Existen en las Sagradas Escrituras
personajes de los cuales, en ocasiones, solo se menciona su nombre. Pero,
siendo fieles al propósito de la Biblia que es nuestra enseñanza, detrás de
aquellos nombres hay historias las cuales se nos desafía a conocer. Entre
aquellos personajes se encuentra Sópater.
Sópater, también conocido como
Sosípater (Hechos 20: 4; cf. Romanos 16: 21), hijo de Pirro (cf.
DHH)[2],
fue un cristiano notable. Solo es mencionado aquí en el Nuevo Testamento de las
Sagradas Escrituras. Allí se indica que Sópater era de Berea y que acompañaba
junto a otros notables de la iglesia primitiva al apóstol Pablo de regreso de
su tercer viaje misionero con los aportes de las iglesias de Grecia, Macedonia
y Asia para los necesitados hermanos de Jerusalén.
Conozcamos mejor a Sópater
¿Quién era Sópater para que merezca
nuestra admiración? Dice el refrán popular: “Dime con quién andas y te diré
quién eres”. Para conocer mejor a Sópater, debemos conocer con quiénes se
reunía.
El médico e historiador Lucas, nos
dice que los judíos de Berea “eran de
sentimientos más nobles” que los tesalonicenses (Hechos 17: 11, NVI).
Los bereanos tenían ciertos hábitos espirituales que le permitieron quedar en
el salón de la fama bíblica. Estos mismos hábitos los tenía uno de sus
paisanos, el hermano Sópater. Veamos de qué se trata.
1. Había en Berea una sinagoga judía. Sópater y los
judíos de Berea, tal como los de Tesalónica, tenían la costumbre de reunirse
cada sábado a estudiar los sagrados escritos (cf. Hechos 17: 2, 10).
Pablo aprovechó esta buena costumbre para visitarles y demostrarles “por medio
de las Escrituras” (tal como lo había hecho con los judíos de Tesalónica) “que
Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo” (cf. Hechos 17: 3,
RVR60). Entre esos judíos piadosos estaba Sópater. Seguían el consejo paulino
de no dejar de congregarse (cf. Hebreos 10: 25) y reconocían, por tanto,
que la interpretación de las Escrituras no es un asunto privado (cf. 2 Pedro 1: 20).
2. Sópater y sus hermanos bereanos recibieron la
palabra de los apóstoles con “toda solicitud” (Hechos
17: 11, RVR60). Otras versiones vierten así la actitud de los judíos de
Berea hacia el mensaje evangélico: “escucharon
muy contentos las buenas noticias acerca de Jesús” (TLA); “recibieron la
palabra con mucha atención” (RVC); “recibieron el mensaje con toda avidez”
(NVI); “escucharon con entusiasmo el
mensaje de Pablo” (NTV); “de buena gana recibieron el mensaje” (DHH).
Sobre su propio encuentro con la
Palabra de Dios, se dice, por ejemplo, de los profetas: “¡Cuán dulces son a mi
paladar tus palabras! ¡Son más dulces que la miel en mis labios!” (Salmos 119:
103, RVC). “Fueron halladas tus palabras y yo las comí; y tu palabra me fue por
gozo y por alegría de mi corazón” (Jeremías 15: 16, RVR60). “Yo abrí la boca, y
me hizo comer el pergamino, y me dijo: Hijo de hombre, aliméntate, llena tus
entrañas con este pergamino que te doy. Yo lo comí, y su sabor en mi boca fue
más dulce que la miel” (Ezequiel 3: 2, 3, RVC).
El contacto con la Palabra de Dios no puede menos
que producir gozo y alegría de corazón.
