Nunca cansa, desanima o desgasta lo que se hace con alegría (Víctor Jofré Araya).
Para quienes hemos tenido el privilegio de servir en la iglesia como líderes en sus distintos ministerios, seguir un modelo de liderazgo ha sido esencial para el progreso de cualquier empresa iniciada. De manera personal, han ejercido su impacto en mi experiencia un sinnúmero de personas, hombres y mujeres; algunos de ellos líderes seculares, otros líderes cristianos de distintas tendencias. Sin olvidar, por supuesto, creyentes que de manera silenciosa han contribuido a mi formación. Entre ellos, recuerdo a mis ancianos y pastores que, desde mi juventud, han dejado su impronta en mi manera de dirigir los intereses de la iglesia.
Entre los líderes
seculares, puedo mencionar a Martin Luther King quien con su famosa frase “I
have a dream” (“Tengo un sueño”), nos inspira a mirar el futuro con las más
altas expectativas. Otro es James C. Hunter quien me enseñó acerca de la
paradoja en el liderazgo: el líder-siervo, la verdadera esencia del liderazgo. Entre
los líderes cristianos, rescato a John C. Maxwell y Charles R. Swindoll, de
quienes aprendí el principio del liderazgo como influencia, idea que golpeó
fuertemente las convicciones sobre el liderazgo que hasta ese entonces abrigaba.
También quisiera hacer mención de Rick Warren, que impregnó en mí los conceptos
de vida, iglesia y liderazgo con propósito. Entre los líderes de la Biblia de
los cuales he extraído principios valiosos caben destacar a Moisés, Pablo y, el
más importante de todos, nuestro Señor Jesús, quienes con su ejemplo de tesón y
entrega a la comisión dada por Dios, continúan inspirando mis acciones y la de multitudes
de creyentes, líderes en todos los rincones del mundo.
Sin embargo, en
este ensayo me abocaré a mostrar los principios del liderazgo y del trabajo en
equipo, que extraemos de la experiencia de un judío desterrado, que inició su
trabajo como esclavo copero de un rey, pero que se convirtió en un líder de
influencia, en uno de los grandes dirigentes de toda la historia bíblica. Me
refiero al re-constructor y, posteriormente, gobernador de Jerusalén y de toda
la provincia de Judea: Nehemías.
Características
de un líder competente
Basándose en el
registro del libro de Nehemías[2],
Charles R. Swindoll[3] y
Rick Warren[4] mencionan
que en la vida un líder, como lo fue Nehemías, se verifican algunas características
esenciales, factores muy significativos presentes en los líderes espirituales
competentes. Entre éstos se encuentran:
Los líderes
espirituales competentes, tal y cual como lo aprendemos de Nehemías, tienen un claro reconocimiento de las
necesidades. Nehemías escribió: “Inspeccioné las ruinas de las murallas de
Jerusalén, y sus puertas consumidas por el fuego” (Nehemías 2: 13, NCI). Percibir
las necesidades es un verdadero arte. Los líderes son sensibles ante las necesidades
de quienes les rodean. No resulta fácil percatarse de las necesidades presentes
en medio de un grupo humano, pero percibirlas es esencial. La diagnosis de la
realidad presente y latente nos permitirá desarrollar los planes adecuados para
alcanzar los fines y objetivos propuestos. Un líder espiritual equilibra su
percepción de los problemas, es decir, no los niega ni rehúye, pero tampoco los
sobredimensiona o se orienta sólo a ellos de tal manera que sólo piense en
ellos. Este tipo de líder reconoce los problemas y procura darle una sabia
solución.
Los líderes
espirituales competentes no sólo reconocen la presencia del problema, sino que se preocupan personalmente por los problemas.
Esta cualidad se hizo patente en el liderazgo de Nehemías. A Nehemías le
importaba lo mismo que era importante para Dios. Los muros caídos importaban a
Dios y al pueblo en Jerusalén y cuando Nehemías se enteró de lo ocurrido en sus
tierras se identificó con el problema y quiso ir en persona a dar una pronta
solución a las necesidades de su pueblo. “Con el más hondo interés, su corazón
se volvía hacia Jerusalén, y sus esperanzas y goces se vinculaban con la
prosperidad de esa ciudad”.[5]
Los problemas en Jerusalén estaban a miles de kilómetros de su cómodo lugar de
habitación, pero aquello que parecía una distancia casi infranqueable se
transformó en la principal motivación para desear ir en ayuda de sus
consanguíneos. Buscó la ayuda humana y divina; también oró, ayunó y lloró por
la triste realidad de Jerusalén; pero en cuanto pudo, con el permiso del rey, él
mismo se hizo parte de la solución.
