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jueves, 8 de enero de 2015

Principios básicos en el estudio de las profecías bíblicas




Principios básicos en el estudio
de las profecías bíblicas[1]

1
Jesucristo:
Personaje y eje central de las profecías bíblicas.
“Jesús es el centro viviente de todas las cosas”.[2] En el estudio de las Sagradas Escrituras, en general, y de las profecías, en particular, es preciso considerar que toda verdad, toda enseñanza, todo sabio consejo proveniente de la Palabra de Dios, incluyendo todas las profecías mesiánicas, giran en torno a la persona y a la obra pasada, presente y futura de Jesús, el Cristo, nuestro Salvador. Desde el Génesis, que nos muestra a Cristo como el gran Dios Creador, pues “por medio de él todas las cosas fueron creadas” (Juan 1: 3, NVI)[3], y la simiente que vendría a pisotear a la serpiente en su cabeza (Génesis 3: 16; Gálatas 3: 16; 4: 4), hasta el Apocalipsis, en donde Cristo es el “Cordero… Señor de señores y Rey de reyes”, “la Palabra de Dios” que viene a destruir a sus enemigos con la espada que sale de su boca (Apocalipsis 17: 14; 19: 11-21, DHH); desde la creación hasta la restauración, toda la Biblia nos da testimonio de nuestro Señor.
“Estudien las Escrituras” –exhortó el Salvador-, pues “son ellas las que dan testimonio en mi favor”. Y agregó: “Si le creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de mí escribió él” (Juan 5: 39, 46, NVI). De igual manera, según lo que el evangelista Lucas dejó registrado, Jesús aseguró a sus discípulos que desde los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros históricos y de los profetas, todos los pasajes de las Escrituras hablaban de él y “que había de cumplirse todo lo que está escrito de mí –dijo el Salvador- en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos” (Lucas 24: 27, 44, TLA).
Este mismo principio estaba presente de manera significativa en las enseñanzas del apóstol Pablo. El anciano portavoz de la fe cristiana estaba convencido de que Jesús era el Cristo, el tan ansiado Mesías anunciado una y otra vez por todos los profetas. Cierto día, reunido con los dirigentes judíos en su casa-prisión en Roma, “desde la mañana hasta la tarde, Pablo les habló del reino de Dios. Trataba de convencerlos acerca de Jesús, por medio de la ley de Moisés y los escritos de los profetas” (Hechos 28: 23, DHH). De esta manera, Pablo hizo de Jesús el personaje central y el eje focal de su predicación. A los conversos de Corinto les escribió: “Decidí hablarles sólo de Cristo, y principalmente de su muerte en la cruz” (1 Corintios 2: 2, TLA).
En otras palabras, sin excepción, de tapa a tapa, la Biblia nos habla de Cristo y es un fiel testimonio de su obra a favor de los hombres. Jesús es el principio, centro y fin de las Sagradas Escrituras, de sus profundas enseñanzas y de sus más dramáticas profecías. Juan, en Patmos, describió su libro como “la revelación de Jesucristo, que Dios le dio” (Apocalipsis 1: 1, RVR60) y Pablo, poseedor también del don de profecía, escribió a los creyentes de Galacia refiriéndose a la revelación de Jesucristo que él había recibido (cf. Gálatas 1:12).
