observadores burladores y
pasivos, sino que actuaron en contra de su pueblo hermano, entrando en la
ciudad y usurpando sus bienes. La “injuria” de Edom hacia Jacob consistió en
que se burló de su hermano en el día en que la calamidad tocó a su puerta. No
tuvo compasión. Además todo se hizo con cierta progresión: mirar, reír y
burlarse (v. 12); mirar, entrar y sacar (v. 13); entregar y matar (v. 14). Edom
miró, se rió, se burló, entró, saqueó, entregó a muerte y dio muerte a sus
hermanos israelitas. Por esta razón, el Señor está indignado con este pueblo
perverso y promete vengarse. Israel, aunque reconoció que su hermano Edom le
hizo daño, no tomó la venganza en sus manos ni quiso retribuir por sí mismo la
afrenta recibida. En lugar de ello confió en la poderosa mano vengadora de
Jehová. En su oráculo contra Edom, el profeta Isaías afirma: “La espada del
Señor aparece en el cielo y va a caer sobre Edom […] Sí, será el día de la
venganza del Señor, el año del desquite, para la causa de Sión” (Isaías 34: 5,
8, DHH).
Dice el Señor:
“Juicio sin misericordia
será hecho con aquel que no hiciere misericordia” (Santiago 2. 21, RVR60).
“Sólo pienso en el día de la venganza; ¡ha llegado el
año de mi redención!” (Isaías 63: 4, RVC).
“Voy a enviar
una terrible desgracia contra los habitantes de Edom, pues ya es hora de que
los castigue” (Jeremías 49: 8, TLA).
“Voy a levantar mi mano para castigar a Edom y destruir
a sus hombres y sus animales. Lo voy a dejar en ruinas. Desde Temán hasta
Dedán, la gente morirá a filo de espada. Me vengaré de Edom… Así sabrán lo que
es mi venganza. Yo, el Señor, lo afirmo” (Ezequiel 25: 13, 14, DHH).
“Dile que así ha dicho Dios el Señor: Yo estoy contra
ti, monte de Seir. Voy a extender mi mano contra ti, y te convertiré en
desierto y soledad. Asolaré tus ciudades, y quedarás desolado. Así sabrás que
yo soy el Señor […] Monte de Seir, yo voy a convertirte en desierto y soledad.
Voy a destruir a todo el que pase junto a ti. Voy a llenar tus montes con tus
muertos. Los que mueran a filo de espada llenarán tus colinas, tus valles y
todos tus arroyos. Voy a dejarte en ruinas para siempre. Jamás tus ciudades
volverán a ser reconstruidas. Así sabrán que yo soy el Señor” (Ezequiel 35: 3,
4, 7-9, RVC).
“Pondré fuego a Temán, y ese fuego destruirá los
palacios de Bosrá” (Amós 1: 12, DHH).
“Si los edomitas, descendientes
de Esaú, dijeran: Hemos sido destruidos, pero reconstruiremos nuestra nación,
el Señor todopoderoso respondería: Ellos reconstruirán, pero yo los destruiré
otra vez. Su país será llamado “País de maldad” y “Nación del eterno enojo del
Señor”” (Malaquías 1: 4, DHH).
Es un pecado grave a los ojos del Cielo hacerles daño a los hijos de
Dios. Nuestro Dios es un Dios vengador, que retribuye todo perjuicio hecho a
sus hijos: físico, mental, emocional o espiritual. Contra Edom y sus
descendientes y contra su contraparte escatológica, el Señor está realmente “airado”.
El día final será día de venganza para Edom, pero día de redención y
restauración para Israel (cf. vv.
17ss). El día de la salvación de Israel también será el día de la retribución
de Jehová. Jesús aseguró: “Porque éstos son días de retribución, para que se
cumplan todas las cosas que están escritas” (Lucas 21: 22, RVR60; cf. Oseas 2:7; 9:7; Isaías 35: 4; 63: 4;
Ezequiel 35: 15; Abdías 15-18). En la mente de Dios, sólo existen dos
alternativas.
En este momento debemos precisar lo siguiente: en el tiempo del fin, los
“hermanos” del pueblo fiel de Dios, de aquellos “que guardan los mandamientos
de Dios y tiene la fe de Jesús” (Apocalipsis 12: 17, RVR60), son conocidos como
el “protestantismo apóstata”, la bestia de dos cuernos de Apocalipsis 13 o el
falso profeta (Apocalipsis 13: 11; 16: 13). La segunda bestia de dos cuernos
hará alianza con la primera bestia de siete cabezas y diez cuernos (Apocalipsis
13: 1-10), el catolicismo apostólico romano, conocida en apocalipsis 17 como la
“gran ramera”, para perseguir y dar muerte al pueblo santo de Dios (Apocalipsis
13: 17).
Dice el profeta Juan:
“Y se le permitió (al “protestantismo apóstata”) infundir aliento a la
imagen de la bestia (el domingo católico romano), para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la
adorase” (Apocalipsis 13: 15, RVR60; énfasis añadido; cf. 16: 13-16).
“Vi a la mujer (el “catolicismo apostólico romano”) ebria de la sangre
de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé
asombrado con gran asombro” (Apocalipsis 17: 6, RVR60).