3. Los bereanos y, entre ellos, Sópater, no solo
estudiaban, sino que escudriñaban las Escrituras. La pluma inspirada nos
recuerda: “En Berea Pablo encontró judíos que estaban dispuestos a investigar
las verdades que enseñaba […] Estaban dispuestos a investigar la verdad de la
doctrina presentada por los apóstoles”.[3] Los
bereanos consideraban muy profundamente las palabras de Jesús cuando dijo:
“Escudriñad las Escrituras […] Ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:
39, RVR60). “¿Cómo investigaremos las Escrituras con el fin de entender lo que
enseñan? –preguntaba la sierva del Señor-. Debemos abordar la investigación de
la Palabra de Dios –respondía- con un corazón contrito, un espíritu de oración
y dispuesto a ser enseñado”.[4]
Cualquiera que tome las Escrituras
para estudiarla debe hacerlo con un profundo espíritu de investigación. Dice el
profeta: “Estudien el libro de Dios; lean lo que allí dice” (Isaías 34:16,
TLA). Sópater y sus hermanos bereanos sabían muy bien que, a fin de recibir el
máximo provecho, es necesario que el estudio de la Palabra de Dios sea
realizado con meticulosidad y diligencia. Debe haber cierto orden, pulcritud y
prolijidad en el ejercicio diario de escudriñar la Biblia. Así como en todo
orden de cosas, en los quehaceres personales, laborales, académicos y
familiares, es preciso tener diligencia, esta buena virtud se hace mucho más
necesaria e indispensable cuando se trata de enfrentarse a las sagradas páginas
de las Escrituras.
En los tiempos del Nuevo Testamento,
el apóstol Pablo aconsejaba a Timoteo a ser diligente en la sagrada obra de
usar y predicar la Palabra de verdad: “Haz todo
lo posible por ganarte la aprobación de Dios. Así, Dios te aprobará como un
trabajador que no tiene de qué avergonzarse, y que enseña correctamente el
mensaje verdadero” (2 Timoteo 2: 15, TLA). Y el anciano Pedro nos
recuerda cómo “los profetas que profetizaron de la gracia destinada a
vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación”
(1 Pedro 1: 10, RVR60).
Ser diligentes en el estudio bíblico
personal es lo que marcará una notable diferencia entre el estudio provechoso,
abarcante y nutritivo, que nos llevará a nuevas cimas y a encontrar nuevos
tesoros, espiritualmente hablando, o, por el contrario, el estudio pobre e
inconsistente que no conduzca a ningún puerto, que resulte ser una empresa
completamente infructífera y que no nos cause satisfacción alguna. Si hay un
hábito cristiano o una disciplina espiritual que requiere diligencia y
solicitud es el estudio de la Palabra de Dios. No debemos dejar de lado en este
respecto, el consejo oportuno y la amonestación del espíritu de profecía cuando
dice: “La enseñanza más valiosa de la Biblia no se obtiene por medio de un
estudio ocasional o aislado… Muchos de sus tesoros están lejos de la
superficie, y sólo pueden ser obtenidos por medio de una investigación
diligente y de un esfuerzo continuo”.[5] “El
estudio de la Biblia requiere nuestro más diligente esfuerzo y nuestra más
perseverante meditación. Con el mismo afán y la misma persistencia con que el
minero excava la tierra en busca del tesoro, deberíamos buscar nosotros el
tesoro de la Palabra de Dios”. [6]
En los primeros años del naciente
cristianismo, los creyentes de Berea “todos los
días leían la Biblia para ver si todo lo que les enseñaban era cierto”
(Hechos 17: 11, TLA). Y nosotros, que vivimos en los últimos días de la
historia de este mundo, tal como si quisiéramos obtener de las minas sus
ricas vetas de metales ocultos bajo su superficie, también debemos escarbar de
modo que hallemos el precioso depósito en las Santas Escrituras pues contienen
los tesoros de verdad que sólo se revelan a quien los busca con fervor,
persistencia y devoción.
4. Sópater y los judíos bereanos estudiaban las
Escrituras personalmente. En todo orden de cosas, el estudio de las Sagradas
Escrituras es un asunto de índole personal. Nadie puede estudiar la Biblia por
otro, ni nadie puede, en realidad, descubrir las mismas lecciones que otro, ni
tampoco puede beneficiarse del estudio realizado de manera particular por
otros. La verdad no puede ser estudiada ni descubierta si dejamos que otros
realicen el trabajo investigativo por nosotros. Nadie puede ni debe pensar por
otros, ni deberíamos permitir que nadie piense por nosotros. Independiente de
quien se trate o de cuan encumbrado sea su puesto a la vista de los hombres,
nadie puede reemplazar en lo más mínimo la investigación bíblica personal.
