Iglesia Adventista Colegio
Colegio Adventista de Calama – 2016
7 Principios Bíblicos
de Mayordomía Cristiana
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Principio del
Señorío
Hay un solo Dios y Señor y ninguno puede
ocupar su lugar. Cristo es Señor de todo o no es Señor de nada (Isaías 43: 11; 45: 5; 1 Timoteo 2:
5; Efesios 4: 4-6; Filipenses 2: 11; Romanos 10: 9; Filipenses 2: 11). Dios es
el creador y dueño de todo. Nosotros somos sólo sus gerentes, administradores,
fieles comisionados o mayordomos. Por lo tanto, somos responsables ante él por
el empleo adecuado de sus dones. Dios nos quiere a nosotros y no solamente
nuestras dádivas (Génesis 1: 1;
2: 15; Salmos 33: 6,
9; Salmos 24: 1; 50: 12; 100: 3; Hageo 2: 8; 1 Crónicas 29: 10-14; Romanos 12:
1; 1 Corintios 4: 1, 2; 6: 19, 20).
“Pertenecemos a Dios; somos sus hijos y sus hijas: Suyos por creación y
suyos por el don de su Hijo unigénito quien nos redimió… La mente, el corazón,
la voluntad y los afectos pertenecen a Dios; y el dinero que poseemos es del
Señor. Todo bien que recibimos y que disfrutamos es el resultado de la
benevolencia divina” (Elena G. de White, Administración eficaz, pp. 48,
49).
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Principio de Dios Primero y Último
Debemos poner a Dios primero en todo y él nos
proveerá. Poner cualquier persona o cosa antes que a Dios sería un cierto tipo
de idolatría, la cual Dios no acepta. Poner a Dios en primer lugar es aceptar
su voluntad. Poniendo a Dios en primer y último lugar nos aseguramos que todo
lo demás quede en sus manos (Isaías 44: 6;
48: 12; Apocalipsis
22: 13; Proverbios 3: 9, 10; Mateo 6: 25-33; Malaquías 3: 8-10).
“Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus
frutos” (Proverbios 3:9). Esto no nos enseña que debamos gastar los recursos en
nosotros mismos y luego llevar al Señor lo que quede… La porción del Señor debe
separarse en primer lugar. No debemos
consagrarle lo que queda de nuestras entradas después de haber satisfecho
nuestras necesidades reales o imaginarias; antes de gastar nada debemos
apartar lo que Dios ha especificado como suyo. Muchas personas harán frente a todas
las exigencias y los compromisos inferiores o secundarios, y dejarán a Dios
únicamente los restos, si es que queda algo. Y si no queda nada, su causa
tendrá que esperar hasta un tiempo más propicio” (Elena G. de White, Administración
eficaz, p. 54).
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Principio del Peregrino
Somos peregrinos y extranjeros sobre la
tierra y este mundo no es nuestro hogar. Nuestro verdadero hogar está en los
cielos en donde Cristo prepara un lugar para nosotros. Mediante la fe en Cristo
podemos vivir como si estuviéramos allí y tener una vislumbre de la eternidad (Juan 14: 1-3; 18: 36; 1 Crónicas
29: 15; Efesios 2: 19; Hebreos 11: 8-10, 13-16, 24-26; Santiago 2: 5). Por lo
tanto, cuando somos buenos administradores de los dones de Dios, dejamos de
lado nuestra vista en lo terrenal y fijamos la vista en las cosas eternas.
Vivimos mirando al Invisible, con una visión espiritual de la vida y de la
iglesia. Miramos con los ojos de la fe y las realidades eternas trascienden a
las terrenales (Mateo 6:
19-21; Lucas 12: 32-35; 1 Corintios 7: 29-31; 2 Corintios 4: 16-18; Colosenses
3: 1-4; Filipenses 3: 7, 8, 12-14, 17-21; Hebreos 12: 1, 2; 1 Juan 2: 15-17).
Un ejemplo contrario es el joven rico (Mateo 19: 16-22; Marcos 10: 14-22; Lucas 18: 18-23).
“En el universo hay tan sólo dos lugares donde podemos colocar nuestros
tesoros: en la tesorería de Dios o en la de Satanás… El Señor se propone que
los medios confiados a nosotros se empleen en la edificación de su reino…
“Somos peregrinos y extranjeros en el mundo. No gastemos nuestros
medios gratificando deseos que Dios quiere que reprimamos. Representemos
adecuadamente nuestra fe restringiendo nuestras necesidades” (Elena G. de
White, Administración eficaz, pp. 25, 26, 27).
“Que los que son peregrinos y extranjeros en esta tierra, envíen
sus tesoros delante de ellos a la patria celestial en forma de donativos tan
necesarios que deben ir a la tesorería del Señor” (Elena G. de White, Administración
eficaz, p. 99).
“Cristo nos recomienda: "Haceos tesoros en los cielos". Esta
obra de transferir nuestras posesiones al mundo de arriba, es digna de nuestras
mejores energías. Es de la mayor importancia e implica nuestros intereses
eternos. Lo que damos a la causa de Dios no se pierde. Todo lo que damos
para la salvación de las almas y la gloria de Dios se invierte en la empresa de
más éxito en esta vida y en la vida futura” (Elena G. de White, Administración
eficaz, pp. 216, 217).