“Y en ella (el “catolicismo apostólico romano”, la moderna Babilonia
mística) se halló la sangre de los profetas y de los santos y de todos los que
han sido muertos en la tierra” (Apocalipsis 18: 24, RVR60; cf. Jeremías 51: 49).
Abdías
15a
“Ya está cerca el día del Señor para todas las
naciones” (v. 15a, DHH). Este texto nos deja claro un asunto: Dios no sólo
tiene pleito con Edom, sino que su pleito es con “todas las naciones”. Los
demás profetas aseguran lo mismo:
“Voy a castigar al mundo por su maldad, a los malvados
por sus crímenes. Voy a terminar con la altanería de los orgullosos, voy a
humillar a los soberbios e insolentes” (Isaías 13: 11, DHH; cf. 66: 16).
“El Señor está enojado con las naciones y con todos sus
ejércitos, y los ha condenado a destrucción y muerte” (Isaías 34: 2, DHH).
“Así me dijo el Señor y Dios de Israel: Toma de mi mano la
copa del vino de mi furor, y haz que beban de ella todas las naciones a las
cuales yo te envío. Cuando la beban, temblarán de miedo y perderán el juicio
por causa de la espada que lanzo contra ellas […] Yo estoy descargando la espada sobre todos los habitantes de
la tierra […] El estruendo de mi voz se oirá hasta lo último de la tierra,
porque yo, el Señor, he entablado un juicio contra las naciones. Yo soy el Juez
de la humanidad entera, y dejaré que la espada acabe con los malvados”
(Jeremías 25: 15-38, RVC).
“Y pondré mi gloria entre las naciones,
y todas las naciones verán mi juicio que habré hecho, y mi mano que sobre ellos
puse” (Ezequiel 39: 21, RVR60).
“Reuniré a todas las
naciones en el valle de Josafat, y las declararé culpables por todo lo que le
hicieron a mi querido pueblo Israel” (Joel 3: 2, DHH; cf. v. 12).
Todas las naciones sufrirán
la ira de Dios por haber oprimido a su pueblo. Para Edom ese día está cercano.
Y para el resto de las naciones ese “día” está muy “cercano” también. Al
respecto, los profetas atestiguan:
“¡Giman, que el día del Señor está cerca! Llega de parte del Todopoderoso como
una devastación” (Isaías 13: 6, NVI).
“¡Ay, se acerca el día del
Señor! ¡Día terrible, que nos trae destrucción de parte del Todopoderoso!”
(Joel 1: 15, DHH; cf. 2: 1).
“¡Ya se acerca el gran día
en que vendré a castigarlos! ¡Se acerca con gran rapidez! ¡Ese día se oirán
gritos tan horribles que hasta los más valientes llorarán!” (Sofonías 1: 14,
TLA; cf. v. 7).
“El Señor Jesús viene pronto”
(Filipenses 4: 5, TLA).
Esta cercanía debería llamarnos al arrepentimiento, la
confesión, la reforma y el reavivamiento. El profeta Sofonías amonestaba a los
suyos, ante la inminencia del gran día de Jehová, diciendo:
“Calla en la presencia de Jehová, el Señor”. “Congregaos y meditad”.
“Buscad a Jehová”. “Esperadme, dice Jehová” (Sofonías 1:7, 2: 1, 2; 3: 8,
RVR60).
Abdías
15b, 16a
“Lo mismo que hiciste se hará contigo; ¡sobre ti
recaerá lo que mereces recibir! Así como en mi santo monte ustedes bebieron de la copa de mi ira,
también beberán de ella siempre todas las naciones” (vv. 15b, 16a, RVC).
Siguiendo la línea de los versos anteriores, el profeta
nos sigue recordando la triste realidad de la retribución. En este sentido, no
hay mucho más que agregar. Aquel “así se hará contigo” nos evoca las palabras
del Señor en el libro del vidente de Patmos: “¡Miren! ¡Ya pronto vengo! Y
traigo conmigo mi galardón, para
recompensar a cada uno conforme a sus acciones” (Apocalipsis 22: 12, RVC).
Así, tanto Babilonia como Edom recibirán el justo juicio retributivo de
parte del Señor. De esta manera lo advierten los demás profetas bíblicos:
“¡Ataquen a Babilonia!… ¡Páguenle como merece! ¡Hagan
con ella lo mismo que ella hizo!” (Jeremías 50: 29, DHH).
“Yo les daré su merecido a Babilonia y a todos los habitantes de Caldea
por todo el daño que hicieron en Sión, y que ustedes mismos presenciaron […] Por eso pido que mi sangre recaiga sobre Babilonia y sobre todos los
caldeos por la violencia de que me hicieron víctima” (Jeremías 51: 24,
35, RVC).
“He aquí que yo juzgo tu causa y haré tu venganza […] porque Jehová,
Dios de retribuciones, dará la paga” (Jeremías 51: 36, 51, RVR60).