Sópater entendía que el estudio
bíblico de verdadero significado es el que se realiza de manera personal, a
solas con las Escrituras y con Dios. Todos somos, de una u otra manera,
responsables de nuestros propios descubrimientos que desenterramos de las ricas
vetas de la Sagrada Palabra. Todos y cada uno hemos sido llamados a ser
diligentes estudiosos de las Escrituras y nada puede reemplazar el valor del
estudio bíblico efectuado por cada creyente en forma individual, en soledad,
frente a las páginas sagradas. Las verdades de la Biblia, con toda su riqueza y
hermosura, el conocimiento divino que nos proporciona, la autoridad de sus
declaraciones, la bendición de su lectura y meditación, podrán ser apreciadas
únicamente si las buscamos en forma sincera y ardiente mediante el estudio
personal.
En cuanto a esto, el Señor, a través
de la inspiración dada a Elena G. de White, nos exhorta y amonesta diciendo:
“Cada uno debe escudriñar la Biblia por su cuenta, de rodillas, delante de
Dios, con el corazón humilde y susceptible de ser enseñado como el de un niño”.[7] “No
debemos aceptar el testimonio de ningún hombre en cuanto a lo que enseñan las
Escrituras, sino que debemos estudiar las palabras de Dios por nosotros mismos.
Si dejamos que otros piensen por nosotros, nuestra energía quedará mutilada y
nuestras aptitudes serán ilimitadas”.[8]
5. Sópater y los creyentes bereanos “investigaban
diariamente los relatos inspirados”.[9] Los
cristianos de Berea no se conformaban con leer y escuchar públicamente las
Escrituras el día sábado en la sinagoga, sino que cada día indagaban en los
escritos sagrados. El estudio personal de las Sagradas Escrituras es un
asunto de todos los días. Tal como el alimento que da vigor a nuestro cuerpo es
consumido diariamente, nuestra vida espiritual necesita ser alimentada cada día
por el rico alimento espiritual de la Palabra de Dios. El consejo de Dios al
gran libertador Josué a las puertas de la conquista de Canaán fue: “Nunca dejes
de leer el libro de la Ley; estúdialo de día y de noche, y ponlo en práctica,
para que tengas éxito en todo lo que hagas” (Josué 1:8, TLA).
Además de Josué, los salmistas
cantaban y meditaban día a día en la Palabra y en las obras de Dios (Salmos
1:2; 119:97) y también el gobernador Nehemías, mientras dirigía la
reconstrucción de los muros de Jerusalén (Nehemías 8:18), los fieles conversos
de Berea que creyeron a la predicación de Pablo en los días de la naciente
iglesia cristiana, todos ellos y muchos más repartidos a lo largo de la
historia sagrada y secular, comprendieron muy bien, y sin exagerar, la
necesidad, la importancia y el alcance del estudio personal y diario de la
Palabra de Dios. “Día tras día –se dice de los bereanos- escudriñaban las
Escrituras para ver si era cierto lo que se les decía” (Hechos 17:11, DHH).
En relación al hábito de lectura y
estudio diario y continuo de las Escrituras, Elena G. de White escribió: “Debe
leerse la Biblia cada día […] El estudio diario de las preciosas palabras de
vida halladas en la Biblia fortalece el intelecto y nos permiten conocer las
obras grandiosas y gloriosas de Dios en la naturaleza”.[10] “Cada
día debéis aprender algo nuevo de las Escrituras… Si lo hacéis, hallaréis
nuevas glorias en la Palabra de Dios; sentiréis que habréis recibido luz nueva
y preciosa sobre asuntos relacionados con la verdad, y las Escrituras recibirán
constantemente nuevo valor en vuestra estima”.[11]
En
la experiencia espiritual de Sópater y de los hermanos de Berea, así como de
todo aquel que aplica su corazón al estudio diario de las Palabras de Dios, se
cumple lo dicho por el salmista: “Dios bendice a quienes aman su palabra y
alegres la estudian día y noche” (Salmos 1: 2, TLA).