El líder
cristiano genuino se caracteriza por su fidelidad en medio de la tarea, es
decir, se involucra en la tarea asignada. El liderazgo competente no rehúye la
responsabilidad ni la delega de manera irresponsable. El liderato verdadero se
incluye personalmente en la satisfacción de las necesidades. Nehemías escribió:
“Vine luego a los gobernadores del otro
lado del río […] Llegué, pues a
Jerusalén […] Les dije, pues: Vosotros
veis el mal en que estamos, que
Jerusalén está desierta, y sus puertas consumida por el fuego; venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio” (Nehemías 2: 9,
11, 17, RVR60; énfasis añadido).
Finalmente
(siendo realistas, debería ser la primera tarea del líder), los líderes espirituales
competentes primero acuden a Dios con el
problema. Nehemías escribió: “Oré delante del Dios de los cielos” (Nehemías
1: 4, RVR60; cf. 2: 4). Nada quedará
resuelto si no acudimos a Dios en primer lugar en procura de ayuda. La vida de
Nehemías, y particularmente la manera que enfrentó la problemática presente en
Jerusalén, ilustran cuán importante es la oración en la vida de un líder. La
oración es absolutamente esencial en el liderazgo cristiano.
Las primeras
palabras de Nehemías fueron: “Señor,
Dios de los cielos, tú eres fuerte, grande y temible. Cumples tu pacto y eres
misericordioso con los que te aman y guardan tus mandamientos. Yo te ruego”
(1: 5, RVC) y esperó con paciencia el cumplimiento de sus promesas: “Acuérdate
ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo” (1: 8, RVR60). Su oración era
de confianza y su confianza se basaba en las Escrituras. Su fe era por el oír
la Palabra de Dios. La Palabra del Dios viviente y sus incontables promesas nos
dan la seguridad de respuesta divina a nuestras más profundas necesidades.
“En momentos de
dificultad o peligro repentino, el corazón puede clamar por ayuda a quien se ha
comprometido a acudir en auxilio de sus fieles creyentes cuandoquiera que lo
invoquen. En toda circunstancia y condición, el alma cargada de pesar y
cuidados, o fieramente asaltada por la tentación, puede hallar seguridad, apoyo
y socorro en el amor y el poder inagotable de un Dios que guarda su pacto”.[6]
El
líder cristiano y el trabajo en equipo
De Nehemías
aprendemos algo más sobre el liderazgo: el trabajo en equipo. Ninguna tarea,
por más que nos afanemos, será menos tediosa si no trabajamos en equipo. Hacer
las cosas nosotros solos o emprender nuevos proyectos sin procurar la
participación de otros resultará más difícil, pero si contamos con los demás y
organizamos a ese grupo humano de manera inteligente, no importa la meta que
nos propongamos, será posible realizarla con menores contratiempos.
Los principios
del trabajo en equipo, se nos ilustran principalmente en el capítulo 3 de
Nehemías. En su sabiduría, Dios le permitió a Nehemías escoger su equipo de
trabajo y distribuir las responsabilidades para las diversas partes del
proyecto de reconstrucción a cada uno según sus dones. Unos y otros se ocupaban
de la reconstrucción de distintas partes del muro; unos trabajaban en la parte
norte, otros hacia el sur, otros en el este y oeste; unos se preocupaban de las
puertas, otros de las torres, otros de las ventanas; unos reparaban porciones
extensas, otros un poco más cortas; unos trabajaban en el muro cerca de sus
casas, otros en la porción del muro más lejana; unos lideraban el trabajo,
otros eran obreros fieles y motivados. Fuere como fuere, todos tenían que hacer
una parte del trabajo. Y lo hicieron con dedicación, aún cuando se confrontaron
a una fuerte oposición.