El profeta Ezequiel, habló en las mismas palabras contra Edom diciendo:
“Así ha dicho Jehová el Señor: Por lo que
hizo Edom, tomando venganza de la casa de Judá, pues delinquieron en
extremo, y se vengaron de ellos; por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Yo
también extenderé mi mano sobre Edom, y cortaré de ella hombres y bestias, y la
asolaré; desde Temán hasta Dedán caerán a espada. Y pondré mi venganza contra
Edom en manos de mi pueblo Israel, y harán en Edom según mi enojo y conforme a
mi ira; y conocerán mi venganza, dice Jehová el Señor […]
“Por tanto, vivo yo, dice
Jehová el Señor, que a sangre te destinaré, y sangre te perseguirá; y porque la
sangre no aborreciste, sangre te perseguirá […]
“Por tanto, vivo yo, dice Jehová el
Señor, yo haré conforme a tu ira, y conforme a tu celo con que procediste […]
“Como te alegraste sobre la heredad de
la casa de Israel, porque fue asolada, así te haré a ti; asolado será el monte
de Seir, y todo Edom, todo él; y sabrán que yo soy Jehová” (Ezequiel 25: 12-14; 35: 6, 11, 15, RVR60; cf. Apocalipsis 13: 10; 22: 12; Isaías
40: 10; 62: 11; Salmos 28: 4).
Después de leer estas palabras, no queda
menos que rogar para que nuestros actos sean dignos de arrepentimiento, frutos
que glorifiquen su nombre para no ser avergonzado en su gran día.
Nota
histórica
El profeta Abdías
predijo que los edomitas (o idumeos como serían conocidos bajo el dominio
griego) serían exterminados “para siempre”, que serían “como si
nunca hubieran existido” (vv. 10, 16, NVI; cf. v. 18).
Después de cuatro
años desde el saqueo a Jerusalén, Edom fue invadida y asolada en el 582 a.C.
por los mismos babilónicos a quienes ellos habían ayudado contra Jerusalén. Los
árabes nabateos y su abrumadora fuerza militar se apoderaron de Edom alrededor
del 550 a. C. (cf. Malaquías 1: 2-5)
quienes llamaron Petra a la ciudad capital y los expulsaron de Sela y del Monte
de Seir.
Edom no es
mencionado en la lista de los enemigos vecinos de Judá desde aquella época y los pocos idumeos que restaban fueron reemplazados por tribus
árabes, quedando circunscritos
a una región al sur del Judea, el Neguev, en donde subsistieron durante cuatro
siglos como enemigos activos de los judíos.
Diodorus
Seculus relata la derrota de Edom por el general antígeno de Alejandro en el
año 312 a. C.
También los
edomitas fueron derrotados en el Neguev por Judas Macabeos alrededor del 175 a.
C. (cf. 1 Macabeos 5:3, 15; 2
Macabeos 10:15; Josefo, Antigüedades de
los Judíos 12: 8: 1; 13: 9: 1). En
el año 126 a. C. fueron sojuzgados por Juan Hircano (135-105 a. C.), unos de
los gobernantes macabeos. Se les obligó a circuncidarse por la fuerza, y fueron
absorbidos dentro del estado judío. Desde esta época comenzaron a ser llamados
como idumeos. Su escasa región habitada recibió el nombre de Idumea y
mantuvieron una existencia independiente.
Cuando Palestina fue
conquistada por los romanos en el 63 a.C., éstos entregaron el mando de Judea a
los Herodes, una familia idumea. Esto fue el final de los idumeos. Con la
destrucción de Jerusalén por el general romano Tito en el 70 d.C.,
desaparecieron de la historia.
Abdías 16b
“Serán como si no hubieran sido” (v. 16b,
RVR60).
Quien vive o al menos tiene la
experiencia de la vida sabe lo que es vivir. Vivir es ser, existir. Decía el
filósofo René Descartes: “Pienso, luego existo”. La vida es contraria a la
muerte, la no existencia. La frase “ser como si no hubiese sido”, trae a la
mente una realidad terrible: llegará el día en que aquel que fue no será más, en
absoluto. “Dejarán de existir” (Jeremías 49: 10, NVI).
Aun alguien que ha muerto o desaparecido
por un tiempo sigue existiendo en la mente, el pensamiento o la memoria de los
que quedan, de quienes le conocieron, aún más de quienes le amaron. Queda su herencia,
sus vestigios. Queda al menos su recuerdo y, según Juan el revelador, “sus
obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14: 13).
Sin embargo, aquellos que fueron
rebeldes o desoyeron la voz del Pastor llamando, “serán como si no hubiesen
sido”. Sus obras no seguirán, no habrá vestigios ni nada que indique que algún
día existieron. Ningún recuerdo material o inmaterial quedará de su existencia,
de su vida. No quedará indicio de su ser o sus vivencias en la mente de ninguno
de los redimidos. No habrá memoria de las cosas pasadas, ni de hechos ni de
personas. Ningún monumento quedará que nos recuerde que vivieron entre
nosotros. Menos aún si alguno de ellos perturbó a algún santo, como Edom
injurió a su hermano Jacob. Nada de ello subirá al pensamiento.
Dicen los profetas:
“La memoria del justo será bendita; más
el nombre de los impíos se pudrirá” (Proverbios 10: 7, RVR60).
“Al hombre bueno se le
recuerda con bendiciones; al malvado, muy pronto se le olvida” (Proverbios 10: 7, DHH).
“Presten atención, que estoy
por crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No volverán a mencionarse las
cosas pasadas, ni se traerán a la memoria”
(Isaías 65: 17, NVI).
Los impíos serán realmente como si nunca hubiesen existido.
Triste fin para los soberbios, quienes se opusieron a Dios. Buscaron el
reconocimiento y la fama temporal y quizás la alcanzaron y la tuvieron por
algún tiempo, pero por las edades eternas, por los siglos sin fin de la vida
nueva junto a nuestro Salvador, nadie recordará siquiera que vivieron entre
nosotros.