El consejo del espíritu profético nos advierte a no separar a Cristo de las Escrituras, sino más bien estudiarlas desde una perspectiva cristocéntrica. Elena G. de White declaró:
“Sí, la Biblia entera nos habla de Cristo… Si deseas conocer al Salvador, estudia las Santas Escrituras”.[4]
“El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis al         Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la Cruz del Calvario”.[5]
Así también ha sido la comprensión de la Iglesia Adventista mundial. Al respecto, en la Declaración Las Santas Escrituras del año 1995, se afirma:
“Por sobre todo, las Escrituras dan testimonio de Jesucristo, quien es la revelación última, Dios entre nosotros. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento dan testimonio de él”.[6]
En cuanto a la centralidad de Cristo en el mensaje profético, el ángel le afirmó a Juan que el espíritu de la profecía era “el testimonio de Jesús” (Apocalipsis 19: 10).
Al respecto, los especialistas en interpretación bíblica nos recuerdan:
“Los autores del Nuevo Testamento creían que todas las Escrituras eran sobre el Cristo […] Para las audiencias originales, Mateo y el autor de Hebreos desarrollaron la estereoscópica profundidad cristológica de la historia del Antiguo Testamento”.[7]
“El aspecto más importante de las Escrituras proféticas tiene que ver con el Mesías que prometían, el mensaje de salvación que conocemos, y el reino de Dios del cual hablaban […]
“Claramente el valor principal de la palabra profética escrita tiene que ver con su testimonio acerca del Salvador”.[8]
El interés de los profetas “está siempre centrado en el reino de Dios o en la obra redentora de Cristo”.[9]
Adicionalmente, entre los consejos que se entregan para el estudio e interpretación de las profecías bíblicas, algunos exégetas recomiendan:
“Busque una referencia a Jesucristo”.[10]
En el contexto profético de la escatología adventista se nos advierte continuamente que un aspecto vital de las referencias al Antiguo Testamento por parte de los escritores neotestamentarios en general y del Apocalipsis en particular es que revelan a Cristo, quién es él, que hace y está haciendo por su pueblo y que está dispuesto a hacer por nosotros en el tiempo del fin. Necesariamente, comenta un prominente teólogo adventista, “cualquier énfasis en los acontecimientos finales debe poner a Jesús en un lugar protagónico, que es exactamente lo que hace Apocalipsis”.[11]
Por su parte, considerando el estudio de las profecías bíblicas, Elena G. de White nos recuerda que no podemos estudiar los mensajes proféticos destituidos de la persona de nuestro Salvador. Ella afirma:
“El último libro del Nuevo Testamento se halla lleno de una verdad que necesitamos entender […] Permitid que hable Daniel, haced que se exprese el      Apocalipsis, y digan qué es verdad. Pero cualquiera sea el aspecto del tema que se presente, levantad a Jesús como el centro de toda esperanza”.[12]
Y respecto al mensaje específico para este tiempo, el espíritu de profecía nos amonesta:
“El gran centro de atracción, Jesucristo, no debe ser dejado fuera del mensaje del tercer ángel”.[13]