6. Sópater y los conversos de Berea
comparaban la Escritura con la Escritura. Ellos indagaban con el propósito de
saber “si estas cosas eran así” (Hechos 17: 11, RVR60). Ellos usaban el método
de la Biblia como su propio intérprete. “Al comparar escritura con escritura,
los ángeles celestiales estaban junto a ellos iluminando sus mentes e
impresionando sus corazones”.[12] De igual manera: “Los que buscan sinceramente
la verdad harán una investigación cuidadosa, a la luz de la Palabra de Dios, de
las doctrinas que se les presentan”.[13]
Entre
los principios básicos de estudio e interpretación de las Escrituras se
encuentra el reconocer que la Biblia es su propio intérprete. Nuestras ideas
preconcebidas acerca de alguna temática de las Escrituras deben ser dejadas de
lado al acercarnos con corazón sincero a la Palabra de Dios. Todo prejuicio e
interpretación privada, todo comentario personal o las opiniones de los
comentadores bíblicos o seculares no debería ser considerada como superior o en
reemplazo de la voz de Dios. Ni la razón, ni las tradiciones eclesiásticas, ni
ningún veredicto humano puede considerarse como normativo por sobre la norma
bíblica. La verdad bíblica debe imponerse por sobre las especulaciones humanas.
Si
bien Dios nos ha dado a todos las facultades del pensamiento y del
razonamiento, tenemos la tendencia, como humanos mortales e imperfectos, a
equivocarnos o a confiar demasiado en nuestra propia opinión. La Biblia y la
Biblia sola deber ser su propio expositor.
El
reconocimiento del principio de la Sola Scriptura fue el impulsor
de la Reforma Protestante. A propósito, Martín Lutero escribe: “No hay otro
intérprete de la Palabra de Dios que el autor de esa Palabra”. Juan Wiclef, por
su parte, enseñó que “la Biblia es no sólo una revelación perfecta de la
voluntad de Dios, sino que el Espíritu Santo es su único intérprete, y que todo
hombre, por medio del estudio de sus enseñanzas, debe conocer por sí mismo sus
deberes”. Ulrico Zuinglio, otra luciente estrella de la Reforma, afirmó: “Las
Escrituras vienen de Dios, no del hombre, y ese mismo Dios que brilla en ellas
te hará entender que las palabras provienen de Dios. La Palabra de Dios…
brilla, se explica a sí misma, se autodescubre e ilumina el alma con toda
salvación y gracia”. Por su parte, Elena G. de White, refiriéndose a este mismo
principio, declaró: “La evidencia de la Palabra de Dios se halla en la Palabra
misma. La Escritura es la clave que abre la Escritura”.[14] “La Biblia es su propio intérprete.
Debe compararse texto con texto. El estudiante debería aprender a considerar la
Biblia como un todo y a ver la relación que existe entre sus partes […] Cada
evangelio es un complemento de los demás; cada profecía una explicación de la
otra; cada verdad, el desarrollo de otra verdad”.[15]
7. Sópater y los conversos bereanos
estudiaban las Escrituras con un enfoque cristocéntrico. “Estudiaban la Biblia,
no por curiosidad, sino para aprender lo que se había escrito concerniente al
Mesías prometido”.[16] Este mismo principio estaba presente de
manera significativa en las enseñanzas del apóstol Pablo. El anciano portavoz
de la fe cristiana estaba convencido de que Jesús era el Cristo, el tan ansiado
Mesías anunciado una y otra por todos los profetas. En la sinagoga de
Tesalónica como en la de Berea Pablo, “basándose en las Escrituras, les
explicaba y demostraba que era necesario que el Mesías padeciera y resucitara”
(Hechos 17: 2, 3, NVI). En otro momento, reunido con los dirigentes judíos en
su casa-prisión en Roma, “desde la mañana hasta
la tarde, Pablo les habló del reino de Dios. Trataba de convencerlos acerca de
Jesús, por medio de la ley de Moisés y los escritos de los profetas” (Hechos
28: 23, DHH). De esta manera, Pablo hizo de Jesús el personaje central y el eje
focal de su predicación. A los conversos de Corinto les señalaba: “Decidí
hablarles sólo de Cristo, y principalmente de su muerte en la cruz” (1
Corintios 2: 2, TLA).
