Principios básicos en el estudio
de las profecías bíblicas[1]
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Jesucristo:
Personaje y eje central de las profecías bíblicas.
“Jesús
es el centro viviente de todas las cosas”.[2] En
el estudio de las Sagradas Escrituras, en general, y de las profecías, en
particular, es preciso considerar que toda verdad, toda enseñanza, todo sabio
consejo proveniente de la Palabra de Dios, incluyendo todas las profecías
mesiánicas, giran en torno a la persona y a la obra pasada, presente y futura
de Jesús, el Cristo, nuestro Salvador. Desde el Génesis, que nos muestra a
Cristo como el gran Dios Creador, pues “por medio de él todas las cosas fueron
creadas” (Juan 1: 3, NVI)[3],
y la simiente que vendría a pisotear a la serpiente en su cabeza (Génesis 3:
16; Gálatas 3: 16; 4: 4), hasta el Apocalipsis, en donde Cristo es el “Cordero…
Señor de señores y Rey de reyes”, “la Palabra de Dios” que viene a destruir a
sus enemigos con la espada que sale de su boca (Apocalipsis 17: 14; 19: 11-21,
DHH); desde la creación hasta la restauración, toda la Biblia nos da testimonio
de nuestro Señor.
“Estudien
las Escrituras” –exhortó el Salvador-, pues “son ellas las que dan testimonio
en mi favor”. Y agregó: “Si le creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de
mí escribió él” (Juan 5: 39, 46, NVI). De igual manera, según lo que el
evangelista Lucas dejó registrado, Jesús aseguró a sus discípulos que
desde los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros históricos y
de los profetas, todos los pasajes de las Escrituras hablaban de él y “que
había de cumplirse todo lo que está escrito de mí –dijo el Salvador- en la ley
de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos” (Lucas 24: 27, 44,
TLA).
Este
mismo principio estaba presente de manera significativa en las enseñanzas del
apóstol Pablo. El anciano portavoz de la fe cristiana estaba convencido de que
Jesús era el Cristo, el tan ansiado Mesías anunciado una y otra vez por todos
los profetas. Cierto día, reunido con los dirigentes judíos en su casa-prisión
en Roma, “desde la mañana hasta la tarde, Pablo les habló del reino de Dios.
Trataba de convencerlos acerca de Jesús, por medio de la ley de Moisés y los
escritos de los profetas” (Hechos 28: 23, DHH). De esta manera, Pablo hizo de
Jesús el personaje central y el eje focal de su predicación. A los conversos de
Corinto les escribió: “Decidí hablarles sólo de Cristo, y principalmente de su
muerte en la cruz” (1 Corintios 2: 2, TLA).
En otras
palabras, sin excepción, de tapa a tapa, la Biblia nos habla de Cristo y es un
fiel testimonio de su obra a favor de los hombres. Jesús es el principio,
centro y fin de las Sagradas Escrituras, de sus profundas enseñanzas y de sus
más dramáticas profecías. Juan, en Patmos, describió su libro como “la
revelación de Jesucristo, que Dios le dio” (Apocalipsis 1: 1, RVR60) y Pablo,
poseedor también del don de profecía, escribió a los creyentes de Galacia
refiriéndose a la revelación de Jesucristo que él había recibido (cf. Gálatas
1:12).
El
consejo del espíritu profético nos advierte a no separar a Cristo de las
Escrituras, sino más bien estudiarlas desde una perspectiva cristocéntrica.
Elena G. de White declaró:
“Sí,
la Biblia entera nos habla de Cristo… Si deseas conocer al Salvador, estudia las
Santas Escrituras”.[4]
“El
sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de
la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada
debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis al Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz
que fluye de la Cruz del Calvario”.[5]
Así
también ha sido la comprensión de la Iglesia Adventista mundial. Al respecto,
en la Declaración Las Santas Escrituras del año 1995, se
afirma:
“Por
sobre todo, las Escrituras dan testimonio de Jesucristo, quien es la revelación
última, Dios entre nosotros. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo
Testamento dan testimonio de él”.[6]
En cuanto a la centralidad
de Cristo en el mensaje profético, el ángel le afirmó a Juan que el espíritu de
la profecía era “el testimonio de Jesús” (Apocalipsis 19: 10).