2
El Gran Conflicto entre el bien y el mal:
Tema central de las profecías bíblicas.
El estudioso serio de la Biblia debe escudriñarla cuidadosamente teniendo en mente la perspectiva del Gran Conflicto entre el bien y el mal. Todas las enseñanzas y las profecías presentes en la Palabra de Dios, desde Génesis al Apocalipsis, desde la creación y la caída hasta la redención, incluyendo la vida de los patriarcas y jueces, reyes y profetas, discípulos y apóstoles, están enmarcadas en la controversia entre Cristo y Satanás.
En el Documento Métodos de estudio de la Biblia, del año 1986, se establece claramente:
“Dos temas básicos, relacionados entre sí, corren a través de toda la Escritura: (1) la persona y la obra de Jesucristo; y (2) la perspectiva del gran conflicto”.[14]
Y en la Declaración Resolución sobre la Santa Biblia, del año 2010, se afirma:
“La Biblia nos comunica un mensaje de salvación en el contexto de un conflicto cósmico que revela el carácter amable, misericordioso y justo de Dios”.[15]
En la teología adventista y en todos los lineamientos dados por la erudición basada en las Escrituras es claro que la controversia que se inició en el cielo posterior a la rebelión de Lucifer y que luego se extendió a la Tierra cuando Adán y Eva sucumbieron ante los sofismas satánicos, permean cada página del Sagrado Libro y en especial los oráculos de la profecía bíblica.
Algunos eruditos bíblicos han aseverado al respecto:
“Este conflicto cósmico constituye el trasfondo de toda la Biblia; el contenido inmutable en el cual se disciernen de forma correcta las narraciones bíblicas, las profecías y las doctrinas. Dado que la historia del conflicto está presente en toda la Biblia, resulta importante que leamos y entendamos la Biblia”.[16]
“El gran conflicto entre Cristo y Satanás es un tema mayor del Apocalipsis y también       existe un aparente e impresionante dualismo ético […] El dualismo ético se refiere al contraste claro y esencial entre el bien y el mal, sin importar en qué formas se manifiesta o se caracteriza”.[17]
En los libros proféticos de Daniel y Apocalipsis, se hace mucho más evidente la existencia de este conflicto. Dice el profeta Juan:
“Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer, y     ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero.    Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra” (Apocalipsis 12: 7-9, NVI).
Y el profeta Daniel agrega:
“El ángel príncipe del reino de Persia se me ha opuesto durante veintiún días;       pero Miguel, uno de los ángeles príncipes más altos, vino en mi ayuda, pues yo me          había quedado solo junto a los reyes de Persia” (Daniel 10: 13, DHH).
Desde antes de la creación de este mundo, Miguel, el arcángel, es decir Cristo, y su archienemigo Satanás, están confrontados en una guerra sin cuartel en la cual ninguno de nosotros es neutral, una guerra entre el bien y el mal, entre la verdad y el error; una guerra sin tregua que irá aumentando en intensidad a medida que se acerca el fin de la historia de este mundo, una guerra que pronto llegará a su anhelado final. En esta guerra, Satanás está airado en contra de la iglesia de Dios, sabe que le queda poco tiempo y sus artimañas será cada vez más perniciosas. Pero habrá un pueblo fiel que con el poder de Cristo saldrá victorioso.
Sobre el origen, desarrollo y alcance de esta rebelión, dicen los profetas:
“¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!... Tú que decías en tu       corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14: 12-14, RVR60).
“Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad… Fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector” (Ezequiel 28: 14-16, RVR60).
“Tan grande llegó a ser que desafió al ejército del cielo, y hasta echó por tierra y pisoteó a parte de ese ejército y de las estrellas. Incluso desafió al príncipe de los ejércitos” (Daniel 8: 10, 11, RVC).
“El diablo ha sido arrojado del cielo, pues día y noche, delante de nuestro Dios, acusaba a los nuestros… El diablo está muy enojado; ha bajado para combatirlos. ¡Bien sabe el diablo que le queda poco tiempo!... Entonces el dragón se enojó mucho contra la mujer, y fue a pelear contra el resto de sus descendientes, es    decir, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y siguen confiando en el mensaje de Jesús” (Apocalipsis 12: 10, 12, 17, TLA).
“El Cordero vencerá, porque es el Señor más grande y el Rey más poderoso. Con él estarán sus seguidores. Dios los ha llamado y elegido porque siempre lo obedecen” (Apocalipsis 17:14, TLA).
El espíritu de profecía aclara:
“Hay enemistad entre Cristo y sus seguidores y Satanás y sus súbditos. El gran       conflicto entre el Príncipe de la vida y el príncipe de las tinieblas se ha venido   desarrollando y se ha fortalecido en cada nueva generación. Realmente ardua es la lucha entre el bien y el mal, entre la verdad y el error, entre el reino de la luz y el reino de la oscuridad”.[18]
Cuando Cristo y Satanás se confrontaron por primera vez en el cielo, el Hijo de Dios era el príncipe de los ejércitos celestiales y Satanás el caudillo de la rebelión cósmica. Cuando fue expulsado del cielo, prosiguió con su rebelión aquí en la tierra.
En el desierto de la tentación:
“Satanás vio que debía vencer o ser vencido. Los asuntos del conflicto         involucraban demasiado para ser confiado a sus ángeles confederados. Debía     dirigir personalmente la guerra. Todas las energías de la apostasía se unieron contra el Hijo de Dios…
“Muchos consideran este conflicto entre Cristo y Satanás como si no tuviese una importancia especial para su propia vida; y para ellos tiene poco interés. Pero esta controversia se repite en el dominio de todo corazón humano”.[19]

