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jueves, 9 de agosto de 2012

El hogar, las Escrituras y la formación moral de los hijos(as)


¿A qué edad comienza la educación?
El hogar, las Escrituras
y la formación moral de los hijos(as)

Víctor Jofré Araya, Magíster © en Educación Religiosa
Colegio Adventista de Arica – julio 2012


“También debes saber esto –escribió el anciano Pablo a su joven hijo en la fe Timoteo- que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Timoteo 3: 1). Basta leer cualquier periódico o ver un canal de noticias para darse cuenta que en nuestra sociedad se está produciendo un colapso cada día más crítico en cuanto a los valores morales. Lo peor de todo es que, en muchos casos, son niños y jóvenes los que se ven involucrados con acciones y estilos de vida reñidas con la moral y las buenas costumbres: robos, atentados, violaciones, asaltos, homicidios, riñas callejeras, uso y abuso de tabaco, alcohol y otras drogas, etc. Sin embargo, hay una realidad todavía peor: uno de aquellos niños o jóvenes puede ser tu hijo.

Por una parte, las estadísticas reportan que casi la mitad de los niños y niñas que se han criado sin padres tienen serias posibilidades de caer en prisión durante su adolescencia (Estadísticas escalofriantes, s/f.; Caballeros de Colón, 2012; Pérez, 2012). Por otro lado, cada vez existen más padres y madres que depositan en las escuelas toda la responsabilidad de la educación de sus hijos, desvinculándose de cualquier carga. ¿Cómo podríamos evitar que esa cruda realidad se haga presente en nuestros hijos e hijas?

El siguiente ensayo tiene como propósito demostrar que la educación que considera los principios bíblicos enseñados en el hogar durante los primeros siete años de vida, la llamada primera infancia, antes de la etapa escolar, tiene mucho que ver con impedir que muchos hijos e hijas deformen su carácter y estén mejor preparados para enfrentar los desafíos que implica la escolaridad. Pues, como ha escrito una famosa educadora y psicóloga cristiana, “tú debes pasarle a la próxima generación la antorcha de los valores morales firmes y de la gracia de Dios, y debes hacerlo pronto” (Kuzma, 2008, p. 500).

¿Sobre quién recae la responsabilidad de la educación moral de los hijos e hijas?

Esta pregunta es muy fácil de responder, pero muy complicada de llevar a la práctica: sobre los padres, en el seno familiar. El hogar ha sido a través de la historia (y lo continua siendo en la actualidad) la agencia educadora básica, fundamental y universal y, por tanto, se espera que los padres y madres sean los primeros y más influyentes maestros, “con la responsabilidad de reflejar el carácter de Dios en su relación con sus hijos. Todo el ambiente familiar contribuye a formar los valores, las actitudes y la cosmovisión de los niños y jóvenes” (Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Departamento de Educación, 2001). Las demás agencias educativas de cualquier sociedad, incluidas la iglesia y la escuela, complementan la función primaria y primordial del hogar.

Se estima que la labor docente, tanto de padres como de maestros, es uno de los derechos y deberes propios de la vida familiar. Pero fue a partir del siglo XIX en que el Estado asumió su responsabilidad exclusiva en el proceso formativo de los niños en contraposición al anterior dominio de las instituciones eclesiásticas. Esto produjo una merma en la participación de la familia en el proceso educativo relegando a un plano secundario la función socializadora y espontánea de la comunidad hogareña. “Sin embargo, pese a decisiones políticas y proyectos secularizadores, hoy se reconoce la importancia de la familia en la formación psicológica, en el desarrollo de las capacidades individuales y en la estabilidad emocional de los individuos” (Aizpuru, 1988. Citado por Aviña Zepeda, 2007, p. 33). La tendencia actual es volver a una situación de hace tres o cuatro siglos, cuando la educación era principalmente hogareña y se basaba en principios morales y normas de comportamiento.

Dicen las Sagradas Escrituras: “Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón y las repetirás a tus hijos” (Deuteronomio 6: 6-9; 11: 18-20). De Jesús sabemos que fue educado por sus padres en el hogar, no de parte de los rabinos de la sinagoga de Nazaret. “Su madre fue su primer maestro humano.  De los labios de ella, y de los escritos de los profetas, aprendió las cosas del cielo” (White, 1993, p. 310). Así, Jesús “crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba” (Lucas 2: 40; cf. 2: 52). Su hogar no era rico, pero sin duda poseía una copia completa de las Escrituras Hebreas en pergaminos o en papiros. A partir de los tres años, en que comenzaba la educación hogareña de los niños judíos, o por lo menos desde los cinco, en que comenzaba la educación de la Torah, sus padres le instruyeron en las verdades eternas de las Sagradas Escrituras (cf. Wight, 1997, p. 127). Y de Timoteo, discípulo del gran apóstol Pablo, se dice que era un joven de buen testimonio que había sido instruido desde la niñez en los principios de la Palabra de Dios por su madre Eunice y por su abuela Loida. Ambas mujeres piadosas hicieron eco del mandato divino y alejaron a Timoteo de los placeres terrenales de su tiempo. Aunque su padre era griego, es decir, un pagano, la paciente, pero decidida instrucción bíblica de su madre y su abuela tuvieron mayor influencia en su vida, de tal manera que fue llamado por Pablo al ministerio evangélico (Hechos 16: 1-3; 1 Timoteo 1: 12; 2 Timoteo 1: 5; 3: 14-15).