Al respecto, los especialistas en
interpretación bíblica nos recuerdan:
“Los autores del Nuevo
Testamento creían que todas las Escrituras eran sobre el Cristo […] Para las
audiencias originales, Mateo y el autor de Hebreos desarrollaron la estereoscópica
profundidad cristológica de la historia del Antiguo Testamento”.[7]
“El aspecto más importante
de las Escrituras proféticas tiene que ver con el Mesías que prometían, el
mensaje de salvación que conocemos, y el reino de Dios del cual hablaban […]
“Claramente el valor
principal de la palabra profética escrita tiene que ver con su testimonio
acerca del Salvador”.[8]
El interés de los profetas
“está siempre centrado en el reino de Dios o en la obra redentora de Cristo”.[9]
Adicionalmente, entre los
consejos que se entregan para el estudio e interpretación de las profecías
bíblicas, algunos exégetas recomiendan:
“Busque una referencia a
Jesucristo”.[10]
En el contexto profético de
la escatología adventista se nos advierte continuamente que un aspecto vital de
las referencias al Antiguo Testamento por parte de los escritores
neotestamentarios en general y del Apocalipsis en particular es que revelan a
Cristo, quién es él, que hace y está haciendo por su pueblo y que está dispuesto
a hacer por nosotros en el tiempo del fin. Necesariamente, comenta un
prominente teólogo adventista, “cualquier énfasis en los acontecimientos
finales debe poner a Jesús en un lugar protagónico, que es exactamente lo que
hace Apocalipsis”.[11]
Por su parte, considerando
el estudio de las profecías bíblicas, Elena G. de White nos recuerda que no
podemos estudiar los mensajes proféticos destituidos de la persona de nuestro
Salvador. Ella afirma:
“El último libro del Nuevo
Testamento se halla lleno de una verdad que necesitamos entender […] Permitid
que hable Daniel, haced que se exprese el Apocalipsis,
y digan qué es verdad. Pero cualquiera sea el aspecto del tema que se presente,
levantad a Jesús como el centro de toda esperanza”.[12]
Y respecto al mensaje específico
para este tiempo, el espíritu de profecía nos amonesta:
“El gran centro de
atracción, Jesucristo, no debe ser dejado fuera del mensaje del tercer ángel”.[13]
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El Gran Conflicto entre el bien y el mal:
Tema central de las profecías bíblicas.
El
estudioso serio de la Biblia debe escudriñarla cuidadosamente teniendo en
mente la perspectiva del Gran Conflicto entre el bien y el mal. Todas las
enseñanzas y las profecías presentes en la Palabra de Dios, desde Génesis al
Apocalipsis, desde la creación y la caída hasta la redención, incluyendo la
vida de los patriarcas y jueces, reyes y profetas, discípulos y apóstoles,
están enmarcadas en la controversia entre Cristo y Satanás.
En el
Documento Métodos de estudio de la Biblia, del año 1986, se
establece claramente:
“Dos temas
básicos, relacionados entre sí, corren a través de toda la Escritura: (1) la
persona y la obra de Jesucristo; y (2) la perspectiva del gran conflicto”.[14]
Y en
la Declaración Resolución sobre la Santa Biblia, del año 2010, se
afirma:
“La
Biblia nos comunica un mensaje de salvación en el contexto de un conflicto
cósmico que revela el carácter amable, misericordioso y justo de Dios”.[15]
En la
teología adventista y en todos los lineamientos dados por la erudición basada
en las Escrituras es claro que la controversia que se inició en el cielo
posterior a la rebelión de Lucifer y que luego se extendió a la Tierra cuando
Adán y Eva sucumbieron ante los sofismas satánicos, permean cada página del
Sagrado Libro y en especial los oráculos de la profecía bíblica.
Algunos eruditos bíblicos han aseverado al respecto:
“Este conflicto cósmico constituye el trasfondo de
toda la Biblia; el contenido inmutable en el cual se disciernen de forma
correcta las narraciones bíblicas, las profecías y las doctrinas. Dado que la
historia del conflicto está presente en toda la Biblia, resulta importante que
leamos y entendamos la Biblia”.[16]
“El gran conflicto entre Cristo y Satanás es un tema
mayor del Apocalipsis y también existe
un aparente e impresionante dualismo ético […] El dualismo ético se refiere al
contraste claro y esencial entre el bien y el mal, sin importar en qué formas
se manifiesta o se caracteriza”.[17]
En los
libros proféticos de Daniel y Apocalipsis, se hace mucho más evidente la
existencia de este conflicto. Dice el profeta Juan:
“Se
desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al
dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron
vencer, y ya no hubo lugar para ellos
en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se
llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra” (Apocalipsis 12:
7-9, NVI).
