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viernes, 28 de marzo de 2014

7 Principios de Mayordomía Cristiana



Iglesia Adventista Colegio
Colegio Adventista de Calama – 2016

7 Principios Bíblicos
de Mayordomía Cristiana



1
 Principio del Señorío
Hay un solo Dios y Señor y ninguno puede ocupar su lugar. Cristo es Señor de todo o no es Señor de nada (Isaías 43: 11; 45: 5; 1 Timoteo 2: 5; Efesios 4: 4-6; Filipenses 2: 11; Romanos 10: 9; Filipenses 2: 11). Dios es el creador y dueño de todo. Nosotros somos sólo sus gerentes, administradores, fieles comisionados o mayordomos. Por lo tanto, somos responsables ante él por el empleo adecuado de sus dones. Dios nos quiere a nosotros y no solamente nuestras dádivas (Génesis 1: 1; 2: 15; Salmos 33: 6, 9; Salmos 24: 1; 50: 12; 100: 3; Hageo 2: 8; 1 Crónicas 29: 10-14; Romanos 12: 1; 1 Corintios 4: 1, 2; 6: 19, 20).
“Pertenecemos a Dios; somos sus hijos y sus hijas: Suyos por creación y suyos por el don de su Hijo unigénito quien nos redimió… La mente, el corazón, la voluntad y los afectos pertenecen a Dios; y el dinero que poseemos es del Señor. Todo bien que recibimos y que disfrutamos es el resultado de la benevolencia divina” (Elena G. de White, Administración eficaz, pp. 48, 49).

2
Principio de Dios Primero y Último
Debemos poner a Dios primero en todo y él nos proveerá. Poner cualquier persona o cosa antes que a Dios sería un cierto tipo de idolatría, la cual Dios no acepta. Poner a Dios en primer lugar es aceptar su voluntad. Poniendo a Dios en primer y último lugar nos aseguramos que todo lo demás quede en sus manos (Isaías 44: 6; 48: 12; Apocalipsis 22: 13; Proverbios 3: 9, 10; Mateo 6: 25-33; Malaquías 3: 8-10).
“Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos” (Proverbios 3:9). Esto no nos enseña que debamos gastar los recursos en nosotros mismos y luego llevar al Señor lo que quede… La porción del Señor debe separarse en primer lugar. No debemos consagrarle lo que queda de nuestras entradas después de haber satisfecho nuestras necesidades reales o imaginarias; antes de gastar nada debemos apartar lo que Dios ha especificado como suyo. Muchas personas harán frente a todas las exigencias y los compromisos inferiores o secundarios, y dejarán a Dios únicamente los restos, si es que queda algo. Y si no queda nada, su causa tendrá que esperar hasta un tiempo más propicio” (Elena G. de White, Administración eficaz, p. 54).

3
Principio del Peregrino
Somos peregrinos y extranjeros sobre la tierra y este mundo no es nuestro hogar. Nuestro verdadero hogar está en los cielos en donde Cristo prepara un lugar para nosotros. Mediante la fe en Cristo podemos vivir como si estuviéramos allí y tener una vislumbre de la eternidad (Juan 14: 1-3; 18: 36; 1 Crónicas 29: 15; Efesios 2: 19; Hebreos 11: 8-10, 13-16, 24-26; Santiago 2: 5). Por lo tanto, cuando somos buenos administradores de los dones de Dios, dejamos de lado nuestra vista en lo terrenal y fijamos la vista en las cosas eternas. Vivimos mirando al Invisible, con una visión espiritual de la vida y de la iglesia. Miramos con los ojos de la fe y las realidades eternas trascienden a las terrenales (Mateo 6: 19-21; Lucas 12: 32-35; 1 Corintios 7: 29-31; 2 Corintios 4: 16-18; Colosenses 3: 1-4; Filipenses 3: 7, 8, 12-14, 17-21; Hebreos 12: 1, 2; 1 Juan 2: 15-17). Un ejemplo contrario es el joven rico (Mateo 19: 16-22; Marcos 10: 14-22; Lucas 18: 18-23).
“En el universo hay tan sólo dos lugares donde podemos colocar nuestros tesoros: en la tesorería de Dios o en la de Satanás… El Señor se propone que los medios confiados a nosotros se empleen en la edificación de su reino…
Somos peregrinos y extranjeros en el mundo. No gastemos nuestros medios gratificando deseos que Dios quiere que reprimamos. Representemos adecuadamente nuestra fe restringiendo nuestras necesidades” (Elena G. de White, Administración eficaz, pp. 25, 26, 27).
“Que los que son peregrinos y extranjeros en esta tierra, envíen sus tesoros delante de ellos a la patria celestial en forma de donativos tan necesarios que deben ir a la tesorería del Señor” (Elena G. de White, Administración eficaz, p. 99).
“Cristo nos recomienda: "Haceos tesoros en los cielos". Esta obra de transferir nuestras posesiones al mundo de arriba, es digna de nuestras mejores energías. Es de la mayor importancia e implica nuestros intereses eternos. Lo que damos a la causa de Dios no se pierde. Todo lo que damos para la salvación de las almas y la gloria de Dios se invierte en la empresa de más éxito en esta vida y en la vida futura” (Elena G. de White, Administración eficaz, pp. 216, 217).