Es importante considerar que, aunque los padres no estén directamente involucrados, el carácter moral de sus hijos estará constantemente siendo modelado y desarrollado para bien o para mal. Por lo tanto, la presencia paternal continua en su formación tendrá gran significado. En los hogares modernos en los cuales tanto madres como padres están mucho tiempo ausentes no es de extrañarse que el modelado del carácter moral de muchos niños no esté siendo realizado de la manera idónea. Es más, muchos agentes externos como la publicidad, la televisión y las entretenciones propios de nuestros tiempos, podrían más bien estar deformando la moralidad de muchos niños y niñas.

Enseñándoles a orar en forma personal, a leer y estudiar la Biblia por su propia cuenta, a escuchar atentamente las enseñanzas sobre Dios y a tener conciencia de la presencia de Cristo en sus vidas, se dan pasos agigantados en su formación moral y espiritual. Dios en el corazón de los niños y un continuo espíritu de oración (principalmente, la oración intercesora) aleja el egoísmo y la envidia y promueve un corazón generoso, altruista y empático. Nace en su corazón el deseo de hacer lo bueno y aborrecer lo malo. También el respeto, la responsabilidad y la perseverancia se desarrollan notablemente. “Con el ambiente adecuado, todos los niños pueden aumentar su inteligencia moral. Nuestra tarea como padres es ayudar a nuestros hijos a ser inteligentes en lo que tiene que ver con entender y hacer lo correcto, lo bueno, lo que es aceptable para Dios y para la sociedad” (Kuzma, 2008, p. 504).

¿Cuándo se debe comenzar la educación moral de los hijos e hijas?

Cuanto antes, mejor. Tenemos pocos años para influenciar sobre los hijos. Cuanto más temprano comiencen los padres a inculcar valores positivos en ellos y cuánto más temprano se corrijan las conductas inapropiadas o negativas, más fáciles serán ambas tareas. Las Escrituras son claras en este respecto: “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras las cuales te pueden hacer sabio” (2 Timoteo 3: 15). “Instruye al niño en su camino y aún cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 20: 6). Por otro lado, se exhorta a los padres a repetir las enseñanzas del Señor a los hijos en casa, en el camino, al acostarse y al levantarse, en todo tiempo (Deuteronomio 6: 6-9; 11: 18-20). El consenso es que debe ser antes de los siete años. A propósito de lo mismo, se ha escrito:

“La educación comienza cuando el niño está en los brazos de su madre. Mientras la madre moldea el carácter de sus hijos, los está educando […] La obra de educación y formación debería comenzar en la primera infancia del niño, pues entonces la mente es más impresionable, y las lecciones impartidas se recuerdan mejor” (White, 2008, p. 19).

“Los primeros tres años son el tiempo cuando se dobla la diminuta rama. Las madres deberían entender la importancia que existe en ese período. Entonces es cuando se establece el fundamento” (White, 2008, p. 102).

“Las lecciones que aprende el niño en los primeros siete años de vida tienen más que ver con la formación de su carácter que todo lo que aprende en los años futuros” (White, 2008, p. 102).

“La influencia que se ejerce sobre un niño en sus más tiernos años imprime una tendencia a su carácter y modela su destino” (White, 2008, p. 105).

Las actitudes que el niño aprende durante los primeros cinco a siete años serán permanentes. Cuando las oportunidades proporcionadas por esos años son desperdiciadas, se pierden para siempre” (Van Pelt, 1996, p. 132).

“Los primeros siete años de la vida de un niño proveen una ventana de oportunidades para la formación de los valores” (Kuzma, 2008, p. 555).

“Los primeros siete años de vida del ser humano son cruciales… La enseñanza que se les proporcione durante sus primeros siete años, guiarán al niño a través de su vida para poderlo dotar de una base firme en valores, en amor a sus padres, familia y amigos, y es ahí cuando se debe fomentar el respeto y los principios morales para obtener una acción futura correcta y sana" (Unidad de Comunicación Social, 2012).