El profeta evangélico lo resume de la siguiente manera: “El más fuerte de ustedes arderá en llamas como la paja; ¡y de él no
quedará ni el recuerdo de sus obras!” (Isaías 1: 31, TLA).
Y el salmista agrega: “Dentro de poco los malvados dejarán de existir; por más que
los busques, no los encontrarás” (Salmos 37: 10, NVI).
“Reprendiste
a los paganos, destruiste a los malvados; ¡para siempre borraste su memoria!
Desgracia sin fin cayó sobre el enemigo; arrancaste de raíz sus ciudades,
y hasta su recuerdo se ha desvanecido” (Salmos 9: 5, 6, NVI).
Esto recuerda las palabras del espíritu
de profecía cuando señala que, “el gran día de la siega final, cuando el Señor
de la mies mandará a sus segadores a recoger la cizaña en manojos destinados al
fuego y a juntar el trigo en su granero. En aquel tiempo todos los impíos serán
destruidos. “Serán como si no hubieran sido” (Abdías 16)”.[5]
Además agrega: “Como, en
conformidad con su justicia y con su misericordia, Dios no puede salvar al
pecador en sus pecados, le priva de la existencia misma que sus transgresiones
tenían ya comprometida y de la que se ha mostrado indigno… Cubiertos de
infamia, caerán en irreparable y eterno olvido.
“Así se pondrá fin al pecado y a toda la
desolación y las ruinas que de él procedieron”.[6]
Pero para quienes le buscaron
cada día, está prometida “una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que sólo
conoce el que lo recibe” (Apocalipsis 2: 7, NVI). Ese nombre será el nombre por
el cual cada redimido será conocido y recordado por la eternidad. Por las
edades sin fin de la eternidad seremos conocidos en todo el universo por el
nombre que llevaremos como recuerdo de nuestra experiencia. Aquel nombre será
individual, nadie tendrá uno como el nuestro. Será un nombre que nadie jamás olvidará.
Dice la revelación:
“Las naciones verán tu justicia, y todos
los reyes tu gloria; recibirás un nombre nuevo, que el Señor mismo te dará” (Isaías 62: 2, NVI).
“Así como el nuevo cielo y la nueva tierra que yo voy a crear durarán para
siempre, así también durarán tus descendientes y tu nombre” (Isaías 66: 22, DHH).
“Al que salga vencedor lo haré columna
del templo de mi Dios… y también grabaré sobre él mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3: 12, NVI).
Abdías
17a
Dice el profeta: “…en el monte de Sión
habrá un remanente que se salve; será un remanente santo” (v. 17a, RVC).
El Señor siempre ha conservado para sí
un remanente, un puñado de hombres y mujeres que permanecieron fieles a pesar
de la adversidad, la persecución, el encarcelamiento y la muerte. Por ejemplo:
-
Un remanente de ocho
personas se salvó del Diluvio;
-
Un remanente salió de Ur de
los caldeos y siguió a Abraham en su peregrinaje a la tierra de Cannán;
-
Un remanente fue salvado de
la sequía en los días de José;
-
Un remanente entró a Canaán
dirigidos por Josué;
-
Un remanente quedó en pie
cuando Babilonia irrumpió en Jerusalén ayudados por Edom… ya hemos comentado
aquello.
Todos los profetas del Antiguo y del
Nuevo Testamento se refieren a ese remanente, aquel resto, los que quedan, como
la posesión escogida de Jehová. Así hablaron los portavoces de Dios:
“Ahora el Señor nuestro Dios ha tenido
misericordia de nosotros, aunque sea por un poco de tiempo, y nos ha dejado a
salvo un remanente” (Esdras 9: 8, RVC).
“Y un remanente
volverá; un remanente de Jacob volverá al Dios Poderoso” (Isaías 10: 21, NVI).
“En aquel día el Señor
volverá a extender su mano para recuperar al remanente de su pueblo” (Isaías
11: 11, NVI).
“Y yo mismo traeré el resto de mis
ovejas de los países adonde las hice huir, las reuniré y las haré volver a sus
pastos, para que tengan muchas crías” (Jeremías 23: 3, DHH).
“En medio de ti dejaré
a un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en mi nombre. El remanente de
Israel no cometerá injusticias ni dirá mentiras, ni habrá entre ellos gente
mentirosa, porque yo los cuidaré como un pastor, y ellos dormirán sin que nadie
los atemorice” (Sofonías 3: 12, 13, RVC).
“De la misma manera, aun en este tiempo ha quedado un
remanente escogido por gracia” (Romanos 11: 5, RVC).
“Vi al Cordero, que
estaba de pie sobre el monte Sión. Con él había ciento cuarenta y cuatro mil
personas que tenían escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre
[…] son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Fueron salvados de
entre los hombres como primera ofrenda para Dios y para el Cordero”
(Apocalipsis 14: 1-4, DHH).
Queda claro que la elección de aquel
remanente es un acto de la pura gracia y misericordia de Dios. Jehová alza su
mano y recoge su remanente de entre los
pueblos para darle salvación (cf.