3
Preparar a un pueblo para el encuentro con su Dios:
Propósito moral de las profecías bíblicas.
La profecía bíblica no nos fue dada para satisfacer la curiosidad del hombre acerca del futuro, ni para aportarnos mera información respecto de los días en que vivimos y los que vendrán. La profecía tiene un propósito moral. La profecía fue dada para preparar a un pueblo para el encuentro con su Dios.
En el libro de las revelaciones de Juan, el Señor nos llama a estar atentos, leer con cuidado y guardar lo que se halla escrito en su mensaje profético porque “el tiempo de su cumplimiento está cerca” (Apocalipsis 1: 3, NVI). Es la premura de los acontecimientos predichos lo que debería instarnos a estar continuamente preparados.
Ya los profetas en el Antiguo Testamento invitaban al pueblo a estar preparados. Amós escribió:
“Por eso, Israel, actuaré contra ti; y como voy a hacerlo, ¡prepárate, Israel, para encontrarte con tu Dios!” (Amos 4: 12, NVI).
De igual manera, el apóstol Pablo a la vez que presentaba un panorama acerca de la moralidad de los hombres y mujeres en los postreros días, nos amonestaba urgiéndonos a evitar nuestro trato con este tipo de personas y a vivir una vida piadosa basada en las enseñanzas de las Sagradas Escrituras (2 Timoteo 3: 1-5, 14-17).
También el apóstol Pedro, al hacer mención del tiempo del fin en que esta tierra será consumida por el fuego y renovada en un mundo en donde morará la justicia, amonestó a su iglesia y nos amonesta a nosotros a estar apercibidos. Él nos dice:
Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1 Pedro 4: 7, RVR60).
Ya que todo será destruido de esa manera, ¿no deberían vivir ustedes como Dios manda, siguiendo una conducta intachable y esperando ansiosamente la venida del día de Dios? […] Por eso, queridos hermanos, mientras esperan estos acontecimientos, esfuércense para que Dios los halle sin mancha y sin defecto, y en paz con él” (2 Pedro 3: 11-14, NVI).
De la misma manera, Jesús en sus distintos discursos sobre los acontecimientos del tiempo del fin, hace constantemente un llamado a sus seguidores a estar preparados. El Gran Maestro afirmó:
Les digo esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean que yo soy” (Juan 13: 19), NVI).
“Y les he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando sucedan, crean” (Juan 14: 29, NVI).
“Y les digo esto para que cuando llegue ese día se acuerden de que ya se lo había advertido” (Juan 16: 4, NVI).
“Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza,        porque vuestra redención está cerca” (Lucas 21: 28, RVR60).
“Velad, pues, en todo tiempo orando para que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21: 36, RVR60).
“La profecía predictiva no se dio simplemente para satisfacer la curiosidad sobre acontecimientos futuros, sino con fines morales, como el establecimiento de la fe en Dios (Isaías 45: 21; 46: 9-11; cf. Juan 14: 29) y como motivación para una vida santa (Génesis 17: 7-8; Éxodo 19: 4-6)”.[20]
El Tratado de Teología Adventista nos afirma que la profecía nos fue dada “con propósitos morales, como ser el fortalecimiento de la fe (Juan 14: 29) y el          fomento de la santidad personal en la preparación para la venida de Cristo (Mateo 24:          44; Apocalipsis 22: 7, 10, 11)”.[21]
De manera específica, respecto al mensaje profético predicado por Jesús, el espíritu de profecía declara:
“Jesús no vino para asombrar a los hombres con grandes anuncios de algún tiempo especial cuando ocurriría algún acontecimiento, sino que vino para instruir y salvar a los perdidos. No vino para despertar curiosidad y complacerla, pues sabía que eso solo aumentaría el apetito por lo curioso y lo maravilloso. Su propósito era impartir conocimiento por el cual los hombres pudieran aumentar su vigor espiritual y avanzar en el camino de la obediencia y la verdadera santidad”.[22]
Finalmente, al respecto de las profecías del libro de Apocalipsis, Elena G. de White afirma:
“Cuando como pueblo comprendamos lo que significa este libro para nosotros, se verá entre nosotros un gran reavivamiento […] Cuando los libros de Daniel y el Apocalipsis sean mejor entendidos, los creyentes tendrán una experiencia religiosa completamente diferente […] Si nuestra hermandad estuviera despierta aunque fuera a medias, si se diera cuenta de la cercanía de los sucesos descriptos en el Apocalipsis, se realizaría una reforma en nuestras iglesias y muchos más creerían el mensaje”.[23]
Preparar a un pueblo para su gran encuentro con su Redentor es el gran propósito de que tengamos a disposición todas las profecías respecto del tiempo del fin. Dios desea encontrarse con un pueblo fiel y temeroso de sus mandamientos.