4
Principio del Deudor
La salvación nos hace deudores de Dios. Nunca podremos pagar lo que Dios ha hecho, está haciendo y seguirá realizando a favor nuestro. Somos eternos deudores de su gracia. También somos deudores de aquellos que por su testimonio permitieron que el evangelio fuera eficaz en nuestras vidas: padres, maestros, tutores, pastores, etc. Por lo tanto, debemos vivir una vida de gratitud y servicio a Dios (1 Pedro 1: 18, 19; Romanos 5: 8; 8: 11-13; 15: 25-27; Hebreos 12: 28).
“El poder de Dios se manifiesta en los latidos del corazón, en los movimientos de los pulmones y en las corrientes vivificadoras que circulan por los millares de conductos del cuerpo. Estamos endeudados con él por cada momento de nuestra existencia y por todas las comodidades de la vida. Las facultades y las aptitudes que elevan al hombre por encima de la creación inferior constituyen el don del Creador…
“Él nos da sus beneficios en gran cantidad. Estamos en deuda con él por el alimento que comemos, el agua que bebemos, la ropa con la que nos vestimos y el aire que respiramos. Sin su providencia especial, el aire estaría lleno de pestilencia y veneno. Él es un generoso benefactor y preservador” (Elena G. de White, Administración eficaz, p. 12).

5
Principio de la Actitud Alegre
La verdadera mayordomía es una actitud y un estilo de vida. Son más que acciones. Es amar más que dar. Cristo nos dio su ejemplo y teniendo su misma actitud de alegría podremos ser personas llenas de gozo que lleven también gozo y alegría a otros. Debemos crear un clima de alegría por donde andemos. El mayordomo fiel también se regocija por las bendiciones que reciben los demás como fruto de su fidelidad (1 Crónicas 29: 16, 17; Salmos 100: 1-5; 2 Corintios 8: 3-5; 9: 7-9).
“Llevemos a nuestro Creador, rebosantes de gozo, las primicias de su munificencia: nuestras posesiones más escogidas y nuestro servicio mejor y más piadoso” (Elena G. de White, Administración eficaz, p. 13).
“Debemos manifestar, ante los ángeles y los hombres, nuestra gratitud por lo que él ha hecho por nosotros. Deberíamos reflejar la benevolencia de Dios en términos de alabanza y obras de misericordia” (Elena G. de White, Administración eficaz, p. 73).

6
Principio de la Multiplicación
Una mano abierta pueda retener más y dar más. Tener manos abiertas para recibir las bendiciones de Dios supone tener esas mismas manos abiertas para dar a otros lo que hemos recibido. No podemos dar más de lo que hemos recibido, ni tampoco podremos dar más de lo que Dios ya ha dado por nosotros (Deuteronomio 16: 16; Lucas 6: 38; 2 Corintios 8: 3, 9; Juan 3: 16). Dios multiplica la cantidad y el efecto de lo que damos. En la medida que somos buenos mayordomos crece en nosotros y se desarrolla nuestra confianza en él. Crecen los dones espirituales y la capacidad para utilizarlos de manera sabia en su obra. Crece también nuestra capacidad para dar y compartir, se fortalecen las relaciones humanas y logramos la victoria sobre la vanidad, el orgullo, el egoísmo y la codicia (Mateo 7: 7, 8; 25: 20-23; Lucas 11: 9, 10; 19: 16-19).
“Así como recibimos continuamente las bendiciones de Dios, así también debemos dar constantemente. Cuando el Benefactor celestial deje de darnos, sólo entonces se nos podrá disculpar, porque no tendremos nada para compartir. Dios nunca nos ha dejado sin darnos evidencia de su amor, porque siempre nos ha rodeado de beneficios” (Elena G. de White, Administración eficaz, p. 13).

7
Principio de la Sociedad
Ningún hombre puede vivir o permanecer solo. Todos nosotros formamos parte de una entidad mayor, somos parte del Cuerpo de Cristo. El trabajo no es simplemente para Cristo, sino con Cristo. Pertenecemos al Señor y debemos permanecer en sociedad con él y con su iglesia (Juan 15: 5-10; Filipenses 4: 13).
“Para que el hombre no perdiese los preciosos frutos de la práctica de la    beneficencia, nuestro Redentor concibió el plan de hacerle su colaborador. Dios     habría podido salvar a los pecadores sin la colaboración del hombre; pero sabía     que el hombre no podría ser feliz sin desempeñar una parte en esta gran obra…
“Por un encadenamiento de circunstancias que invitan a practicar la caridad, otorga al hombre los mejores medios para cultivar la benevolencia y observar la costumbre de dar, ya sea a los pobres o para el adelantamiento de la causa de Dios. Las apremiantes necesidades de un mundo arruinado nos obligan a emplear en su favor nuestros talentos—dinero e influencia—para hacer conocer la verdad a los hombres y mujeres que sin ella perecerían” (Elena G. de White, Administración eficaz, p. 10). 




















































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Material preparado por Víctor Jofré Araya, Mg. Ed. Religiosa, Director del Colegio Adventista de Calama.

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