Juan 3: 16) y santidad (cf. Hebreos
12: 14). Contra este remanente de “salvos” y “santos”, Satanás está
especialmente airado (cf. Apocalipsis
12: 17). En este contexto también se entiende la ira de Esaú/Edom/Monte de Seir
en contra de Jacob/Israel/Monte de Sión descrita tan vívidamente en el libro
del profeta Abdías.
Que nuestra oración sea pertenecer a ese
remanente escogido por gracia para ser salvo y santo delante de la presencia de
Dios.
Abdías
17b
“Allí los descendientes
de Jacob recobrarán lo que les pertenece” (v. 17b, TLA). Este texto
afirma que el remanente de Dios recuperará lo que ha perdido a causa de la
irrupción de Babilonia y Edom en sus territorios. Entre aquellas posesiones que
el pueblo “santo” y “salvo” recuperará se encuentra:
-
Serán puestos en los
territorios que antes ocupaban (vv. 19, 20).
-
El remanente recobrará su
poder para vencer el mal y destruir a sus enemigos (v. 18a).
-
Los santos recuperarán la
capacidad de juzgar a las naciones (v. 21).
En el contexto del gran conflicto entre
el bien y el mal cabe hacerse las siguientes preguntas: ¿Qué hemos perdido a
causa del pecado? ¿qué nos ha arrebatado Satanás que debamos recuperar?
-
Las relaciones: El pecado ha roto la relación de Dios con los hombres, del
ser humano con su prójimo y su entorno y del hombre consigo mismo. Apocalipsis
21 y 22 predice que esas relaciones serán restablecidas:
o “La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el
león como el buey comerá paja” (Isaías 11: 7, DHH).
o “El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león
comerá paja como el buey”
(Isaías 65: 25, DHH).
o “Aquí es donde Dios vive con su pueblo. Dios vivirá con ellos,
y ellos serán suyos para siempre. En efecto, Dios mismo será su único Dios”
(21: 3, TLA);
o “Él secará sus lágrimas, y no morirán jamás. Tampoco volverán
a llorar, ni a lamentarse, ni sentirán ningún dolor” (21: 4a, TLA);
o “El que salga vencedor recibirá todo esto como herencia; y yo
seré su Dios y él será mi hijo” (21: 7, DHH).
o “Todos podrán ver a Dios cara a cara, y el nombre de Dios
estará escrito en sus frentes” (22: 4, TLA).
-
El Edén: El hogar original también será recuperado. Juan en el
Apocalipsis lo adelanta de la siguiente forma:
o “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del
cielo, de la presencia de Dios” (21: 2, DHH).
o “En medio de la calle principal de la ciudad y a cada lado
del río, crecía el árbol de la vida, que da fruto cada mes, es decir, doce
veces al año; y las hojas del árbol sirven para sanar a las naciones” (22:
2DHH).
o “Dios los bendecirá, pues les dará el derecho a comer de los
frutos del árbol que da vida eterna” (22: 14, TLA).
o “A los que triunfen sobre las dificultades y no dejen de
confiar en mí, les daré a comer el fruto del árbol que da vida. Ese árbol crece
en el hermoso jardín de Dios” (2: 7, TLA).
-
La santidad: La condición original también será recuperada. El primer
hombre era noble en su físico y en su moralidad y, como corona de la creación,
dominaba el mundo responsablemente. El Apocalipsis de Juan predice así esta
nueva condición:
o “A los que triunfen sobre las dificultades y sigan confiando
en mí, les daré a comer del maná escondido y les entregaré una piedra blanca.
Sobre esa piedra está escrito un nuevo nombre” (2: 17, TLA).
o “A los que salgan vencedores y sigan hasta
el fin haciendo lo que yo quiero que se haga, les daré autoridad sobre las
naciones, así como mi Padre me ha dado autoridad a mí; y gobernarán a las naciones
con cetro de hierro” (2: 26, 27, DHH).
o “Los que
salgan vencedores serán así vestidos de blanco, y no borraré sus nombres del
libro de la vida” (3: 5, DHH).
o “A los que salgan vencedores les daré un lugar conmigo en mi
trono” (3: 21, DHH).
o “Dios el Señor les dará su luz, y ellos reinarán por todos
los siglos” (22: 5, DHH).
- La vida eterna: Adán y Eva fueron
expulsados del Edén y la entrada al paraíso terrenal estaba custodiado por
querubines y sus flameantes espadas. De esa manera se evitaba que el ser humano
alargara su mano al árbol de la vida (Génesis 3: 23, 24).
Dice la inspiración: “Durante mucho tiempo después, se le permitió
a la raza caída contemplar de lejos el hogar de su inocencia, cuya entrada
estaba vedada por los vigilantes ángeles. En la puerta del paraíso, custodiada
por querubines, se revelaba la gloria divina. Allí iban Adán y sus hijos a
adorar a Dios. Allí renovaban sus votos de obediencia a aquella ley cuya
transgresión los había arrojado del Edén […]
“Reintegrados
en su derecho al árbol de la vida, en el Edén perdido desde hace tanto tiempo,
los redimidos crecerán hasta alcanzar la estatura perfecta de la raza humana en
su gloria primitiva”.[7]
En el Apocalipsis de Juan se asegura la
restauración de la eternidad en la humanidad de la siguiente manera:
o
“Los que salgan vencedores no sufrirán ningún daño de la
segunda muerte” (2: 11, DHH).
o
“Secará todas las lágrimas
de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo
que antes existía ha dejado de existir” (21: 4, DHH).
o
“Ellos reinarán por todos
los siglos” (22: 5, DHH).
o
“Dichosos los que lavan sus
ropas para tener derecho al árbol de la vida” (22: 14, DHH).