Los principios
del trabajo en equipo extraídos de la experiencia de Nehemías se pueden resumir
como sigue:
Primero, en el
trabajo en equipo, los líderes
espirituales competentes dan el ejemplo. Ya comentamos cómo Nehemías se
interesó personalmente en la obra. Pero otros líderes del pueblo le ayudaron. Es
interesante notar que los primeros en la lista de “obreros” responsables de la
reconstrucción son los sacerdotes y los levitas, dirigidos por el sumo
sacerdote Eliasib (3: 1). Distintas familias de sacerdotes (no olvidemos que
los sacerdotes eran descendientes de la tribu de Leví, la tribu que se mantuvo
fiel mientras el pueblo rendía adoración al becerro de oro fundido por Aarón)
son mencionadas en la lista aportada por Nehemías. El nombre de esos nobles
personajes ha sido inmortalizado para nosotros. Sin embargo, también se
mencionan a algunos notables, como los de la familia de Tecoa, que “no
quisieron ayudar a los que dirigían la obra” (3: 5, TLA). Tanto Nehemías como Eliasib
y los demás levitas nos dan un ejemplo de entrega en la realización de nuestras
tareas. Pero, en contraste, los de Tecoa, los principales que no quisieron
colaborar, nos recuerdan que siempre habrá quienes no deseen salir de las
comodidades que la vida les brinda para dedicarse a otras labores que no le
reporten ningún beneficio personal ni inmediato. Miran a los obreros desde
lejos y, aunque no llegan al punto de negar la importancia de la tarea, no se
involucran ni motivan a otros a hacerlo. Es más, en muchas oportunidades,
critican a quienes se ocupan y se dedican a la obra de Dios, y, lo que es peor
todavía, quienes critican provienen de nuestras propias filas.
Liderazgo es
influencia. Un líder dirige a cualquier individuo en la medida en que es capaz
de influir sobre él. ¿Recuerdan la parábola del buen samaritano? Si es
necesario, lean Lucas 10: 25-37 otra vez. ¿Se han preguntado por qué el levita
no alivió ni atendió al judío moribundo del camino? Simple; porque su líder
espiritual tampoco lo hizo. El levita siguió el ejemplo de su jefe, el
sacerdote que había pasado antes que él, que iba delante de él y que tampoco
asistió al doliente. Querámoslo o no, otros seguirán nuestro ejemplo. Nuestra influencia
en quienes dirijamos será aroma de vida para vida o sabor de muerte para muerte
(cf. 2 Corintios 2: 16).
“Nehemías… no
confiaba en el ejercicio de la autoridad, y procuró más bien ganar la confianza
y simpatía del pueblo, porque sabía que la unión de los corazones tanto como la
de las manos era esencial para la gran obra que le aguardaba…
“Nehemías ponía
toda su alma en la empresa que había iniciado. Su esperanza, su energía, su
entusiasmo y su determinación eran contagiosos e inspiraban a otros el mismo
intenso valor y elevado propósito. Cada hombre se trocó a su vez en un
Nehemías, y contribuyó a fortalecer el corazón y la mano de su vecino”.[7]
Un segundo
principio del trabajo en equipo es que todos
los miembros del equipo deben estar involucrados en procura de un mismo
objetivo. En el tiempo de Nehemías había una sola meta a cumplir: la
reconstrucción de los muros. Y el pueblo a una respondió al llamado de su
líder: “Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron su mano para el bien” (Nehemías
2: 18, RVR60).
En esta valiosa
empresa notamos que se mencionan a familias enteras (p. e. los hijos de Senaá (Nehemías
3: 3) y los tecoitas (3: 5), entre otros); también se mencionan a varones en
forma individual (Eliasib (3: 1), Zacur (3: 2), Meremot, Mesulá y Sadoc (3: 4),
por citar algunos); pero también en el equipo había mujeres (3: 12), artesanos
(3: 8, 31, 32), perfumistas (3: 8), comerciantes (3: 32), sacerdotes y levitas
(3: 1, 17, 22, 26, 28), nobles, oficiales, gobernadores (p.e. Refaías (3: 9), Salum
(3: 12, 15), Malquías (3: 14), Nehemías (3: 16), Hasabías (3: 17), Bavai (3:
18), Ezer (3: 19), entre otros); guardianes (p. e. Semaías (3: 29)), etc. Una
gran diversidad de personas, imbuidas de patriotismo y celo por los intereses
divinos, hombres y mujeres de influencia, capaces y organizados, venidos de
distintos lugares, de cerca y de lejos, de Jericó (3: 2), de Gabaón y Mizpa (3:
7) y de Zanoa (3: 13) y de diferentes ocupaciones, todos se unieron tras el
mismo y único propósito (cf. 2: 16).