¿Cuál debería ser el libro fundamental en la formación moral de los hijos e hijas?

“Todos tus hijos serán enseñados por Jehová y se multiplicará la paz de tus hijos” (Isaías 54: 13). Jesús también lo afirmó: “Y serán todos enseñados de Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Juan 6:45). Dios es la fuente de valores morales para todo ser humano. Su voluntad está expresada en las Sagradas Escrituras y allí se encuentra el sustento adecuado para la educación moral de niños y niñas: “Porque su Dios le instruye y le enseña lo recto” (Isaías 28: 26); “Él enseñará a los pecadores su camino… y enseñará a los mansos su carrera” (Salmos 25: 8, 9); “Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar” (Salmos 32: 8). El salmista David preguntó: “¿Con qué limpiará el joven su camino?” Y él mismo respondió: “Con guardar tu Palabra… En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti” (Salmos 119: 9, 11). El apóstol Pablo afirma que “toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 16, 17).

Jesucristo enseñó que aquel que oye su Palabra y la pone en práctica es semejante a un hombre prudente que al construir su casa cavó hondo y puso el fundamento sobre la roca. La lluvia, el torrente y los vientos dieron contra aquella casa, pero no cayó porque estaba fundada sobre roca. Contrario a eso, a quien oye y no practica le hizo semejante a un hombre insensato que edificó sobre arena, sin fundamento. La lluvia, el torrente y los vientos la arrasaron y la ruina fue grande (Mateo 7: 24-29; Lucas 6: 46-49). Los hijos necesitan comprender desde sus más tiernos años que sólo cimentados en la firme roca de la Palabra de Dios se puede estar de pie frente a la tentación y la adversidad. El salmista asegura:

“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no cae, y todo lo que hace, prosperará” (Salmos 1: 1-3; cf. Jeremías 17: 7, 8).

Un buen ejercicio familiar para enseñar valores morales a los hijos basados en las Escrituras es tener momentos fijos durante el día, en la mañana, en la tarde o en ambas, si el tiempo o las ocupaciones lo permiten, a través del culto familiar u otras instancias de reflexión. Una simple oración de los padres con y por sus hijos puede dejar una marca espiritual indeleble en sus mentes. La amonestación de Dios era que al acostarse y al levantarse sus enseñanzas fueran dadas a los hijos por los padres (Deuteronomio 6: 6-9; 11: 18-20). Según algunos estudios, “aquellos hijos que han crecido con cultos diarios con sus padres están interesados en seguir los valores religiosos de sus padres y muestran mayor resistencia a tentaciones tales como las drogas y el abuso del alcohol” (Kuzma, 2008, p. 540). También se afirma que “las lecciones de la Biblia tiene influencia moral y religiosa en el carácter, cuando se las pone por obra en la vida práctica” (White, 2008, p. 26).

¿Qué papel se le debe asignar al referente paterno y materno en la formación moral de hijos e hijas?

“Yo sé que [Abraham] mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová” (Génesis 18: 19). Durante la primera infancia, nadie ejercerá mayor influencia en la dirección de la vida moral en las frágiles, pero receptivas mentes de los niños y niñas, que el buen ejemplo de sus padres y madres o, en su ausencia, de cualquier adulto significativo.

Se dice que los patos buscan un referente a seguir apenas rompen el cascarón. Cualquier cosa que llame su atención y que esté en movimiento será para el recién salido del huevo su principal foco de interés y le seguirá. También los hijos. Su principal modelo serán sus padres, pues son quienes están allí desde el momento de su nacimiento, y aún desde antes. La influencia paterna y materna será un sabor de vida para vida o de muerte para muerte que afectará sus creencias y actitudes, valores y acciones. Todo lo que se quiera grabar en sus mentes debería estar muy internalizado primero en la propia vida y experiencia paterna. Para esto es necesario estar en una estrecha comunión con el Padre celestial, pues de él recibimos la sabiduría y la fortaleza necesaria para criar, guiar e instruir a los pequeños. Según la amonestación del Señor las palabras enseñadas a los hijos e hijas deberían estar grabadas primero en el corazón de los padres (cf. Deuteronomio 6: 6; 11: 18)

Jesucristo afirmó de su actuar que se debería seguir su ejemplo y Pablo exhorta a la iglesia a ser imitadores de él, tal como él lo fue de Cristo (Juan 13: 15; 1 Corintios 4: 16; 11: 1; Efesios 5: 1; Filipenses 3: 17). Así también los padres, no deberían pedir o exigir nada de sus hijos que no estén dispuestos a poner en práctica o que estén llevando a la práctica en su propia experiencia como hijos de Dios. El ejemplo paterno puede hacer mucho en la creación de hábitos y de costumbres y en la formación moral de hijos e hijas. Una buena pregunta a formular en este respecto es: “En mi lugar, ¿qué haría Jesús?” La respuesta a esta pregunta liberará de malos ratos, desgracias e infortunios.