Abdías 18a
Como se había comentado, Jacob/Israel recuperará su poder
para vencer a sus enemigos y para vencer el mal. Dios hará una obra poderosa en
contra de sus enemigos.
Dice el profeta: “Los descendientes de Jacob
serán fuego, y los de José, llama; pero la casa real de Esaú será estopa: le
pondrán fuego y la consumirán” (v. 18a, NVI).
Se llama “casa de José”
(v. 18a, RVR60) al reino de Israel porque José fue el padre de Efraín (Génesis
41: 50-52), que llegó a ser la más importante de las tribus del reino del
norte. De acuerdo con el plan divino, los dos reinos, Israel en el norte y Judá
en el sur, debían unirse para formar una sola gran nación (Ezequiel 37: 19;
Oseas 1: 11; Zacarías 10: 6).
La idea del “fuego” o “llama” y la
“estopa” o “paja” se repite entre los profetas como símbolo de la retribución
de Dios en manos de Israel sobre las naciones perversas. Dicen los profetas del
Antiguo Testamento:
“El Señor todopoderoso dice: Se acerca
el día, ardiente como un horno, en que todos los orgullosos y malvados arderán
como paja en una hoguera. Ese día que ha de venir los quemará, y nada quedará
de ellos… En ese día que estoy preparando, ustedes pisotearán a los malvados
como si fueran polvo” (Malaquías 4: 1-3, DHH).
“El más fuerte de ustedes arderá en
llamas como la paja; ¡y de él no quedará ni el recuerdo de sus obras!” (Isaías
1: 31, TLA).
“Con tu gran poder aplastaste a los que se enfrentaron
contigo; se encendió tu enojo, y ellos ardieron como paja” (Éxodo 15: 7, DHH).
“Por eso, así como el fuego quema la paja y las llamas
devoran las hojas secas, así también perecerán ustedes, como plantas que se
pudren de raíz y cuyas flores se deshacen como el polvo. Porque despreciaron
las enseñanzas y las órdenes del Señor todopoderoso, el Dios Santo de Israel”
(Isaías 5: 24, DHH).
“La mano del Señor protegerá al monte Sión, mientras que a
Moab la pisoteará como se pisotea la paja en
un basurero” (Isaías 25: 10, DHH; cf.
29: 5, 6).
“Los planes y las obras de ustedes son paja y basura; mi
soplo los devorará como un incendio” (Isaías 33: 11, DHH).
“He aquí que serán como tamo; fuego los quemará, no salvarán
sus vidas del poder de la llama; no quedará brasa para calentarse, ni lumbre a
la cual se sienten” (Isaías 47: 14, RVR60).
“Pues como espinos enmarañados, como paja seca, serán quemados por completo” (Nahum 1: 10, DHH).
Y el Nuevo Testamento da testimonio de la misma triste realidad
de los malvados:
“Trae su pala en la mano y limpiará el trigo y lo separará de
la paja. Guardará su trigo en el granero, pero quemará la paja en un fuego que
nunca se apagará” (Mateo 3: 12, DHH; cf.
Lucas 3: 17).
En otros lugares de las Escrituras se hace mención a la paja
llevada por el viento, haciendo alusión al mismo triste final en que los
malvados terminarán su existencia. Dicen los voceros de Dios:
“Los pueblos harán estrépito como de ruido de muchas aguas;
pero Dios los reprenderá, y huirán lejos; serán ahuyentados como el tamo de los
montes delante del viento, y como el polvo delante del torbellino” (Isaías 17:
13, RVR60).
“Por tanto, yo los esparciré al viento del desierto, como
tamo que pasa” (Jeremías 13: 24, RVR60).
Otros textos que muestran esta penosa realidad son Job 28:
18; Salmos 1: 4; 35: 5; 83: 13; Isaías 40: 24; Jeremías 15: 7; Daniel 2: 35;
Oseas 13: 3.
Abdías 18b
“Ni un solo resto quedará de la casa de Esaú” (v. 18b, RVC).
Jehová habla otra vez y él, que es el Fiel y Verdadero, no miente ni se
equivoca. La voz de Dios resuena desde la eternidad y hasta la eternidad: “¡Yo
soy Dios!”. Él habla y su palabra es veraz. Los malvados no quedan impunes y ni
siquiera un rastrojo quedará de su memoria.
Con estas palabras se nos recuerda lo que ya había sido
dicho: “serán como si no hubieran sido” (v. 16b, RVR60). Y el profeta Malaquías
repite: “Jehová de los ejércitos… no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4.
1, RVR60), es decir, “nada quedará de ellos” (Malaquías 4: 1, DHH). E Isaías
agrega: “El más fuerte de ustedes arderá en llamas como la
paja; ¡y de él no quedará ni el recuerdo de sus obras!” (Isaías 1: 31, TLA).