De igual forma,
el propio Nehemías participó en persona de la reconstrucción. Posteriormente,
el escribiría: “También en la obra de este muro restauré mi parte… y todos mis
criados juntos estaban allí en la obra” (Nehemías 4: 16, RVR60; cf. 6: 1-3).
En procura de los
objetivos propuestos, algunos miembros del equipo harán el trabajo con mayor
entusiasmo que otros, como Baruc quien, “con todo fervor”, restauró su tramo
(3: 20, RVR60; cf. 4: 6). Estar
motivados en la tarea asignada es de inmenso valor. No podemos realizar lo que
no queremos ni alcanzar objetivos que no nos interesen. Aún así, el liderazgo
efectivo y de influencia, tal como el fallecido ex-presidente Harry Truman
decía, puede conseguir “que otros hagan lo que no quieren hacer, ¡y que lo
hagan con agrado!”.[8] La
automotivación y la alegría en el cumplimiento del deber reduce los niveles de
estrés en el equipo y el trabajo se realiza con mayor eficacia. Nunca cansa,
desanima o desgasta lo que se hace con alegría, disfrutando de los frutos de
ese trabajo.
Otro principio en
el trabajo de equipo es que de vez en
cuando debemos dejar de lado lo que realizamos en forma habitual o lo que
persigue un bien particular para realizar una tarea que implica los intereses
del equipo o lo que favorece el bien común. Mientras se reconstruían los
muros, algunos realizaban un trabajo en el cual estaban habituados o que les
reportaba cierto beneficio, pero no todos. Quizás para los sacerdotes resultaba
más motivador y beneficioso reconstruir la puerta de las Ovejas (3: 1) o para
algunas familias sería de mucho más interés preocuparse del muro enfrente o
cerca de su casa (3: 10, 23, 28-30), pero no fue así con todos los obreros. Incluyendo
los sacerdotes ya mencionados cuyo oficio cotidiano era dirigir las ceremonias
sacrificiales, en la lista del equipo de trabajo de Nehemías se mencionan a
otros que dejaron sus quehaceres comunes para enfrascarse en la tarea de la
reconstrucción.
Por ejemplo, se
nombra a Hananías, uno de los perfumistas (3: 8), y a Uziel, Malquías y otros plateros
(3: 8, 31, 32). Los perfumistas tenían como principal función preparar excelentes
perfumes, es decir, las especias aromáticas para quemar en el altar del
incienso en el lugar santo del templo. Por su parte, los plateros habitualmente
trabajaban con objetos de plata, tanto para el uso común del pueblo como para el
servicio sagrado del templo. Éstos, junto a los levitas, nobles, gobernadores, guardianes,
oficiales, comerciantes y mujeres, y otros que no son mencionados en forma tan
tácita, salieron de sus talleres y ocupaciones habituales y dejaron de lado sus
labores diarias para unirse al equipo que se había propuesto reconstruir los
muros.
En nuestra
experiencia de servicio, en muchas oportunidades hemos tenido que dejar de lado
los deberes cotidianos de la enseñanza o la predicación para ayudar a otros en
sus funciones y realizar las tareas con mayor celeridad en procura del
cumplimiento de las labores mayores asignadas en las iglesias o colegios en
donde hemos trabajado. A veces, realizar lo que no se acostumbra requiere
paciencia, otras veces requiere de la asistencia de los peritos e, incluso,
aprender a utilizar herramientas que nos son de uso ordinario, pero cuando hay
un objetivo común, la tarea se hace menos ardua y más satisfactoria.
Finalmente, un
cuarto principio presente en el trabajo en equipo es que cuando el equipo está haciendo las cosas bien, viene la oposición. Nehemías
describe así su situación:
“Cuando oyó Sanbalat que nosotros
edificábamos el muro, se enojó y se enfureció en gran manera, e hizo escarnio
de los judíos. Y habló delante de sus hermanos y del ejército de Samaria, y
dijo: ¿Qué hacen estos débiles judíos? ¿Se les permitirá volver a ofrecer sus
sacrificios? ¿Acabarán en un día? ¿Resucitarán de los montones del polvo las
piedras que fueron quemadas? Y estaba junto a él Tobías amonita, el cual dijo:
Lo que ellos edifican del muro de piedra, si subiere una zorra lo derribará”
(4: 1-4, RVC; cf. 2: 10, 19; 4: 7, 8;
6: 1-19).