Otra
actitud que se precisa en el estudio de las Sagradas Escrituras es considerar
que toda verdad, toda enseñanza, todo sabio consejo proveniente de la Palabra
de Dios, incluyendo todas las profecías, giran en torno a la persona y a la
obra pasada, presente y futura de Jesús, el Cristo, nuestro Salvador. Desde la
creación hasta la restauración, toda la Biblia nos da testimonio de nuestro
Señor.
“Estudien
las Escrituras” –exhortó el Salvador-, pues “son
ellas las que dan testimonio en mi favor”. Y agregó: “Si le creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque de
mí escribió él” (Juan 5: 39, 46, NVI). Y, según lo que el
evangelista Lucas dejó registrado, Jesús aseguró a sus discípulos que
desde los libros de Moisés y siguiendo por
todos los libros históricos, los salmos y los libros de los profetas, todos los
pasajes de las Escrituras hablaban de él y “que había de cumplirse todo lo que
está escrito de mí –dijo el Salvador- en la ley de Moisés, en los libros de los
profetas y en los salmos” (Lucas 24: 27, 44, TLA).
El
consejo del espíritu profético nos advierte a no separar a Cristo de las
Escrituras, sino más bien estudiarlas desde una perspectiva cristocéntrica.
Elena G. de White declaró: “Sí, la Biblia entera nos habla de Cristo… Si deseas
conocer al Salvador, estudia las Santas Escrituras”.[17]
8. Finalmente, el método bereano de
investigación bíblica formaba misioneros. Lo que más destaca en la actitud de
los bereanos fue que no se conformaron con las enseñanzas del apóstol Pablo
sino que ellos mismos quisieron descubrir personalmente que “estas cosas eran
así” y no se conformaron con estudiar la Biblia sólo el sábado sino que “cada
día” (Hechos 17: 11, RVR60). Fue esta misma actitud que produjo que muchos en
Berea aceptaran el evangelio y se convirtieran del judaísmo al cristianismo, de
prosélitos judíos a discípulos cristianos. Lucas nos informa que “no pocos
hombres” y “mujeres griegas de distinción” (Hechos 17: 12, RVR60) creyeron las
verdades del evangelio. Entre éstos conversos estaba el hermano Sópater.
Sópater
tenía las mismas virtudes de sus hermanos bereanos, de tal manera que cuando la
iglesia de Berea debió comisionar a alguien para representarles ante la iglesia
de Jerusalén no dudaron en elegir a Sópater para esta tarea y Pablo, sin lugar
a dudas, estuvo de acuerdo con esta elección de tal manera que permitió que le
acompañara desde Corintio hasta Jerusalén, de regreso de su tercer viaje
misional, junto a Timoteo de Listra, Trófimo y Tíquico de la provincia de Asia
Menor, Aristarco y Segundo de Tesalónica y Gayo de Derbe (cf. Hechos 20:
4) con los recursos recaudados para ir en auxilio de la iglesia en Jerusalén.
De esta manera, Sópater se transformó también en un fiel colaborador del
apóstol Pablo. Sus saludos a la iglesia cristiana en Roma cuando formaba parte
del equipo misionero del gran apóstol de los gentiles quedaron grabados
indeleblemente en las Escrituras (ver Romanos 16: 21).