“Así ha dicho Jehová” (v. 18b):
“Destruiré el pecado y a los pecadores por completo”. De Jacob quedará un
remanente salvo y santo, pero de Esaú no quedará ni siquiera un resto, ni
siquiera un rastrojo. Todos serán cortados para siempre (cf. Abdías 9, 10). Isaías nos recuerda: “Sus príncipes serán llamados príncipes sin reino, y a nada
serán reducidos todos sus hombres importantes” (Isaías 34: 12, RVC).
Abdías 19, 20
A
diferencia de Edom que desaparecerá por completo, Dios le promete a su pueblo
que ensanchará sus territorios e impondrá su soberanía más allá de sus límites
actuales. El pequeño Edom, al cual Dios destruirá para siempre, no se compara
con la grandeza que Israel alcanzará por la obra poderosa de Dios.
“Los del
Néguev poseerán el monte de Esaú” (v. 19a, NVI). El reino de David, dice el profeta, será restaurado tal como
era en el principio, comenzando desde el sur y aún más, hacia el oriente. En
primer lugar, la región montañosa de Edom será parte del reino de Israel y
quedará en posesión de los habitantes de la región desértica del Néguev.
“Los de
la Sefelá poseerán Filistea” (v. 19b, NVI). El reino davídico se extenderá desde la llanura al occidente
de Jerusalén hasta los territorios filisteos que incluyen la actual franja de
Gaza, que
consistía en montes bajos, situada entre las montañas de Judá y la planicie
costera, con ciudades reconocidas, como Gat,
Ecrón, Asdod, Ascalón y Gaza.
“Los
israelitas poseerán los campos de Efraín y de Samaria” (v. 19c, NVI). Por el norte, serán
restaurados en manos del pueblo de Dios los campos y llanuras de Efraín y los
campos y montañas de Samaria. Un apronte de lo que sería la unión de los reinos
del norte y del sur en un solo pueblo.
“Los de
Benjamín poseerán Galaad” (v. 19d, NVI). Por su parte, la tribu de Benjamín extenderá sus límites
más allá del Jordán, al oriente, llegando a las montañas de Galaad.
“Los exiliados, este ejército de israelitas que viven entre los
cananeos, poseerán la tierra hasta Sarepta” (v. 20a,
NVI). La multitud de desterrados que vivían
entre los cananeos, es decir, entre los fenicios, recuperarán Sarepta, inclusive
con Tiro y Sidón, en la costa del Mediterráneo.
“Los
desterrados de Jerusalén, que viven en Sefarad, poseerán las ciudades del
Néguev” (v. 20b, NVI). Acerca de la Sefarad, los
comentaristas tienen un sin número de opiniones. Sin embargo, con mayor
seguridad se refiere a Sardis en el Asia Menor occidental, la capital de
provincia romana de Lidia.
Mucho de esta profecía se cumplió cuando los judíos
regresaron desde el cautiverio en Babilonia a sus tierras en Judea. Sin
embargo, el énfasis aquí se encuentra en la salvación y la santidad y,
especialmente, la restauración y prosperidad del pueblo de Dios y la final destrucción
de sus enemigos, de lo cual dan testimonio el resto de los profetas. Dice Joel:
“Judá será habitada para siempre, y Jerusalén de generación
en generación” (Joel 3: 20, RVR60).
Los textos comentados hablan de una restauración total y
abarcante. Dios no hace tareas a medias ni tampoco deja trabajos sin terminar.
La promesa del Señor es que “el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá
perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús”
(Filipenses 1: 6, NVI). Puede parecer que el Señor se retarda, puede que
parezca que aún quedan cosas por concluir, puede que tengamos la sensación de
que todavía falta camino por recorrer, pero la promesa es segura: “Dios
empezó el buen trabajo en ustedes, y estoy seguro de que lo irá perfeccionando
hasta el día en que Jesucristo vuelva” (Filipenses 1: 6, TLA).
Abdías 21a
“Y
subirán salvadores al monte de Sion para juzgar al monte de Esaú” (RVR60).
Finalmente,
así como Edom se levantó en contra de su hermano Jacob y arremetió en conjunto
de Babilonia contra sus parientes, vendrán “salvadores” (RVC) o “libertadores”
(NVI) que se unirán a los repatriados asentados en sus nuevos territorios para
“juzgar” o, más bien, “para dictar sentencia” (DHH) en contra de Edom.
Finalmente, los libertadores subirán al monte Sión para gobernar sobre el
orgulloso país de Edom.
Aquí el
acento se pone en el contraste entre aquellos que subirán al “monte de Sión”
para juzgar y reinar y los que quedarán en el “monte de Esaú” para ser juzgados
y recibir su justa retribución. El remanente de Jacob subirá victorioso al
monte Sión “para dictar sentencia contra los de la región montañosa de Esaú” (v.
21a, DHH).
Según las
Escrituras, el juicio de parte de los justos redimidos en contra de los impíos
se llevará a cabo durante los mil años en que los salvados estarán gozando de
los dones celestiales, mientras, en paralelo, será un período de gran
desolación en que quedará sumida la tierra después de la Segunda Venida de
Jesús. El vidente de Patmos declara:
“Y vi
tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar… y
vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Apocalipsis 20: 4, RVR60).
Asimismo,
los apóstoles vislumbraron el juicio de comprobación de la siguiente manera:
“¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?...
¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?” (1 Corintios 6: 2, 3, RVR60).