Y el
profeta Daniel agrega:
“El
ángel príncipe del reino de Persia se me ha opuesto durante veintiún días; pero Miguel, uno de los ángeles príncipes
más altos, vino en mi ayuda, pues yo me había
quedado solo junto a los reyes de Persia”
(Daniel 10: 13, DHH).
Desde
antes de la creación de este mundo, Miguel, el arcángel, es decir Cristo, y su
archienemigo Satanás, están confrontados en una guerra sin cuartel en la cual
ninguno de nosotros es neutral, una guerra entre el bien y el mal, entre la
verdad y el error; una guerra sin tregua que irá aumentando en intensidad a
medida que se acerca el fin de la historia de este mundo, una guerra que pronto
llegará a su anhelado final. En esta guerra, Satanás está airado en contra de
la iglesia de Dios, sabe que le queda poco tiempo y sus artimañas será cada vez
más perniciosas. Pero habrá un pueblo fiel que con el poder de Cristo saldrá
victorioso.
Sobre el
origen, desarrollo y alcance de esta rebelión, dicen los profetas:
“¡Cómo
caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!... Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto,
junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio
me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y
seré semejante al Altísimo” (Isaías 14: 12-14, RVR60).
“Tú,
querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí
estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos
tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad…
Fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios,
y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector” (Ezequiel
28: 14-16, RVR60).
“Tan
grande llegó a ser que desafió al ejército del cielo, y hasta echó por tierra y
pisoteó a parte de ese ejército y de las estrellas. Incluso desafió al príncipe
de los ejércitos” (Daniel 8: 10, 11, RVC).
“El
diablo ha sido arrojado del cielo, pues día y noche, delante de nuestro Dios,
acusaba a los nuestros… El diablo está muy enojado; ha bajado para
combatirlos. ¡Bien sabe el diablo que le queda poco tiempo!... Entonces el
dragón se enojó mucho contra la mujer, y fue a pelear contra el resto de sus
descendientes, es decir, contra los que
obedecen los mandamientos de Dios y siguen confiando en el mensaje de Jesús”
(Apocalipsis 12: 10, 12, 17, TLA).
“El
Cordero vencerá, porque es el Señor más grande y el Rey más poderoso. Con él
estarán sus seguidores. Dios los ha llamado y elegido porque siempre lo obedecen” (Apocalipsis 17:14, TLA).
El
espíritu de profecía aclara:
“Hay enemistad entre Cristo y sus seguidores y
Satanás y sus súbditos. El gran conflicto
entre el Príncipe de la vida y el príncipe de las tinieblas se ha venido desarrollando y se ha fortalecido en cada
nueva generación. Realmente ardua es la lucha entre el bien y el mal, entre la
verdad y el error, entre el reino de la luz y el reino de la oscuridad”.[18]
Cuando
Cristo y Satanás se confrontaron por primera vez en el cielo, el Hijo de Dios
era el príncipe de los ejércitos celestiales y Satanás el caudillo de la
rebelión cósmica. Cuando fue expulsado del cielo, prosiguió con su rebelión
aquí en la tierra.
En el
desierto de la tentación:
“Satanás
vio que debía vencer o ser vencido. Los asuntos del conflicto involucraban demasiado para ser confiado
a sus ángeles confederados. Debía dirigir
personalmente la guerra. Todas las energías de la apostasía se unieron contra
el Hijo de Dios…
“Muchos
consideran este conflicto entre Cristo y Satanás como si no tuviese una
importancia especial para su propia vida; y para ellos tiene poco interés. Pero
esta controversia se repite en el dominio de todo corazón humano”.[19]
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Preparar a un pueblo para el encuentro con su Dios:
Propósito moral de las profecías bíblicas.
La
profecía bíblica no nos fue dada para satisfacer la curiosidad del hombre
acerca del futuro, ni para aportarnos mera información respecto de los días en
que vivimos y los que vendrán. La profecía tiene un propósito moral. La
profecía fue dada para preparar a un pueblo para el encuentro con su Dios.
En el
libro de las revelaciones de Juan, el Señor nos llama a estar atentos, leer con
cuidado y guardar lo que se halla escrito en su mensaje profético porque “el
tiempo de su cumplimiento está cerca” (Apocalipsis 1: 3, NVI). Es la premura de
los acontecimientos predichos lo que debería instarnos a estar continuamente
preparados.