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Principio del Deudor
La salvación nos hace deudores de Dios. Nunca
podremos pagar lo que Dios ha hecho, está haciendo y seguirá realizando a favor
nuestro. Somos eternos deudores de su gracia. También somos deudores de
aquellos que por su testimonio permitieron que el evangelio fuera eficaz en
nuestras vidas: padres, maestros, tutores, pastores, etc. Por lo tanto, debemos
vivir una vida de gratitud y servicio a Dios (1 Pedro 1: 18, 19; Romanos 5: 8; 8: 11-13; 15: 25-27; Hebreos 12: 28).
“El poder de Dios se manifiesta en los latidos del corazón, en los
movimientos de los pulmones y en las corrientes vivificadoras que circulan por
los millares de conductos del cuerpo. Estamos endeudados con él por cada
momento de nuestra existencia y por todas las comodidades de la vida. Las
facultades y las aptitudes que elevan al hombre por encima de la creación
inferior constituyen el don del Creador…
“Él nos da sus beneficios en gran cantidad. Estamos en deuda con
él por el alimento que comemos, el agua que bebemos, la ropa con la que nos
vestimos y el aire que respiramos. Sin su providencia especial, el aire estaría
lleno de pestilencia y veneno. Él es un generoso benefactor y preservador”
(Elena G. de White, Administración eficaz, p. 12).
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Principio de la Actitud Alegre
La verdadera mayordomía es una actitud y un
estilo de vida. Son más que acciones. Es amar más que dar. Cristo nos dio su
ejemplo y teniendo su misma actitud de alegría podremos ser personas llenas de
gozo que lleven también gozo y alegría a otros. Debemos crear un clima de
alegría por donde andemos. El mayordomo fiel también se regocija por las
bendiciones que reciben los demás como fruto de su fidelidad (1 Crónicas 29: 16, 17; Salmos 100:
1-5; 2 Corintios 8: 3-5; 9: 7-9).
“Llevemos a nuestro Creador, rebosantes de gozo, las primicias de su
munificencia: nuestras posesiones más escogidas y nuestro servicio mejor y más
piadoso” (Elena G. de White, Administración eficaz, p. 13).
“Debemos manifestar, ante los ángeles y los hombres, nuestra gratitud
por lo que él ha hecho por nosotros. Deberíamos reflejar la benevolencia de
Dios en términos de alabanza y obras de misericordia” (Elena G. de White, Administración
eficaz, p. 73).
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Principio de la Multiplicación
Una mano abierta pueda retener más y dar más.
Tener manos abiertas para recibir las bendiciones de Dios supone tener esas
mismas manos abiertas para dar a otros lo que hemos recibido. No podemos dar
más de lo que hemos recibido, ni tampoco podremos dar más de lo que Dios ya ha
dado por nosotros (Deuteronomio
16: 16; Lucas 6: 38;
2 Corintios 8: 3, 9; Juan 3: 16). Dios multiplica la cantidad y el efecto de lo
que damos. En la medida que somos buenos mayordomos crece en nosotros y se
desarrolla nuestra confianza en él. Crecen los dones espirituales y la
capacidad para utilizarlos de manera sabia en su obra. Crece también nuestra
capacidad para dar y compartir, se fortalecen las relaciones humanas y logramos
la victoria sobre la vanidad, el orgullo, el egoísmo y la codicia (Mateo 7: 7, 8; 25: 20-23; Lucas 11: 9,
10; 19: 16-19).
“Así como recibimos continuamente las bendiciones de Dios, así también
debemos dar constantemente. Cuando el Benefactor celestial deje de darnos, sólo
entonces se nos podrá disculpar, porque no tendremos nada para compartir. Dios
nunca nos ha dejado sin darnos evidencia de su amor, porque siempre nos ha
rodeado de beneficios” (Elena G. de White, Administración eficaz, p.
13).
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Principio de la Sociedad
Ningún hombre puede vivir o permanecer solo. Todos nosotros formamos
parte de una entidad mayor, somos parte del Cuerpo de Cristo. El trabajo no es
simplemente para Cristo, sino con Cristo. Pertenecemos al Señor y debemos
permanecer en sociedad con él y con su iglesia (Juan 15: 5-10; Filipenses 4:
13).
“Para que el hombre no perdiese los
preciosos frutos de la práctica de la beneficencia,
nuestro Redentor concibió el plan de hacerle su colaborador. Dios habría podido salvar a los pecadores sin la colaboración
del hombre; pero sabía que el hombre
no podría ser feliz sin desempeñar una parte en esta gran obra…
“Por un encadenamiento de
circunstancias que invitan a practicar la caridad, otorga al hombre los mejores
medios para cultivar la benevolencia y observar la costumbre de dar, ya sea a
los pobres o para el adelantamiento de la causa de Dios. Las apremiantes
necesidades de un mundo arruinado nos obligan a emplear en su favor nuestros
talentos—dinero e influencia—para hacer conocer la verdad a los hombres y
mujeres que sin ella perecerían” (Elena G. de White, Administración eficaz,
p. 10).
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Material
preparado por Víctor Jofré Araya, Mg. Ed. Religiosa, Director del Colegio
Adventista de Calama.
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