Abdías 21b
“El reino será de Jehová” (RVR60). O “del Señor” (NVI, RVC). Joel,
el profeta, afirma: “Jehová morará en Sión” (Joel 3: 21, RVR60). Esta última
sentencia de Abdías, resume la realidad última de todo el universo. Dios es el
rey de toda la tierra. El reino fue, es y será para siempre de nuestro amado
Salvador. En Abdías se muestra la doble prerrogativa de Dios desde su trono: Dios
es Juez al inicio del libro y Dios es el Rey al final. Al final de los días, “el Señor
será quien reine” (v. 21b, DHH).
El reino de Jehová y de su Cristo será uno que dure
eternamente. Así exclamó un rey pagano: “Todos teman y tiemblen ante la
presencia del Dios de Daniel; porque
él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás
destruido, y su dominio perdurará hasta el fin” (Daniel 6: 26, RVR60).
Los
salmistas también cantaron al reinado eterno de Jehová:
“Tuyo, oh
Jehová, es el reino” (1 Crónicas 29: 11, RVR60).
“Tu reino es un
reino de todos los siglos; tu dominio durará por todas las
generaciones” (Salmos 145:13, RVC).
“Oh
Sión, el Señor reinará por siempre;
tu Dios reinará por todos los siglos. ¡Aleluya!” (Salmos 146: 10,
DHH).
Y los
cristianos hemos orado por siglos: “Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén" (Mateo 6: 13, RVR60).
De igual
forma, los apóstoles dieron gloria al Rey del universo:
“Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, al único Dios, sea
honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Timoteo 1: 17, NVI).
“Tu
trono, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos” (Hebreos 1: 8, NVI).
“En
todo sea Dios glorificado por Jesucristo,
a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos” (1 Pedro 4: 11, RVR60).
“A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos” (1 Pedro 5: 11, RVR60).
“Al único y
sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora
y por todos los siglos” (Judas 1: 15, RVR60).
“Y nos hizo reyes y
sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1: 6, RVR60).
“¡Al
que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la
gloria y el poder, por los siglos de los siglos!” (Apocalipsis 5: 13, NVI).
“El
reino del mundo es ya de nuestro Señor y de su Mesías, y reinarán por todos los siglos” (Apocalipsis 11: 15, DHH).
Así también Jesucristo. En este momento está delante del
trono como Abogado y Juez y vendrá muy pronto a dictar sentencia como Rey. Al
final de la historia humana y al inicio de la eternidad, el Señor exclama: “¡y yo
seré su rey!” (v. 21b, TLA).
Cantemos junto
a los salmistas:
“¡Grande es
el Señor, nuestro Dios! ¡Digno es de grandes alabanzas en su ciudad, en su
santo monte!
“Hermosa colina
es el monte de Sión, situada al norte de la ciudad del gran Rey; ¡es motivo de
gozo en toda la tierra!
“Dentro
de sus fortificaciones, Dios es reconocido como un refugio seguro […]
“Lo que
antes oímos, ahora lo hemos visto en la ciudad de nuestro Dios, en la ciudad
del Señor de los ejércitos: ¡Dios afirmará su ciudad para siempre! […]
“Por tus
juicios se alegra el monte de Sión y se regocijan las ciudades de Judá […]
“¡Este es
nuestro Dios, ahora y para siempre! ¡El Dios nuestro nos guiará más allá de a
muerte!” (Salmos 48, RVC).Finalmente, Jesús triunfa.
[1] Víctor Jofré Araya (2015), Magíster © en Educación Religiosa. Al momento de publicar este artículo se desempeñaba como Inspector General del Colegio Adventista de
Arica, Chile. Actualmente es Director del Colegio Adventista de Calama, Chile. Se puede escribir a victorja@gmail.com
[2] Sobre métodos de estudio de las Sagradas Escrituras se puede leer el
artículo Métodos de estudio de la Biblia,
disponible en http://religion-filosofia.blogspot.com/2012/04/metodos-de-estudio-de-la-biblia-victor.html
[3] El territorio de la nación de Edom estaba ubicado al sur del mar Muerto, a lo largo del
Arabá, extendiéndose por unos 160 km hacia el sur.
[4] Jerusalén también fue sitiada por los filisteos y las naciones árabes
(entre ellas Edom, que se rebeló contra el dominio de Judá) durante la época de
Joram a mediados del siglo IX a. C. (2 Crónicas 21: 8, 16, 17; cf. 2 Reyes 8: 20-22). Sin embargo, la
evidencia interna, respalda más bien la fecha más tardía y los incidentes que
son aceptados por el autor del presente estudio.
[5] Elena G. de White
(1991), Patriarcas y Profetas (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), p. 583.
[6] Elena G. de White (2007),
El Conflicto de los Siglos (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana), pp. 348, 349.
[7] Elena G. de White (1998), ¡Maranatha!
El Señor viene (Buenos Aires: Asocaición Casa Editora Sudamericana), p. 352.
1 comentario:
Obhádhyah que viene del hebreo antiguo significa servidor de yahvé, o como todos los lectores de las sagradas escrituras lo conocen "Abdiel" es un profeta el cual con su corta participación de 20 y tantos versículos dentro del antiguo testamento deja incluso más información que otros profetas aunque la información respecto a vida,familia,etc, carece de contundencia. Personalmente creo que si los estudios bíblicos siguieran expandiéndose apuntando a este profeta se podría hacer una mejor idea para averiguar sobre su biografia
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