Ya los
profetas en el Antiguo Testamento invitaban al pueblo a estar preparados. Amós
escribió:
“Por
eso, Israel, actuaré contra ti; y como voy a hacerlo, ¡prepárate, Israel, para
encontrarte con tu Dios!” (Amos 4: 12, NVI).
De
igual manera, el apóstol Pablo a la vez que presentaba un panorama acerca de la
moralidad de los hombres y mujeres en los postreros días, nos amonestaba
urgiéndonos a evitar nuestro trato con este tipo de personas y a vivir una vida
piadosa basada en las enseñanzas de las Sagradas Escrituras (2 Timoteo 3: 1-5,
14-17).
También
el apóstol Pedro, al hacer mención del tiempo del fin en que esta tierra será
consumida por el fuego y renovada en un mundo en donde morará la justicia, amonestó
a su iglesia y nos amonesta a nosotros a estar apercibidos. Él nos dice:
“Mas
el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1
Pedro 4: 7, RVR60).
“Ya que todo será destruido de esa manera, ¿no deberían vivir
ustedes como Dios manda, siguiendo una conducta intachable y esperando
ansiosamente la venida del día de Dios? […] Por eso, queridos
hermanos, mientras esperan estos acontecimientos, esfuércense para que Dios los
halle sin mancha y sin defecto, y en paz con él” (2 Pedro 3: 11-14, NVI).
De la
misma manera, Jesús en sus distintos discursos sobre los acontecimientos del
tiempo del fin, hace constantemente un llamado a sus seguidores a estar
preparados. El Gran Maestro afirmó:
“Les
digo esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean que yo soy” (Juan 13: 19), NVI).
“Y les
he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando sucedan, crean” (Juan
14: 29, NVI).
“Y les
digo esto para que cuando llegue ese día se acuerden de que ya se lo había advertido”
(Juan 16: 4, NVI).
“Cuando
estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”
(Lucas 21: 28, RVR60).
“Velad,
pues, en todo tiempo orando para que seáis tenidos por dignos de escapar de
todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre”
(Lucas 21: 36, RVR60).
“La profecía predictiva no se dio simplemente para
satisfacer la curiosidad sobre acontecimientos futuros, sino con fines morales,
como el establecimiento de la fe en Dios (Isaías 45: 21; 46: 9-11; cf. Juan
14: 29) y como motivación para una vida santa (Génesis 17: 7-8; Éxodo 19: 4-6)”.[20]
El Tratado de Teología Adventista nos
afirma que la profecía nos fue dada “con
propósitos morales, como ser el fortalecimiento de la fe (Juan 14: 29) y el fomento de la santidad personal en la
preparación para la venida de Cristo (Mateo 24: 44; Apocalipsis 22: 7, 10, 11)”.[21]
De manera específica, respecto al mensaje profético
predicado por Jesús, el espíritu de profecía declara:
“Jesús no vino para asombrar
a los hombres con grandes anuncios de algún tiempo especial cuando ocurriría
algún acontecimiento, sino que vino para instruir y salvar a los perdidos. No vino
para despertar curiosidad y complacerla, pues sabía que eso solo aumentaría el
apetito por lo curioso y lo maravilloso. Su propósito era impartir conocimiento
por el cual los hombres pudieran aumentar su vigor espiritual y avanzar en el camino
de la obediencia y la verdadera santidad”.[22]
Finalmente, al respecto de
las profecías del libro de Apocalipsis, Elena G. de White afirma:
“Cuando como pueblo
comprendamos lo que significa este libro para nosotros, se verá entre nosotros
un gran reavivamiento […] Cuando los libros de Daniel y el Apocalipsis sean
mejor entendidos, los creyentes tendrán una experiencia religiosa completamente
diferente […] Si nuestra hermandad estuviera despierta aunque fuera a medias,
si se diera cuenta de la cercanía de los sucesos descriptos en el Apocalipsis,
se realizaría una reforma en nuestras iglesias y muchos más creerían el
mensaje”.[23]
Preparar
a un pueblo para su gran encuentro con su Redentor es el gran propósito de que
tengamos a disposición todas las profecías respecto del tiempo del fin. Dios
desea encontrarse con un pueblo fiel y temeroso de sus mandamientos.
[1] Víctor A. Jofré Araya, Mg.
© Ed. Religiosa (2016). Actualmente se desempeña como Director del Colegio Adventista
de Calama, Chile. Se le puede escribir a victorja@gmail.com
[2] Elena
G. de White, El Evangelismo (Asociación Casa Editora Sudamericana,
Buenos Aires, 2007), p. 140.