Se dice de Jesús que “en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer” (Lucas 4: 16). Sin ninguna duda, aquella buena costumbre de adorar a Dios en su día sagrado fue inculcada por sus padres, quienes también, de acuerdo a su costumbre, iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua y llevaron a Jesús a dicha fiesta apenas cumplió los doce años, pues así lo decía la tradición de los rabinos (Lucas 2: 41, 42).

Pero, ¡cuidado! El carácter moral se evidencia en la crisis, cuando la adversidad toca a la puerta, en el peor momento. Por lo mismo, “la forma en que manejas la crisis, cómo reaccionas a lo inesperado, el espíritu con que satisfaces las necesidades de tus hijos y los cuidas cuando han hecho un lío o han destruido inocentemente algo valioso, eso es lo que determina tu verdadero carácter” (Kuzma, 2008, p. 509). Ser ejemplos en la formación del carácter de los hijos desafía a formar el propio carácter también. Conseguir un carácter moral consistente que ejerza una influencia positiva en los hijos es una tarea en la que se debería embarcar todo padre cada día. La propia naturaleza moral paterna debe ser moldeada a la semejanza divina. El carácter de Cristo debe ser impreso en el corazón de cada padre y madre y de todo aquel que se empeñe en la tarea de formar el carácter moral de un niño. Padres, madres, maestros y tutores tienen el mismo desafío por delante.

Conclusiones

El Señor prometió que la obediencia a sus preceptos y enseñanzas, el amor a Dios y el andar en todos sus caminos, darían como resultado que los padres y sus descendientes “prolongarán su vida sobre la tierra que el Señor juró” (Deuteronomio 11: 21). El quinto mandamiento de la Ley de Dios asegura que los días serán alargados para aquellos que obedezcan a Dios honrando a su padre y a su madre (Éxodo 20: 12; Deuteronomio 5: 16; Efesios 6: 1-3). En otras palabras, se promete un augurioso porvenir para quieres estén dispuestos a conformar sus vidas con el ideal divino del carácter moral trazado en la Palabra de Dios. Un niño y una niña que desde su más tierna infancia recibe de sus padres o tutores las preciosas enseñanzas de las Escrituras en el sano y espontáneo ambiente del hogar, por precepto y por ejemplo, por prescripción y por acción, estará formando un carácter moral tal que su aroma será percibido a una larga distancia y cuya influencia se prolongue en el tiempo. Y por otro lado, padres y madres que asuman su compromiso de cumplir este ideal en sus hijos estarán dando una señal clara de amor y entrega por ellos. Las verdades, valores y principios eternos de la Palabra de Dios impresos en el corazón de padres e hijos serán un sabor de vida para vida, cuyo fruto podrá ser degustado aquí y en la eternidad.

Referencias

Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Departamento de Educación (2001). Declaración sobre la Filosofía Adventista de la Educación. Disponible en http://circle.adventist.org/download/PhilStat03_Sp.pdf
Aviña Zepeda, J. (2007). Familia y educación. En Bien común, 147 (5), 32-37. Disponible en http://www.fundacionpreciado.org.mx/biencomun/bc149/fam%20y%20educ. pdf
Caballeros de Colón (2012). Los padres son esenciales. Recuperado el 22 de julio de 2012 desde http://www.fathersforgood.org/ffg/es/fathers_essential/index.html
Estadísticas escalofriantes, s/f. Recuperado el 22 de julio de 2012 desde http://www.reocities.com/apinpach/estudios/estadescal.htm
Kuzma, K. (2008). Lo que deberías saber acerca de los primeros 7 años. Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana.
Nancy Van Pelt (1996). Filhos. Educando com sucesso. Brasilia: Casa Publicadora Brasileira.
Pérez, O. (2012). El impacto determinante de la ausencia paterna. Recuperado el 23 de julio de 2012 desde http://familia.aollatino.com/2012/02/05/padre-ausente/
Unidad de Comunicación Social (2012). Los siete primeros años de vida definen la conducta del ser humano. Recuperado el 21 de julio de 2012 desde http://www.saludtab.gob.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=417:los-siete-primeros-anos-de-vida-definen-la-conducta-del-ser-humano&catid=1: latest-news&Itemid=50
White, E. G. de (2008). La conducción del niño. Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana.
White, E. G. de (1993). El Ministerio de Curación. Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana.
Wight, F. H. (1997). Usos y costumbres de las tierras bíblicas. Grand Rapids, Michigan: Editorial Portavoz.