Dice
la inspiración: “Cada verdadero discípulo
nace en el reino de Dios como misionero”.[18] Y
agrega: “Una persona verdaderamente convertida no puede vivir una vida inútil y
estéril”.[19]
Un bereano ejemplar
En conclusión, podemos decir que
nuestro hermano Sópater se transforma en el bereano ideal. Aunque
es “pariente” o, más bien, compatriota de Pablo (cf. Romanos 16: 21),
Sópater se ha granjeado su propia fama por ser parte del respetado grupo de
bereanos cuya nobleza de carácter aún se comenta hasta el día de hoy. Como buen
bereano, Sópater también fue un estudioso diligente de las Escrituras y cada
día buscaba personalmente a Cristo en ellas. No se conformaba con un estudio
superficial, sino que escudriñaba los sagrados escritos verificando por sí
mismo las enseñanzas de los apóstoles. Por sobre todo, Sópater era un misionero
que no solo se quedó con la teoría de la verdad, sino que llevó a la práctica
lo aprendido convirtiéndose en un misionero, compañero del más grande apóstol
que hayamos conocido. Su espíritu misionero le impulsó a llevar con sus propias
manos el aporte de su iglesia en Berea para sus hermanos en Jerusalén.
La iglesia necesita más hombres y
mujeres como Sópater. Hombres y mujeres que lleven a la práctica el resultado
de su estudio personal. “Doquiera se proclaman las verdades del evangelio, los
que desean sinceramente hacer lo recto son inducidos a escudriñar
diligentemente las Escrituras. Si en las escenas finales de la historia
terrenal, aquellos a quienes se proclaman las verdades probatorias siguieran el
ejemplo de los bereanos, escudriñando diariamente las Escrituras, comparando
con la Palabra de Dios los mensajes que se les dan, habría un gran número de
leales a los preceptos de la ley de Dios donde ahora hay comparativamente
pocos”.[20]
Gracias, hermano Sópater, por tu
ejemplo. Algún día tendré el honor de conocerte, cuando, al pie del árbol de la
vida, continuemos escudriñando los designios infinitos del plan de salvación.
[1] Víctor A. Jofré Araya (2018), Mg. Ed. Religiosa. Actualmente se
desempeña como Inspector General del Colegio Adventista de Copiapó, Chile.
[2] Las versiones de la Biblia usadas en este artículo son: Reina
Valera Revisión 1960 (RVR60), Reina Valera Contemporánea (RVC), Nueva Versión
Internacional (NVI), Traducción en Lenguaje Actual (TLA), Dios Habla Hoy (DHH),
Nueva Traducción Viviente (NTV).
[3] Elena G. de White, Los Hechos de los Apóstoles (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 190.
[4] Elena G. de White, Testimonios para los Ministros (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013), p. 121.
[5] Elena G. de White, La Educación (Buenos Aires:
Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 123. Véase también Elena G. de
White, Testimonios para la iglesia (Miami, Florida: Asociación
Publicadora Interamericana, 2009), tomo 6, pp. 403, 407.
[6] Elena G. de White, La Educación (Buenos Aires:
Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 189.
[7] Elena G. de White, Testimonios para la iglesia (Miami,
Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2009), tomo 5, p. 199.
[8] Elena G. de White, El Camino a Cristo (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 47.
[9] Elena G. de White, Los Hechos de los Apóstoles (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 190.
[10] Elena G. de White, Testimonios para la iglesia (Miami,
Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2009), tomo 3, pp. 217, 413.
[11] Elena G. de White, Testimonios para la iglesia (Miami,
Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2009), tomo 5, p. 246.
[12] Elena G. de White, Los Hechos de los Apóstoles (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 190.
[13] Elena G. de White, Los Hechos de los Apóstoles (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 191.
[14] Elena G. de White, Testimonios para la
iglesia (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2009), tomo
8, p. 169.
[15] Elena G. de White, La Educación (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), pp. 123, 124, 190.
[16] Elena G. de White, Los Hechos de los Apóstoles (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 190.
[17] Elena G. de White, El Camino a Cristo (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 46.
[18] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 162.
[19] Elena G. de White, Palabras de vida del Gran Maestro (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 223.
[20] Elena G. de White, Los Hechos de los Apóstoles (Buenos
Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 190.
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