[3] En el
presente ensayo se utilizaron las siguientes versiones de la Biblia en español:
Reina-Valera Revisión 1960 (RVR60), Reina Valera Contemporánea (RVC), Dios
Habla Hoy (DHH), Nueva Versión Internacional (NVI) y Traducción en Lenguaje
Actual (TLA).
[4] Elena
G. de White, El Camino a Cristo (Asociación Casa Editora
Sudamericana, Buenos Aires, 2007), p. 46.
[5] Elena G. de White, Obreros
Evangélicos (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires,
1995), p. 330.
[6] Departamento
de Comunicación de DSA, Declaraciones, orientaciones y otros
documentos: Compilación 2010, 3ra. Ed. (Asociación Casa Editora
Sudamericana, Buenos Aires, 2011), p. 67. La Declaración Las
Santas Escrituras fue aprobada y votada por la Junta Administrativa de
la Asociación General (AD-COM), y publicada por la oficina del presidente
Robert S. Folkenberg, en el Congreso de la Asociación General celebrado en
Utrecht, Holanda, entre el 29 de junio y el 8 de julio de 1995.
[7] Robert
L. Plummer, Preguntas y respuestas sobre
cómo interpretar la Biblia (Editorial Portavoz, Grand Rapids, Michigan, 2013),
pp. 194, 196.
[8] Tomás de la Fuente, Claves de interpretación bíblica, 31ª
Ed. (Editorial Mundo Hispano, El Paso, Texas, 2015), p. 147; cf. p. 154.
[9] Louis
Berkhof, Principios de interpretación
bíblica (Libros Desafío, Grand Rapids, Michigan, 2005), p. 137.
[10] Martin Lee Roy, Hermenéutica bíblica (Senda de la Vida
Publishers, Miami, Florida, 2011), p. 196.
[11] Norman
R. Gulley, Preparación para el tiempo del
fin. (Guía de Estudio de la Biblia, edición para adultos, abril-junio 2018,
Asociación Casa Publicadora Sudamericana, Santiago, 2018), p. 19.
[12] Elena G. de White, Testimonios
para los ministros (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos
Aires, 2013), pp. 132, 134.
[13] Elena G. de White, Mensajes
Selectos (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2015), t.
1, p. 461.
[14] Declaraciones, p.
227. Métodos de estudio de la Biblia es un documento presentado por
la Comisión de Métodos para el Estudio de la Biblia y aprobado por la
Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el Concilio
Anual celebrado en Río de Janeiro, Brasil, el 12 de octubre de 1986. Puede ser
leído en español también en: Samuel Koranteng-Pipim, Recibiendo la
Palabra. ¿Cómo afectan a nuestra fe los nuevos enfoques bíblicos? (Asociación
Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 1997), pp. 401-409; George W. Reid
(ed.), Entender las Sagradas Escrituras (Asociación Casa Editora
Sudamericana, Buenos Aires, 2010), pp. 403-413.
[15] Declaraciones, p. 231. La
Declaración Resolución sobre la Santa Biblia fue aprobada y
votada en el Congreso de la Asociación General de la Iglesia Adventista del
Séptimo día realizada en Atlanta, Georgia, EE.UU., del 24 de junio al 3 de
julio de 2010.
[16] Norman
R. Gulley, Preparados para el tiempo del
fin (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2018), p. 19.
[17] Edwin Reynolds, Diez
claves para interpretar el libro de Apocalipsis, pp.105, 106, 112.
[18] Elena
G. de White, El Cristo Triunfante, p. 95.
[19] Elena G. de White, El
Deseado de todas las gentes (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos
Aires, 2012), p. 91.
[20] George
W. Reid, Entender las Sagradas Escrituras (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2010), p.
222.
[21] Tratado de Teología
Adventista, p. 96.
[22] Elena G. de White, Mensajes
Selectos (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, 2015), t.
1, p. 229.
[23] Elena G. de White, Testimonios
para los ministros (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos
Aires, 2013), pp. 129, 130, 133, 134.
1 comentario:
"El Gran Conflicto entre el bien y el mal" es ahí donde se manifiestan todas las divisiones de pensamiento y ideas dando lugar a preguntas que se han hecho incluso grandes filósofos, incluido entre ellos Epicuro con su llamada tesis -la paradoja de epicuro- este plantea lo siguiente:
¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente.
¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.
¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?
¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?
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