Para
cualquier líder o equipo de trabajo la oposición es inevitable. Lo que se
esperaría es que, cuando llega el éxito o se inicia el camino hacia el progreso
y el crecimiento sostenido, se produzca la admiración entre quienes nos rodean.
Sin embargo, muchas veces se produce el efecto contrario. En la historia de
Nehemías y la reconstrucción de los muros de Jerusalén, la oposición surgió de
corazones que no podían admitir que el pueblo trabajara con entusiasmo en torno
a un mismo ideal y deseara alcanzar una meta común. Y parecía que su empresa
prosperaba día a día. En su envidia y egoísmo, la oposición quiso detener la
obra, pero fue la presencia de aquella misma oposición la que la alentó mucho
más al punto que “el pueblo trabajó con entusiasmo” (4: 6, NVI). La oposición
obligó al equipo a re-inventarse, a utilizar nuevas estrategias de trabajo y
evaluar nuevas alternativas de solución (4: 9, 13-23). Fue bajo el liderazgo
ágil, dinámico y espiritual de Nehemías que el equipo de trabajo no se
desalentó frente a la adversidad, sino más bien se fortaleció en procura del
cumplimiento de sus objetivos.
“Como los que
construían los muros de Jerusalén, [los que trabajan para Dios] deben negarse a
permitir que las amenazas, las burlas o las mentiras los distraigan de su obra
[…] A medida que se acerca el tiempo del fin se harán sentir con más poder las
tentaciones a las cuales Satanás somete a quienes trabajan para Dios. Empleará
agentes humanos para escarnecer a quienes edifiquen la muralla… [Los que
trabajan para Dios] no deben permitir que cosa alguna los aparte de su trabajo”.[9]
La
oposición permitió otra cosa. Así como cuando Nehemías se enteró de la
necesidad profunda de su pueblo buscó a Dios en oración en procura de auxilio,
ahora frente a la oposición, Nehemías comenta: “Entonces oramos a nuestro Dios”
(4: 9, RVR60). El líder de Israel elevó una oración precisando la ayuda del Creador:
“¡Dios nuestro, escucha cómo nos ofenden!” (4: 4,
TLA). En todo momento de su experiencia, el líder debe hacer de la
oración su más valiosa aliada y buscar a Dios cada día le dará los resultados
esperados. No importa cuán grande sea la necesidad que se presente o cuán
grande sea la oposición que amenace, el líder debe refugiarse en las alas del
Altísimo a través de la oración.
A modo de conclusión
Como líder y
miembro de distintos equipos de trabajo, he encontrado en estos valiosos
principios una fuente poderosa de motivación y de estrategias para realizar de
mejor manera las tareas asignadas. Sin duda, queda aún mucho que aprender e
internalizar. No pretendo ser exhaustivo en el desarrollo de estos principios y
es probable que el lector de estas líneas tenga y utilice sus propios
principios basados en su experiencia o en la experiencia de algún otro líder de
las Escrituras. Lo expuesto es parte de aquello que en mi propia vivencia como
líder he ido ganando y ahora las pongo a disposición de aquellos que deseen
usarlos en el desarrollo y progreso de sus propias responsabilidades.
Dios nos ampare e
instruya en la delicada, pero reconfortante tarea de dirigir los intereses de
su iglesia en esta tierra y permita que nuestro liderazgo e influencia sea para
honrar a nuestro Dios y engrandecer y acabar su obra.
[1] Victor A.
Jofré Araya, Magíster © en Educación Religiosa (2015). Actualmente se desempeña
como Inspector General del Colegio Adventista de Arica, Chile. Se le puede
escribir a victorja@gmail.com
[2] En el presente
ensayo se utilizaron las siguientes versiones de la Biblia en español:
Reina-Valera Revisión 1960 (RVR60), Reina-Valera Contemporánea (RVC), Nueva
Versión Internacional (NVI) y Traducción en Lenguaje Actual (TLA).
[3] Charles R.
Swindoll, Pásame otro ladrillo,
Editorial Caribe, Nashville, Tennessee, 1980, pp. 30-37.
[4] Rick Warren, Liderazgo con propósito, Editorial Vida,
Miami, Florida, 2008, pp. 18-21, 67-82, 91-108.
[5] Elena G. de
White, Profetas y Reyes, Asociación
Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2007, p. 282.
[6] White, op. cit., p. 283.
[7] White, op. cit., pp. 285, 286.
[8] Citado por
Swindoll, op. cit., p. 14.
[9] White, op. cit., p. 296.
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