[1] Víctor A. Jofré Araya, Mg. © Ed. Religiosa (2016). Actualmente se desempeña como Director del Colegio Adventista de Calama, Chile. Se le puede escribir a victorja@gmail.com
[2] Elena G. de White, El Evangelismo (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2007), p. 140.
[3] En el presente ensayo se utilizaron las siguientes versiones de la Biblia en español: Reina-Valera Revisión 1960 (RVR60), Reina Valera Contemporánea (RVC), Dios Habla Hoy (DHH), Nueva Versión Internacional (NVI) y Traducción en Lenguaje Actual (TLA).
[4] Elena G. de White, El Camino a Cristo (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2007), p. 46.
[5] Elena G. de White, Obreros Evangélicos (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1995), p. 330.
[6] Departamento de Comunicación de DSA, Declaraciones, orientaciones y otros documentos: Compilación 2010, 3ra. Ed. (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2011)p. 67. La Declaración Las Santas Escrituras fue aprobada y votada por la Junta Administrativa de la Asociación General (AD-COM), y publicada por la oficina del presidente Robert S. Folkenberg, en el Congreso de la Asociación General celebrado en Utrecht, Holanda, entre el 29 de junio y el 8 de julio de 1995.
[7] Robert L. Plummer, Preguntas y respuestas sobre cómo interpretar la Biblia (Editorial Portavoz, Grand Rapids, Michigan, 2013), pp. 194, 196.
[8] Tomás de la Fuente, Claves de interpretación bíblica, 31ª Ed. (Editorial Mundo Hispano, El Paso, Texas, 2015), p. 147; cf. p. 154.
[9] Louis Berkhof, Principios de interpretación bíblica (Libros Desafío, Grand Rapids, Michigan, 2005), p. 137.
[10] Martin Lee Roy, Hermenéutica bíblica (Senda de la Vida Publishers, Miami, Florida, 2011), p. 196.
[11] Norman R. Gulley, Preparación para el tiempo del fin. (Guía de Estudio de la Biblia, edición para adultos, abril-junio 2018, Asociación Casa Publicadora Sudamericana, Santiago, 2018), p. 19.
[12] Elena G. de White, Testimonios para los ministros (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2013), pp. 132, 134.
[13] Elena G. de White, Mensajes Selectos (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2015), t. 1, p. 461.
[14] Declaraciones, p. 227. Métodos de estudio de la Biblia es un documento presentado por la Comisión de Métodos para el Estudio de la Biblia y aprobado por la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el Concilio Anual celebrado en Río de Janeiro, Brasil, el 12 de octubre de 1986. Puede ser leído en español también en: Samuel Koranteng-Pipim, Recibiendo la Palabra. ¿Cómo afectan a nuestra fe los nuevos enfoques bíblicos? (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1997), pp. 401-409; George W. Reid (ed.), Entender las Sagradas Escrituras (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2010), pp. 403-413.
[15] Declaraciones, p. 231. La Declaración Resolución sobre la Santa Biblia fue aprobada y votada en el Congreso de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo día realizada en Atlanta, Georgia, EE.UU., del 24 de junio al 3 de julio de 2010.
[16] Norman R. Gulley, Preparados para el tiempo del fin (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2018), p. 19.
[17] Edwin Reynolds, Diez claves para interpretar el libro de Apocalipsis, pp.105, 106, 112.
[18] Elena G. de White, El Cristo Triunfante, p. 95.
[19] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2012), p. 91.
[20] George W. Reid, Entender las Sagradas Escrituras (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2010), p. 222.
[21] Tratado de Teología Adventista, p. 96.
[22] Elena G. de White, Mensajes Selectos (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2015), t. 1, p. 229.
[23] Elena G. de White, Testimonios para los ministros (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2013), pp. 129, 130, 133, 134.

1 comentario:

Felipe Ramirez Jofre 4MB dijo...

"El Gran Conflicto entre el bien y el mal" es ahí donde se manifiestan todas las divisiones de pensamiento y ideas dando lugar a preguntas que se han hecho incluso grandes filósofos, incluido entre ellos Epicuro con su llamada tesis -la paradoja de epicuro- este plantea lo siguiente:

¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente.
¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.
¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?
¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?